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Argentina 2002 en el contexto mundial. (Segunda Parte) |
Texto completo de la conferencia de Jorge Castro en la Legislatura de Córdoba, el 31 de mato de 2002. |
La guerra contra el terrorismo transnacional
Eso no significa de ninguna manera que el poder de Estados Unidos no tenga límites. Para actuar en el plano internacional Estados Unidos necesita siempre generar consenso y conseguir aliados. Pero esto sí quiere decir que ninguna crisis política o económica de magnitud que demande la acción de la comunidad internacional puede resolverse sin la intervención de los Estados Unidos.
Así sucede hoy con la crisis argentina. Ningún otro actor de la política internacional, ni los demás países del Grupo de los Siete, ni la Unión Europea, ni Brasil, por lo importantes que sean, y sin duda lo son, están en condiciones de suplir la voluntad política de los Estados Unidos. Y esta comprobación elemental, que es de carácter empírico, no ideológico, a la que parece ir acercándose el actual sistema político argentino, constituye el momento y el lugar donde mueren las palabras.
Por eso resulta tan importante para la Argentina comprender en profundidad qué pasa actualmente con Estados Unidos.
Ante todo, un hecho de fácil comprobación. A partir de los sucesos del 11 de septiembre pasado, el poderío económico, tecnológico, político y militar norteamericano, que carece en la actualidad de toda contrapartida en el mundo entero, está hoy firmemente orientado hacia el establecimiento de un nuevo sistema de seguridad global.
La segunda prioridad de los Estados Unidos es la reestructuración del sistema financiero internacional, en especial en relación a la cuestión de la deuda de los países emergentes y el rol de los organismos multilaterales de crédito, en particular el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo.
Puede decirse que esas dos prioridades, la búsqueda de un sistema de seguridad global y la reforma de la arquitectura del sistema financiero internacional, constituyen los dos aspectos fundamentales de la construcción de las nuevas instituciones políticas y económicas de la sociedad mundial que encara hoy el gobierno de Washington.
Después del éxito alcanzado en Afganistán, con el derrocamiento del régimen de los talibanes, la Casa Blanca estableció nuevas prioridades en su agenda enderezada a erradicar los santuarios del terrorismo transnacional.
La determinación exhibida por Bush despertó quejas y recelos en Europa Occidental, especialmente en Alemania y Francia. Las objeciones se centraron en el hecho de que esta vez Estados Unidos había revelado en los hechos que no estaba dispuesto a someter dichas iniciativas al previo consentimiento de sus aliados de la OTAN.
Esto no significa que Estados Unidos carezca de importantes apoyaturas europeas en su cruzada antiterrorista. La nueva Gran Bretaña laborista de Tony Blair ya demostró ser una aliada estratégica tan sólida como la vieja Inglaterra de Margaret Thatcher.
Pero ese "alineamiento automático" de Londres ya no es un rasgo de excentricidad británica. En Europa continental, España, con José María Aznar, actual presidente "pro-tempore" de la Unión Europea, e Italia con Silvio Berlusconi, quien a mediados de año sucederá en ese sitio a Aznar, han proclamado a los cuatro vientos su voluntad política de aunar esfuerzos con Estados Unidos.
Sin embargo, esas críticas europeas al unilateralismo norteamericano tienen su razón de ser. Efectivamente, la estrategia estadounidense para la eliminación de las redes del terrorismo transnacional no presta demasiada atención a su articulación política y militar con los países de la alianza atlántica.
En este terreno, afloran nuevas alianzas. Estados Unidos privilegia su entendimiento con Rusia. El interlocutor predilecto de la Casa Blanca en materia de seguridad global es Putin, el artífice del renacimiento económico ruso. Por una curiosa ironía de la historia, Putin tiende hoy una mano a Washington para la consecución de su propio objetivo estratégico: la reinserción de la Rusia post-comunista como un actor legitimado de la política mundial.
Los norteamericanos consideran que, en su guerra contra el terrorismo transnacional, es difícil encontrar un aliado más confiable y experimentado que Rusia. Más aún si los blancos de la ofensiva en ciernes son Irak, Irán y Corea del Norte, que son tres antiguos "estados clientes" de la Unión Soviética.
En esta cruzada mundial contra el terrorismo transnacional, que en América Latina tiene su epicentro en Colombia, está en juego una dimensión absolutamente fundamental de la construcción del sistema de instituciones de la nueva sociedad mundial.
La inserción de la Argentina en el mundo
En "La Hora de los Pueblos", Perón nos decía que "la política puramente nacional es ya una cosa casi de provincias. Hoy, todo es política internacional, que se juega adentro y afuera de los países". Esa definición tiene hoy más vigencia que nunca. La Argentina tiene que construir poder dentro de la nueva sociedad mundial. Porque no hay ninguna causa, por justa que sea, que tenga relevancia en términos políticos sin una estructura de poder capaz de sustentarla. Y como es imposible construir poder al margen de las tendencias fundamentales de una época histórica determinada, esta estructura de poder debe generarse a través de la activa participación en el proceso de globalización económica, revolución tecnológica e integración política que caracteriza al mundo de hoy. Ese es el único camino históricamente viable para realizar lo que el Papa Juan Pablo II define como la "globalización de la solidaridad".
En las condiciones que plantea el ingreso en esta nueva era histórica del universalismo, el protagonismo internacional es condición para la existencia misma de la Nación. Este protagonismo necesario no puede ser un protagonismo aislado y solitario. Es, y no puede ser de otra manera, un protagonismo asociativo y solidario.
El aislamiento internacional torna inviable cualquier posibilidad de superar la crisis. La Argentina está forzada ineludiblemente a recuperar relevancia a nivel mundial. Para ello, es necesario encarar una tarea sistemática de construcción de poder, tanto en el plano interno como en el terreno internacional.
En esta nueva época económica y tecnológica, el poder tiene un carácter eminentemente asociativo. Se construye a través de redes. La reinserción del país en la sociedad mundial requiere entonces forjar un amplísimo tejido de alianzas que impulse el protagonismo de la Argentina en el escenario internacional.
En todos los casos, se trata de reivindicar, siempre y bajo cualquier circunstancia, un nacionalismo acendrado y cabal, que subraye que "la Argentina es el hogar", afirme en todos los planos la identidad nacional, cultural y religiosa del pueblo argentino y sepa combinar el sentido patriótico y la férrea defensa del interés nacional con una cultura de la asociación, como lo demanda la época.
Una cosa es la globalización, concebida como el hecho estructural de la época, derivado de la revolución tecnológica de nuestro tiempo, y otra muy distinta es la ideología de la globalización, que es el neoliberalismo, orientada hacia la justificación de las desigualdades sociales y del predominio de los más poderosos.
Esta visión, a la vez nacional y universalista, exige impulsar la reformulación del MERCOSUR en la senda hacia la configuración del ALCA, fortalecer la asociación con Chile y avanzar ya mismo en un acuerdo político integral que signifique la recreación de la alianza estratégica entre la Argentina y los Estados Unidos forjada en la década del 90.
La negociación de un acuerdo estratégico con Estados Unidos tiene un contenido político, económico, comercial, monetario y de seguridad. En el aspecto estrictamente comercial, la apertura del mercado norteamericano supone la oportunidad para el ingreso de nuestras exportaciones a un espacio económico que, en términos de capacidad de importación, es diecisiete veces más grande que el MERCOSUR. Abre también nuevas posibilidades de inversión nacional e internacional en la Argentina.
Esta alternativa orientada hacia la integración continental no supone de ninguna manera una opción de tipo ideológico. Chile, con un presidente socialista, fue el primer país sudamericano en avanzar hacia un acuerdo bilateral de libre comercio con Estados Unidos, seguido ahora por Uruguay. No implica tampoco en absoluto un debilitamiento del MERCOSUR. No excluye de ninguna manera el afianzamiento de los vínculos con Europa, en especial con España e Italia, que son los dos países del viejo continente histórica, cultural y estructuralmente más vinculados con la Argentina. Chile y México, que está plenamente integrado a la economía norteamericana a través del NAFTA, han firmado sendos acuerdos de libre comercio con la Unión Europea.
Un acuerdo estratégico con los Estados Unidos, convertido en país-eje del actual sistema de poder internacional, que incluya a la dolarización como garantía de estabilidad monetaria, genera las condiciones políticas y económicas adecuadas para el fortalecimiento de la posición del país frente a los grandes actores económicos transnacionales y en la comunidad financiera internacional.
El MERCOSUR, inspirado en la estrategia del ABC impulsada por Perón a principios de la década del 50, constituyó el logro más importante de la política exterior argentina en el siglo XX. Fue la respuesta apropiada en el plano regional a los desafíos de la globalización. No fue concebido como una muralla proteccionista contra los embates externos, sino como una vía nacional propia para afrontar esos desafíos, mediante la creación de una plataforma de lanzamiento conjunta para la mejor inserción de las economías de nuestros países en el sistema productivo mundial.
El bloque regional ya cumplió exitosamente una primera etapa de consolidación, fundada básicamente en la integración comercial. Hoy atraviesa una fase de estancamiento. Para superarla, se requiere una redefinición integral de sus objetivos estratégicos. Está obligado a avanzar ahora hacia convertirse en el punto de partida de una vasta alianza política regional, que desde la perspectiva de la Argentina tiene una perspectiva bioceánica, ya que incluye necesariamente a Chile, que por su posición geográfica representa para nuestros países la vía de acceso obligada a los gigantescos mercados de consumo del Asia Pacífico, que son los de mayor crecimiento de la economía mundial.
En ese tránsito, la Argentina y Brasil tienen la posibilidad de encarar un plan de infraestructura común en materia de energía, transportes y comunicaciones. Ambos países, junto a Uruguay y Paraguay, están también en condiciones de proyectar internacionalmente a la región como el mayor exportador mundial de alimentos. La perspectiva estratégica de un MERCOSUR agroalimentario, capaz de competir con cualquier otra gran potencia agroalimentaria, incluso con los Estados Unidos, puede transformarse en un horizonte compartido que exige un esfuerzo conjunto de asociación para penetrar con mayor fuerza en el mercado mundial.
En términos políticos, es indispensable forjar dentro del bloque regional, concebido como un nuevo polo de poder sudamericano, una concepción estratégica común para iniciar una negociación conjunta con los Estados Unidos, que permita establecer entendimientos que aceleren los tiempos para la conformación del ALCA. Esto implica también la asunción de responsabilidades compartidas en las cuestiones vinculadas con la seguridad regional, hemisférica y global, en particular la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo transnacional.
La reformulación política del MERCOSUR es un requisito estratégico fundamental para transformar a nuestros países en protagonistas activos en la búsqueda de la democratización del actual sistema de poder de la sociedad mundial, fundado en el predominio de los países más poderosos.
La redefinición del MERCOSUR, el restablecimiento de la alianza estratégica con los Estados Unidos, con la consiguiente reivindicación de la condición de aliado extra-OTAN, el afianzamiento de vínculos especiales con España e Italia, la inserción en el nuevo sistema de seguridad global constituyen otras tantas dimensiones necesarias para fortalecer la presencia mundial de la Argentina.
En la "La Comunidad Organizada", Perón definía al justicialismo como "un colectivismo de raíz personal", igualmente diferenciado del individualismo liberal y del colectivismo totalitario. Hoy, frente al advenimiento de la era histórica del universalismo, la Argentina, a través del peronismo, está en condiciones de aportar al debate político internacional la visión de un "universalismo de raíz nacional", igualmente distante del nacionalismo reaccionario, superado por la evolución histórica, y del cosmopolitismo sin Patria, ajeno a la idiosincrasia de los pueblos.
Tercera Parte |
Jorge Castro , 31/05/2002 |
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