El pacto quebrado entre los argentinos.

 

La crisis argentina es el resultado de la parálisis del sistema financiero, la pérdida de financiamiento internacional y nacional y la incertidumbre con respecto a un precio fundamental de la actividad económica, que es el dólar, provocada por la devaluación.
El eje fundamental de la actual situación argentina es una fenomenal crisis de diagnóstico. Como tal, tiene una doble manifestación. Hacia afuera, se manifiesta el extraordinario desconcierto que experimenta la comunidad internacional respecto a los acontecimientos de la Argentina. Internamente, la crisis de diagnóstico se refiere a la relación entre la devaluación decidida por el actual gobierno y las características específicas, fundamentales e intransferibles de la sociedad y la economía argentina.

Veamos esto último primero: la crisis de diagnóstico interna. La teoría básica atrás de la devaluación es que en una situación recesiva como experimenta la Argentina, transformada en una depresión estructural por su carácter autoacumulado, que ya dura 43 meses seguidos, la modificación de la estructura de precios relativos, acompañadas por una fuerte inyección de liquidez, tiene un carácter reactivante.

Sin embargo, el efecto de la devaluación en la Argentina es exactamente el contrario. La situación actual de la economía, luego de la devaluación, es la siguiente: La actividad económica se encuentra en caída libre, con una disminución, en el primer bimestre del año, de entre un 20 y un 25 % anualizados, que adquiere características de implosión de la actividad económica, porque esta caída libre aún no ha encontrado su piso. En realidad, lo que sucede en la Argentina en este momento, comenzado marzo, no encuentra paralelo en la experiencia internacional de las sucesivas crisis de los países emergentes a lo largo de la década del noventa.

Por ejemplo, después de la devaluación mexicana del 20 de diciembre de 1994, la caída de la actividad económica en ese país fue del 7 % en el año 1995. En la Argentina, en cambio, con un carácter tentativo debido a la falta de piso de la crisis, las previsiones de disminución de la actividad económica en el 2002, oscilan, utilizando la jerga de los economistas, entre el escenario positivo, optimista, de una caída del 8% en el año y el menos optimista de una caída que va del 14 al 16 % en el año.

Convergen en este extraordinario colapso tres factores. En primer lugar, el default de las obligaciones de la deuda pública. El 100 % de la deuda pública, tanto en su tramo interno como externo, ha sido desconocido formalmente en su cumplimiento. No ocurrió nada semejante en los otros casos de default, ni los de Rusia en agosto de 1998, donde el incumplimiento formal fue solamente parcial. El segundo factor atrás de este colapso son las medidas de control del sistema financiero, esto es, el denominado corralito y su posterior ampliación por el actual gobierno.

Y, en tercer lugar, claramente es la decisión estratégica de devaluar.

En suma, la honda crisis que experimenta la economía argentina es el resultado de la parálisis del sistema financiero, la pérdida de financiamiento internacional y nacional y la incertidumbre prácticamente total con respecto a un precio fundamental de la actividad económica, que es el dólar, provocada esta última por la devaluación.

Brasil devalúa en enero de 1999 y el real cae en relación al dólar un 40 %. México devalúa el 20 de diciembre de 1994 y el peso mexicano cae en relación al dólar un 57 %. En la Argentina, después de un mes y medio de la decisión estratégica tomada por el actual gobierno de devaluar, el peso cae con respecto al dólar entre un 110 % y un 120 %.

En síntesis, la consecuencia principal de la devaluación, estrategia fundamental del actual gobierno en las condiciones de parálisis del sistema y del default de las obligaciones públicas, ha sido profundizar la desconfianza interna y externa, al tiempo que acentuó, más allá de todas las previsiones, la falta de financiamiento de la economía argentina.

El resultado de esta extraordinaria crisis de diagnóstico, afuera y adentro, demuestra que, al menos tentativamente, esta crisis de diagnóstico tiene dos componentes fundamentales. Primero, puede caracterizarse como una expresión del iluminismo. El iluminismo, la ideología de la burguesía liberal en ascenso en los siglos XVIII y XIX, puede caracterizarse sobre la base de que su premisa básica es de que hay realidades inmediatamente universales. Por ejemplo, en la actualidad existe un fuerte consenso sobre la necesidad de usar un tipo de cambio flexible prácticamente en la totalidad de los centros de investigación de Europa y los Estados Unidos y en los principales organismos de crédito. Podría señalarse que esta idea sobre la conveniencia de un cambio flexible es el nuevo consenso de Washington que existe hoy en el mundo. Es lo que lleva a la idea, en esta concepción hondamente iluminista, de que la Argentina, al ser un país emergente, debía dejar de tener un cambio fijo y adoptar uno flexible, ya que en el mundo la abrumadora mayoría de los países emergentes tiene este tipo de cambio.

Lo que ocurre es que la Argentina no era, no es, simplemente, un país emergente que disponía de un tipo de cambio fijo. Es la Argentina, no una realidad inmediatamente universal, sino una realidad única e intransferible, producto de la historia y de una determinada ubicación en el mundo.

La realidad en la Argentina es que el total del circulante en pesos existente es del orden de los 8.800 millones. La estimación del FMI, a través de métodos indirectos, es que el total de billetes estadounidenses que circulan en la Argentina es del orden de 24.000 millones de dólares, casi tres veces más dólares estadounidenses que pesos moneda nacional de la Argentina. El único país del mundo emergente que tiene una cifra superior a la Argentina en lo que se refiere a la circulación del dólar, según el FMI, es Rusia. Lo que ocurre es que Rusia, el país más extenso del mundo, tiene una población de 150 millones de habitantes, mientras que la población argentina es de 37 millones de habitantes. Esto indica que, en relación a su población, la Argentina es el país más dolarizado del mundo emergente.

No hay nada inmediatamente universal. La dolarización "de facto" de la Argentina no es un fenómeno circunstancial, producto de los últimos diez años. No es un fenómeno reciente. Comienza a desplegarse en la década del 70, como reacción a la megainflación de aquellos años. Entre 1974 y 1989, la tasa anual promedio de inflación de la Argentina fue la más alta del mundo. A lo largo de quince años, superó el 100 % anual, con picos de hasta el 400 % anual. Y luego el país tuvo dos hiperinflaciones, en 1989 y en 1990, en las que la sociedad argentina huyó sistemáticamente de la moneda nacional. La Argentina fue después un país con una hiperinflación virtual, debido al rechazo sistemático de la moneda nacional, que es fácil estimar, porque se manifiesta, en la velocidad de circulación de dinero que hay en la Argentina.

Señaló Jorge Avila, en un notable artículo publicado hace pocas semanas en Ambito Financiero: "Aunque no haya emisión monetaria, la Argentina puede financiar un vertiginoso tipo de cambio y una gran inflación. La causa es el volátil comportamiento de la circulación del dinero".

Dice Avila, "de acuerdo a la teoría cuantitativa del dinero, el nivel de precios en una economía es igual a la oferta del dinero, multiplicada por la velocidad de circulación del mismo. Aún en el caso en que no haya emisión monetaria, si aumenta la circulación del peso se puede producir rápidamente un fenómeno hiperinflacionario. Así lo demostró la experiencia argentina entre 1985 y 1989. En enero de 1986, cada austral, la moneda argentina de entonces, rotaba a un promedio de 12,5 veces al año. En la primera semana de julio de 1989, cada austral rotaba 100 veces al año. En un inicio, la hiperinflación no fue obra de la emisión monetaria, sino del fuerte aumento de la velocidad de circulación del dinero y del rechazo sistemático de la sociedad argentina al mismo".

En definitiva, el inconveniente que presenta el nuevo consenso de Washington, vigente en los principales centros académicos y de investigación de Europa y los Estados Unidos, y que es también el consenso promedio de los organismos internacionales de crédito, es lo que advirtió en su momento Gilbert K. Chesterton cuando dijo: "El problema de las leyes generales es que sirven para todo menos para los casos concretos". Este es el problema del iluminismo, que cree que hay realidades inmediatamente universales.

La segunda dimensión de esta extraordinaria crisis de diagnóstico que experimenta la Argentina la ofrece el pensamiento económico actualmente predominante en el país. Es un pensamiento que se aproxima a la economía fundamentalmente en términos nacionales. Donde la cuestión fundamental que se plantea es la relación entre la actividad económica de una economía nacional y el Estado, sobre todo en lo que se refiere al aspecto impositivo, entendido como principal recurso de control y de regulación de ese Estado sobre esa economía nacional. Pero ocurre que en la economía globalizada, y altamente simbólica de hoy, que es un campo cibernético integrado de alcance global, de tipo simbólico, en lo esencial no hay Estado, ni impuestos como actores verdaderamente relevantes. Dicho de otra manera, la economía de hoy globalizada, cibernéticamente integrada, profunda , hondamente simbólica, es una economía que está más allá de la relación con el Estado. Y donde el principal instrumento de acción de éste en el plano económico, que en la economía nacional son los impuestos, no está presente. Es el caso del Euromercado desde finales de la década del 60 y luego, con extensión y por sucesivos saltos de orden tecnológico, del sistema financiero internacional y en realidad del núcleo mismo de la globalización en el mundo de hoy.

En esta economía, los instrumentos principales de acción son los que surgen de su propia naturaleza. Y esa naturaleza no solo es cibernéticamente integrada, altamente simbólica, sino absolutamente desrregulada. Ningún banco central ni grupo de bancos centrales controla el funcionamiento de los sistemas financieros internacionales. Por eso es que, en esta economía cibernéticamente integrada, de alcance global, los instrumentos principales de acción son dos: la confianza y el financiamiento.

Alan Greenspan le explicó al presidente Bill Clinton que la clave de la economía norteamericana en las condiciones de globalización y de incesante cambio tecnológico consistía en lograr la baja de las tasas de interés de largo plazo, aquélla que no regula la Reserva Federal, sino la que fija el mercado, que por definición es global.

Por eso, Greespan le recomendó a Bill Clinton, ante todo, obtener superávit fiscal, no tanto por los aspectos específicamente impositivos en relación a la economía nacional, sino como único instrumento, basado en la confianza, que permite disminuir el costo del financiamiento. Confianza y financiamiento. Existe otro problema adicional en esta crisis de diagnóstico que experimenta la Argentina, y que es un componente fundamental de la crisis, y que se manifiesta tanto afuera como adentro del país. Se relaciona con la existencia de una racionalidad autónoma de las decisiones económica. No hay tal cosa de la racionalidad económica sino se la ubica en el contexto de una determinada estructura de poder y en un cierto sistema político con sus específicas relaciones de fuerza.

¿Cuál es la importancia de esto? Es quizás, para dar una respuesta aproximativa, basado en la realidad de los hechos a la pregunta que los argentinos, se hacen permanentemente en todos los niveles, incluso en los entusiastas de las políticas implementadas a partir de enero de este año y con anterioridad a esa fecha, y es la pregunta que al principio parece casi metafísica, y que tiene un profundo significado político: ¿Por qué la Argentina devaluó?. El Ministro de Economía nos informa que el total disponible de las reservas del Banco Central supera los 14.000 millones de dólares y el circulante es de 8.800 millones de dólares. Estuvo muy claro por qué devaluó Brasil en enero de 1999. Había perdido 51.000 millones de dólares de reservas entre octubre del año anterior y enero de ese año. Le quedaban 36.000 millones de dólares de reservas en el Banco Central, en un país donde el producto bruto interno es tres veces el argentino, y había perdido 6.000 millones de dólares en los cuatro días hábiles próximos a la decisión de devaluar.

¿Por qué devaluó México? Obviamente, la razón estaba a la vista. En el Banco Central de México, después de haber perdido 33.000 millones de dólares de reservas en poco más de dos meses, se aproximaba el momento de perder todas las reservas, en un país de 100 millones de habitantes. Pero por qué devaluó la Argentina, cuando el total de reservas del Banco Central es superior a un 40 % del circulante en pesos. Por eso es que a la pregunta sobre "¿cuál es la racionalidad de una decisión económica?", hay que colocarla siempre en el contexto de una determinada estructura de poder y de un cierto sistema político con sus específicas relaciones de fuerza.

Segunda Parte
Jorge Castro , 12/03/2002

 

 

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