|
LA IGLESIA Y LA APERTURA POLÍTICA EN CUBA |
En un gesto que puede modificar el escenario político de Cuba, el gobierno de Raúl Castro acaba de institucionalizar a la Iglesia Católica como su primer interlocutor oficial en relación a las demandas de democratización de la isla del Caribe. |
La entrevista entre el hermano de Fidel y el Secretario de Estado del Vaticano, monseñor Dominique Mamberti, de visita oficial en La Habana, pavimentó el camino de la reunión celebrada semanas atrás entre el líder cubano y el cardenal primado, monseñor Jaime Ortega, que tuvo como resultado el mejoramiento de la situación carcelaria de varios presos políticos y la flexibilización de las medidas que impedían la realización de las marchas de protesta de las Damas de Blanco, un grupo de mujeres encabezado por Laura Pollán, que desde hace siete años protagonizan marchas callejeras a la salida de misa para reclamar la liberación de sus familiares.
Por primera ve, el régimen acepta dialogar sobre la cuestión de los presos políticos con una organización independiente del Estado. La decisión es la medida de apertura política más significativa adoptada por Raúl Castro desde que en el 2008 sustituyó a su hermano en la jefatura estatal y partidaria. ”Tácitamente, lo que el gobierno está reconociendo en ese gesto es que definitivamente va a asumir los riesgos de una manera de pensar diferente”, expresó Julio Hernández, dirigente del Movimiento Cristiano de Liberación, un grupo político disidente liderado por Osvaldo Payá.
En realidad, esa decisión de Raúl de conceder ante una solicitud de la Iglesia Católica en relación a los presos políticos algo que se había negado a hacer ante cualquier otro pedido encuentra su legitimación en un antecedente histórico muy importante: en 1998, en vísperas de la visita a Cuba del Papa Juan Pablo II, Fidel Castro liberó a una gran cantidad de detenidos. Esa visita abrió una era de cierto deshielo en la relación entre el gobierno cubano y la jerarquía eclesiástica, caracterizada hasta entonces por la persecución sistemática, la expulsión de religiosos y hasta la promoción de un vínculo especial entre el régimen comunista y la “santería” cubana, expresión de las antiguas creencias animistas de la población de origen africano, estimulada para contrarrestar la influencia social de la Iglesia.
.
“Que Cuba se abra con sus infinitas posibilidades al mundo y que el mundo se abra a Cuba”, exclamó en aquella histórica ocasión el Sumo Pontífice Esa frase guió desde entonces la paciente acción de la diplomacia vaticana, con una larga experiencia en las sutilezas y matices que exigen la relación con regímenes comunistas. Benedicto XVI la citó muy recientemente en la audiencia en que recibió las cartas credenciales del nuevo embajador cubano, Eduardo Delgado Bermúdez.
LA ESTRATEGIA VATICANA
La base de esa estrategia es la búsqueda de un camino de ida y vuelta, en que una gradual apertura del régimen sea acompañada por señales efectivas de reciprocidad internacional orientadas a superar el estado de aislamiento internacional de Cuba, causa fundamental del estrangulamiento que padece la debilitada economía de la isla.
De allí que la extremada cautela que signa conducta del Vaticano genere a veces cierto disgusto en las filas de la oposición cubana. Voceros de la disidencia interna y de la comunidad en el exilio se quejaron de que el enviado papal no se haya entrevistado con ninguno de sus dirigentes. Mamberti señaló que “las prioridades estratégicas de la diplomacia pontificia son asegurar tanto la propia misión como la de sus fieles y, por tanto, el libre ejercicio de sus derechos humanos y sus libertades fundamentales”.
La presencia del enviado papal en Cuba está vinculada con la inauguración de la Semana Social organizada por el Episcopado local, en la cual se abordan, entre otros temas, “El diálogo entre cubanos”, en una abierta alusión a un diálogo que incluye a la comunidad en el exilio, con la participación de algunos académicos cubanos que enseñan en universidades norteamericanas.
En las condiciones específicas de la Cuba de hoy, el renovado protagonismo de la Iglesia Católica suple el vacío generado por la ausencia de lo que en Occidente se entiende como la “sociedad civil”. Medio siglo de régimen comunista ha sofocado toda forma de organización social ajena a la tutela del Estado. La única excepción a esa orfandad manifiesta es precisamente una red de grupos parroquiales, cuya actividad se encuentra severamente restringida.
Como sucedía en muchos países de Europa Oriental en los años del ocaso del comunismo soviético, gran parte de la sociedad cubana, especialmente en los estratos juveniles, traduce su disconformidad en escepticismo y apatía. La disidencia interna está reducida a un activismo muy minoritario, acosado por un permanente hostigamiento gubernamental. El grueso de la oposición política está en el exilio. No resulta entonces extraño que el propio Raúl Castro jerarquice a la Iglesia Católica como un interlocutor necesario para escuchar “la voz de los que no tienen voz”.
UNA LUZ AL FINAL DEL TÚNEL
Las circunstancias para el diálogo son más propicias que antes. La muerte del activista disidente Orlando Zapata, un preso político que falleció en febrero pasado luego de una larga huelga de hambre, provocó una ola de indignación en la opinión pública mundial que profundizó la soledad internacional de Cuba, hasta quebrar los lazos que todavía mantenía con la Unión Europea y, en particular, con la España de José Luis Rodríguez Zapatero, y acentuó las penurias económicas que padece la población.
El régimen no se inquieta mayormente por la acción de los grupos políticos disidentes ni de las organizaciones de derechos humanos, pero teme sí a la posibilidad de estallidos de protesta social. Y las reformas económicas necesarias para salir del estancamiento y atenuar la disconformidad colectiva están paralizadas por el aislamiento externo. La idea originaria de Raúl Castro de imitar el “modelo chino” e impulsar una apertura económica desvinculada de la apertura política es incompatible con el actual contexto internacional. El bloqueo comercial norteamericano y la ausencia de inversiones extrajeras directas configuran un condicionamiento hasta ahora insuperable.
Por el método de la “aproximación indirecta”, Cuba explora a través del Vaticano una vía de reinserción internacional. Muy pronto llegará a La Habana una delegación de la Iglesia Católica estadounidense, encabezada por el influyente arzobispo de Chicago, Francis George. La Santa Sede maneja una “estrategia sin tiempo”. Pero no habría que descartar que, según la recordada frase del cardenal Antonio Zamoré en un punto límite de la mediación papal en el litigio sobre el Canal de Beagle, la diplomacia vaticana en Cuba avizore también “una pequeña luz al final del túnel”.
|
Pascual Albanese , 24/06/2010 |
|
 |