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Gradualismo o cambio de régimen . |
En Argentina existen fuera del sistema financiero más de 30.000 millones de dólares. Para poner en movimiento este capital ocioso, es necesaria una formidable inyección de confianza . |
La asunción de un nuevo presidente constitucional coincidirá con el momento crucial en que la Argentina tendrá que resolver una disyuntiva estratégica: gradualismo o cambio de régimen. La opción es entre una política que, sobre la base de los aparentes logros del denominado "veranito económico", intente encarar un mejoramiento paulatino de la actual situación o una alternativa que implique un drástico cambio de rumbo, a partir del establecimiento de un nuevo punto de partida.
La variante gradualista funda su razón de ser en el hecho cierto de que, a diferencia de lo que ocurría en julio de 1989, el país no experimenta una crisis hiperinflacionaria y en la hipótesis de que, por lo tanto, sería teóricamente posible persisistir en la idea de convertir al "veranito" en reactivación, de modo de garantizar que, tal cual pronostica el actual equipo económico, el presente año el producto bruto interno pueda crecer un módico 3%.
Esta visión gradualista choca contra tres murallas infranqueables. La primera es la falta de sustentabilidad estructural del actual programa económico. Está demostrado que el presente "veranito" implica la aparición de algunas islas de reactivación, en particular el agro, el turismo y un puñado de actividades industriales favorecidas por la sustitución de importaciones, incentivados transitoriamente por el dólar "superalto", pero que esas islas flotan en medio de un océano de recesión y de empobrecimiento colectivo.
Con un agravante: no hay ninguna posibilidad, ni en el corto ni en el mediano plazo, de un "efecto derrame" desde los sectores beneficiados hacia los perjudicados . La razón es simple: el mismo dólar "superalto", que es la condición para la existencia de esas islas de reactivación, las que en su conjunto representan aproximadamente un 25% del producto bruto interno, constituye la causa estructural de la depresión económica del 75% restante del aparato productivo argentino.
La segunda de esas murallas es la insustentabilidad fiscal. La conjunción entre el elevadísimo costo fiscal de la redolarización de los depósitos bancarios que, tarde o temprano, habrá de declarar la Corte Suprema de Justicia, el fuerte impacto económico del inevitable aumento de las tarifas de los servicios públicos, por escalonada que sea su implementación, y el cuantioso desembolso de divisas que traerá aparejada la indispensable renegociación de la deuda pública, cualesquiere fueren las condiciones en definitiva pactadas con los acreedores, tornan absolutamente inconsistentes, por no decir ilusorias, a las actuales previsiones presupuestarias.
La tercera muralla es la evolución de los indicadores sociales. Con salarios y haberes jubilatorios que han sido pulverizados por la inflación, índices de pobreza próximos al 60% de la población, una tasa de desempleo de alrededor del 23% y niveles de indigencia cercanos al 30%, no hay ningún gradualismo posible. No hay reactivación económica sin una recuperación del mercado interno a través de una rápida elevación del poder adquisitivo de los sectores de menores ingresos.
En este contexto, la Argentina está obligada a plantearse un verdadero cambio de régimen, una transformación de fondo en su sistema de instituciones económicas, que le permita no solo salir de la recesión sino producir un "efecto rebote" e iniciar un largo ciclo de expansión económica acelerada, con un ritmo de crecimiento que en los primeros años puede incluso llegar perfectamente a superar el 10% anual acumulativo.
En las actuales circunstancias de crisis, dicho cambio de fondo no puede darse en forma aislada. Requiere un formidable "shock" de confianza interna y externa, que está indisolublemente vinculado con la reinserción internacional del país y, en particular, con la recreación de una sólida alianza estratégica con los Estados Unidos, erigido en país eje del sistema de poder mundial.
En este nuevo escenario internacional, la búsqueda de un acuerdo de integración económica, comercial y monetaria con los Estados Unidos supone el previo cumplimiento de un prerrequisito político fundamental: una definición inequívoca y una presencia protagónica de la Argentina en la lucha emprendida contra el terrorismo transnacional y una activa participación dentro de la coalición internacional que, bajo el liderazgo norteamericano, encara el establecimiento de un nuevo sistema de seguridad global.
Aunque parezca extraño, la cuestión de la restitución de la confianza es para la Argentina de hoy mucho más importante que el tema del financiamiento. Las estimaciones coincidentes del Ministerio de Economía y del Fondo Monetario Internacional indican que en la Argentina existen actualmente, fuera del sistema financiero oficial, en los bolsillos de las empresas y de los particulares, más de 30.000 millones de dólares.
Este capital ocioso es uno de los resultados palpables de la acumulación derivada del crecimiento económico de la década del 90. Su estado de inutilización económica es el producto combinado de la ineptitud del gobierno de la Alianza y de la devaluación monetaria y demás errores cometidos por el actual gobierno de transición. Semejante gigantesca masa de ahorro casi triplica el monto actual de los depósitos bancarios y cuadruplica a la totalidad del circulante en pesos y cuasimonedas provinciales. Medida en términos de tenencia de dólares por habitante, convierte a la Argentina en el país más dolarizado del mundo después de Estados Unidos.
Para poner en movimiento este capital ocioso, un hecho que alcanzaría por sí mismo para recrear el círculo virtuoso de la inversión productiva y el consumo popular, es necesaria una formidable inyección de confianza, que sólo puede surgir de la reconstrucción de un poder político legítimo que esté acompañada por un sólido aval externo y por la reaparición de condiciones de previsibilidad económica y de seguridad jurídica. En definitiva, por un cambio de régimen basado en una visión estratégica acertada y en un fuerte liderazgo político. Esto será lo que se dirimirá en las urnas el próximo 27 de abril.
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Jorge Castro , 09/02/2003 |
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