BASES PARA UNA NUEVA ALTERNATIVA POLÍTICA .

 


Texto completo de la exposicion de Jorge Castro, en la primera reunión mensual del ciclo 2004 del centro de reflexión para la acción política Segundo Centenario, que tuvo lugar en el Hotel Rochester el pasado martes 2 de marzo. Recordamos que el próximo encuentro será el martes 6 de abril, a las 19 horas, en el mismo lugar, Esmeralda 546, en la ciudad de Buenos Aires. Viene de
La Argentina está frente a una nueva oportunidad histórica. En las condiciones que plantea un mundo cada vez más globalizado, las posibilidades de un país para dar un fuerte salto hacia adelante en materia económica y social están indisolublemente vinculadas a dos elementos fundamentales. El primero es la existencia de una coyuntura internacional favorable. El segundo es la aparición de una constelación de fuerzas políticas y sociales capaces de aprovechar esa oportunidad.

El país tiene hoy por delante un horizonte internacional extraordinariamente favorable. Estamos en el comienzo de una nueva onda larga de expansión de la economía mundial. Es mucho más que un nuevo ciclo de expansión capitalista. Es probablemente el inicio de una nueva época histórica, que tiene tres componentes básicos. El primero de esos componentes es el formidable salto cualitativo experimentado en estos últimos años por la economía estadounidense, sumergida ya de lleno en la nueva sociedad de la información. El segundo componente es la avasallante irrupción de los países del Asia Pacífico, encabezados por China, erigida en la nueva gran fábrica mundial. Y el tercero de estos tres componentes básicos es la demanda creciente de commodities agrícolas, energéticos y minerales, todos al mismo tiempo.

Estos tres factores estructurales están estrechamente vinculados entre sí. La transformación de la economía norteamericana en una nueva economía de la información, junto a la disminución de su sector manufacturero, que representa en la actualidad sólo el 16% del producto bruto interno estadounidense, está orgánicamente vinculada con la gigantesca revolución industrial que atraviesa China, que se ha transformado en uno de los principales proveedores de manufacturas a los Estados Unidos. Alrededor de un 20% del déficit comercial norteamericano se origina en el comercio con China. China produce y exporta a los Estados Unidos gran parte de lo que este país ha dejado de manufacturar. Más que competencia, puede decirse que existe complementariedad e integración creciente entre ambos países.

Mientras tanto, todo indica que la economía de los Estados Unidos, concentrada cada vez más en los servicios y la alta tecnología, tiende a recuperar el auge que experimentó durante el "boom" de inversión de la segunda mitad de la década del 90, cuando creció a una tasa superior al 4% anual entre 1995 y el 2000. En este sentido, el altísimo nivel de incremento de la productividad experimentado por la economía norteamericana no se limita, como ocurría en la década del 90, al sector de la alta tecnología, sino que también abarca a la industria y los servicios.

A su vez, el crecimiento económico de China en el 2003 fue nuevamente el más alto del mundo. Alcanzó el 9,1%. Es la cifra de crecimiento económico más alta de China desde 1997.

Puede decirse que el sistema económico mundial se asemeja hoy a una tijera con sus dos filos. Uno de esos dos filos es la economía norteamericana, crecientemente especializada en los servicios de alta tecnología. El otro filo de esa tijera es China, especializada en la producción masiva de manufacturas industriales, favorecida por la inapreciable ventaja competitiva que supone su virtualmente inagotable provisión de mano de obra barata y relativamente educada y calificada.

Es extremadamente difícil competir en estas dos franjas ocupadas por Estados Unidos y China. Cada país tiene entonces que posicionarse en función de esa realidad y, a partir de sus ventajas comparativas y competitivas, está obligado a encarar la búsqueda de aquellos nichos de mercado que le permitan participar activamente de las corrientes de inversión y de comercio mundial.

Sin embargo, lo más relevante en la evolución reciente de la economía china no es el crecimiento acelerado de su producto bruto interno. El dato mayor es su estrecha relación con el proceso de globalización. Se trata de una consecuencia directa de la incorporación de China a la Organización Mundial de Comercio, oficializada en noviembre del 2001. Los compromisos de mayor apertura económica asumidos a partir de esa incorporación se reflejan en todos los terrenos. Pero las dos manifestaciones centrales de este fenómeno son, en primer lugar, el aumento de la inversión extranjera directa y, en segundo término, el notable aumento de su comercio exterior, tanto en materia de importaciones como de exportaciones.

Las filiales de las empresas extranjeras instaladas en China representaron el año pasado el 23% del valor industrial agregado total, un 18% de los ingresos tributarios percibidos por el Estado chino y un 48% de las exportaciones. Por segundo año consecutivo, el volumen de las inversiones extranjeras directas en China superaron a las radicadas a los Estados Unidos. A la vez, el comercio exterior de China, tanto exportaciones como importaciones, ha tenido durante el 2003, es decir en solamente doce meses, un crecimiento superior al 30%. En un año en que el comercio mundial creció un 3%, el comercio internacional chino creció más de un 30%.

La principal consecuencia de estos procesos combinados es un fenomenal aumento de la demanda de commodities agrícolas, energéticos y minerales por parte de China, una demanda que, según todas las estimaciones, crecerá a un ritmo no menor al 15% anual hasta por lo menos el año 2010.

Una clara manifestación de esta tendencia es el aumento de las tarifas del transporte marítimo de carga. El costo del flete marítimo se encuentra en sus niveles más elevados de los últimos treinta años. Los exportadores de materias primas, como el mineral de hierro, cereales o carbón, se enfrentaron en el transcurso del año pasado un sideral incremento del precio de los fletes. En estos últimos doce meses, el costo del transporte y el seguro de una tonelada de granos desde la Argentina a China aumentó de 25 a 80 dólares.

El semanario The Economist informa que en el año 2003 China dio cuenta del 36 % del consumo mundial de acero. Pero eso no es todo, ni mucho menos: China consumió el año pasado el 50 % de la producción mundial de cemento. Y esto es apenas el inicio de una tendencia ascendente. En los próximos diez años, el gobierno chino calcula que la migración interna desde el campo hacia las ciudades ascenderá aproximadamente a otras 300 millones de personas. Esto representa una cifra equivalente a ocho veces la actual población argentina. Se trata de la migración humana más importante de toda la historia universal. Las incalculables exigencias de inversión que este desplazamiento implican en materia de vivienda e infraestructura urbana garantiza que ese consumo de acero y cemento habrá de crecer exponencialmente en la próxima década.

En este panorama general, existe otro aspecto que es particularmente importante para la Argentina. El principal problema social y político de China consiste en alimentar al 23% de la población mundial con solo el 7% de los recursos hídricos y de las tierras agrícolas del planeta. Las estadísticas oficiales demuestran que China cuenta para alimentar a su población con una hectárea arable por cada diez personas. El promedio mundial es de una hectárea arable por cada 4,4% personas.

En definitiva, puede hablarse de la irrupción de una tendencia estructural de largo plazo, orientada hacia una fuerte revalorización de la importancia económica de los recursos naturales. Porque importa señalar que no estamos hablando de un fenómeno meramente coyuntural. Un estudio realizado el año pasado por Goldman Sachs estima que, aún disminuyendo a la mitad su actual ritmo de crecimiento, alrededor del año 2040 China va a superar a Estados Unidos en materia de producto bruto interno y a transformarse, por lo tanto en la principal economía del mundo.

Según ese informe, China, que actualmente ocupa el sexto lugar en materia de producto bruto, habrá de superar a Gran Bretaña en el 2005, a Alemania en el 2007 y a Japón en el 2016. Según ese estudio de Goldman Sachs, en materia de ingreso por habitante, China estaría en el 2041 de todos modos en menos de un 40% del ingreso por habitante de los Estados Unidos.

Los ingresos de la nueva clase media china, abrumadoramente concentrada en las ciudades costeras, oscilan entre los 600 y los 1200 dólares mensuales, pero con una capacidad de compra doméstica infinitamente superior al que esa cifra representa en otros países de mayor desarrollo relativo. Según Morgan Stanley, esa nueva clase media alcanzará dentro de ocho años, o sea en el 2012, al 40% de la población china, o sea cerca de 600 millones de personas.

Otro detalle muy significativo para la Argentina tiene que ver con el turismo. Esta nueva clase media china, que adquiere grados de consumo cada vez más sofisticados, empieza ahora a viajar por todo el mundo. Hay 22 millones de chinos que vacacionan hoy fuera del país. Se estima que en el 2010 esa cifra ascenderá a cien millones de personas.

Por otra parte, lo que sucede en China repercute fuertemente en todo el Asia Pacífico. El comercio exterior chino tiene un gigantesco superávit son Estados Unidos. Pero, en cambio, registra un fuerte déficit en relación a sus vecinos de la región. Todos los países del Asia Pacífico incrementan velozmente sus exportaciones a China. Como resultado, Japón ( la segunda economía de mundo ) está saliendo de su estancamiento de los últimos trece años. China se ha transformado en el mayor mercado para las exportaciones japonesas, por encima inclusive de los Estados Unidos.

Pero este formidable cambio históric incluye también otro fenómeno, todavía incipiente pero también de enorme trascendencia. Es lo que está pasando hoy en la India. Estamos ante un país de cerca de 1.000 millones de habitantes que a principios de la década del 90, o sea un decenio después que China, inició también un proceso de apertura económica de la economía. Esto le permitió a la India alcanzar un ritmo de crecimiento del 6% anual en los últimos diez años. Las estimaciones de Goldman Sachs consignan que, dentro de cincuenta años, la India será la tercera economía del mundo, después de China y los Estados Unidos.

Puede afirmarse que si China es la principal beneficiaria del proceso de externalización de la fabricación de bienes que practican las empresas transnacionales, India lo es en relación al fenómeno más reciente de externalización de los servicios que empiezan a practicar esas mismas compañías. Es lo que se denomina el "outsourcing".

La nueva clase media india tiene un elevado nivel educativo y un perfecto conocimiento del idioma inglés. Ambas características, unidas naturalmente a un nivel salarial infinitamente más bajo que es de los países altamente desarrollados, la convierten en particularmente calificada para beneficiarse con esa tercerización de servicios de las grandes compañías transnacionales.

Esa nueva clase media asciende ya a alrededor de 150 millones de personas y esa cifra está permanentemente en aumento. Su nivel de consumo también crece año a año. Un dato revelador: en la actualidad hay en la India veinte millones de teléfonos celulares. Se calcula que para fines del 2005 habrá cien millones de teléfonos celulares en funcionamiento.

Para quienes puedan considerar que este análisis es demasiado exagerado, y que lo que suceda en China y la India no puede nunca alcanzar para modificar las grandes coordenadas de la economía mundial, particularmente en materia de consumo de alimentos, conviene recordar simplemente que en el mundo existen hoy 192 países pero que estos dos países sumados, por si solos, albergan aproximadamente a un 40% de la población mundial.

Para los países exportadores de alimentos y en general de materias primas, cabe decir que el escenario mundial de principios del siglo XXI presenta cierta semejanza con el de fines del siglo XIX, cuando el gigantesco proceso de industrialización de Gran Bretaña generó un mercado de consumo en continua expansión. Con una diferencia a favor: este nuevo mercado en expansión permanente que es el Asia Pacífico abarca a 3.000 millones de personas, cerca de la mitad de la población mundial.

Todo esto tiene muchísimo que ver con lo que puede suceder en la Argentina. No hace falta abundar en detalles acerca de la correlación existente entre el incremento de la demanda china y el publicitado "boom" de la soja. China ocupa ya el cuatro lugar como destino de las exportaciones argentinas, pero la tendencia lo lleva a convertirse en el largo plazo en el primer comprador, más aún que el propio Brasil. En los últimos ocho años, las exportaciones argentinas a China más que se sextuplicaron. Entre 1995 y 2002, crecieron un 300%. Y solo en el 2003 aumentaron más de un ciento por ciento.

En las últimas semanas, dos grandes empresas industriales del complejo agroalimentario, a pesar de las virtualmente nulas posibilidades de conseguir financiación interna o externa, decidieron inversiones en la Argentina por una cifra superior a los 280 millones de dólares. Cargill, una de las diez empresas transnacionales más importantes en el negocio de alimentos, resolvió ampliar la operación de su planta de la provincia Santa Fe y construir una nueva planta de crushing en Villa Gobernador Gálvez. Molinos Río de la Plata, una firma de capital nacional perteneciente al grupo Pérez Companc, anunció la construcción de otra planta semejante en la localidad de Sa Lorenzo, también en la provincia de Santa Fe. Será la planta más gande del mundo en su tipo. Si se suman a estos dos proyectos otros ya anunciados en los últimos meses por Aceitera General Deheza, Vicentín, Bunge y Born y otras empresas, el total de la inversión industrial, realizada en su totalidad con capital propio, es decir sin crédito, sólo en este rubro específico, supera los 400 millones de dólares.

Detrás de estas decisiones de inversión, hay un diagnóstico preciso: más allá de las condiciones macroeconómicas, el crecimiento de la producción agroalimentaria de la Argentina, en el contexto de una economía mundial en expansión, no es un fenómeno de corto plazo, de tipo provisorio, producto de mejoras circunstanciales en los precios de los commodities agrícolas. Responde básicamente a una tendencia de fondo que hace que las grandes transnacionales norteamericanas de alimentos, como ADM, Cargill y Dupont, disminuyan sus inversiones en Estados Unidos y las trasladen hacia el exterior, en especial hacia la región del mundo emergente que presenta las mejores ventajas comparativas en materia de producción alimentaria: el MERCOSUR, es decir principalmente Brasil y potencialmente la Argentina.

No sólo la Argentina y Brasil sino también los otros dos socios del MERCOSUR, es decir Uruguay y Paraguay, presentan claras ventajas comparativas en materia de producción agroalimentaria. La perspectiva estratégica de un MERCOSUR agroalimentario, unida a una activa vinculación con los mercados de consumo de los países del Asia Pacífico constituye entonces una extraordinaria oportunidad política para que el bloque regional sudamericano encuentre una sólida inserción dentro de las grandes corrientes de inversión y de comercio internacionales.

Este vuelco en las tendencias de inversión se relaciona en forma directa con la estructura de costos de la producción primaria. Según señaló Peter Goldsmith, especialista de la Universidad de Illinois, el costo de producción de una tonelada de soja en Estados Unidos es de 249 dólares, mientras que en la Argentina alcanza los 192 dólares.

La superior competitividad de la producción agrícola de la Argentina no es sólo el resultado de ventajas comparativas excepcionales para la producción primaria. Surge también del cruce de esas ventajas con las gigantescas inversiones realizadas en la década del 90 en todo el sistema logístico de apoyo a la producción, potenciadas además por la utilización sistemática de los adelantos biotecnológicos, como las semillas transgénicas, y el uso cada vez más generalizado de la siembra directa.

El altísimo nivel de productividad alcanzado por el agro argentino, probablemente el mayor del mundo, es un eufemismo técnico para referirse a su superior productividad, que ha transformado sus innegables ventajas comparativas en inequívocas ventajas competitivas de alcance mundial.

En otros términos: es la superior productividad agrícola del país el factor más importante capaz de atraer las inversiones industriales. La producción de alimentos en el mundo es hoy una cadena integrada y transnacionalizada de alcance global. Hay un redescubrimiento de la importancia del primer eslabón de esa cadena productiva. Porque las inversiones tienden a dirigirse hacia la totalidad de la cadena cuando ese primer eslabón, que es la producción primaria, adquiere un nivel superior de productividad.

Precisamente por eso, la especialización agroalimentaria de la Argentina no implica en modo alguno la reprimarización de la economía del país. Todo lo contrario: es la superior competitividad de la producción agrícola argentina la que se convierte en un instrumento fundamental para la atracción de inversiones industriales, tanto nacionales como transnacionales.

En esta economía mundial globalizada, irreversiblemente abierta, resulta cada vez más dificultoso desarrollar industrias que no san inmediatamente competitivas a escala internacional. Sólo es posible crear ventajas competitivas sustentables sobre la base de ventajas comparativas reales, sobre las que se puedan introducir continuas mejoras de productividad, a través de la absorción constante de la innovación tecnológica y de las nuevas técnicas de gerenciamiento.

No hay que temer entonces a la especialización productiva de la Argentina en el negocio de los alimentos. Al contrario, hay que apostar a su profundización. Porque, en una economía globalizada, esa estrategia de especialización agroalimentaria es la base para alcanzar superiores niveles de productividad. En ese camino, la diversificación de la economía tiende a sobrepasar los límites de la industria alimentaria, para proyectarse hacia el conjunto del sistema económico, a través de una variadísima gama de actividades que florecen al calor de su efecto multiplicador de la cadena agroalimentaria. En términos históricos, y salvando las obvias diferencias de época, ése fue el camino que labró la industrialización de países como Canadá y Australia, que hace un siglo presentaban similitudes estructurales con la Argentina.

Una vez más, la formidable clarividencia estratégica de Perón se ve corroborada por los hechos. Hace sesenta años, en septiembre de 1944, en el mensaje de constitución del Consejo Nacional de Posguerra, equivalente a la Secretaría de Planeamiento Estratégico de aquella época, Perón señalaba que "la técnica moderna presiente la futura escasez de materias primas perecederas y orienta su mirada hacia las producciones de cultivo. En las pampas inagotables de nuestra patria se encuentra escondida la verdadera riqueza del porvenir".

En las condiciones de la globalización, el esfuerzo de voluntad política - noción esencial que hace a la sustancia del Estado - consiste en establecer una inteligencia estratégica sobre el marco de lo posible. Lo que hay que determinar entonces es una estrategia de especialización agroalimentaria de la Argentina, que abarca desde la producción primaria hasta lo más avanzado de la biotecnología- es apropiado para la Argentina.

La prioridad estratégica está en la producción de alimentos como instrumento de inserción en la economía mundial. A partir de allí, se trata de determinar cómo, de qué manera y en qué condiciones, la cadena agroalimentaria se puede transformar en la fuente y la base principal para una amplia diversificación económica del país.

Todo esto supone una enorme oportunidad estratégica para la Argentina. Lo que resta por definir, nada más y nada menos, son las condiciones políticas necesarias para capitalizar esta nueva oportunidad, que tiene una dimensión aún mayor que la que se nos abriera entre los principios de la década del 90, con la desaparición de la Unión Soviética y el avance irrefrenable de la globalización económica, y culminara con el estallido de la crisis del sudeste asiático, a mediados de 1997, propagada luego a Rusia en agosto de 1998, después a Brasil en enero de 1999 y luego al conjunto del mundo emergente, incluido por supuesto la Argentina.

La creación de esas condiciones políticas supone encarar la construcción de un nuevo bloque histórico, cuya base de sustentación posible es una alianza estratégica entre el peronismo como actor político principal, en su condición -por ahora indiscutida - de única fuerza capaz de garantizar la gobernabilidad del país, y las nuevas fuerzas sociales, económicas y culturales de avanzada, que tienen su expresión más notoria y más significativa, aunque por supuesto que no la única, en el extraordinariamente dinámico complejo agroalimentario argentino.
Jorge Castro , 11/03/2004

 

 

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