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Competitividad y productividad. |
La competitividad no puede surgir de un artificio monetario. Depende, en cambio, del aumento incesante de la productividad, que solo es posible cuando un sistema financiero sólido permite la incorporación de tecnología. Ninguno de estos dos factores imprescindibles está en las ideas del "grupo productivo". |
Entre las múltiples consecuencias de la devaluación, ocupa un lugar destacado el drástico encarecimiento de la totalidad de los productos vinculados con la industria informática. IBM resolvió aumentar sus precios en más de un 20 %. Lo singular no es el porcentaje, sino que ese aumento no es en pesos, sino en dólares. La casa central de IBM estima que esa diferencia es el costo adicional de seguridad por el hecho de operar en la Argentina de hoy. Microsoft prevé para este año una caída en sus ventas locales cercana al 50 %. Crece la dificultad en la provisión de insumos importados. Algunos analistas advierten sobre la posibilidad de un colapso en los sistemas informáticos.
No se trata desde ya de una cuestión de carácter simplemente sectorial. Ningún sector de la economía argentina, sea del agro, de la industria o de los servicios, puede salir indemne de un incremento sideral en sus costos de equipamiento informático. Y los efectos de esta restricción se harán sentir en poco tiempo en términos de competitividad internacional.
La cuestión ilustra acabadamente sobre las características letales que puede tener un error de diagnóstico. En este caso, refleja la falsedad de la literatura económica empeñada en identificar los problemas de competitividad internacional de la Argentina con el supuesto atraso del tipo de cambio vigente durante la era de la convertibilidad.
Si la competitividad internacional de una economía dependiera centralmente del tipo de cambio imperante, la Argentina de junio de 1989, en pleno período de hiperinflación y devaluación diaria de la moneda nacional, hubiera sido sin lugar a dudas el país más competitivo del mundo.
Sobresale en esta visión la ausencia de toda referencia a la importancia absolutamente decisiva que tiene en esta materia el aumento de la productividad, que en el mediano y largo plazo constituye el único sustento real para la elevación de los niveles de competitividad internacional de un sistema económico.
En esta nueva economía nacida de la era de la revolución tecnológica y de la globalización del sistema productivo, la competitividad no puede surgir de un artificio monetario. En estas condiciones, competitividad es sinónimo de productividad. Sin un aumento constante en los niveles de productividad, todo incremento de competitividad es ilusorio o, en el mejor de los casos, fugaz.
En términos prácticos, el incremento de la productividad de la economía argentina está directamente relacionado con dos factores principales: las posibilidades de financiamiento, es decir, el costo del capital, y la capacidad para la incorporación de las nuevas tecnologías de la información en todos y cada uno de los eslabones de la cadena productiva.
El costo laboral, que es el único que se reduce automáticamente con la devaluación, por la vía de la depreciación del salario, no es de ninguna manera un componente decisivo del denominado "costo argentino".
La experiencia mundial de los últimos años revela que el creciente aumento de la distancia existente entre la economía norteamericana y sus rivales de la Unión Europea y Japón no tiene absolutamente nada que ver con la evolución de la cotización de sus respectivas monedas. Muy por el contrario, en ese período el dólar no sólo que no se depreció sino que se revaluó frente al euro y al yen.
La ventaja en términos de poderío económico que viene ganando los Estados Unidos es resultado de que sus índices de crecimiento de productividad son muy superiores a los de sus competidores. Y la razón de ser de esa diferencia reside en la fortaleza del sistema financiero norteamericano y en el hecho de que, a lo largo de la década del 90, los Estados Unidos fueron el país del mundo que proporcionalmente más invirtió en las nuevas tecnologías en relación a su producto bruto interno. Europa y Japón están considerablemente atrás en esa carrera.
De allí que la urgente salida del corralito financiero y la indispensable reestructuración del sistema bancario argentino, acompañados por una estrategia que incentive el despliegue de las nuevas tecnologías de la información en todo nuestro aparato productivo, sean los dos factores decisivos para mejorar los índices de productividad de la economía argentina y, de esa manera, sus niveles de competitividad internacional.
Sorprende comprobar que los teóricos del paradojalmente denominado "grupo productivo" no presten la debida atención a ninguno de estos dos temas prioritarios. Insisten en visualizar al sector financiero como un enemigo de la producción, en vez de concebirlo como un aliado absolutamente indispensable. Defienden también una política que condena al país al atraso tecnológico, en particular en el campo fundamental de la informática y las comunicaciones, en detrimento de las exigencias de mayor productividad que surgen del avance de la globalización.
La auténtica Argentina productiva, la única verdaderamente posible y sustentable, es aquélla que posibilite un salto cualitativo en el nivel de exportaciones, que sólo puede basarse en el aumento incesante de la productividad. |
Pascual Albanese , 08/03/2002 |
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