La postguerra .

 


Conviene colocar ya la mirada en los formidables realineamientos políticos que habrán de suceder a la intervención norteamericana en Irak.
La Argentina enfrenta una encrucijada estratégica.
La impresión absolutamente generalizada es que la intervención militar de Estados Unidos en Irak será rápida, contundente y exitosa. La brecha tecnológica entre los contendientes es verdaderamente abismal. El poder de fuego de los efectivos norteamericanos es diez veces mayor al que tenían en la pasada guerra del Golfo de 1991. La capacidad militar iraquí es de apenas un tercio de la de hace doce años.

De allí que cuarenta y ocho horas ante del inicio de las hostilidades la bolsa de valores de Wall Street registrara el alza más importante del año, mientras que el dólar se revalorizaba en relación al euro y al oro y el precio internacional del petróleo se desplomaba estrepitosamente. El comportamiento de los mercados indica la expectativa de una rápida finalización del conflicto bélico.

Más que enfrascarse en una discusión de juicios de valor en acerca de la intervención norteamericana, conviene entonces poner ya la mira en las pespectivas de la postguerra. Estados Unidos y sus aliados están por concretar su objetivo de remover al régimen de Sadam Hussein, implantar una administración militar de transición en el territorio ocupado y avanzar hacia la creación de un gobierno provisional iraquí con la participación de representantes de los diferentes grupos políticos de oposición, de la mayoría chiíta y de la minoría kurda.

Pero el resultado del conflicto habrá de tener repercusiones aún mucho más vastas fuera de Irak. Comienza un rediseño integral del mapa geopolítico de Medio Oriente. En ese contexto, caben prever dos consecuencias inmediatas: una reducción drástica y de carácter permanente en el precio del petróleo, con su obvio impacto en la economía mundial, y la puesta en marcha de una fuerte presión estadounidense para encarar negociaciones orientadas a lograr una solución duradera a la cuestión palestina.

Fuera de Medio Oriente, la atención norteamericana se desplazará en dos direcciones simultáneas. Por un lado, hacia el Lejano Oriente, para resolver la amenaza nuclear encarnada por Corea del Norte. Por el otro, hacia América del Sur, para enfrentar el tema del narcotráfico y la guerrilla en Colombia.

Sin embargo, lo más importante no estará en los teatros de operaciones sino en los realineamientos en marcha en materia de alianzas. El fortalecimiento del eje Washington-Londres-Madrid obligará probablemente a una reformulación política del eje París-Berlin. Tanto la Unión Europea como la OTAN tendrán que replantear su rol en el nuevo escenario mundial. Las propias Naciones Unidas afrontan un desafío inédito a su relevancia internacional.

En cualquier circunstancia, cabe prever que Estados Unidos insistirá en su estrategia de armar "coaliciones flexibles", caso por caso, y prescindirá definitivamente de la colaboración de aquellos aliados tradicionales que no estén dispuestos a acompañarlos en su guerra sin cuartel contra el terrorismo transnacional.

La Argentina, hoy lastimosamente ausente en el escenario mundial, está en vísperas de una definición estratégica que determinará durante muchos años su inserción internacional. El próximo gobierno constitucional tiene aquí una responsabilidad histórica. En el mundo globalizado, el protagonismo internacional es condición para la existencia misma de la Nación. Tenemos que volver a ser actores de la política mundial. Esto también se juega el 27 de abril.
Pascual Albanese , 21/03/2003

 

 

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