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Dos visiones opuestas acerca de la globalización. |
A la hora de analizar las distintas consecuencias de la globalización, será conveniente dejar de lado los prejuicios ideológicos y tomar más en cuenta la realidad de los hechos. Una cosa es la globalización concebida como hecho estructural y otra muy distinta la ideología de la globalización, que es el neoliberalismo. La diferencia no es simplemente semántica. |
La reunión del Foro Social Mundial, una extensión del Foro de Porto Alegre realizada estos días en Buenos Aires, que contó con la activa participación de distintos sectores de izquierda y la presencia estelar de dos candidatos presidenciales como Elisa Carrió y Luis Zamora, sirvió para exhibir públicamente un conjunto de clichés ideológicos sobre la problemática de la globalización que también son esgrimidos dentro de la "interna" peronista por algunos sectores encolumnados detrás de la precandidatura de Adolfo Rodríguez Saá. El más relevante de esos lugares comunes es que el proceso de globalización económica que, guste o no, constituye el hecho estructural distintivo de esta época histórica, acentúa las desigualdades de ingresos entre el mundo emergente y los países altamente desarrollados.
Por encima de los slogans propagandísticos, y antes de formular juicios apresurados, conviene retener ciertos datos elementales. En los 110 años transcurridos entre 1870, cuando comenzó la segunda revolución industrial, y 1980, en el inicio del actual proceso de globalización económica, el ingreso mundial per cápita se multiplicó cinco veces. Fue el salto económico más importante de toda la historia universal. Sin embargo, ese crecimiento fue sí notoriamente desparejo. Los países desarrollados multiplicaron por siete su ingreso por habitante. En cambio, el resto de los países del mundo lo aumentó en mucha menor proporción. Esto sucedió hasta hace veinte años, pero después cambió.
A partir del 80, precisamente la fecha en que el fenómeno de la globalización capitalista empezó a cobrar relevancia, esa tendencia hacia una mayor disparidad de crecimiento entre el mundo desarrollado y el mundo emergente, comienza a revertirse. Los indicadores hablan de por sí. En la década del 90, el producto bruto mundial creció un 3,5 %. En este contexto, la expansión económica del mundo emergente fue del 5,4 % anual, más del doble que el crecimiento del 2,4 % experimentado por los países altamente industrializados. La consecuencia es que, contra lo que sostienen a capa y espada los "globafóbicos", en esos diez años el incremento en el ingreso por habitante de los países emergentes más que duplicó el registrado en los países desarrollados.
Dentro de ese comportamiento, hay empero una marcada heterogeneidad. En ese lapso, los países emergentes del continente asiático crecieron a un ritmo del 7,5 % anual, los países asiáticos recientemente industrializados (Corea del Sur, Taiwan, Singapur, etc.) al 5,8 %, Estados Unidos al 3,7 %, América Latina al 3,4 %, Africa al 2,6 %, la Unión Europea un 2,4 % y Japón un 1,1 %. En el caso latinoamericano, hubo tres excepciones: Chile, la Argentina y México, en este caso a partir de su integración en el espacio del NAFTA, estuvieron por encima de ese promedio de crecimiento regional y mundial. Esto significa que, a lo largo de la década del 90, los países asiáticos, Estados Unidos, Chile, la Argentina y México crecieron más que el promedio internacional. La Unión Europea, Japón y Africa, en cambio, tuvieron cifras de crecimiento inferiores a dicho promedio.
En un muy sucinto balance de lo ocurrido en esos diez años, puede comprobarse que mientras el 10 % de la población de los países emergentes redujo su ingreso per cápita, el 20 % lo mejoró, aunque con un ritmo inferior al de los países del Primer Mundo, en tanto que un 70 % de esa población incrementó proporcionalmente su nivel de ingresos más que las naciones desarrolladas.
En ese promedio, influyó decisivamente el progreso de China y la India, dos países que con sus 2.300 millones de habitantes representan más de un tercio de la población mundial. China constituye el caso de mayor éxito en materia de crecimiento económico en toda la historia universal. Luego de la primera Revolución Industrial, Gran Bretaña tardó sesenta años en duplicar su ingreso per cápita. A mediados del siglo XIX, Estados Unidos logró esa meta en cincuenta años. A fines de siglo XIX, Japón necesitó treinta y cinco años para alcanzar ese objetivo. A partir de 1979, fecha de inicio de las reformas económicas implementadas por Deng Siao Ping, China duplicó su ingreso por habitante en sólo nueve años. En la era de la globalización, el ingreso per cápita chino creció más de tres veces.
Esta vertiginosa expansión económica china no se focalizó solamente en las denominadas "zonas económicas especiales", aquellas regiones costeras donde Deng había iniciado el "giro copernicano" hacia la "economía socialista de mercado". China tiene treinta provincias. Si todas fueran estados independientes, veinte de ellas serían los veinte países de mayor crecimiento económico de la década del 90. Bien puede entonces afirmarse que si, hasta ahora, el principal ganador mundial en la era de la globalización es Estados Unidos, el segundo gran beneficiario es, indiscutiblemente, China.
Este fenómeno absolutamente inédito, que en los últimos años se reproduce incipientemente en la India, explica por qué la región del Asia Pacífico concentra ya un tercio de la producción mundial, cuando hace medio siglo acumulaba sólo el 10 %. Estados Unidos representa actualmente el 22 % del total y la Unión Europea el 20 %. De mantenerse esta tendencia, las proyecciones de crecimiento económico para los próximos veinte años indican que durante ese período el producto bruto de China alcanzaría al de Estados Unidos, que India e Indonesia superarían a Alemania y que Corea del Sur se ubicaría antes que Francia.
El resultado es que el Asia Pacífico es hoy un mercado comprador más importante que el de Estados Unidos y el de la Unión Europea. Sus importaciones superan ya el billón y medio de dólares. China expande sus compras internacionales a un ritmo del 15 % anual, una cifra que ahora habrá de incrementarse sensiblemente a partir de su reciente incorporación a la Organización Mundial de Comercio. Con una población de 1.250 millones de habitantes, tiende a convertirse en el principal importador mundial de alimentos, rubro en que la Argentina es uno de los principales exportadores mundiales. Este año, por primera vez en la historia, la producción conjunta de soja de Argentina y Brasil superará a la de Estados Unidos.
A la hora de analizar las distintas consecuencias de la globalización, será entonces conveniente dejar de lado los prejuicios ideológicos y tomar más en cuenta la realidad de los hechos. Una cosa es la globalización concebida como hecho estructural y otra muy distinta la ideología de la globalización, que es el neoliberalismo. Confundir la globalización como hecho estructural con la globalización como ideología equivale a confundir a la primera revolución industrial con el liberalismo como ideología.
La diferencia no es simplemente semántica. Porque la reinserción internacional del país es la principal prioridad estratégica de la Argentina de hoy. No se trata por supuesto de estar ni a favor ni en contra de la globalización. Como dice Felipe González, sería como estar "a favor o en contra del descubrimiento de América". La cuestión es cómo actuar dentro de la globalización. Esto implica aprender a jugar con las reglas de juego propias de la época. Para abreviar, la disyuntiva consiste en elegir entre el camino asiático o la opción africana. Aquí está la verdadera divisoria de aguas de la política argentina. Lo demás son palabras. |
Jorge Castro , 26/08/2002 |
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