Homenaje a Luis Jalfen. Presentación del libro "Qué hacer con la Universidad" (Segunda Parte)

 

Texto completo de las exposiciones de Pascual Albanese, Silvio Maresca, Jorge Bolívar y Jorge Castro en la Mesa de Análisis de Segundo Centenario, el 10 de abril de 200l.
En realidad, todos nosotros pagamos cara nuestra osada rebelión frente al mundo académico, y nunca se nos perdonó del todo nuestro sacrilegio. Sin embargo, debo decir que, con el tiempo, el rechazo se hizo sentir mucho más por parte de quienes eran nuestros condiscípulos, esos que no hablaban, que anotaban todo, y que ahora en general son profesores en la UBA o colegios, que por quienes habían sido nuestros profesores, que en definitiva eran el blanco de nuestros ataques. Con el tiempo, cada uno por su camino, recompusimos medianamente nuestros vínculos académicos, sin renunciar por cierto al núcleo de verdad de los postulados de nuestra juventud. Me parece que no fue el caso de Luis, que es el que quedó más enfrentado a todo ese mundo. Y me parece que Luis fue aquel sobre el cual más se hizo sentir el castigo, hasta hoy, naturalmente. Creo que después de hoy también.

En relación a esto, quiero decir que, más allá de lo que uno comparta o no con el pensamiento de Luis, Luis es un filósofo, y estos personajes del mundo académico, salvo contadas excepciones, aunque creo que no hay excepciones, no son filósofos, y esto marca una diferencia esencial. Particularmente con Luis, trabajé hasta el año 1972. Yo tenía entonces veintisiete años. Durante algunos años, compartimos con Luis el estudio, los grupos, por cierto numerosos, que coordinábamos. Muchos compañeros, también nos tenían mucha bronca porque éramos muy jóvenes y ganábamos mucha plata, cosa que siempre estuvo bien, después de todo. Y esas cosas también hay que señalarlas, porque las mezquindades son terribles particularmente en nuestro país. Compartíamos el estudio, los grupos de estudio, esparcimientos, amistades, proyectos, las realizaciones. Pero hacia ese año nos separaban diferencias filosóficas y políticas bastante pronunciadas que, a pesar del basamento común, nunca más se zanjaron del todo.

Apoyándonos en ese momento en Hegel, yo quería avanzar filosóficamente hacia dimensiones más complejas de la idea y Luis se atrincheraba en Heidegger e interpretaba todo hacia una visión más compleja, con una suerte de olvido del ser. Esta era la discusión, y de ahí en más siempre hubo muchas diferencias porque mi pensamiento tendió siempre hacia una cuestión más constructiva con enormes errores, pero son como orientaciones, mientras que Luis mantuvo siempre un permanente cuestionamiento de todo, a todo intento de formulación sistemática.

Hasta en este último libro se ve cómo el elemento crítico ha ido ocupando en él un lugar de privilegio. Era un gran cuestionador de todas las certezas constituidas. Yo discutí con él y siempre discutí que éste era un paso, pero, además, hay que construir certezas.

Políticamente mis simpatías pasaban por el peronismo, y no eran las de Luis. Pero no porque pasaran por el radicalismo. Lo que pasa, él pensaba y era bastante cierto, lo que se estaba dando en aquellos años era catastrófico. Aunque finalmente lo terminó siendo. Teníamos, y también con el grupo, algunas diferencias, porque yo tendía a aprovechar una enseñanza más rigurosa sin abandonar la creatividad, que implicaba un conocimiento más circunstancial, y Luis estaba más en las cuestiones de las movilizaciones permanentes de los alumnos, aunque yo no los llamaría alumnos, a los que nos acompañaban en esta tarea.

A partir de allí, nuestros encuentros fueron más circunstanciales, esporádicos, pero jamás abandonamos la interlocución, cada mes, o cada tres o seis meses nos encontrábamos, leíamos nuestras cosas y discutíamos. El último episodio fue el año pasado cuando, conjuntamente con el grupo que dirijo de investigaciones para UNICEF, hicimos un simposio sobre Nietszche en la Universidad Kennedy e invitamos a Luis como uno de los expositores, cosa que fue retribuida por él con un chateo que hicimos poco tiempo después.

La riqueza de esta nueva forma de aprender y enseñar que son los grupos de estudio de filosofía creo que es enorme, aunque es muy difícil de conceptuar, pero es enorme.

Con el paso de los años incluso muchos lo comprendieron e incluso más de uno de aquellos que cuando nosotros empezamos eran adversos a ella, por suerte hoy tienen su grupo de estudio. Pero en muchos casos no hacen sino reiterar las viejas clases magistrales con un público más pequeño, nada más, admitiendo acaso más preguntas. Pero los grupos de estudio no tienen nada que ver con las preguntas sino con la lectura e interpretación grupal de los textos donde, si las cosas se hacen como es debido, se genera un pensamiento común que trasciende el legado de los integrantes incluido el coordinador. Sin embargo, la experiencia de los grupos de estudio de filosofía resiste la institucionalización. Me atrevería a decir que esto es consecuencia exclusiva del aparato educativo formal de Argentina. Pero me parece que hay infinidad de otras cuestiones que impiden la institucionalización de los grupos de estudio de filosofía, tal como los aprendimos Luis y yo, con las diferencias que ya marqué, o Santiago Kovadloff, que sigue trabajando activamente en ello, y me parece que estos motivos lo obligan a mantenerse en una propuesta alternativa, cosa que ni a Luis en los últimos años ni a mí nos satisface demasiado.

Digo todo esto porque, como afirmé al principio, en el libro de Luis esta forma de trabajar, esta forma de crear pensamiento, está como fondo de todo lo que dice. Creo que uno de los factores que impiden que esta experiencia resista la institucionalización es el carácter artesanal que tiene esto, donde la maestría del conductor no es fácilmente transmisible. Es poca la gente que tiene el carisma para llevar adelante un trabajo de este tipo, que en general lleva muchísimos años. Otra cosa que lleva a que esto resista la institucionalización es la profunda conexión de esta forma de estudio con el placer que parece perderse inexorablemente cuando hay de por medio narraciones, títulos, planes de estudio rígidos y no tan rígidos, que a veces cuando no son tan rígidos todavía es peor y tantas otras yerbas. Creo que se pierde el placer, no hay posibilidad de pensar si esto no va acompañado de un intenso placer. Otra cosa que atenta contra la institucionalización de este tipo de aprendizaje es la desconfianza de los estudiantes corrientes de filosofía hacia esta práctica. Que persiste aún cuando se integran, aunque hay casos excepcionales. También hablamos del aprendizaje que, como todo aprendizaje auténtico, no conoce plazos prefijados. También hay muchos motivos más pero les dejo esos.

Decía al principio que el ultimo libro de Luis está suspendido por esta experiencia, y lo repetí hace un ratito, frente al relativo fracaso en términos de reconocimiento oficial de nuestra metodología de trabajo. Jalfen, así veo en este libro, vio en el auge de la tecnología una nueva oportunidad. En realidad, en el libro de Luis me parece configurar algo así como una poética de la tecnología. Para Luis, la era tecnológica no tiene, por cierto, un sentido puramente instrumental, sino que implica un nuevo modo de darse las cosas. El pensamiento de Luis gira mucho en torno a esto de darse las cosas, del cómo de darse las cosas. Para él la era tecnológica implica una verdadera mutación ontológica.

El advenimiento de la era tecnológica marca para Jalfen el fin de la modernidad y con él la automática obsolescencia de todas nuestras discusiones educativas, constituidas sobre las bases del cientificismo iluminista y positivista. En esto va a insistir mucho Luis, en este fundamento filosófico que comportan nuestras instituciones educativas, y con plena razón. Como el fundamento de las instituciones educativas es el iluminismo y es el positivismo cientificista, y como dice él muy bien en el libro los emparches progresivos que se han hecho en las supuestas reformas educativas no han removido este supuesto, que implica (como van a ver en el libro, porque hay un análisis detenido de todo esto) muchísimas cosas: la elección de carreras, la elección de materias y todo aquello que, según Jalfen, no preparan en forma alguna para el mundo que nos toca vivir y eso es grave.

Metafísicamente hablando, la era tecnológica implica para Jalfen el fin del primado de la sustancia, sustituida por las redes, los flujos, la espontaneidad y evanescencia del acontecimiento, la circulación de cada una de estas cuestiones.

Acá no puedo extenderme sobre cada uno de ellas. Las menciono simplemente, y él opone, y éste también es un punto importante de su libro, la circulación a la acumulación. Según Luis, la acumulación la prioriza un capitalismo a su criterio ya superado, que determinó también la educación tendiente a la copia de información capitalizada. Pluralismo de sentidos y consiguiente apertura al mundo, occidentalización del saber, del poder y de las decisiones, estímulo a la creatividad y promoción de las diferencias son para Jalfen algunas de las consecuencias más importantes de la revolución tecnológica, que a sus ojos representa una mutación ontológica superadora de la metafísica tradicional de Occidente aún plenamente dominante en la Modernidad.

Pero por sobre todas las cosas, la era tecnológica brinda, según Luis, una inédita posibilidad a la libertad. Uno de los núcleos permanentes de la filosofía de Luis era la libertad. La idea de libertad es central en el pensamiento de Luis, siempre y cuando se entienda que la libertad no es para él una propiedad meramente humana, sino una dimensión que habita en lo más infinito del ser de las cosas.

Desde este punto de vista, o todos los puntos de vista, Luis se imagina, aunque se centre en la Universidad, la totalidad de las instituciones educativas, cuya genealogía trata prolijamente y con mucho acierto. A su vez, apuesta muy fuertemente a la juventud, cosa que me apresuro a decir que yo no comparto en absoluto. Pienso horrores de la juventud nuestra particularmente. Luis ve nacer nuevamente en nuestra juventud una racionalidad, en los términos que usa él. Habla de la figura del surfista, capaz de navegar en la incertidumbre sin finalidades apriorísticas, porque es propio de la palabra según Luis, y estamos de acuerdo, sin las metas, los fines en todo lo que se realiza. Y ve en la juventud actual una nueva capacidad de adaptarse al cambio que es uno de los signos de la época y, además, sin nostalgia por los cambios.

Contrapone esta figura, la del surfista, a la del cochero moderno, aquél que cree manejar a los acontecimientos. Luis siempre insistía mucho, así como Foucault y otros pensadores, en que el hombre es un experimento moderno y que ese experimento había finalizado.

Para terminar, muy rápidamente, quiero marcar algunas diferencias que fueron en realidad las mismas que en el chateo que tuvimos. Algunas diferencias que tengo que plantear con Luis, pero me parece que estos pensamientos, más allá de la muerte de Luis, están y se seguirán discutiendo. A mí me parece que la era tecnológica, ponemos esta denominación para nuestra época, no representa una nueva época, sino que representa la disolución de la vieja, que es distinto. O sea que diría que estamos viviendo la disolución de la metafísica, la disolución de la vieja religión, la disolución de la vieja moral y, yo agrego también, la religión y la moral porque me parece que son igual o más importantes que la metafísica. Me parece que esta disolución es anterior al viejo modelo, entonces la disolución de la sustancia que representa la era tecnológica no es más que la eclosión de la negatividad constitutiva. Esto es una discusión filosófica, necesitaría tenerlo a Luis, pero era lo que discutíamos en ese último diálogo. Dicho de otra manera, pluralidad de sentidos, juego de las diferencias, módica creatividad, tal como imperan hoy en Occidente, son a mi juicio inocuos lujos que se permiten una totalidad asegurada de antemano, por un poder tan concentrado como nihilista, y en este sentido sí, como dice Luis, errante. Digo que sí con Luis a la diferencia, sí a la pluralidad, la creatividad, la libertad que deviene de la mera disolución de la metafísica, de la religión, de la moral tradicional. Y que me parece que, como decía recién, son aún un capítulo de esa disolución. Para decirlo gráficamente, no veo nada en común entre el surfista y el superhombre. Una cosa es adaptarse al cambio y otra cosa es afirmarse a sí mismo incondicionalmente, como individuo y como pueblo. Acá hay dos posturas evidentemente distintas. Y la mía puede sonar, y en algunos aspectos lo es, fundamentalista. Por ahora creo que la relación de esta afirmación, de la autoafirmación incondicional con la tecnología permanece problemática, pero creo que Zaratrusta, sin ser enemigo de la tecnología, no se sentiría cómodo y rechazaría como discípulos a los muchachos punto com. Muchas gracias.


Tercera Parte
Agenda Estratégica , 10/04/2001

 

 

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