Globalización y crecimiento económico.

 

Los números hablan por sí solos: las diferencias entre los países más desarrollados y los emergentes tiende a achicarse y, entre estos últimos, los que más crecen son los más vinculados al sistema económico global.
El "Panorama Económico Mundial" elaborado por el Fondo Monetario Internacional señala que este año el producto bruto mundial aumentará un 2,8 %. Ese crecimiento no es uniforme: Estados Unidos lo hará un 2,2 %, los países del "Grupo de los Siete" un 1,4 %, la Unión Europea un 0,9 %, el conjunto de los países en desarrollo un 4,2 % y China un 7,5 %. Mientras tanto, Japón tendrá una caída del 0,5 % y América Latina disminuirá su producto bruto en un 0,6 %, aunque esa reducción esté muy fuertemente influída por la caída del 16 % del producto bruto interno de la Argentina.

El mismo informe del FMI consigna que la expectativa de crecimiento del producto bruto mundial para el año 2003 es de un 3,7 %. También está prevista una distribución desigual: Estados Unidos crecerá un 2,6 %, los países del "Grupo de los Siete" un 2,3 %, la Unión Europea un 2,3 %, Japón un 1,1 %, el conjunto de los países en desarrollo un 5,2 %, China un 7,2 % y América Latina un 3 %.

Un dato interesante es que en el año 2002 ese incremento del 4,2 % del producto bruto de los países en desarrollo es un 50 % más elevado que el promedio de crecimiento de la economía mundial y triplica el crecimiento experimentado por los países del "Grupo de los Siete". Esa tendencia se mantendrá durante el año próximo: el aumento del 5,2 % del producto bruto del conjunto de los países en desarrollo será aproximadamente un 40 % más elevado que el promedio de la economía mundial y más que duplicará el promedio del crecimiento de los países del "Grupo de los Siete".

Estos indicadores corroboran la existencia de una tendencia estructural de largo plazo. En la década del 90, que marcó el punto de inflexión en el proceso de globalización de la economía, el producto bruto mundial creció a un ritmo del 3,5 % anual. En ese período, los países altamente desarrollados lo hicieron a un promedio anual del 2,4 %. Los países emergentes, en cambio, crecieron a un ritmo del 5,4 % anual, una cifra que más que duplica al ritmo de crecimiento de las naciones económicamente más adelantadas.

Dentro del mundo emergente, la principal locomotora de ese crecimiento vigoroso fueron los países del Asia Pacífico, encabezados por China. La contracara del éxito del Asia Pacífico fue África, un continente sumido en el estancamiento. El punto intermedio entre ambas performances fue América Latina. Sin embargo, dentro del subcontinente hubo tres países que superaron largamente el promedio regional: México, en especial a partir de su integración en el NAFTA, Chile, pionero en la apertura internacional de su economía, y la Argentina, en virtud de las reformas estructurales realizadas en aquellos años.

La primera conclusión que cabe extraer del análisis de estas cifras es la absoluta falacia de los planteos ideológicos acerca de que la globalización de la economía mundial acrecienta la distancia entre el mundo emergente y los países más desarrollados. Los números demuestran exactamente lo contrario. Muy por el contrario, los indicadores revelan que, medida no caso por caso sino en términos de promedio general, esa distancia tiende a achicarse.

La segunda conclusión es que, dentro ya del mundo emergente, existe una regla que tiende a adquirir un carácter general: los países más asociados a la dinámica del sistema económico global crecen mucho más rápidamente que los países que permanecen en un mayor aislamiento relativo. Tal el caso del Asia-Pacífico, que concentra la mayor parte del flujo de la inversión extranjera directa en el mundo en desarrollo, y en América Latina los ejemplos exitosos de México y Chile. En el otro extremo, la verificación por la negativa del mismo fenómeno está en África.

Pero la prueba más contundente de la vigencia de esa regla económica de la era de la globalización es la propia experiencia actual y reciente de la Argentina. En la década del 90, en el marco de una política orientada hacia una mayor inserción en la economía mundial, el país tuvo un crecimiento superior al 50 %, que fue la cifra de expansión más elevada de sus últimos setenta años.

Este año, tras el aislamiento externo provocado por el efecto acumulativo de la la depresión estructural y la crisis de confianza generadas durante el gobierno de Fernando De la Rúa, que llevaron al colapso del sistema financiero en noviembre pasado, el default declarado en diciembre por Adolfo Rodríguez Sáa y la devaluación decidida en enero por Eduardo Duhalde, sufre una inédita caída del 16 %.

No hace falta ninguna teorización. Los números hablan por sí solos. Y en el diagnóstico está implícita la respuesta.
Jorge Castro , 30/09/2002

 

 

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