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PERSPECTIVAS DE LA ARGENTINA EN EL NUEVO CONTEXTO MUNDIAL . |
Texto de la exposiciòn realizadas por Jorge Raventos en la última reunión mensual del centro de reflexión para la acción política Segundo Centenario, que tuvo lugar en el Hotel Rochester el pasado martes 7 de octubre
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La Argentina en el nuevo contexto mundial. Cuáles son las novedades de ese contexto. ¿Novedades en relación a qué?
Nombremos las novedades que, como se verá, no son tan nuevas.
Resumidamente:
• El fin de la guerra fría con el triunfo de los Estados Unidos.
• La aceleración del proceso de globalización.
• Los ataques terroristas a Nueva York y Washington del 11 de septiembre de 2001 y la prioridad otorgada por Estados Unidos desde entonces a la cuestión de la seguridad.
A lo largo del extenso período que cubre desde el fin de la segunda guerra mundial hasta la desaparición de la Unión Soviética, el mundo estuvo regido por un ordenamiento bipolar cuyos centros eran Moscú y Washington y cuyo denominador común residía en el armamento atómico de ambos adversarios.
La acción disuasiva consiste en no actuar antes de que el adversario pase a la acción. La disuasión recíproca establecida por la capacidad destructiva de los respectivos armamentos (y la reconocida capacidad de respuesta letal de la otra parte) establecía al mismo tiempo una suspensión del enfrentamiento directo entre ambos centros, un desplazamiento de sus confrontaciones de poder a terceros países, un límite a la escalada de los conflictos que envolvían a las superpotencias (y la mayoría de los conflictos del planeta de una u otra forma lo hacían) y también intersticios que permitían a algunos pueblos procurarse espacios de evolución de sus intereses nacionales. Al margen ( o por debajo) del conflicto central, las naciones de menor poderío ensayaban sus propias hipótesis de conflicto, habitualmente proyectadas hacia vecinos concebidos como una amenaza.
El centro de gravedad mundial era la simetría de las dos grandes potencias, que les garantizaba la condición de árbitros de última instancia en conflictos periféricos. Ese orden concluyó con el triunfo de los Estados Unidos y la desaparición de la Unión Soviética. Y a través de esa resolución del conflicto simétrico entre ambas superpotencias se generó una situación nueva, caracterizada por el predominio militar abrumador de los Estados Unidos (su presupuesto militar supera la suma de los de los 12 países que lo siguen en orden; su superioridad tecnológica se asienta en una inversión en tecnología militar equivalente a las inversiones totales en investigación y desarrollo de Alemania, Japón, Francia y el Reino Unido). Ese predominio tiene base cultural y tecnológica: Estados Unidos aparece como el país mejor adaptado para potenciarse en la nueva sociedad del conocimiento no sólo porque es la cuna de la revolución de la información, sino porque su sociedad es la más adaptada a la estructuración en redes flexibles que signa esta etapa.
Paralelamente –y estimulado por la desaparición de la amenaza soviética- el proceso globalizador impulsado por la revolución tecnológica de la información, se aceleró pasando de una etapa predominantemente financiera a otra de progresiva integración productiva mundial. Transformada en tendencia dominante de la época, la globalización marcaba –marca- un contexto en el que la acumulación de capital en marcos nacionales queda subsumida en el proceso de transnacionalización y acumulación a nivel mundial.
La inversión transnacional se torna en el principal motor del comercio mundial (las dos terceras partes del comercio internacional puede, en rigor, ser considerado intercambio “interno” entre una 250.000 empresas transnacionales y sus asociadas, lo que implica que a mayor participación de inversiones de estas empresas en un país, mayor participación del país en el comercio mundial. O, dicho de otro modo, un país aislado de esas redes a lo sumo puede aspirar a una porción del restante tercio de los intercambios internacionales.
Globalización acelerada y predominio militar abrumador de los Estados Unidos –el país mejor adaptado a las redes globales. Un mundo de flujos que atraviesan las fronteras nacionales (flujos financieros, informativos, productivos), exigencia de creciente competitividad para los países, procesos de integración creciente ante los cuales el aislamiento es castigado con más aislamiento (y así, con paulatina decadencia e irrelevancia). He allí algunos de los factores decisivos del nuevo contexto mundial en el que Argentina debe actuar.
Pero en septiembre de 2001 emerge un nuevo elemento que pasa a ser decisivo. Los ataques del 11 de septiembre de ese año contra territorio norteamericano ponen a la potencia suprema del mundo ante la evidencia de su vulnerabilidad y ante la realidad de una nueva amenaza. Una amenaza nueva: no la de otro estado, sino la de una red desterritorializada. Un conflicto de otro orden, regido por otra gramática que la que había reinado en las décadas de la guerra fría. Donde el mapa estratégico está más allá del territorio geográfico. Donde no hay equilibrio ni simetría. Ni la disuasión es posible, porque la amenaza es disuelta por la asimetría, la desterritorialización de la fuerza adversaria.
La red terrorista que atacó Nueva York y Washington actúa con algunos rasgos clásicos de la actividad guerrillera o el terrorismo urbano (sorpresa, elección del momento, compartimentación, organización celular). Al fin de cuentas, las redes no son una novedad. Pero estas redes terroristas actuales (como las que estructuran al crimen organizado o el narcotráfico) tienen un carácter específico: actúan con los instrumentos de la revolución tecnológica de la información y navegan en ese medio como pez en el agua.
La guerra asimétrica que lanzan estas redes no exige disponer de grandes recursos, es una estrategia asequible. Y además, puede tener efectos decisivos sobre un adversario dotado de medios militares mucho más poderosos. En ella se pueden establecer alianzas explícitas, o coaliciones involuntarias, con actores que carezcan por completo de capacidades armadas, pero que se encuentren bien “equipados” para la guerra de la información: líderes de opinión, ONGs, partidos políticos, medios de comunicación, etc. Además, muchos de los países que disponen de una superioridad militar indudable, son al mismo tiempo sociedades de la información y sistemas políticos democráticos (como, por ejemplo, los miembros de la OTAN, y muy en especial Estados Unidos). Y esta coincidencia los hace especialmente atractivos a los ataques asimétricos.
La guerra red, un término que ha adoptado Manuel Castells para definir este nuevo tipo de conflicto y que forjaron ocho años atrás los investigadores de la Rand Institution, se refiere a los conflictos donde los rivales se organizan en red o emplean redes con fines de control operacional y de otro tipo de comunicaciones. Las redes son flexibles y permiten la formación de coaliciones de actores con agendas muy diferentes, pero que coincidan en la búsqueda de un objetivo común.
La red permite la alianza y la movilización a través de fronteras entre nodos heterogéneos y hace posible la centralización en lo estratégico y la descentralización en lo táctico. La conexión entre los diferentes elementos de la red se vería posibilitada y potenciada por la globalización y los avances de la sociedades de la información.
Redes, decíamos antes, han existido siempre. Lo que ahora les convierte en especialmente aptas y poderosas son los adelantos tecnológicos, que permiten su coordinación en la concepción, ejecución y retroalimentación de sus operaciones. Internet y -el resto de tecnologías de la información- ofrecen grandes posibilidades en cuestión de difusión de su agenda política, reclutamiento, recaudación de fondos, coordinación y comunicación entre grupos e intra-grupo, acopio de información e inteligencia, y anonimato y secreto en el desarrollo de sus actividades.
Ante este nuevo desafío de carácter transnacional, muchos conceptos, si no totalmente obsoletos, quedan sí subordinados a la lógica del nuevo conflicto. Para combatir redes, es preciso disponer de redes más eficaces, más informadas, más densas y asociativas A organizaciones transnacionales y desterritorializadas no se las puede vencer desde conceptos cerradamente territoriales y nacionales. La idea de “lo interno” y “lo externo” queda relativizada.
En la medida en que las redes terroristas actúan en el marco de las tecnologías y la cultura de la época, el conflicto debe desplegarse según la misma lógica. En sociedades de información, abiertas y con creciente peso de la opinión pública, un rasgo del ataque es el trabajo sobre esa opinión pública, por vía directa o a través de redes asociadas, en condiciones de minar la voluntad sobre la que se apoya la decisión política propia.
Las capacidades tecnológicas son sin duda importantes, pero los valores, las ideas y la capacidad para movilizar en defensa propia a la ciudadanía son fundamentales. El conflicto puede necesitar armas, pero se gana con almas. La dimensión cultural del conflicto es insoslayable.
Eje del sistema mundial, Estados Unidos, tras los ataques a su territorio de dos años atrás, instaló en el centro de su preocupación –y por reflejo, en el planeta- la prioridad de la seguridad internacional. Así, la globalización se reencuentra con la dimensión política, que parecía –a los ojos del globalismo economicista- una rémora del pasado.
Esa revitalización de la política, del consecuente rol de los estados y los sistemas políticos, constituye pues otro elemento fundamental del contexto actual, en el marco de los nuevos desafíos al orden mundial de las redes terroristas y criminales.
Globalización acelerada y predominio militar abrumador de los Estados Unidos –el país mejor adaptado a las redes globales. Un mundo de flujos que atraviesan las fronteras nacionales (flujos financieros, informativos, productivos), exigencia de creciente competitividad para los países, procesos de integración creciente ante los cuales el aislamiento es castigado con más aislamiento (y así, con paulatina decadencia e irrelevancia). He allí otros de los factores decisivos del nuevo contexto mundial en el que Argentina debe moverse con nuevos conceptos, que nos exigen lucidez y acción.
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Jorge Raventos , 21/10/2003 |
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