Del ABC al Mercosur.

 

Andrés Cisneros y Carlos Piñeiro Iñiguez, dos académicos y, al mismo tiempo, ejecutores prácticos de nuestra política exterior, se aprestan a publicar un apasionante trabajo sobre la relación entre la doctrina y praxis del peronismo y la evolución histórica del Mercosur. Este es un anticipo.
La extraordinaria vinculación de la doctrina política internacional del justicialismo y la histórica conformación del Mercosur se verifica puntualmente en todas las administraciones peronistas, desde 1945 hasta diciembre de 1999, a pesar de las enormes diferencias del marco económico y político en que cada una de ellas debió desenvolverse.

Hubo entre ellos una coherencia esencial, derivada del considerar invariablemente que la orientación de la política externa debe articularse con la política interna que en cada momento histórico se practique, y que los principios de apertura al mundo, relaciones multilaterales y diplomacia comercial y, muy principalmente, integración latinoamericana, resultan rasgos comunes a los tres gobiernos peronistas, llegando incluso a influir claramente en la política exterior de algunos de los gobiernos no peronistas.

Este sentido de la continuidad en el tiempo y la coherencia de la política internacional con la nacional, es lo que claramente diferencia al Mercosur de los otros intentos integradores impulsados por gobiernos no peronistas (ALALC, ALADI). Perón concibió la integración con marcado realismo, y trabajó por ella sobre la base de la fórmula acuñada a comienzos del siglo XX por ese padre de la política exterior brasileña que fue el barón de Rio Branco, quien había sostenido la necesidad de establecer una alianza previa indispensable: la del ABC (Argentina, Brasil, Chile), países que hasta entonces habían intentado políticas hegemónicas y no integradoras en la región.

Perón retoma esta visión después de que hubieran pasado dos guerras mundiales y la gran crisis. Era otro mundo, era otra América, pero la prioridad de la integración en un "nuevo ABC" continuaba vigente y se extendía a sectores sociales y económicos antes impensables y ahora dispuestos a buscar la nación en la región, destacándose la vocación de ampliar el mercado interno vía integración con Brasil que en 1940 ya había intentado el ministro liberal/conservador Federico Pinedo.

Perón comprendió la importancia vital que habían tenido en el Norte el pensamiento proteccionista de Alexander Hamilton o una política exterior de Estado como la encarnada desde la Doctrina Monroe. La balcanización del Sur era en mucho el producto de un liberalismo importado, funcional a las relaciones neocoloniales en que la debilidad de nuestras pobres repúblicas se pretendía justificar en su autonomía e independencia formal, en perfecta sintonía con la marcada extranjerización cultural de las elites.

Como pragmático que era, Perón no dedicaba demasiado esfuerzo a escandalizarse retóricamente porque los fuertes del Norte explotaran la debilidad del Sur. La única alternativa para impedir la completa subordinación era construir el propio poder para conformar unidades económicas viables. Para Perón estaba claro, pues, que la política exterior argentina tenía que incluir dos grandes columnas: las relaciones con EE.UU. y con Brasil, el "enemigo histórico" destinado a transformarse en nuestro mejor socio. El bípode estratégico prefiguraba ya entonces la refutación de falsas dicotomías que todavía hoy nos acechan con falacias excluyentes como "ALCA o Mercosur".

En 1952, el Perón presidente se encontró en una situación favorable porque dos partidarios de la integración retornaban al poder: Ibáñez en Chile y Vargas en Brasil. Era la posibilidad de articular un bloque regional que nos permitiría avanzar hacia la integración continental en condiciones más igualitarias.

En 1973, otra vez en el poder, en un marco de democracias volátiles, se dejó de lado la retórica tercermundista de cuando se estaba en el exilio y la oposición, pero la realidad regional aparecía poco propicia para reflotar proyectos de unión económica: la democracia era su condición, y no regía en Brasil ni en Paraguay, y pronto tampoco lo haría en Uruguay y Chile.

En 1989, el nuevo regreso del peronismo al poder se produjo en circunstancias dramáticas: una crisis hiperinflacionaria nunca vista y un mundo que enterraba la bipolaridad de las grandes potencias y donde EE.UU. emergía como único superpoder. La política exterior peronista buscó - y esta vez logró - una estrecha alianza con los EE.UU. Esa vinculación a nivel mundial precisaba, para equilibrarse, una alianza regional básica con el Brasil, que ya estaba en curso, pero entonces se profundizó.

Si estas limitaciones hoy parecen agudizadas por la dura crisis que soporta la Argentina y en parte también la región, resulta necesario tener en cuenta que el Mercosur es, en realidad, una política para el siglo XXI. Al menos esos términos -de siglos o medios siglos- son los que usaba Perón para pensar la geopolítica internacional. Esencialmente, una vez que las bases están echadas, la consolidación procede con el tiempo, en capas aluvionales, y la estabilidad retornará a la región. Desde lo que ya tiene de realidad el Mercosur, es posible pensar una integración mayor que también resultó planteada en la última década del siglo XX: la de todo el continente americano, anticipada por Perón como "un solo mercado, de Alaska a Tierra del Fuego" treinta años antes de que Bush promoviese al ALCA.

En un mundo que hoy persigue la universalidad bajo las formas de lo que llamamos globalización, el pensamiento de Perón y sus continuadores ha demostrado su correspondencia con la realidad. Lo que ha distinguido a los gobiernos justicialistas en su política exterior, lo que tiende a transformarse en una política de estado argentina, es una lectura correcta de la historia americana, una valoración de su intrínseca unidad cultural y su destino común, y un pragmatismo para moverse en un mundo de intereses encontrados.

La reivindicación ideológica del Mercosur y la entera política de la integración no resulta casual para los autores: tanto como un ventajoso aprovechamiento de las fuerzas de la globalización, el Mercosur y la integración regional nos vienen como un mandato desde la historia, en que la doctrina funciona como el imprescindible articulador entre el pasado y el futuro, la patria nacional y el destino universal.
Andrés Cisneros y Carlos Piñeiro Iñiguez , 26/07/2002

 

 

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