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Colombia, un caso testigo para el MerCoSur. |
Si, como todo indica, las fuerzas armadas colombianas no están en condiciones de derrotar a las FARC, más temprano que tarde Brasil y la Argentina tendrán que decidir si prefieren ser espectadores o protagonistas de los acontecimientos sudamericanos. |
La decisión del gobierno de Andrés Pastrana de iniciar una ofensiva militar contra la guerrilla constituye un hecho político de vastas dimensiones, cuyos efectos habrán de afectar inexorablemente el escenario regional sudamericano. Los países del MerCoSur, y en particular la Argentina, tienen que prepararse para estar a la altura de las circunstancias.
No estamos ante un episodio aislado, de carácter simplemente interno. Lo que sucede ahora en el territorio colombiano está directamente vinculado con el nuevo escenario mundial abierto por los atentados terroristas del 11 de septiembre pasado en Nueva York y en Washington. El éxito alcanzado por la intervención norteamericana en Afganistán ha fortalecido la determinación de la administración republicana de avanzar en el desmantelamiento de las redes del terrorismo transnacional. En el plano global, la Casa Blanca ha definido ahora tres nuevas prioridades: Irak, Irán y Corea del Norte. Pero en América Latina el centro de gravedad está en Colombia.
Pastrana actuó en función de dos poderosas señales políticas, una interna y la otra externa. La señal interna surgió de las encuestas que ubican a Álvaro Uribe en el tope de las preferencias populares para las elecciones presidenciales que se avecinan. Uribe, que lidera una corriente disidente del Partido Liberal, encarna políticamente la "línea dura" en relación a la guerrilla. Su meteórico ascenso, en detrimento de los candidatos oficiales de los dos partidos tradicionales, liberales y conservadores, refleja un notorio vuelco de la opinión pública colombiana en favor de la adopción de alternativas más drásticas para el restablecimiento del orden y de la autoridad del Estado en un país convulsionado durante décadas y en serio peligro de desintegración.
La señal externa provino por supuesto de Washington. Consistió en el anuncio de la decisión de ampliar la ayuda militar prevista en el "Plan Colombia", ideado por el gobierno de Bill Clinton y originariamente circunscripto, al menos oficialmente, a la cooperación en la lucha contra el narcotráfico, para incluir también expresamente el respaldo a las fuerzas armadas colombianas en su enfrentamiento contra la guerrilla más antigua y mejor equipada militarmente de toda la historia de América Latina.
Lo cierto es que la decisión del gobierno constitucional colombiano marca un punto de inflexión. Quedan descartadas las alternativas de negociación política, impulsadas principalmente por la socialdemocracia europea, que buscaban un acuerdo de paz que, a juicio de sus promotores, permitiría emancipar a los grupos guerrilleros, en especial a las FARC, de la tutela originada en el apoyo financiero y logístico del narcotráfico. Crece también el voltaje político regional de la crisis interna en Venezuela, cuyo gobierno nunca ocultó sus contactos con las FARC.
Pero este punto de inflexión constituye, a la vez, un nuevo punto de partida. Todo indica que las fuerzas armadas colombianas no están en condiciones, por sí solas, en un lapso razonablemente corto, de derrotar militarmente a las FARC. Tarde o temprano, las propias autoridades constitucionales colombianas demandarán un apoyo internacional directo para lograr ese objetivo.
En esa instancia, sólo habrá dos opciones disponibles: una acción concertada a nivel continental o una intervención unilateral de los Estados Unidos. Si la primera alternativa no prospera, la segunda será entonces inevitable. La diferencia entre una y otra reside en su respectiva incidencia sobre la configuración del diseño institucional de la futura estructura de seguridad regional en América del Sur.
Brasil y la Argentina enfrentan entonces un desafío crucial. Tendrán que definir si prefieren ser protagonistas o espectadores de los acontecimientos internacionales, incluso sudamericanos. El proceso de integración regional, cuyo vértice es el MerCoSur, estará ante el desafío de asumir plenamente una dimensión política, expresada en términos de un compromiso activo en materia de seguridad.
No se trata de una decisión puntual, sino de una opción estratégica. Porque el avance de la globalización ha generado las bases materiales para el surgimiento, por primera vez en la historia del hombre, de una verdadera sociedad mundial. Lo que empieza a definirse ahora, a escala planetaria, son los valores, las reglas de juego y las instituciones de esa sociedad mundial. El nuevo sistema de seguridad global y la reforma de la arquitectura del actual sistema financiero internacional son las dos prioridades fundamentales de este rediseño en marcha. Participar en esa construcción colectiva es una obligación inexcusable para todos los países que aspiren a tener un rol protagónico en el concierto internacional. Tal el caso del Brasil y la Argentina. Y es imposible reclamar derechos sin asumir obligaciones. Colombia puede resultar el "caso testigo". |
Jorge Castro , 26/02/2002 |
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