Dolarización: La Argentina en la Nueva Sociedad Mundial .

 

Exposición del entonces Secretario de Planeamiento Estratégico Dr. Jorge Castro en el Foro Segundo Centenario, el 2 de Marzo de 1999
¿Por qué hoy es relevante discutir en la Argentina una estrategia de dolarización de la economía del país? ¿Por qué ahora y no hace cinco años? ¿Por qué ahora y no dentro de diez años? ¿Porqué ahora? ¿De qué se trata? Se trata de lo siguiente: el mundo vive desde julio de 1997 una crisis financiera internacional que es la más grave, la más extensa, la más duradera de la historia del capitalismo después de la Segunda Guerra Mundial.

Lo que comenzó en el sudeste asiático en julio de 1997 luego atacó a la segunda economía del mundo que es la del Japón, con un producto bruto interno que equivale a la mitad del norteamericano, y la sumergió en la más profunda crisis de insolvencia de su sistema financiero y bancario, que está constituido por quince de los dieciocho mayores bancos del mundo.

Quince de esos dieciocho bancos son japoneses y estos quince bancos mundiales del Japón se encuentran en un estado de insolvencia. Están técnicamente en quiebra, con la posibilidad de que cualquiera de estos caiga y, al caer, terminen arrastrando a otros.

Pero la crisis que golpeó durante este extraordinario flanco vulnerable de la segunda mayor economía del mundo, que es la japonesa, no se detuvo allí. Para extenderse al resto del mundo, golpeó a un país particularmente vulnerable, que es Rusia. Y Rusia, imposibilitada de enfrentar la severidad de los acontecimientos que surgen de esta crisis mundial de extraordinaria envergadura, entró en una situación de colapso total, de desintegración estatal, y manifestó esta desintegración estatal con una moratoria unilateral de su deuda pública interna y externa.

En el mes de agosto del año pasado, Rusia produjo entonces una situación semejante a la que se produjo en 1982, a partir de la decisión de México de declarar una moratoria unilateral de su deuda externa, que dio origen a la crisis de la deuda externa que se extendió por toda América Latina y que generó una situación depresiva recesiva de igual envergadura, sólo comparable por su envergadura a la que experimentó el mismo continente en la década del treinta.

A partir de la moratoria unilateral rusa sucede un punto de inflexión. La característica de toda la crisis de julio del 97 en adelante fue que surgió una tendencia fundamental en los capitales de los mercados financieros internacionales - ante el colapso cambiario y luego monetario y luego financiero de cinco países significativos del sudeste asiático encabezados por Thailandia, pero que llegó a afectar al mayor país industrial de la región, que es Corea del Sur. Esta tendencia fundamental es la retirada de capitales del mundo emergente que buscan refugio sobre todo en los Estados Unidos. Fue cuando los mercados financieros internacionales estimaron que la moratoria unilateral rusa abría una situación semejante a la crisis de la deuda externa de México de 1982 y esta tormenta golpeó a otro país muy significativo en la economía mundial que es Brasil. El país vecino mostraba dos aspectos extremadamente vulnerables en lo que constituye los dos sectores en donde se decide la suerte o el colapso de los países en esta crisis financiera internacional de excepcional envergadura, que son los efectos fiscales y monetarios.

Brasil tenía, antes de la devaluación a la que lo obligaron compulsivamente los mercados financieros internacionales el 12 enero de este año, un déficit fiscal de 8,6% del producto. Se trata del mayor déficit fiscal del mundo después del ruso. Para enfrentar este déficit fiscal - que creció exponencialmente a lo largo de los tres años de estabilidad del plan real como condición para mantener la estabilidad y, por lo tanto, eliminar la inflación - al cual se eludió monetizar (imprimir moneda para disolverlo), la única respuesta que encontró entonces Brasil era la de aumentar su deuda pública interna. Por eso, la deuda pública brasileña era, en el primer trimestre de 1994, de cuarenta mil millones de reales. Cuando Cardozo se hizo cargo del gobierno, el 1° de enero del 95, era de 90 mil millones de reales y en este momento es de trescientos veinte mil millones de reales.

Brasil tiene en los primeros seis meses del año niveles de vencimiento que son de alrededor de setenta mil millones de reales. En el caso de que no pueda cumplir, se encontraría ante una situación que tendría consecuencias de extraordinaria envergadura. Pero para evitar la retirada de capitales, Brasil lo que hizo, además fue aumentar las tasas de interés real. En el momento en que, a fines del año pasado, las tasas de interés real en Brasil eran del 42% anual, lo que sumado a una deuda publica interna de trescientos mil millones de dólares, que tienen niveles de vencimiento obligatorio en el orden de los 60, 70, 80 mil millones de reales en un plazo de seis meses, se creó una situación verdaderamente crítica, que llevó a que los mercados financieros internacionales hicieran un juicio de falta de credibilidad en la capacidad de respuesta del Brasil, que se manifestó con una retirada de capitales que hizo que el Banco Central del Brasil perdiera 46 mil millones de dólares de reserva en un plazo de dos meses y medio. Por eso es que Brasil se vio obligado compulsivamente a devaluar ante la alternativa de perder la totalidad de sus reservas. En la semana que Brasil devaluó, el tercer día perdió seis mil millones de dólares en reservas.

Este es el precio que debió pagar por encontrarse en una crisis financiera internacional de extraordinaria envergadura, con un déficit fiscal del 8% y con una deuda pública interna de 320 mil millones de reales. Esta crisis de extraordinaria envergadura no es el resultado ni la manifestación del agotamiento del proceso de globalizacion de una economía mundial que es el hecho estructural de la época. Al contrario, es la consecuencia directa de la aceleración del ritmo de la globalizacion, como consecuencia de la multiplicación de la intensidad de la revolución tecnológica en marcha.

Desde 1993,1994 la economía norteamericana en vez de crecer dio un salto. Y ese salto se manifiesta en el aumento cualitativo de niveles de productividad. Para captar la esencia del fenómeno, se debe considerar lo siguiente: el sector de alta tecnología de la economía norteamericana representa, en términos del producto, el 11% del PBI norteamericano, pero desde 1993,1994, ese 11% del PBI norteamericano atrae más del 40% de las inversiones. Hay un salto en materia de inversión en alta tecnología en la economía norteamericana, que se expande por la totalidad de la estructura productiva y de servicios.

El resultado es que hay un fenómeno sinergético entre las nuevas tecnologías, especialmente en el campo de las telecomunicaciones, de la informática, de rayos láser, de la fibra óptica, con las antiguas tecnologías. Y las consecuencias de este fenómeno sinergético es un aumento cualitativo del nivel de productividad de la economía norteamericana de consecuencias fenomenales.

Como estamos en una economía globalizada, definitivamente abierta, el parámetro de productividad que establece la economía más avanzada se transforma en el nuevo parámetro de productividad de la economía mundial. El salto de productividad debido a la extraordinaria aceleración del cambio tecnológico de los Estados Unidos se ha convertido en un nuevo parámetro de la productividad de la economía mundial.

Todos los países del mundo se encuentran en retraso estructural frente al nuevo parámetro de productividad que surge en los Estados Unidos como consecuencia del carácter acumulativo de la revolución tecnológica. Y al encontrarse en retraso, manifiestan su retraso en crisis, y cuando esa crisis coincide con una debilidad institucional en el plano financiero y bancario la crisis se transforma en colapso. Cuando ese retraso de carácter estructural, que se manifiesta en pérdida de competitividad de las exportaciones coincide con la debilidad del aspecto financiero, del aspecto bancario, lo que ocurre en materia fiscal y monetaria, como es el caso de Brasil, el retraso tecnológico frente a los nuevos parámetros de productividad establecidos por la revolución tecnológica de Estados Unidos se transforma en colapso.

Lo que sucedió en Brasil a partir del 12 de enero de este año ocurrió en el sudeste asiático en 1997 y ha llevado a la desintegración estatal a Rusia en agosto del año pasado, golpea de una manera absolutamente extraordinaria a la segunda economía del mundo retrasada frente al nuevo parámetro de productividad de los Estados Unidos que es Japón.

Nosotros procuramos seguir la máxima que dice que siempre y en todos los casos hay que aprender de los hechos. Porque son los hechos los que tienen su propia doctrina. La idea de que la verdad no está en los hechos, sino atrás de los hechos, como cree el iluminismo modernista, es un error de información. Los hechos revelan la totalidad del sentido de su verdad en la forma que se manifiestan. Lo difícil no es comprender los hechos, lo difícil es ver lo que se tiene a la vista. Y lo que se tiene a la vista, en los últimos dos años, es que el proceso de globalizaciòn de la economía mundial es el hecho estructural que surge en el centro de los acontecimientos mundiales en los últimos veinte años, a partir de la gran fisura histórica en la década del 70, cuando emergió un nuevo mecanismo de acumulación de carácter global como respuesta a los dos shocks petroleros de 1973 y 1979.

Lo que revelan los hechos es que la globalización - este hecho estructural que no es una ideología sino una realidad tecnológica nueva - muestra tres fases consecutivas. La primera comenzó con la globalización financiera, esto es el resultado de la absoluta desregulaciòn de los mercados financieros internacionales que ningún Banco Central o grupo de Bancos Centrales controla, ni siquiera la Reserva Federal norteamericana. El dato fundamental que surgió a comienzos de la década del 80 en la economía mundial fue que los mercados financieros internacionales, cuyo componente esencial es un flujo en términos de liquidez, esto es dinero o crédito, perdía su carácter estatal.

Hasta entonces, la moneda, el dinero, los créditos, habían estado regulados y controlados por el Estado. Las monedas eran realidades nacionales y estatales. A partir de la década del 70 y con especial fuerza en la década del 80, la desregulación de los mercados financieros internacionales hizo que emergiera un tipo de moneda que escapaba al control de los Estados. Esto comenzó en la década del 70 con los euro mercados, el mercado del Eurodólar, y luego se transformó en una corriente mundial.

La segunda fase del proceso de globalización se desencadena en los últimos veinte años, con especial fuerza en la década del 90, al emerger la globalización productiva. La globalización productiva es la emergencia en el centro de los acontecimientos mundiales de un sistema integrado de las economías de la producción. Emerge la fábrica mundial. Los sectores principales de esta fábrica mundial son las 46.000 empresas mundiales que tienen unas doscientas setenta mil asociadas o afiliadas en el mundo entero. Estas 46.000 empresas mundiales, con sus asociadas o afiliadas, son responsables por el comercio que establecen entre ellas o con sus asociadas o afiliadas, de dos tercios del comercio mundial. Ellas solas son las responsables de un tercio de la producción industrial del mundo.

Aquí esta la principal fuente de acumulación y de cambio tecnológico de la economía mundial. Está en el sistema integrado transnacional de producción. Es esa fábrica mundial cuyos actores son las grandes empresas mundiales. Atrás de la globalización financiera hay una globalización productiva y hay un mismo fenómeno tecnológico, hay un determinismo tecnológico que impulsa este doble proceso de globalización. Es la revolución tecnológica del procesamiento de la información, cuya característica fundamental es que permite tomar decisiones estratégicas en tiempo real a escala mundial.

Lo que ha ocurrido en los últimos veinte años es que la carrera histórica que ha mantenido el capitalismo del espacio contra el tiempo ha sido ganada por el tiempo, que ha vencido al espacio. O, dicho de otra manera, lo que ha ocurrido es que se ha establecido en el centro de los acontecimientos, con criterio económico, el concepto y la practica de instantaneidad. Y la distancia ha dejado de tener significado en este nuevo mecanismo de acumulación financiero y productivo de alcance global.

Los últimos dos años han mostrado la emergencia de una tercera fase de globalización. Esta tercera fase de globalización es sinónimo de la emergencia de monedas mundiales. Esto es, al acelerarse el proceso de globalización financiera y productiva porque la globalización financiera es esencialmente la de monedas que han escapado al control de los Estados, que ya no son monedas estatales o nacionales. El dólar de los euromercados, el dólar que circula en los mercados financieros internacionales, no es un dólar controlado por el Estado norteamericano. Lo que tiene de norteamericano es haberse impreso en los Estados Unidos, pero no la de ser regulado en el sistema monetario financiero bancario norteamericano.

Un cálculo grueso que creo que es representativo, es el siguiente: en el mundo existen unos cuatrocientos setenta mil millones de dólares. De esos cuatrocientos setenta mil millones de dólares que circulan, entre el 50 y el 70% lo hacen fuera de su país. Son dólares estadounidenses que circulan en la economía mundial, sin que el factor regulación, tanto de la Reserva Federal norteamericana como del Departamento del Tesoro, simplemente cuente.

El valor, el precio de esta moneda, esta moneda crecientemente desestatizada, que es el dólar estadounidense, no es regulado por la Reserva Federal. La Reserva Federal maneja sólo una de las dos tasas que están presentes en la economía de los Estados Unidos. Y practica y controla la tasa de interés menos relevante que está en juego, que es la tasa de interés de corto plazo, la denominada tasa de interés de los Fondos Federales.

La verdaderamente significativa tasa que revela el precio efectivo de los dólares estadounidenses no es establecida por la Reserva Federal, sino que es fijada por los mercados financieros internacionales, según sea su apreciación sobre la situación de la economía mundial y sobre la fuerza financiera bancaria en materia de déficit fiscal de los Estados Unidos. La tasa que verdaderamente establece el precio de los dólares estadounidenses es la tasa de largo alcance que establecen los títulos del Tesoro norteamericano a treinta años.

El nivel de rendimiento de estas tasas la fijan los mercados financieros internacionales, que son en definitiva los que establecen cuál es el precio, en términos de tasas de interés, de los dólares estadounidenses en la economía mundial y cual es el grado de liquidez efectiva que en ese mercado hay integrado en la economía mundial.

Lo que aparece en los últimos dos años, a partir de la crisis desatada en el sudeste asiático en julio de 1997, es un hecho que fue la fuerza elocuente de la lógica de los acontecimientos, que es que hay un debilitamiento en toda la economía mundial de las monedas nacionales que no son divisas. Esto es, de las monedas nacionales que no encuentren responsabilidades o funciones de monedas mundiales en los circuitos de la economía mundial. Lo que ocurre es que esas monedas nacionales que son divisas y que, por lo tanto, cumplen funciones dentro y a partir de la economía mundial en un sentido estricto son nada más que dos. Hay unas ciento cuarenta monedas en el mundo pero hay sólo dos monedas que cumplen funciones propias de la economía mundial. Esas dos monedas son el dólar estadounidense y, a partir del primero de enero de 1999, el euro, expresión en el plano regional europeo de la fuerza del marco alemán.

¿Cuál es la presencia del dólar estadounidense como moneda global al que se refieren crecientemente todas las monedas nacionales del mundo que no son divisas? Vamos a ver, fìjense ustedes algunos indicadores que conviene retenerlos simplemente a título ejemplificativo. El 65% de las reservas de los bancos centrales del mundo en 1998 está constituido por dólares estadounidenses. A comienzos de la década, en 1989, era el 51,4%. Las previsiones para este año aumentan ese porcentaje. El marco alemán era el 17,8% en 1989 y fue el 12% el año pasado. Y el yen japonés que era 7,2% en 1989 tiende ya no al declive sino al derrumbe porque el último dato disponible en 1997 muestra que en las reservas de todos los bancos centrales del mundo la proporción de los yenes japoneses es de menos del 5%: 4.9%.

Así ocurre con los otros indicadores de la economía mundial en las que el peso del dólar estadounidense es verdaderamente abrumador. Por ejemplo, la participación del dólar estadounidense en las transacciones comerciales de la economía mundial es sólo el 17% del total. Pero el 49% del total de las transacciones comerciales del mundo se hacen en dólares. Incluso en el sudeste asiático, sólo 20% de las transacciones comerciales japonesas se hacen en yenes japoneses. El resto es en dólares.

La moneda mundial en el sudeste asiático es el dólar estadounidense y no el yen japonés. No hay tal cosa como una zona o bloque del yen en el sudeste asiático. En el sudeste asiático la moneda que cumple las responsabilidades propias de esta moneda que ha escapado al control de los estados es el dólar estadounidense.

Nosotros pensamos que no hay análisis del futuro. En todo caso, los análisis del futuro el inconveniente que tienen es que solamente se ven reflejados por los hechos. Nadie previó, sobretodo los especialistas, el fin de la Unión Soviética. Ninguno de los organismos financieros internacionales, de un grado de sofisticación técnica altísima, previó la crisis del sudeste asiático. Esto no es producto del error o del hecho de que los organismos técnicos y el pensamiento crítico del plano social hayan entrado en una zona de errores. Lo que ocurre es que el mundo ha entrado en una etapa de cambio tan incesante, donde lo nuevo irrumpe con tal fuerza y, por lo tanto, con un carácter tan nítidamente súbito, que la idea de que puedan ser previstos los acontecimientos no logra ser corroborado en ningún caso por la realidad a los hechos.

De ahí que en el fondo lo que está en discusión en el mundo de hoy es la idea de si puede o no anticiparse el futuro. Nosotros creemos que el futuro no puede anticiparse porque el futuro por definición no existe. Es el cruce de tendencias históricas de fondo que al chocar con las contingencias, que a su vez es producto de la voluntad, de la acción, de los movimientos sociales, de la acción de los estados y de los estadistas, crea entonces el futuro.

Pero mientras el choque de tendencias por los acontecimientos no se produce, no hay futuro. Y de ahí que no hay posibilidad de analizar el futuro, porque el futuro por definición es lo que todavía no existe. Lo que se puede hacer, sí, y esto es extremadamente relevante, es identificar las tendencias de fondo del presente, mostrar cuál es el camino y el canal en el que transcurren los fondos de una economía mundial y del hecho estructural impulsado por la revolución tecnológica. Por eso, entonces, se crea una tendencia de fondo del mundo en los últimos dos años que es una tercera fase del proceso de globalización, que pasó de la globalización financiera a la globalización productiva y que en los últimos dos años se revela como globalización monetaria.

Precisamente por eso, cuando se trata de identificar tendencias y luego de cabalgar estas tendencias, de procurar navegar estas tendencias para servir a los mejores intereses nacionales, lo que aparece es una segunda necesidad, que es la de pensar el por qué la Argentina revela todavía, después de siete años de estabilidad, a través de la convertibilidad, una diferencia significativa con respecto a los países más avanzados.

En estos años en que está en vigencia la convertibilidad en la Argentina, desde abril de 1991 en adelante, lo que ha logrado el régimen de convertibilidad, acompañado de las reformas estructurales de la apertura de la economía y de la desregulación generalizada, de la aparición de un Banco Central independiente, lo que se ha logrado es eliminar la inflación en un país inflacionario, hiperinflacionario como la Argentina.

La Argentina creció en 1997 el 8,6% del producto del año. Fue el segundo mayor nivel de crecimiento económico del mundo después de la República Popular China y lo hizo con un nivel de inflación del 0,3%. Tuvo un nivel de crecimiento económico comparable a China y un nivel de inflación inferior a la República Federal Alemana. Esto es lo que logró, en este aspecto crucial, la convertibilidad. En segundo lugar, la convertibilidad logró, junto con las reformas estructurales que la acompañaron de manera sustantiva, un nivel cualitativamente superior de aumento de la productividad de la economía del país.

La economía de la Argentina ha aumentado su productividad en el transcurso de la década del 90 a una tasa anual promedio acumulativa del 4,4% anual. Es el doble del nivel de aumento de la productividad que ha tenido Chile en los diez años anteriores. Es más del doble del aumento de la productividad que muestran los "tigres asiáticos" en la etapa del milagro, que son los 30 años del crecimiento consecutivo que llevan a Hong Kong, Singapur, Taiwan, Corea del Sur a surgir del más profundo de los subdesarrollos para transformarse en integrantes del pelotón de avanzada del capitalismo mundial. La otra cosa que ha logrado la convertibilidad en estos años ha sido atraer como un imán las inversiones extranjeras directas.

Las inversiones extranjeras directas son el indicador principal de la economía globalizada de fin de siglo. Porque la forma de acción primordial de las empresas mundiales se realiza no tanto a través de la venta y colocación de sus exportaciones, sino mediante la inversión directa. Por eso la característica del proceso de globalización es que, a diferencia de lo que sucedía en la década del 70, no es que el comercio internacional arrastre las inversiones, sino que, al contrario, lo que sucede dentro de la globalización y, con especial fuerza en la década del 90, es que las inversiones extranjeras directas arrastran al comercio internacional.

Lo que aparece entonces es que la Argentina a través de la convertibilidad se ha transformado en un verdadero imán de atracción de inversiones extranjeras directas. En 1997, en términos proporcionales a su población de 35 millones de habitantes y a su PBI de trescientos veinte mil millones de dólares, medido en términos de capacidad de compra doméstica, la Argentina ha sido el país del mundo, no del mundo emergente, del mundo en su conjunto, que atrajo más inversión extranjera directa.

Se eliminó la inflación, aumentó sustancialmente la productividad, se creó un ambiente extremadamente propicio para la inversión extranjera directa, el vector fundamental de la globalización productiva. Sin embargo, los acontecimientos de estos años, y nosotros seguimos los acontecimientos, aprendemos de ellos, no procuramos darles lección a los acontecimientos, sino que procuramos discernir la doctrina que hay en los hechos, demuestran que los logros de la convertibilidad están acompañados de una debilidad. Y es que el costo del capital en la Argentina sigue siendo sustancialmente mayor que el costo del capital en los países centrales.

El costo del capital en la Argentina tiene un control, que es la tasa, es la prima de riesgo-país que paga la Argentina para conseguir colocar sus títulos soberanos en los mercados financieros internacionales y esta sobreprima o prima que paga la Argentina para conseguir colocar sus títulos en los mercados financieros internacionales y de esa manera conseguir que los capitales vengan a la Argentina, aceleren su transformación, son sustancialmente mayores al Libor o a los títulos semejantes del Tesoro norteamericano, que son los títulos a diez años.

En otros términos, el costo del capital en la Argentina sigue siendo sustancialmente mayor que el que se paga en los Estados Unidos, Canadá, Australia o en la Unión Europea. Y este mayor costo del capital se transforma en un elemento que frena la reconversión productiva del país, precisamente porque es más costoso incorporar tecnología y acelerar la reconversión tecnológica de la economía argentina.

En el transcurso de estos dos años de crisis internacional, y entramos en el tercero, cada vez que se produce un punto de inflexión en la crisis por el desencadenamiento de una crisis en alguno de los países del mundo emergente, que es lo que sucedió en el sudeste asiático, luego en Rusia o finalmente el 12 de enero de este año en Brasil, los mercados financieros internacionales aumentan la tasa de riesgo país que le cobran a la Argentina. Porque presumen que en la Argentina, no obstante los siete años de estabilidad, corren el riesgo de repetir la devaluación que han experimentado otros países. Nos están cobrando una sobreprima que penaliza no los siete años de estabilidad, reconocida por todos los países del mundo, sino que están penalizando décadas de crisis fiscal, de incumplimientos sucesivos, de hiperinflación, de megainflación.

En definitiva, estamos pagando el hecho de que la Argentina perdió el rumbo hace mucho tiempo y que sólo hace ocho años lo ha vuelto a encontrar. Estos últimos ocho años son un punto de inflexión en la historia del país. Se modificó el destino de la Argentina pero históricamente son plazos breves en el transcurso de décadas de frustraciones. Es por esto que todavía los mercados financieros internacionales nos cobran un sobreprecio, sobreprecio que nos cobran por el peso del pasado en términos del costo del capital que nos prestan y el mayor costo del capital que nos prestan frena nuestro proceso de reconversión productiva. Y acá el problema del freno tiene cada vez mayor importancia, porque el hecho de que se esté frenando el proceso de reconversión productiva en la Argentina nos quita tiempo y el tiempo se ha convertido en el factor más valioso de este proceso de transformación tecnológica incesante.

A los países que se retrasan en este salto tecnológico fenomenal que ocurre en la economía mundial, primordialmente en los Estados Unidos, les va a resultar cada vez más difícil encontrar un puesto de participación en el pelotón de vanguardia de este cambio tecnológico de extraordinaria envergadura. Porque se puede hacer un aumento de la productividad, como ha hecho la Argentina, de gran envergadura en el transcurso de la década del 90, pero el inconveniente que tenemos es que Estados Unidos está haciendo un mismo salto de productividad, solo que de un carácter acumulativo de tipo espasmódico, con una celeridad nunca vista.

Precisamente por eso el factor estratégico fundamental es ganar tiempo, acortar camino. Esto nos lleva directamente a la iniciativa del presidente Carlos Menem de profundizar la convertibilidad a través de la búsqueda sistemática de la dolarización de la economía y buscar como objetivo estratégico la creación de una Unión Monetaria y el establecimiento de una unión monetaria con los Estados Unidos, que permita la incorporación de la Argentina a una moneda mundial que es la norteamericana y que crecientemente está siendo desestatizada y que ha escapado al control de los Estados Unidos.

Por eso es que la decisión de enfrentar y resolver este problema abre en la historia de esta crisis mundial un punto de inflexión. Porque la Argentina resulta ser, entre los países emergentes, aquel país que por haber realizado el cambio estructural más drástico, más rápido, más efectivo de la década del 90 está en mejores condiciones para tomar la iniciativa de proponerle a los Estados Unidos un acuerdo de unión monetaria que implica, ante todo y sobretodo, solvencia en el sistema financiero y bancario y solidez en materia de estabilidad monetaria.

Está en condiciones de hacerlo porque ha enfrentado exitosamente crisis de extraordinaria envergadura, una interna que fue el colapso inflacionario de 89-90, otra internacional que fue el efecto "tequila" producido por la devaluación mexicana del 20 de diciembre de 1994, en el que la Argentina estuvo a punto de derrumbarse, sólo que no lo hizo porque respondió al desafío con igual envergadura en materia de decisión. Porque mostró el poder político de la Argentina que estaba dispuesto a pagar el precio de la más brutal recesión antes que entregar a las nuevas instituciones económicas que son los instrumentos de su estabilidad.

Y ahora lo muestra también en esta tercera crisis de gran envergadura, la más grande en la historia del capitalismo desde la Segunda Guerra Mundial, que se desató en el sudeste asiático a partir de julio de 1997 y que rápidamente se transformó en crisis mundial.

La Argentina enfrenta una situación, un horizonte de desaceleración de la economía mundial, de disminución del crecimiento de la Unión Europea en aproximadamente un punto. El año pasado creció un 2,5% la Unión Europea, este año va a crecer l,5%, con un brutal estancamiento de la economía del mundo. Al mismo tiempo, lo que está ocurriendo es que la crisis se agrava en términos de déficit fiscal, de insolvencia de su sistema financiero y bancario en Japón. Aumenta el déficit fiscal que ha pasado de diez puntos a once o quizás ya doce puntos del PBI. Los riesgos son mayores, la crisis es más dura, la desaceleración de la economía mundial es todavía más significativa.

En los primeros años de la década del 90, el Producto Bruto mundial creció cerca del 4% anual acumulativo hasta el año 1996. En los años de la crisis, los dos primeros años el producto mundial creció el 2%. La previsión para este año 1999 es que el producto mundial crezca 1%. Desaceleración generalizada y, por lo tanto, mayores riesgos y mayores crisis en un contexto de caída del precio de materias primas y de los commodities industriales, que están al orden del 30% en sólo un año. Lo que va a contar en este año critico es cuánto poder político hay en el país, en términos de eficacia y de legitimidad, para tomar decisiones difíciles ante los momentos críticos que inexorablemente van a venir. Y la respuesta a estos momentos críticos no es otra más que adelantarse a los acontecimientos. Lo que ha hecho Menem nuevamente es responder al desafío de la crisis con una decisión de mostrar ante propios y ajenos que para la Argentina no hay vuelta al pasado de ningún tipo. Y que la forma de enfrentar los desafíos de esta crisis de extraordinaria envergadura consiste en profundizar la transformación estructural hecha por la Argentina desde julio de 1989 en adelante. Lo que está en marcha es, en definitiva, una puesta en juego de la dialéctica esencial de la lucha política que dice que a la magnitud del desafío es la magnitud de la respuesta.

Por eso es que se produce el colapso devaluatorio de Brasil y la respuesta de la Argentina es "vamos hacia la dolarización". Aparece un momento de incertidumbre en la economía mundial y la respuesta de la Argentina es "buscamos un acuerdo de unión monetaria con los Estados Unidos", porque comprendemos que la tendencia fundamental de la época, dentro del hecho estructural que es la globalización, es la emergencia de monedas mundiales que, en un sentido estricto, son sólo dos, el dólar y el euro.

La idea básica que hay atrás de esta decisión del Presidente Menem es que hacer política consiste en adelantarse a los hechos. Y esto implica, ante todo y sobretodo, la capacidad de conducir lo inevitable.

Precisamente por eso es que ante la magnitud de la crisis la magnitud de la respuesta. Lo que está en juego ahora no es tanto lo que pueda hacer la Argentina. La cuestión de orden estratégico es saber en qué punto y en qué momento el sistema político norteamericano, lo que incluye no sólo a su sistema de instituciones sino también al mundo empresario, al mundo financiero de los Estados Unidos, al Departamento del Tesoro, a la Reserva Federal, al Congreso, a la Casa Blanca, a los órganos de comunicación, al extraordinario poderío de la prensa norteamericana, va a decidir en conjunto, con esa extraordinaria capacidad única que tiene los Estados Unidos para ponerse de acuerdo en momentos de crisis, sin hacerlo a través de una manera deliberada y pública, simplemente por ese instinto común que surge de pertenecer al país más ideológico del mundo que se basa en el credo democrático. En qué punto y momento deciden dar lugar a esta inflexión histórica que consiste en aceptar la creación del dólar como una moneda mundial que responda y sirva a la aceleración del proceso de globalización.

La Argentina no tiene peso suficiente como para adquirir relevancia en este sistema de decisiones que va a obligar a los Estados Unidos a establecer un punto de partida distinto en toda su historia. Pero hay dos países que sí tienen extrema relevancia para los Estados Unidos, con los que mantiene el mayor vínculo comercial del mundo, que son Canadá y México.

El comercio entre los Estados Unidos y México en el año 1998 superó los 210.000 millones de dólares. Hoy el comercio bilateral entre Estados Unidos y México es superior al que mantiene los Estados Unidos con Japón. Por encima de la relación con México está Canadá, que tiene un vínculo comercial con los Estados Unidos que es tres veces superior. Lo que está en juego es el peso creciente del sector industrial, del sector financiero, de los grandes sectores académicos, tanto en México como en Canadá, que sostienen que la forma de acelerar la convergencia en materia de aumento de la productividad y de incorporación de la alta tecnología a sus propios sistemas económicos consiste en acelerar esa convergencia a través de la dolarización.

Lo que está en juego con el NAFTA es un fenómeno similar al de la Unión Europea, en donde todos convergieron en una moneda única. En un sentido estricto el euro no es más que el marco alemán. Hubo tan rápidamente una moneda única en Europa porque la había previamente: era el marco alemán. La existencia de una moneda única en Europa se reveló por la crisis del sistema monetario europeo en 1992 y 1993, cuando todas las monedas europeas se mostraron débiles frente a la moneda regional de alcance mundial que era el marco alemán. De ahí a Maastrich y de Maastrich al euro hubo dos pasos consecutivos impulsados por la lógica brutal del determinismo de los hechos.

Es por eso que, sobre el esfuerzo de una visión estratégica que ante todo y sobretodo quiere analizar el "qué" y luego espera que los acontecimientos, los técnicos, los especialistas y las circunstancias revelen el "cómo", la Argentina avanza hacia la dolarización y la búsqueda de un tratado de unión monetaria con los Estados Unidos.

Jorge Castro , 02/03/1999

 

 

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