La formalización del apoyo de Eduardo Duhalde a la candidatura de Néstor Kirchner ayuda a explicitar el contenido estratégico de lo que está verdaderamente en juego en las elecciones presidenciales que se avecinan.
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El relanzamiento formal de la candidatura de Néstor Kirchner, erigido ahora, aunque sea por descarte, en la opción política definitivamente escogida por Eduardo Duhalde para enfrentar a Carlos Menem, tiene la virtud de instalar en la actual campaña electoral una cuestión hasta ahora ausente en el debate público: la explícita confrontación entre dos proyectos claramente distintos. Ambos proyectos tienen nombre y apellido: Duhalde y Menem.
En efecto, cuando Duhalde afirma que más que un "sucesor" prefiere un "continuador" y señala a la vez que Kirchner significa "la continuidad del plan económico actual", coloca en blanco sobre negro el hecho, en sí mismo para nada cuestionable como aspiración, de que el actual gobierno de transición pretende sucederse a sí mismo, aunque sea a través de terceros, vista la manifiesta reticencia presidencial a los consejos de la mayoría de sus partidarios, y aún de algunos de sus adversarios, de jugar personalmente en esa contienda.
En ese contexto, surge una paradoja: entre los cuatro candidatos presidenciales que según las encuestas tendrían chance de triunfar en las elecciones del 27 de abril, ya que Ricardo López Murphy parece demasiado lejos de poder figurar en esa lista, hay tres que, en términos generales, tienen notorias sintonías con el "modelo productivista" de Duhalde, aunque no con su gobierno: Kichner, Adolfo Rodríguez Sáa y Elisa Carrió, quienes exhiben mayores puntos de acuerdo entre sí que los que, por obvias razones políticas, están en condiciones de reconocer.
La única diferencia fundamental es que ni Rodríguez Sáa ni Carrió habrán de admitir jamás que el contenido de sus propuestas no guarda mayores discrepancias con la política económica implementada en los últimos doce meses, a partir de la devaluación. Kirchner, urgido por su necesidad de contar con el respaldo activo del gobierno y del aparato partidario del peronismo bonaerense, estará forzado en cambio a proclamar a los cuatro vientos esa continuidad que le reclama Duhalde.
Sin embargo, muy pocas veces como ahora adquiere todo su sentido aquella frase evangélica de "por sus frutos los conocereis...". Porque, a pesar de esa natural reticencia a comprometerse con el oficialismo, resulta altamente sugestivo que no sólo Kirchner sino también Rodríguez Sáa y Carrió hayan prodigado públicamente cálidos elogios a la figura del Ministro de Economía, Roberto Lavagna, convertido en la única expresión palpable y medible de la inflamada retórica ideológica que exhiben en sus respectivos discursos de campaña.
De allí que, por encima de los fuegos de artificio que inevitablemente rodean a toda campaña proselitista, puede decirse que el escenario electoral empieza a reflejar el dilema de fondo de la Argentina. La discusión en abstracto, planteada entre el rumbo estratégico asumido por el país durante los diez años de liderazgo de Menem y los variopintos discursos ideológicos centrados en la crítica al denominado "modelo neoliberal", deja lugar a una confrontación directa entre el balance histórico de dos experiencias políticas extremadamente concretas: la Argentina de la década del 90, con todos sus aciertos, sus errores y sus falencias, y el rumbo "productivista" impuesto por Duhalde a la Argentina de hoy, representado por los tres candidatos presidenciales que, mal que les pese, compiten por encarnarlo.
Guste o no, la política es siempre un mundo de opciones. |
Pascual Albanese , 17/01/2003 |
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