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Rusia, veinte años después del comunismo |
Al cumplirse veinte años de la disolución de la Unión Soviética, Rusia fue admitida como el 154º miembro pleno de la Organización Mundial de Comercio (OMC), mientras decenas de miles de manifestantes se movilizaban en Moscú para denunciar el supuesto fraude en los comicios legislativos que dieron la victoria, aunque por un margen inferior al esperado, al oficialista Rusia Unida, partido del presidente Dmitri Medvedev y liderado por Vladimir Putin |
Al cumplirse veinte años de la disolución de la Unión Soviética, Rusia fue admitida como el 154º miembro pleno de la Organización Mundial de Comercio (OMC), mientras decenas de miles de manifestantes se movilizaban en Moscú para denunciar el supuesto fraude en los comicios legislativos que dieron la victoria, aunque por un margen inferior al esperado, al oficialista Rusia Unida, partido del presidente Dmitri Medvedev y liderado por Vladimir Putin, quien tras las elecciones de marzo próximo se apresta a retornar a la primera magistratura que ejerció entre 1999 y 2008.
El vigésimo aniversario de la desaparición de la URSS, el acontecimiento que marcó el fin de la guerra fría y aceleró brutalmente el proceso de globalización de la economía, encuentra a Rusia, núcleo de aquel viejo imperio, primero zarista y luego comunista, ante un nuevo punto de inflexión, tal vez tan importante como el colapso soviético.
El derrumbe del comunismo tuvo efectos devastadores. Entre 1991 y 1993, el producto bruto interno cayó un 35%. La segunda potencia mundial se transformó en un país en estado de desintegración. El desmantelamiento del aparato económico del Estado y la liberalización política no implicaron mejoras en el nivel de vida de la población, sino más bien todo lo contrario. Recién en 1999, con el ascenso de Putin, empezó una etapa de recuperación que aún está a mitad de camino.
En este contexto, la economía rusa, nuevamente ubicada entre las diez más importantes del mundo, se vio favorecida por el aumento de los precios del petróleo y el gas. El país es el mayor productor mundial de gas y el segundo productor de petróleo. La mayor parte del gas que consume Europa es de origen ruso. Putin recalcó que Rusia es una “superpotencia energética”.
Valorizada también por su condición de integrante de los BRICS, el ingreso de Rusia a la OMC no solo es importante para Moscú sino para el mundo entero. Se trataba de la última economía importante del planeta que no formaba parte del organismo institucional emblemático de la era de la globalización.
Sin embargo, Rusia todavía no tiene como potencia emergente el vigor que caracteriza a China, India, Brasil o a la misma Sudáfrica. Padece, por ejemplo, de una seria crisis demográfica, similar a la de Europa Occidental. Por su bajísima tasa de natalidad, producto de la profunda desmoralización colectiva de su sociedad, la población rusa tiende a estancarse y aun a decrecer.
Una nueva vuelta de tuerca
La incorporación a la OMC, que coronó una larga etapa de negociaciones multilaterales que se prolongaron durante 18 años, implica empero un cambio cualitativo. Habrá una nueva vuelta de tuerca en las reglas de juego de la economía rusa, como ocurrió hace 10 años con China, cuando el coloso asiático ingresó a esa organización internacional.
“No nos hemos liberado de una estructura económica improductiva y de una humillante dependencia de las materias primas. No hemos logrado reenfocar a la industria en las necesidades de los consumidores. El hábito de vivir de las materias primas frena nuestra capacidad de innovación. Los empresarios rusos prefieren vender bienes industriales del exterior, mientras la capacidad competitiva de nuestros productos es notoriamente baja”, señala con realismo Medvedev.
En un ajustado balance de la era comunista, Medvedev afirma que “en el siglo XX, a un costo tremendo y con un esfuerzo gigantesco, un país analfabeto fue transformado en uno de los más influyentes poderes industriales del mundo, líder en la creación de tecnología avanzada en el campo del espacio, de la misilística y del desarrollo nuclear. Pero el régimen totalitario y la sociedad cerrada hicieron imposible que ese proyecto de modernización se cumpliera”.
El mandatario ruso enfatizó que su país tiene que salir del atraso y convertirse en un “poder global fundado en bases nuevas”. Para el gobierno ruso el acuerdo implica la asunción de un conjunto de compromisos orientados a impulsar una mayor apertura de su economía. La etapa de transición durará ocho años, pero muchos de sus efectos se harán sentir de inmediato.
Las reducciones arancelarias para la importación de productos industriales, la disminución de los subsidios a la agricultura y, en un plazo de cuatro años, la eliminación del tope del 49% para la participación del capital extranjero en las empresas de telecomunicaciones son parte de una nueva fase de reformas estructurales que afectarán a todo el sistema económico y financiero. Maxim Medvedok, quien presidió la delegación rusa en la fase final de las negociaciones, subrayó que “la decisión de abrir de par en par las puertas del mercado interno para productos extranjeros y, por supuesto, para una alta competencia es en gran parte política. Pero al hacer la elección entre el proteccionismo y la liberalización, a favor de esta última, Moscú espera con razón incentivar el interés inversionista hacia nuestro país”.
El retorno de Putin
Tanto Medvedev como su mentor Putin, formado en la elite de la KGB soviética, parecen haber aprendido la lección de los comunistas chinos: sólo un sólido y fuerte poder político está en condiciones de promover las reformas económicas necesarias para adecuarse a las exigencias de la nueva realidad mundial.
Sería equivocado confundir las protestas callejeras en Moscú con una réplica rusa de la “primavera árabe”. Los sectores políticos liberales son minoritarios en Rusia. Los recientes resultados electorales indicaron que la segunda fuerza política no es ninguno de los partidos de la denominada “oposición democrática”, sino el renacido Partido Comunista, que obtuvo el 19% de los votos, contra el 49% de Rusia Unida.
Una encuesta reciente reveló que el 45% de los rusos tienen una opinión más positiva que negativa de José Stalin, un 35% lo considera un personaje nefasto y un 20% carece de una posición definida. Un porcentaje muy considerable de la opinión pública le reconoce a Stalin el mérito de la victoria nacional contra la invasión alemana en la Segunda Guerra Mundial y privilegia ese logro por sobre la gravedad de sus crímenes.
Ese arraigado sentimiento nacionalista está correlacionado con el renacimiento religioso. La Iglesia Ortodoxa Rusa ha recuperado gran parte del predicamento que había perdido durante las siete décadas de persecución que sufrió durante el régimen comunista. Putin hace gala de su condición de fervoroso creyente.
El notable ensayista francés Raymond Aron señaló que el “núcleo duro” del comunismo ruso, aquel que le otorgó su extraordinaria trascendencia histórica, no fue tanto el “marxismo leninismo” como ideología, sino el “hecho ruso”, que antes había estado identificado históricamente con el poder imperial. Ese “hecho ruso” es ahora la principal base de sustentación política de Putin. Putin es parte de una larga tradición. La historia rusa es pródiga en autócratas reformistas. Pedro el Grande, el reverenciado fundador del imperio zarista, es considerado el gran modernizador de la Rusia de comienzos del siglo XVIII.
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Pascual Albanese , 25/12/2011 |
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