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China: Una oportunidad estratégica y una lección política. |
El país más poblado del mundo - hoy el segundo receptor de inversiones extranjeras directas - es el ejemplo histórico de una fuerza política de raíces populares capaz de encarnar sucesivamente dos grandes revoluciones. |
Existe un consenso generalizado en que el gran ganador mundial en el juego de la globalización de la economía son los Estados Unidos. En cambio, no existe todavía suficiente registro de otro hecho igualmente indiscutible: el segundo gran ganador en esta era de la globalización es hasta ahora la República Popular China, un país que lleva más de veinte años consecutivos con un ritmo de crecimiento superior al 7 % anual acumulativo. Después de Estados Unidos, China es el segundo receptor mundial de las inversiones extranjeras directas de las grandes compañías transnacionales. Este año, la inversión extranjera directa en China ascenderá a los 50.000 millones de dólares.
En las dos últimas décadas, desde que en 1979 Den Siao Ping impulsara el drástico giro hacia la economía de mercado y la reinserción internacional del país, China ha cuadruplicado su producto bruto interno y más que triplicado su ingreso "per capita". Esta performance extraordinaria es aún más impresionante si se tiene en cuenta el hecho de que la población china asciende a 1.250 millones de personas: Uno de cada cinco habitantes del planeta es chino.
La incorporación de China a la Organización Mundial de Comercio - OMC -, oficializada en noviembre pasado en la última asamblea de ese organismo, celebrada en Qatar, tiene en el plano internacional una importancia económica equivalente a la significación política que tuvo en 1989 la caída del muro de Berlín.
Desde entonces, China ha empezado a incrementar muy fuertemente sus vínculos económicos con todos los países emergentes del Asia Pacífico, una región que en su conjunto constituye, de lejos, la zona de mayor crecimiento económico mundial de la era de la globalización.
La globalización económica supone la implantación de una dinámica caracterizada a la vez por la competencia y la cooperación. En los últimos años, China había desplazado a los llamados "tigres" del sudeste asiático en la atracción de inversión extranjera directa. Tanto es así que, desde el punto de vista estructural, puede afirmarse que la razón de fondo de la crisis financiera desatada en esos países a mediados de 1997 fue, precisamente, la pujante expansión de la economía china.
Sin embargo, esa nueva situación regional es una moneda con dos caras. Los socios de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) avanzan desde noviembre último en el establecimiento de relaciones económicas especiales con China, en una negociación orientada a potenciar aún más la importancia estratégica de la región en la nueva geografía económica mundial.
De hecho, China cumple hoy en la región un rol semejante al que desempeñó Japón en las décadas del 60 y del 70. Las exportaciones de los países del sudeste asiático están repuntando rápidamente en virtud de su penetración en el mercado chino. Las exportaciones de Singapur a China aumentaron un 69 % en abril en relación al mismo mes del año pasado, en especial por la venta de productos farmacéuticos y petroquímicos. Las exportaciones de Malasia a China en los últimos tres meses crecieron un 30 %, en particular en materia de productos electrónicos. Lo mismo ocurre con las exportaciones de Corea del Sur y de Taiwan.
Pero esa integración económica regional no se limita al terreno estrictamente comercial. El multitudinario turismo chino se ha convertido también en una importante fuente de recursos para los países del sudeste asiático. Indonesia, que es un importante productor de petróleo y gas, aprovecha la creciente demanda energética china. La empresa estatal china Cnooc acaba de adquirir a la española Repsol los derechos de explotación de yacimientos petroleros y gasíferos indonesios. El Banco de China abre sucursales en Tailandia, Malasia y Singapur.
La estrategia económica definida por la dirección del Partido Comunista Chino se sintetiza en una consigna: "Seamos globales". China está inexorablemente destinada a erigirse en el principal importador mundial de alimentos. Entre los grandes exportadores de alimentos, la Argentina es el que tiene todavía mayor potencialidad de desarrollo. Es una enorme oportunidad estratégica que es necesario transformar rápidamente en negocio.
Pero, además de una oportunidad estratégica, China significa una lección política igualmente importante. Es el ejemplo histórico de una fuerza política de raíces populares capaz de encarnar sucesivamente dos grandes revoluciones. La primera fue una extraordinaria transformación social, encarnada por Mao Tse Tung, a partir de 1949. La segunda, treinta años más tarde, fue la modernización económica y la apertura internacional liderada por Deng Siao Ping, quien enterró los antiguos dogmas estatistas con el apotegma de que "no importa que el gato sea blanco o negro, sino que sepa cazar ratones".
Ese camino no estuvo exento de marchas y contramarchas. En el medio, el comunismo chino tuvo que librar durante un largo período una fuerte batalla ideológica contra los adversarios de ese "aggiornamiento" programático, quienes a fines de la década del 60 habían impulsado la "Revolución Cultural" (Deng Siao Ping estuvo preso en ese período) y luego de la muerte de Mao Tse Tung conformaron la después desarticulada "banda de los cuatro".
En la Argentina, el peronismo también protagonizó una verdadera revolución social, de dimensiones históricas comparables a las de Mao en China, que fue liderada por Perón entre 1945 y 1955, y puso en marcha una transformación estructural equivalente a la de Deng Siao Ping, que fue encabezada por Carlos Menem en la década del 90, orientada hacia la modernización económica y la reinserción internacional.
Sin embargo, esa segunda transformación quedó inconclusa, aproximadamente a mitad de camino. Le toca ahora completar exitosamente ese ciclo de reformas estructurales iniciado en 1989, en medio del colapso hiperinflacionario. La actual "interna" partidaria no es entonces sólo un mecanismo para legitimar una candidatura presidencial. Es también, y sobre todo, la resolución democrática, a través de las urnas, de esa batalla ideológica que libró exitosamente el Partido Comunista Chino, y que está todavía pendiente dentro del peronismo, entre la nostalgia del aislacionismo y las ineludibles exigencias que plantea la adecuación a una nueva época histórica. La consigna china de "seamos globales" tiene plena vigencia para el peronismo y para la Argentina de hoy. |
Jorge Castro , 08/07/2002 |
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