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La respuesta no está en el abecedario. |
No hay plan "B","C" o "Z". En esta emergencia, no estamos frente a un tema de debate ideológico, ni de teorías económicas, sino frente a una cuestión de supervivencia nacional.
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La única verdad es la realidad. Y la realidad, que es inmune a todas las ideologías, y mucho más a las imprecaciones adversas, señala que, nos guste o no nos guste, la Argentina no tiene hoy por delante dos alternativas, sino una sola: la reinserción internacional en el mundo de la economía globalizada. Tiene, sí, dos opciones: hacerlo o no hacerlo. En el primer caso, podrá salir de la crisis. En el segundo, la crisis se agravará. La respuesta no está en el abecedario. No hay plan "B", "C" o "Z" que permita eludir esa disyuntiva.
La reciente visita de la delegación del Fondo Monetario Internacional arroja un saldo político imposible de eludir: la superación de la actual crisis argentina requiere, ante todo y sobre todo, la definición y puesta en marcha de una estrategia coherente orientada hacia la inserción en el mundo. Sin ese requisito, resulta absolutamente impensable conseguir la asistencia financiera internacional necesaria para salir adelante.
Cabe recordar que, en términos políticos, la negociación con el FMI resulta, en las circunstancias excepcionales de la Argentina de hoy, la vía obligada para reanudar el ahora interrumpido diálogo económico con los países del Grupo de los Siete, encabezado por Estados Unidos. No sólo la Casa Blanca, sino todos y cada uno de los gobiernos del G-7 reclaman seguir ese camino.
La idea de que, en estas condiciones, un acuerdo con el FMI no es políticamente viable, y que el país tiene que imaginar una vía alternativa ante el posible fracaso de esa negociación, representa entonces una gravísima equivocación. En todo caso, la conclusión apropiada es exactamente la inversa: la situación de la Argentina demanda una recomposición del poder político acorde con la exigencia perentoria de restablecer en plenitud sus vínculos políticos y económicos con la comunidad internacional.
Esto no quiere decir que el país esté fatalmente condenado a suscribir sin observaciones de ninguna naturaleza, a modo de un contrato de adhesión, un pliego de medidas elaborado por los técnicos de los organismos financieros internacionales. Nadie nos prohíbe elaborar una propuesta propia, que atienda a las condiciones históricas y culturales específicas de la Argentina. Siempre, claro está, que su contenido sea capaz de suscitar la reconstrucción de la confianza interna y externa. Porque ése es el límite que separa a la creatividad política de la mera ilusión.
La experiencia indica que los organismos multilaterales de crédito suelen ser bastante irreductibles en materia de objetivos y de metas, pero mucho más flexibles en relación a la determinación de los instrumentos idóneos. Así ocurrió, por ejemplo, en 1991, cuando el FMI terminó cediendo en su reticencia inicial ante la firme voluntad política expresada por la Argentina en el sentido de avanzar hacia la implantación del régimen de convertibilidad.
Constituye un serio error de concepción suponer que se trata simplemente de aceptar o de rechazar los planteamientos formulados por los funcionarios del FMI. Menos todavía de intentar "promediarlos" con criterios totalmente opuestos. Una actitud semejante sólo puede llevar a una frustración de las negociaciones iniciadas o, como ya sucediera tantas veces en los últimos años, a un acuerdo de carácter precario y de cumplimiento imposible.
Antes que afrontar un fracaso en las tratativas con el FMI, que acarrearía consecuencias políticas impredecibles, es preferible, por no decir urgente, encarar una reformulación integral de la propuesta de la Argentina, que contemple una inyección de confianza a partir de la recuperación de la estabilidad monetaria mediante la adopción de una nueva convertibilidad, en camino hacia el rápido establecimiento de un acuerdo estratégico con los Estados Unidos, que permita avanzar en la alternativa de la dolarización.
En esta emergencia, no estamos ante un tema de debate ideológico, ni de teorías económicas, sino frente a una cuestión de supervivencia nacional. |
Jorge Castro , 18/03/2002 |
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