La reunificación de Taiwan y la democracia en China

 


Quedó abierta la alternativa del reconocimiento del Kuomintang como fuerza legal en toda China continental.
El reintegro de Hong Kong significó el funcionamiento de una economía plenamente capitalista en territorio chino. Cuando China celebraba la llegada del 4710, el Año del Dragón de su viejo calendario, la reelección de Ma Ying-jeou en la presidencia de Taiwán fue festejada por Pekín como un punto de inflexión en las negociaciones entre los gobiernos de “ambas márgenes del estrecho”, cuyo avance disipa uno de los principales focos de tensión mundial de los últimos sesenta años. Ma Ying-jeou es el actual líder del Kuomintang, el partido de Chiang Kai-Shek derrotado por los comunistas de Mao Tse Tung en la guerra civil finalizada en 1949. Entonces, dos millones de partidarios de Chiang Kai-Shek, escapando del Ejército Rojo, se atrincheraron en la pequeña isla, desconocieron al régimen de Pekín e impulsaron un proceso de modernización económica que en la década del 70 colocó a Taiwán, junto a Corea del Sur, Singapur y Hong Kong, como uno de los célebres “pequeños tigres”, cuyo ascenso anticipó en un cuarto de siglo la reaparición del continente asiático en el escenario mundial. En los últimos cinco años, la cooperación bilateral ha crecido exponencialmente. El 40% de las exportaciones de Taiwán van a China continental. Las grandes empresas taiwanesas orientaron sus inversiones hacia las provincias costeras chinas. La novedad ahora es el fenómeno inverso: las ascendentes compañías multinacionales chinas empiezan a invertir en Taiwán. Los empresarios de Taiwán respaldaron masivamente la reelección de Ma. Ese apoyo obedeció al temor que suscitaba las inclinaciones independentistas de su contrincante, Tsai Ing-wen, candidata del Partido Democrático Progresista (PDP). Otro detalle singular: Ma es católico. Integra una ínfima minoría que reúne a 300.000 de los 23 millones de habitantes de la isla. ¿Milagro premonitorio? La performance de Taiwán en las últimas décadas prefiguró el “milagro chino”. La isla dejó de ser una sociedad agrícola para convertirse en una expresión paradigmática de la nueva economía del conocimiento, con un ingreso por habitante en acelerado crecimiento, que ya se aproxima al nivel de España, y una de las tasas de desempleo más bajas del mundo: 5%. Taiwán es el segundo productor mundial de artículos de tecnología informática. En 2010 desplazó a Japón como primer productor mundial de semiconductores. Muchas empresas estadounidenses de alta tecnología, entre ellas varias originarias de Silicon Valley, invierten en Taiwán, que está noveno en el ranking global de competitividad y tercero entre los lugares del mundo con mejor clima de negocios. Si se tiene en cuenta que Singapur es una pequeña isla con una mayoría demográfica de origen chino, característica que comparte con Hong Kong y Taiwán, cabe subrayar que de aquellos cuatro legendarios “pequeños tigres”, tres (todos menos Corea del Sur) son étnica y culturalmente chinos y dos de ellos (Hong Kong y Taiwán) parte del territorio chino. La apertura impulsada por Deng Xiaoping en 1979 estuvo influida por el éxito de estos vecinos repentinamente prósperos. Más aún: las primeras inversiones extranjeras directas radicadas en las “zonas económicas especiales” abiertas por Deng provinieron de las colectividades chinas del exterior. La fórmula de “un país, dos sistemas”, con la que Deng planteó la reincorporación de Hong Kong y que Pekín busca extender a Taiwán, respondía también a la necesidad del Partido Comunista Chino de avanzar en las reformas orientadas a instaurar la economía de mercado en el territorio continental. Economía, política y democracia El proceso de integración, que a partir de la reelección de Ma Ying-jeou se facilitará con la negociación de un tratado bilateral de libre comercio y de un acuerdo de garantía recíproca de inversiones, genera una corriente reunificadora cuya dinámica tiende a remover los obstáculos que aún subsisten. Todavía existe en Taiwán una corriente de la opinión pública que, si bien acepta la conveniencia de una mejoría en las relaciones bilaterales y el aprovechamiento de las ventajas de la cooperación económica, se opone a la reunificación. El PDP, expresión de esa corriente, obtuvo el 45% de los votos. La revalorización de una “identidad nacional taiwanesa” alimentó en el pasado fuertes tendencias secesionistas, hoy en declive. Esas tendencias separatistas tienen raíces históricas. Taiwán no depende de la autoridad de Pekín desde 1895, cuando fue ocupada por Japón. En 1945, con la derrota del imperio japonés en la Segunda Guerra Mundial, pasó a ser “tierra de nadie”. Cuando en 1949 los restos del ejército del Kuomintang llegaron a la isla tropezaron con el rechazo de sus pobladores, que los consideraban parte de un “partido extranjero”. Durante treinta años, el Kuomintang implantó en la isla un régimen autoritario. Recién tras la desaparición de Chiang Kai-Shek en 1975, facilitó una gradual apertura democrática pero, salvo en el período 2000-2008, durante los dos mandatos presidenciales de Chen Shui-Bian, del independentista PDP, el poder estuvo siempre en sus manos. Pekín conoce bien las prevenciones taiwanesas y trata de crear un clima de confianza. En las conversaciones reservadas, no a nivel gubernamental sino “de partido a partido”, que desde 2005 mantienen con el Kuomintang, el Gobierno chino comunista avanzó, en materia de concesiones, mucho más allá que en las tratativas con Gran Bretaña que precedieron a la devolución de Hong Kong, materializada en 1998. Pekín está dispuesto a reconocer a la llamada “provincia rebelde” inéditos márgenes de autonomía, que incluyen el respeto del autogobierno local, del régimen jurídico taiwanés y hasta de sus propias Fuerzas Armadas. La reunificación de la “Gran China”, una meta cuyo alcance empieza a dibujarse en el horizonte, significará un salto cualitativo en la democratización de su régimen político.
Pascual Albanese , 12/02/2012

 

 

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