Arrepentimientos y confesiones.

 

Los reconocimientos de Gorbachov, Kennedy y Duhalde apuntan en la misma dirección: Estados Unidos es el país-eje de un nuevo sistema mundial, en el que la Argentina - hoy sin rumbo - está obligada a buscar ya mismo su reinserción.
La historia universal es pródiga en arrepentimientos pero escasa en confesiones. La excepción más importante a esa regla fue sin duda la disolución de la Unión Soviética en diciembre de 1991. La dirigencia comunista dio entonces oficialmente por perdida la competencia por la supremacía mundial que libraba desde hacía cuarenta cinco años con los Estados Unidos. Y lo hizo hasta el punto de declarar oficialmente su autodisolución. Fue el primer ejemplo histórico de una superpotencia que se retiraba del escenario internacional con su poderío militar intacto, sin que hubiera mediado ya no una guerra sino un simple intercambio de disparos con su principal contrincante.

Once años después, el presidente norteamericano George W. Bush acaba de suscribir en Moscú un acuerdo extraordinariamente trascendente con su colega ruso Vladimir Putin. La consecuencia estratégica de este tratado bilateral de desarme nuclear es la plena reinserción de Rusia en la estructura de poder mundial surgida del fin de la guerra fría. En ese sentido, Rusia sigue el camino que recorrió Alemania con Konrad Adenauer después de la segunda guerra mundial, a través de su integración a la OTAN. Putin demuestra que el tardío pero correcto diagnóstico de la dirigencia soviética de 1991 abrió la senda para la elaboración de una estrategia acertada que posibilitó la reaparición de Rusia como un auténtico actor político global.

Rusia, que ya era parte del Grupo de los 8, al lado de los siete países económicamente más importantes del planeta, emerge ahora como un aliado de los Estados Unidos en lo que constituye la prioridad absoluta de la política exterior de la administración republicana de Washington: la construcción de un nuevo sistema de seguridad global. Una prioridad que en el Cono Sur de América tiene su epicentro en Colombia, en cuyas elecciones presidenciales acaba de obtener una victoria abrumadora Álvaro Uribe, un candidato independiente que basó su campaña en la adopción de una "línea dura" en el enfrentamiento contra la guerrilla más antigua y mejor pertrechada de la historia latinoamericana.

Este cambio en el posicionamiento internacional de Rusia resulta todavía más significativo si se tiene en cuenta que la moratoria unilateral de la deuda externa rusa de agosto de 1998 fue uno de los hitos culminantes de la prolongada crisis financiera internacional iniciada en el sudeste asiático en junio de 1997, que impactó seriamente en la Argentina con especial fuerza luego de la devaluación de la moneda brasileña, ocurrida en enero de 1999.

Estados Unidos convierte en socio a quien fuera su máximo contendiente internacional durante varias décadas. Con esa determinación, tomada unilateralmente, ratifica la condición de país-eje del sistema de poder mundial que adquirió en la década del 90.

La explicación de ese rol norteamericano acaba de inducir otro de esos extraños arrepentimientos seguidos de confesiones. En un notable rasgo de honestidad intelectual, el historiador británico Paul Kennedy, autor de un famoso libro "Auge y Caída de las Grandes Potencias", cuya tesis central era el pronóstico acerca de la inexorable decadencia del poderío estadounidense, termina de refutar públicamente su propia teoría.

En un artículo publicado en la revista "NPQ", Kennedy revisa el actual balance de poder internacional. Recuerda que Estados Unidos tiene casi el cuarenta por ciento del presupuesto mundial en materia de defensa. Afirma que "nada ha existido como esta disparidad de poder: nada". Agrega: "He vuelto a todas las comparaciones de gastos de defensa y estadísticas de personal militar que cubren los pasados cinco siglos y que había compilado para mi libro y ninguna otra nación se acerca a Estados Unidos".

El historiador inglés subraya: "La 'pax britannica' fue barata. El imperio de Carlomagno era solo europeo occidental en su alcance. El Imperio Romano era más vasto, pero había otro imperio en Persia y uno aún más grande en China. No hay así comparación posible".

Kennedy explica que esa abrumadora supremacía militar no es la causa, sino más bien una consecuencia, del liderazgo norteamericano, cuya auténtica raíz es de carácter económico, tecnológico y cultural: "Un 45 % de todo el tráfico de Internet se produce en este único país. Un 75% de los más recientemente laureados con el Premio Nobel en las ciencias, la economía y la medicina investigan y residen en los Estados Unidos. Un grupo de doce o quince universidades de investigación se han colocado - a través de vasto financiamiento - en una nueva superliga de universidades mundiales dejando a todas las otras - la Sorbona, Tokio, Munich, Oxford, Cambridge - mordiendo el polvo, especialmente en las ciencias experimentales".

En este poco frecuente ejercicio de autocrítica intelectual, Kennedy se aproxima al análisis encarado desde la izquierda por Tony Negri, el legendario ideólogo de las "Brigadas Rojas" italianas, y el académico norteamericano Michael Hardt, quienes en su libro "Imperio" examinan las diferencias sustanciales que existen entre el rol internacional que desempeña actualmente Estados Unidos y los antiguos conceptos sobre el "imperialismo".

Negri y Hardt sostienen que no estamos frente a la aparición de una superpotencia, sino ante la irrupción de un nuevo sistema político y económico de carácter mundial. Se trata de un enfoque algo similar a la visión expresada hace treinta años en la Argentina por Perón cuando pronosticaba el advenimiento de la era histórica del universalismo.

La existencia de este "sistema mundial" fue la constatación que sacudió al presidente Duhalde en su reciente viaje a Europa, cuando los gobiernos de España e Italia, los dos países del viejo continente más vinculados cultural y estructuralmente a la Argentina, le reiteraron la exigencia formulada por el Departamento del Tesoro norteamericano de un rápido acuerdo con el Fondo Monetario Internacional.

En otro arrepentimiento acompañado de confesión, semejante a escala local al protagonizado por Mijail Gorbachov en 1991 y más recientemente por Paul Kennedy, el primer mandatario argentino pudo verificar que, según sus palabras, "el mundo está más globalizado de lo que pensaba".

La conclusión de este razonamiento, que cae por su propio peso, es que la Argentina, cuya crisis reside básicamente en una pérdida de rumbo, está obligada a buscar ya mismo su reinserción en ese sistema mundial, como lo hizo la Rusia de Putin, a partir de la recreación del acuerdo estratégico con los Estados Unidos, forjado en los hechos a través de la participación en la guerra del Golfo en 1990, alianza que constituyó la base de sustentación internacional de las reformas estructurales realizadas durante aquellos años.
Jorge Castro , 27/05/2002

 

 

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