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Estados Unidos y la crisis argentina. |
Ninguna crisis política o económica de magnitud tal que demande la acción de la comunidad internacional puede resolverse sin la participación de los Estados Unidos y esto es lo que hoy sucede con la crisis argentina. |
Texto de la exposición de Jorge Castro en el Foro Segundo Centenario, el 2 de abril de 2002.
Hoy más que nunca parece tener vigencia una definición acuñada por Alexis de Tocqueville en su libro "La democracia en América", en 1840: "No es que los Estados Unidos sean el futuro del mundo. Lo que ocurre es que Estados Unidos es el lugar donde el futuro del mundo llega primero". Estados Unidos es hoy el país-eje del actual sistema de poder internacional, en el punto y momento en que la evolución de los acontecimientos revela, por primera vez en la historia del hombre, el surgimiento de una verdadera sociedad mundial.
El secreto de esa condición de liderazgo es que Estados Unidos ha sido y es el motor principal de la revolución tecnológica de nuestro tiempo, que es la base estructural de la globalización de la economía mundial, particularmente en el terreno decisivo de las telecomunicaciones y la informática. Si la primera revolución industrial tuvo en su origen, allá por el siglo XVIII, un sello británico, para después propagarse al resto del mundo, la sociedad de la información, que aparece hoy a escala planetaria, tiene una clara y nítida impronta estadounidense.
En términos económicos, Estados Unidos representa un 23 % del producto bruto mundial. Casi una cuarta parte de lo que se produce en todo el mundo se produce en los Estados Unidos. El producto bruto interno norteamericano es mayor que la suma del producto bruto interno de Japón, Alemania, Francia y Gran Bretaña, que son los cuatro países que le siguen en poderío económico.
La explicación básica de esa diferencia creciente entre Estados Unidos y sus competidores reside en la capacidad exhibida por la economía norteamericana para absorber y desplegar rápidamente, a través de la totalidad de su aparato productivo, los constantes adelantos de las nuevas tecnologías de la información. En el año 2000, el cincuenta por ciento de la inversión total en los Estados Unidos estuvo concentrada en las nuevas tecnologías.
Esa supremacía tecnológica repercute fuertemente en el sostenido incremento de los índices de productividad. A lo largo de la década del 90, pero muy especialmente a partir de 1997, en coincidencia con la difusión masiva del fenómeno de Internet, la economía norteamericana alcanza índices cada vez más elevados de incremento de productividad.
El resultado de todo esto es que la reciente, y ahora superada, desaceleración sufrida por la economía estadounidense fue la más leve y corta de las cuatro desaceleraciones que experimentó desde la segunda guerra mundial. Con un dato todavía más novedoso: a diferencia de esos cuatro anteriores procesos de desaceleración económica, ésta es la primera vez que una desaceleración de ese tipo no estuvo acompañada por una reducción en los índices de aumento de la productividad. Muy por el contrario, los índices de productividad de la economía norteamericana aumentaron aún durante este breve período de desaceleración.
En un reciente y excelente libro, "La Galaxia Internet", Manuel Castells explica con precisión la naturaleza de este fenómeno propio de la nueva economía de la información. La conclusión más importante de este análisis es que en Estados Unidos la denominada "nueva economía" ya no es un sector de la economía que va sustituyendo progresivamente a la economía tradicional. Ese proceso de sustitución ya fue virtualmente completado en los últimos años. Lo que mundialmente todavía puede considerarse entonces como la "nueva economía", en Estados Unidos es simplemente "la" economía.
Pero ese liderazgo tecnológico no solamente representó una verdadera revolución de productividad en materia económica. Implicó también un salto cualitativo en el terreno de la superioridad militar norteamericana, que alcanza hoy niveles asombrosos. El presupuesto de defensa de los Estados Unidos supera largamente a la suma de todos los presupuestos de defensa de los demás países de la OTAN. Pero a ese dato cuantitativo hay que agregarle un dato cualitativo: en términos tecnológicos, la diferencia es aún mucho más abrumadora. Puede afirmarse que nunca antes en la historia universal existió un ejemplo de supremacía militar mundial tan contundente como la que ostenta hoy Estados Unidos.
Castells explica cómo la campaña militar norteamericana en Afganistán revela la aparición de un nuevo pensamiento estratégico en Estados Unidos, que define como "teoría del enjambre", que implica la aplicación en el campo de batalla de todas las innovaciones tecnológicas propias de la sociedad del conocimiento. En la nueva terminología del Pentágono, es "la guerra basada en redes".
En otro libro muy importante, de muy reciente edición en español, "Imperio", Antonio Negri, el ideólogo de las antiguas "Brigadas Rojas" italianas de la década del 70, y Michael Hardt, un académico estadounidense, describen el pasaje histórico de la etapa del "imperialismo" a una nueva era mundial, que caracterizan como el surgimiento del "Imperio".
Negri y Hardt explican que la naturaleza de este "Imperio" guarda mayores semejanzas con la era del Imperio Romano, que abarcaba la totalidad del mundo conocido, que a la etapa de los diversos imperialismos cuyos enfrentamientos jalonaron la historia universal desde mediados del siglo XIX hasta fines del siglo XX.
Uno de los aspectos más originales del enfoque de Negri y Hardt es que, a diferencia del Imperio Romano, nos encontramos ante un "imperio sin centro", cuya estructura de poder está configurada por una compleja y cambiante red mundial de estructuras nacionales y supranacionales, tanto políticas como económicas y sociales.
En esta visión, el lugar de privilegio que ocupan los Estados Unidos en esta nueva configuración del poder mundial obedece no sólo a su innegable poderío económico, tecnológico y militar, sino a la peculiar naturaleza de sus instituciones políticas. El carácter fuertemente descentralizado y altamente flexible de las instituciones políticas norteamericanas, que desde su nacimiento no pretendieron tener sólo un carácter nacional sino mundial, es el factor que coloca a los Estados Unidos en las mejores condiciones para desenvolverse en esta era histórica de la globalización.
Eso no significa de ninguna manera que Estados Unidos sea un país todopoderoso. Para actuar en el plano internacional, siempre necesita generar consenso y conseguir aliados. Pero esto sí quiere decir que ninguna crisis política o económica de magnitud, que demande la acción de la comunidad internacional puede resolverse sin la participación de los Estados Unidos.
Así sucede hoy con la crisis argentina. Ningún otro actor de la política internacional, ni los demás países del Grupo de los Siete, ni la Unión Europea, ni Brasil, por lo importantes que sean, y sin duda lo son, están en condiciones de suplir la voluntad política de los Estados Unidos. Y esta comprobación elemental, que es de carácter empírico, no ideológico, a la que parece ir acercándose el actual sistema político argentino, constituye el momento y el lugar donde mueren las palabras.
Por eso resulta tan importante para la Argentina comprender en profundidad qué pasa actualmente con Estados Unidos.
La guerra contra el terrorismo transnacional
Ante todo, un hecho de fácil comprobación. A partir de los sucesos del 11 de septiembre pasado, el poderío económico, tecnológico, político y militar norteamericano, que carece en la actualidad de toda contrapartida en el mundo entero, está hoy firmemente orientado hacia el establecimiento de un nuevo sistema de seguridad global.
La segunda prioridad de los Estados Unidos es la reestructuración del sistema financiero internacional, en especial en relación a la cuestión de la deuda de los países emergentes y el rol de los organismos multilaterales de crédito, en particular el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo.
Puede decirse que esas dos prioridades, la búsqueda de un sistema de seguridad global y la reforma de la arquitectura del sistema financiero internacional, constituyen los dos aspectos fundamentales de la construcción de las nuevas instituciones políticas y económicas de la sociedad mundial.
Después del éxito alcanzado en Afganistán, con el derrocamiento del régimen de los talibanes, la Casa Blanca estableció tres nuevas prioridades en su agenda enderezada a erradicar los santuarios del terrorismo transnacional. Esas tres prioridades son Irak, Irán y Corea del Norte.
En cada uno de estos tres casos, existen objetivos específicos perfectamente delimitados. En Irak, se trata de avanzar en el camino iniciado en 1990 con la Guerra del Golfo y continuarlo hasta conseguir la remoción del régimen de Sadam Hussein.
En Irán, el propósito estadounidense es presionar fuertemente al actual gobierno de Jatamani, a fin de profundizar el proceso de reformas internas y liquidar el todavía considerable poder político del clero chiíta y en particular a su influencia dentro de los servicios de inteligencia iraníes.
En Corea del Norte, Washington procura obligar al régimen comunista nada menos que a aceptar su propia desaparición, a través de la rápida concreción de su reunificación política con Corea del Sur.
La determinación exhibida por Bush despertó quejas y recelos en Europa Occidental, especialmente en Alemania y Francia. Las objeciones se centraron en el hecho de que esta vez Estados Unidos había revelado en los hechos que no estaba dispuesto a someter dichas iniciativas al previo consentimiento de sus aliados de la OTAN.
Esto no significa que Estados Unidos carezca de importantes apoyaturas europeas en su cruzada antiterrorista. La Gran Bretaña laborista de Tony Blair ya demostró ser una aliada estratégica tan sólida como la vieja Inglaterra de Margaret Thatcher.
Pero ese alineamiento automático de Londres ya no es un rasgo de excentricidad británica. En Europa continental, España, con José María Aznar, actual presidente "pro-tempore" de la Unión Europea, e Italia con Silvio Berlusconi, quien a mediados de año sucederá en ese sitio a Aznar, han proclamado a los cuatro vientos su voluntad política de aunar esfuerzos con Estados Unidos.
Sin embargo, esas críticas europeas al unilateralismo norteamericano tienen su razón de ser. Efectivamente, la estrategia estadounidense para la eliminación de las redes del terrorismo transnacional no presta demasiada atención a su articulación política y militar con los países de la alianza atlántica.
En este terreno, afloran nuevas alianzas. Estados Unidos privilegia su entendimiento con Rusia. El interlocutor predilecto de la Casa Blanca en materia de seguridad global es Putin, el artífice del renacimiento económico ruso. Por una curiosa ironía de la historia, Putin tiende hoy una mano a Washington para la consecución de su propio objetivo estratégico: la reinserción de la Rusia post-comunista como un actor legitimado de la política mundial. Históricamente, fue lo que hizo Alemania luego de la segunda guerra mundial.
Los norteamericanos consideran que, en su guerra contra el terrorismo transnacional, es difícil encontrar un aliado más confiable y experimentado que Rusia. Más aún si los blancos de la ofensiva en ciernes son Irak, Irán y Corea del Norte, que son tres antiguos "estados clientes" de la Unión Soviética.
En América Latina, el centro de gravedad de la estrategia norteamericana en esa lucha contra el terrorismo transnacional está puesto en Colombia. En ese sentido, la decisión del gobierno de Andrés Pastrana de iniciar una vasta ofensiva militar contra la guerrilla constituye un hecho político de enormes dimensiones, que habrá de afectar inexorablemente el escenario regional sudamericano y obligará a una redefinición estratégica de los países del MerCoSur.
Pastrana actuó en función de dos poderosas señales políticas, una externa y otra interna. La señal interna surgió de las encuestas que ubican a Álvaro Uribe en el tope de las preferencias populares para las elecciones presidenciales que se avecinan. Uribe, un candidato independiente que lideraba una corriente disidente del Partido Liberal, encarna políticamente la opción del combate frontal contra la guerrilla. Su meteórico ascenso, en detrimento de los candidatos oficiales de los dos partidos tradicionales, liberales y conservadores, refleja un notorio vuelco de la opinión pública colombiana en favor de la adopción de alternativas drásticas para el restablecimiento del orden público y de la autoridad del Estado en un país convulsionado durante décadas y en serio peligro de desintegración.
La señal externa provino por supuesto de Washington. Consistió en la decisión de ampliar la ayuda militar prevista en el "Plan Colombia", puesto en marcha por el gobierno demócrata de Bill Clinton, y originariamente circunscripto a la colaboración en la lucha contra el narcotráfico, para incluir el respaldo a las Fuerzas Armadas colombianas en su enfrentamiento contra la guerrilla más antigua y mejor equipada de toda la historia de América Latina.
Segunda Parte
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Jorge Castro , 02/04/2002 |
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