La nueva administración republicana ha decidido poner énfasis en la integración del continente. Lo que sucede en los Estados Unidos influye directamente en todos los países del mundo y, en particular, en América Latina. Esto exige una clara y rápida definición política de los países del MerCoSur, en especial por parte de los aliados estratégicos Brasil y la Argentina. La capacidad de importación del NAFTA es 16 veces mayor que la capacidad de importación del MerCoSur. Se trata del acceso al mercado más importante del mundo, el mercado norteamericano: es lo que suele caracterizarse como una oferta imposible de rehusar. Brasil y la Argentina, dos grandes productores agroalimentarios, deben acordar en forma urgente los parámetros con los que habrán de negociar con los Estados Unidos. Para la Argentina, en estas circunstancias históricas, construir poder en el plano mundial demanda ir delante de los acontecimientos. Exposición realizada por el Dr. Jorge Castro en el Foro de Segundo Centenario, el 6 de marzo de 2001. |
1.- Introducción
Hace cuarenta y cinco días, se registró un acontecimiento mayor de orden mundial, que afecta directamente a la Argentina. La asunción de la presidencia de los Estados Unidos por George Bush implica un giro de enorme importancia para toda América Latina. La nueva administración republicana ha decidido poner énfasis en la integración del continente americano, a través de la aceleración del ritmo de puesta en marcha de una amplia zona de libre comercio hemisférica desde Alaska hasta Tierra del Fuego. Y esa determinación implica una modificación de fondo en el escenario regional, que demanda un replanteo estratégico de los países de América del Sur, que enfrentan ahora un gigantesco desafío colectivo que supone, a la vez, una extraordinaria oportunidad histórica.
Casi no hace falta decir que lo que sucede en los Estados Unidos influye directamente en todos los países del mundo y, en particular, en América Latina. Porque, en este nuevo contexto internacional, surgido en la década del 90 a partir del fin de la Guerra Fría y de la autodisolución de la Unión Soviética, los Estados Unidos detentan hoy el liderazgo mundial en el triple plano de lo económico, lo tecnológico y lo militar.
En términos económicos, Estados Unidos representa el 23% del producto bruto mundial. Esto quiere decir casi una cuarta parte de la economía del mundo. A su vez, en el ámbito campo de la OCDE, la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico, el pool de los 32 países más avanzados del mundo, Estados Unidos representa el 37% del producto de esos países que son la vanguardia de la economía mundial. Pero esto no es suficientemente representativo del significado de los Estados Unidos en la economía global. Si se toma el indicador NASDAQ, aquél que representa a las empresas de las altas tecnologías, que están en la frontera del conocimiento tecnológico, la presencia de las empresas norteamericanas, en este indicador, es el 66% del total. Hay que sumarle a esto que la economía estadounidense es la mayor fuente de atracción de inversiones extranjeras directas de las empresas transnacionales de todas partes del mundo y en primer lugar, de las empresas transnacionales de origen europeo.
Pero este formidable dato de orden cuantitativo, hay que agregarle un hecho de raíz tecnológica y de carácter cualitativo: Estados Unidos ha ganado indiscutiblemente la delantera en esta gran revolución tecnológica de nuestra época, especialmente en el campo de la informática y de las telecomunicaciones.
Cabe recordar aquí lo que decía, hace más de 150 años, aquel célebre pensador francés Alexis de Tocqueville: "Estados Unidos es el país del mundo donde el futuro llega primero". No quería significar con esto que el futuro del mundo fuera Estados Unidos, porque cada país, cada región debe recorrer inexorablemente su propio camino y realizar su propio destino. Pero ciertamente pareciera que una de las características de este espacio de experimentación continua, sin pasado feudal, sin enemigos externos, de envergadura a lo largo de los doscientos años iniciales de su historia que son los Estados Unidos, o para ser más estrictos, la sociedad norteamericana, la característica que tiene es su aptitud para llegar primero adonde el resto del mundo llega también en algún momento después.
Ese liderazgo tecnológico, trasladado sistemática y velozmente al sistema productivo, hace que el ritmo de crecimiento de la productividad de la economía estadounidense haya generado un ciclo de expansión económica ininterrumpida que lleva casi diez años y que, sumado a lo que comenzó en el año 1981-82 con el gobierno de Ronald Reagan, implican diecisiete años de expansión salvo la leve recesión que experimentó durante dos meses en 1990. Esta formidable expansión de raíz tecnológica de la economía norteamericana continua a pesar de la desaceleración evidenciada en el último semestre del año pasado y tiende a continuar en el tiempo, inclusive a profundizarse, a un ritmo perfectamente autosostenible.
Por último, en el terreno estratégico militar, no hace falta abundar en detalles para corroborar la absoluta supremacía norteamericana. Basta señalar sin ánimo de exceso que nunca en la historia universal, ni aún en tiempos del Imperio Romano, existió una supremacía tan absoluta, que ningún otro país está en condiciones de desafiar al menos por el término de una generación.
Estos tres factores estructurales confluyen para explicar por qué los Estados Unidos han dejado de ser una superpotencia entre otras, para pasar a convertirse en el país eje del actual sistema de poder internacional surgido de la posguerra fría. Esto no quiere decir, de ninguna manera, que en el actual sistema de poder mundial, los Estados Unidos sean todopoderosos. Lo contrario es lo cierto: hoy los Estados Unidos para cualquier empresa importante, de carácter trascendente en el plano mundial, necesitan aliados. Incluso necesita aliados para realizar empresas de orden y de contenido mundial más hoy que durante la Guerra Fría. Esto es lo que Henry Kissinger llama "la paradoja estadounidense de la post Guerra Fría". En la Guerra Fría le sobraban aliados a los Estados Unidos. Hoy le faltan aliados a los Estados Unidos para hacer lo que hay que hacer cuando llegan los momentos de crisis o hay que tomar las grandes decisiones.
Si los Estados Unidos necesitan hoy, para cualquier decisión trascendente en el plano mundial, disponer de aliados y les resulta más difícil conseguirlos que en la Guerra Fría, donde le sobraban, lo que hay que advertir, al mismo tiempo, es que en las actuales condiciones históricas ninguna cuestión de envergadura internacional puede resolverse sin la participación activa de los Estados Unidos.
Hay dos tipos de conflictos en el mundo de hoy. Aquéllos en los que los Estados Unidos no intervienen, en cuyo caso no se resuelven. Aquéllos en los que Estados Unidos interviene y entonces cabe la posibilidad de resolverlos.
Pero veamos más de cerca este fenómeno central de la época que es la sociedad norteamericana como expresión de una civilización y de la principal fuente de acumulación y de tecnología de la época. Veamos las elecciones presidenciales recientes, las del mes de noviembre del año pasado en los Estados Unidos.
2.- La nueva Administración
En este país, que desde la desaparición de la Unión Soviética se ha transformado en el eje del actual sistema de poder internacional, acaba de registrarse un cambio de gobierno de fundamental importancia para América Latina en general y, muy en particular, para la Argentina. No se trata simplemente de un recambio presidencial, ni tampoco solamente de una rotación tradicional del poder del Partido Demócrata por el Partido Republicano. Es el comienzo de una nueva etapa política que está destinada a dejar huellas profundas en la política mundial.
Para entender esto, hay que empezar por decir que este cambio de gobierno en los Estados Unidos no se produce en una fase de crisis, como ocurrió, por ejemplo, hace veinte años cuando con el reemplazo del gobierno demócrata de James Carter comenzó la revolución conservadora que realizó Ronald Reagan, y que deja sus marcas inclusive en los Estados Unidos de hoy. Este cambio se realiza cuando Estados Unidos atraviesa su momento de mayor esplendor mundial.
Por eso hay que recordar y señalar que la presidencia de Bill Clinton va a ser recordada seguramente como una de las más grandes presidencias de la historia norteamericana. Nunca en su historia Estados Unidos tuvo un ciclo tan prolongado de expansión económica. En el año 2.000, la economía norteamericana es la mayor economía del mundo, de 9 trillones de dólares, creció un 5,2%, como si fuera un país de Asia. La cifra de desempleo es la más baja de los últimos veinticinco años, 4% de la población económicamente activa. Un país que en 1992 tenía un déficit presupuestario que equivalía al 4% del producto, y que ascendía a 290.000 de millones de dólares, este año fiscal 2001 tiene ya por cuarto año consecutivo superávits fiscales crecientes que le permiten prever la compra de la totalidad de su deuda pública en el 2009.
Este éxito formidable, de carácter histórico, estuvo vinculado a un liderazgo político excepcional. El presidente Clinton encarnó una corriente de renovación en el Partido Demócrata que dejó atrás las visiones nostálgicas del llamado "Estado de Bienestar". Fue capaz de asumir como propia la bandera del equilibrio fiscal que levantaban sus oponentes del Partido Republicano y de concretar uno de los recortes presupuestarios más drásticos de la historia norteamericana. De esa manera, su gobierno permitió que la economía de los Estados Unidos lograra en pocos años una reconversión tecnológica de una intensidad jamás vista con anterioridad y diera así un salto de productividad que constituye el secreto fundamental del extraordinario empuje norteamericano en estos años.
La pregunta fundamental que cabe hacerse no es sobre la diferencia de votos entre los dos candidatos presidenciales que compitieron en las elecciones de noviembre pasado. En realidad, la verdadera pregunta es por qué en esas circunstancias el candidato demócrata, el vicepresidente Al Gore, no ganó por una amplia diferencia de sufragios.
Esa paridad de los resultados electorales en las últimas elecciones presidenciales norteamericanas originó una especulación bastante extendida: se presumió que el gobierno de Bush sería un gobierno débil. Quienes así pensaban desconocían la naturaleza del sistema político norteamericano. La duda duró muy poco: en sus primeras semanas en la Casa Blanca, Bush demostró una notable capacidad de ejercicio del poder político.
De entrada, Bush empleó sus facultades presidenciales para adoptar una decisión simbólica de enorme importancia y al mismo tiempo práctica: la supresión de la ayuda económica del gobierno norteamericano a las organizaciones internacionales que defienden y promueven la práctica del aborto. De este modo, produjo un giro estratégico en la política estadounidense. La posición de la Casa Blanca en la cuestión de la defensa del derecho a la vida desde la concepción empieza a converger con la postura de la Iglesia Católica.
No es un dato menor. Puede afirmarse que la discusión más importante sobre los valores fundamentales que habrán de predominar en la nueva sociedad mundial que emerge es la que surge del diálogo entre el Vaticano, concebido como el centro más importante del mundo de la fe y esta nueva civilización de raíz tecnológica que emerge hoy a escala planetaria, pero cuyo punto de partida y su mayor nivel de desarrollo se encuentran en Estados Unidos. Y en ese diálogo cultural, cumple un papel muy importante América Latina, que considerada en su conjunto alberga hoy a la comunidad católica más importante del mundo.
En este sentido y con estos ojos, conviene volver a leer y releer el documento difundido por Juan Pablo II sobre "La Iglesia en América" de enero de 1999. Porque en ese documento de hace dos años, el Papa formula una visión renovada del encuentro cultural entre la América del Norte y América Latina, fundada en una compartida fe cristiana. Y la integración continental en marcha, cuyo sustento material es el proyecto del ALCA, no constituye solamente un proceso económico, sino que tiene también una dimensión eminentemente cultural.
No está demás recordar que el pueblo norteamericano es uno de los pueblos más religiosos de la Tierra. Cerca del 95% de los estadounidenses manifiesta creer en Dios. El grado de participación en las prácticas religiosas en Estados Unidos es muy superior a la que existe hoy en los países de Europa Occidental. Y si bien es cierto que la mayoría abrumadora de la población norteamericana comparte la fe protestante, la comunidad católica de los Estados Unidos es la tercera en importancia del mundo entero, después de la comunidad católica de México y la de Brasil.
Estas referencias ayudan a comprender otra de las determinaciones adoptadas por el gobierno de Bush en sus primeros días: la decisión de canalizar los fondos federales para programas sociales a través de las iglesias y de las organizaciones caritativas, esto, es lo que internacionalmente se denominan hoy las organizaciones no gubernamentales. Y lo hace a través de un nuevo Secretario encargado de esta misión estratégica fundamental, que es uno de los grandes intelectuales católicos de los Estados Unidos: John Dilulio.
Para avanzar en otras decisiones políticas de singular envergadura, Bush cuenta además con una ventaja que no tuvo Clinton ni ninguno de sus predecesores en los últimos cuarenta años. El Partido Republicano tiene mayoría propia en ambas cámaras del Congreso, lo que constituye un resorte absolutamente fundamental del sistema político estadounidense. Esto no sucedía desde 1954, durante el gobierno de Dwight Einsenhower.
Bush ha demostrado en su primer mes de gobierno que es un hombre que si dice algo es porque se propone hacerlo y, además crea el sustento político para que la aspiración se transforme en realidad. En el orden interno, el programa de gobierno del Partido Republicano tiene dos ejes principales: el recorte de impuestos y la reforma del sistema educativo. Si se pudiera sintetizar en una fórmula la estrategia del gobierno de Bush podría decirse que se trata de una suma de hipercapitalismo, como mecanismo de crecimiento económico acelerado, más una revolución educativa de claro sentido social para generar condiciones más igualitarias en el conjunto de la sociedad norteamericana.
En el terreno internacional, hay dos líneas de acción fundamentales del nuevo gobierno. Una es el fortalecimiento del poderío estadounidense en el escenario global y la otra es el avance hacia la integración del continente americano.
No es casual entonces que elviernes 16 de febrero, el mismo día en que las fuerzas norteamericanas bombardeaban posiciones iraquíes, en lo que representó la primera decisión política de empleo de la fuerza militar por parte de la nueva administración, Bush se encontraba en México con Vicente Fox para avanzar en el proceso de integración hemisférica.
En el aspecto de la afirmación del poderío global de los Estados Unidos, juega un papel central el rediseño integral del sistema de defensa, ejemplificado en la iniciativa de creación de un nuevo escudo antimisilístico, que va mucho más allá que el programa que llevó adelante en su momento Reagan, entre otras cosas porque el cambio tecnológico abre hoy posibilidades en esta materia que en la década del 80 eran simples ideas del mundo científico y académico.
Esto que en su momento mereció comentarios irónicos de gran parte de la prensa internacional - la iniciativa de Reagan fue conocida en su época como "La Guerra de las Galaxias" -, después a través de las memorias y del reconocimiento de la totalidad de los dirigentes de la Unión Soviética, empezando por Gorbachov, se mostró que fue para que el Kremlin decidiera dar por terminada la Guerra Fría.
Pero el escudo antimisilístico no es la única innovación tecnológica que habrá de trasladarse rápidamente al terreno militar para fortalecer el poderío estadounidense. Las sustitución de los portaviones por plataformas militares flotantes, invisibles a los radares, que servirán de base operativa para las cuatro fuerzas armadas norteamericanas (incluida la Infantería de Marina), y la constitución de una Fuerza Aérea basada en aviones sin pilotos, es decir totalmente automatizados, son los otros dos elementos que completan la reformulación integral del sistema de defensa de los Estados Unidos planteada por el gobierno de Bush.
Un aspecto a tener en cuenta es que el nuevo gobierno republicano no se propone modernizar su actual arsenal militar. Busca aprovechar la actual superioridad estratégica de los Estados Unidos para, aún a riesgo de producir cierto defasaje táctico, concentrar todas sus energías y sus recursos presupuestarios para impulsar, en un plazo de cuatro o cinco años, un salto cualitativo que coloque a su sistema de defensa en una nueva dimensión, que está en la frontera del conocimiento tecnológico.
3.- El ALCA
El énfasis en la integración del hemisferio americano es tal vez una de las diferencias principales entre las propuestas de Bush y de Gore en las recientes elecciones presidenciales. No tanto porque Gore pensara de una manera muy distinta a Bush, sino porque en el aparato político del Partido Demócrata tienen mucho más peso los distintos lobbies proteccionistas, que también gravitan, aunque en menor medida, dentro de los Republicanos.
Por eso la clave de la política exterior del nuevo gobierno es la creación de una zona de libre comercio hemisférica: el ALCA. De allí que constituya un dato de significativa importancia que la primera visita internacional del flamante presidente de los Estados Unidos haya sido a México, para entrevistarse con Fox.
En esa reunión, de importancia histórica, se alcanzaron dos acuerdos bilaterales de enorme importancia. El primero fue la aceptación por parte de Bush de la propuesta de Fox de iniciar negociaciones entre los dos países con carácter bilateral igualitario en relación a la emigración de ciudadanos mexicanos a los Estados Unidos, la legal y la ilegal. El segundo acuerdo implica la búsqueda de una acción conjunta en materia de recursos energéticos, que puede permitir a México transformarse en un importante proveedor de energía de los Estados Unidos.
Hay dos elementos más en este encuentro histórico. El compromiso público asumido por Bush de reclamarle al Congreso norteamericano - lo que quiere decir el hueso duro de roer de los senadores republicanos - que elimine la exigencia de certificación anual de México como país aliado de los Estados Unidos en la lucha contra el narcotráfico. Lo segundo, fue que por primera vez un Presidente norteamericano ha reconocido públicamente que la cuestión del narcotráfico tiene como componente fundamental el hecho de que la demanda está en los Estados Unidos y que, por lo tanto, no se trata simplemente de combatir la oferta sino también de luchar sistemáticamente por la eliminación o destrucción de las redes de narcotráfico en territorio estadounidense.
Para entender la importancia del encuentro entre Bush y Fox, es necesario precisar que el notable éxito alcanzado por la incorporación de México al NAFTA es lo que permite que los Estados Unidos puedan encarar hoy a fondo el proceso de creación de una amplia zona de libre comercio desde Alaska a Tierra de Fuego, como ya lo planteara George Bush padre durante su mandato presidencial.
Es conveniente recordar que en 1994, cuando se puso en funcionamiento el NAFTA, la opinión pública estadounidense no sabía si se había adoptado una decisión acertada o cometido un formidable error histórico. La razón fue que, una vez que se votó la incorporación de México al NAFTA por el Congreso estadounidense, en noviembre de 1993, el 1° de enero de 1994 estalla la insurrección del zapatismo en Chiapas. Poco después, en julio de ese año asesinan al secretario general del Partido Revolucionario Institucional - PRI - en el centro del Distrito Federal y en diciembre del 94 comienza el descalabro de la devaluación mexicana. Esas fueron las primeras impresiones que recibió el sistema de poder de los Estados Unidos, y la opinión pública, de lo que significaba la incorporación de México al NAFTA.
La devaluación mexicana de diciembre de 1994, que provocó el denominado "efecto tequila", obligó al gobierno de los Estados Unidos a acudir con un préstamo extraordinario de más de 50.000 millones de dólares para impedir el colapso de la economía del país con el que acababa de asociarse en un espacio económicamente común.
Sin embargo, en cinco años los resultados del NAFTA han sido espectaculares. El comercio bilateral creció un quinientos por ciento. En el año 2000 trepó a los 250.000 millones de dólares. La economía mexicana tuvo un fuerte crecimiento, basado en un verdadero "boom" exportador a los Estados Unidos. En 1999, las exportaciones mexicanas a los Estados Unidos, que constituyen el 88 % de las exportaciones totales, ascendieron a 120.000 millones de dólares y las importaciones alcanzaron a 105.000 millones de dólares. Muchísimas empresas transnacionales de origen estadounidense incrementaron sus inversiones en México, especialmente en los estados del Norte mexicano.
La tradicional "maquila" ganó en sofisticación tecnológica. Se trata de una experiencia que habrá que tener muy en cuenta en relación a las nuevas alternativas que se abren para la Argentina en el campo de la integración continental, especialmente lo que se refiere a las provincias más pobres de nuestro país, particularmente en las del Norte Grande, que requieren con urgencia avanzar en su reconversión productiva basada en una fuerte inserción internacional.
Cada vez más las empresas estadounidenses radicadas en México abandonan su vieja imagen de maquiladoras de ensamble e incorporar tecnologías de última generación. Actualmente, México tiene 1.100.000 trabajadores en la industria automotriz. Se calcula que en el 2004 habrán llegado a 1.500.000 los empleados en esa rama. Estados Unidos cuenta hoy con 1.300.000 operarios automotrices, que se mantendrán sin mayores variaciones hasta el 2004. Esto significa que en tres años más la industria automotriz mexicana empleará más operarios que la industria automotriz en los Estados Unidos.
Hace 15 años, el 78% de las exportaciones mexicanas provenían del petróleo y sólo el 22% de los restantes rubros de la economía. Hoy, sólo el 6% de las exportaciones mexicanas provienen del petróleo. En primer lugar, se encuentra la exportación de automóviles y camiones, que asciende al 12,5% del total. El total de las exportaciones mexicanas constituyen hoy casi la mitad del total de las exportaciones de América Latina.
Pero los beneficios fueron recíprocos. Al mismo tiempo, en estos últimos cinco años, Estados Unidos también tuvo un crecimiento económico espectacular, y la tasa de desempleo descendió a uno de los niveles más bajos de su historia. El temor estadounidense de que la incorporación de México al NAFTA implicase un aumento de la desocupación se reveló falso. De allí que hayan disminuido la resistencia de la opinión pública estadounidense a la integración económica con el resto de los países de América Latina.
La originalidad de la experiencia mexicana reside en que se trata del primer caso significativo de un proceso de integración altamente exitoso entre un país subdesarrollado y la mayor potencia económica del mundo. De allí que sus resultados están llamados a tener significativa incidencia en el avance de la integración económica continental.
En otra dimensión, la incorporación de España a la Unión Europea constituye otro ejemplo exitoso de integración económico entre países de muy desiguales niveles de desarrollo. España crece a un ritmo superior al promedio de la economía europea, bajó fuertemente su tasa de desempleo, se convirtió en un imán para la inversión extranjera directa de las empresas transnacionales y es, junto con Irlanda, un modelo paradigmático de éxito entre las economías del viejo continente.
No está demás acotar que, durante esos cinco años inaugurales del NAFTA, Bush era gobernador de Texas, el estado norteamericano más íntimamente vinculado con México, que resultó particularmente beneficiado por la asociación económica de los dos países. Por ello es que tiene la experiencia directa de las ventajas de una política orientada hacia la integración de todo el continente americano.
Robert Zoelick , nuevo representante comercial de los Estados Unidos, acaba de declarar en el Congreso norteamericano, que el ALCA es prioritario para la nueva administración, que tiene la intención de dar pasos concretos en esa dirección incluso antes de la próxima cumbre de presidentes americanos, que tendrá lugar en Quebec en abril próximo y que está llamada a constituirse en un hito fundamental para la aceleración del ritmo de la integración continental.
4.- Desafío para el MerCoSur
Es altamente probable que este nuevo ritmo que adquiere la integración del hemisferio acelere el trámite ya iniciado para el establecimiento de un acuerdo de libre comercio entre Chile y los Estados Unidos. La concreción de esa negociación de los Estados Unidos con un país de América del Sur demuestra hasta qué punto la nueva perspectiva estratégica abierta por el gobierno de Bush está tocando a nuestras puertas.
En el caso específico de Chile, conviene subrayar una apreciación de orden político. La opción chilena por la vía de un acuerdo de libre comercio con los Estados Unidos está lejos de constituir una opción de tipo ideológico. El presidente chileno es el socialista Ricardo Lagos, una de las personalidades latinoamericanas más importantes de la Internacional Socialista. La canciller de Chile, responsable de llevar adelante las negociaciones, es Soledad Alvear, una destacada dirigente demócrata cristiana, esposa de Gutenberg Martínez, el actual presidente de la Organización Demócrata Cristiana de América - OCDA. Ambos son insospechables de pro-norteamericanismo. Pertenecen a dos grandes centrales políticas internacionales de inocultable matriz europea, como son la democracia cristiana y la socialdemocracia.
Todo ello exige una clara y rápida definición política de los países del MerCoSur, en especial de parte de los aliados estratégicos, Brasil y la Argentina, cuya relación constituye el eje estratégico del bloque regional. Por otra parte, Uruguay, en boca de su presidente, Jorge Batlle, ya ha manifestado claramente su disposición favorable para avanzar en las tratativas, mientras que Paraguay continúa todavía sumido en una crisis interna que le resta capacidad de iniciativa política.
La experiencia de México en el NAFTA y la reciente decisión de Chile, constituyen dos elementos fundamentales para el análisis de la situación que se plantea. Para ahorrar palabras, vale la pena una comparación numérica. La capacidad de importación del conjunto del MerCoSur no llega a los cien mil millones de dólares anuales. La de Brasil es de alrededor de 60.000 millones de dólares, la de la Argentina de 25.000 millones de dólares. La capacidad de importación de los tres países del NAFTA es de 1,6 trillones de dólares anuales (en términos norteamericanos, un trillón equivale a un millón de millones). Estos números indican que la capacidad de importación del NAFTA es 16 veces mayor que la capacidad de importación del MerCoSur. Se trata del acceso al mercado más importante del mundo, el mercado norteamericano. A la inversa, esta misma cifra ilustra acabadamente acerca de las enormes posibilidades que supone el funcionamiento del ALCA para las exportaciones de la Argentina y de todos los países del MerCoSur. Es lo que suele caracterizarse como una oferta imposible de rehusar.
De allí que sea urgente que Brasil y la Argentina acuerden los parámetros con que habrán de negociar con los Estados Unidos. Como en toda negociación de estas características, cuya contraparte es la primera potencia del mundo, resulta imprescindible definir con claridad cuáles son las prioridades de nuestros países, diferenciando lo principal de lo secundario, y actuar en consecuencia.
En ese sentido, salta a la vista que los países del MERCOSUR, en primer lugar la Argentina y Brasil, grandes productores agroalimentarios,disponen en ese rubro un amplísimo potencial de desarrollo. Brasil y la Argentina ya tienen el 40% de la oferta mundial de soja. La Argentina es el quinto productor mundial agroalimentario. Brasil es ya el principal exportador de carne. Los tres grandes productores de soja del mundo son Estados Unidos, Brasil y la Argentina. Por ese motivo, la prioridad absoluta en esta negociación que se avecina, no puede sino ser la modificación de la política de subsidios agrícolas de los Estados Unidos.
Para decirlo con toda claridad, no se trata de pretender de entrada la eliminación de todos los subsidios agrícolas al mismo tiempo. Hay que centrar el esfuerzo principalmente en los subsidios a los productores norteamericanos de soja y de maíz. Los subsidios a la soja ascienden actualmente a 6.000 millones de dólares anuales y los subsidios al maíz a 2.000 millones de dólares por año. Dicho de otra manera estos subsidios sumados son 8.000 millones de dólares. No estamos pidiendo la otra cara de la luna.
Si se alcanza el éxito en este objetivo estratégico, será posible desarrollar una acción conjunta con los Estados Unidos en las negociaciones de la Organización Mundial de Comercio - OMC -, y lograr una modificación de fondo en la política de subsidios agrícolas de la Unión Europea, que constituye hoy el principal obstáculo para que nuestros países protagonicen en pocos años un verdadero "boom" exportador agroalimentario, un rubro de creciente demanda mundial, impulsada básicamente por el colosal desarrollo económico de los países del Asia Pacífico, en primer lugar China.
Desde esta perspectiva, el centro de la cuestión es el acuerdo acerca de que el MerCoSur constituye una respuesta política conjunta a los desafíos planteados por la globalización de la economía, el hecho estructural de la época. No puede conllevar la intención, por lo demás estéril, de erigir una muralla defensiva frente a la globalización.
Lejos de todo ello, el fortalecimiento de la integración regional supone la decisión de crear una plataforma común que contribuya a elevar los actuales parámetros de productividad de nuestros países, para incrementar su capacidad de inserción en un mercado mundial cada vez más abierto, exigente y brutalmente competitivo.
5 - El papel de la Argentina
En esta negociación de los países del MerCoSur con los Estados Unidos, la Argentina tiene un papel fundamental. Hay dos razones básicas para que así sea, una de orden económica y la otra de carácter político.
En materia económica, hay que señalar que la Argentina tiene hoy una estructura económica más abierta que Brasil. Podría decirse que la Argentina está aproximadamente a mitad de camino entre la estructura económica brasileña, que tiene todavía fuertes elementos proteccionistas, y la de Chile, que es la más abierta de toda América del Sur, salvo en el sector de la producción agrícola tradicional, ventaja que le permitió avanzar antes en la negociación con los Estados Unidos.
Esta característica de mayor apertura de la economía argentina en relación a la brasileña, resultado de las reformas estructurales realizadas en la década del 90, nos colocan en mejores condiciones para acelerar la negociación con los Estados Unidos. Por eso, es hoy una prioridad absoluta de la política exterior argentina persuadir a Brasil de la conveniencia de acelerar el ritmo de las tratativas enderezadas a la conformación del ALCA, si fuera posible antes de la fecha hasta ahora prevista, que es el 2005.
En el terreno político, conviene subrayar que, así como la Argentina tiene una asociación estratégica con Brasil, que derivó en la creación del MERCOSUR, también tiene una alianza estratégica con Chile, encaminado hoy hacia un acuerdo de libre comercio con los Estados Unidos. En su conjunto, ambas alianzas constituyen la versión actualizada de la política del ABC, lanzada por Perón a principios de la década del 50 y materializada en los últimos años durante el gobierno de Carlos Menem.
Y hay también un tercer dato fundamental: además de las alianzas estratégicas con Brasil y con Chile, que es necesario articular dinámicamente en una política de conjunto, la Argentina tiene una relación especial con los Estados Unidos, también forjada en la década del 90. Prueba de ello es que, desde 1998, la Argentina es el único país de América Latina que es aliado extra-OTAN de los Estados Unidos. Esta relación especial, de orden político-estratégico, constituye en estas circunstancias un capital político fundamental que nos coloca en excelentes condiciones para aprovechar las oportunidades que surgen de nuestra inserción en este nuevo espacio de libre comercio del continente americano.
De allí la importancia que adquieren las definiciones de la Argentina en el campo de la política hemisférica. En particular, lo referido a la condena internacional al gobierno cubano por la sistemática violación de los derechos humanos, y a la situación de Colombia, país en que se juega hoy el aspecto fundamental de la política de seguridad, no solo de los Estados Unidos, sino del hemisferio.
No hay riesgo mayor para la Argentina, Brasil y los países de Sudamérica que el hecho de que un conflicto de envergadura internacional que afecta directamente los intereses de seguridad nacional de los Estados Unidos se transforme en una cuestión bilateral. El objetivo estratégico de la Argentina, en el caso de Colombia, es transformar el sentido del conflicto, que es de envergadura internacional. Porque está mechado y atravesado por una de las dos amenazas no militares de la Posguerra Fría que, junto con el terrorismo, es el narcotráfico y hay que evitar que esto se transforme en una situación que sólo involucre del otro lado a los Estados Unidos.
En el tratamiento de estas dos cuestiones, hay algo que tiene que quedar bien en claro. La Argentina no condena la violación de los derechos humanos en Cuba por un acto de obsecuencia política con los Estados Unidos. Lo hace porque esa postura responde a la afirmación de los valores fundamentales del pueblo argentino. En esta perspectiva, la Argentina tampoco es solidaria con el gobierno de Colombia en su lucha contra el narcotráfico y el terrorismo por un infantil seguidismo a la política estadounidense. Puede hacerlo porque también defiende allí los valores fundamentales y los intereses estratégicos de la Nación Argentina.
Para la Argentina, se inicia una etapa decisiva de redefinición del escenario internacional. La discusión central del siglo XXI gira en torno a la definición de los valores y del sistema de poder de la sociedad mundial. Todos los países tienen el derecho y la obligación de hacer oír su voz en este debate central de la época. Y la Argentina no puede ni quiere rehuir este desafío, en el que juega un papel fundamental la cuestión del ALCA.
Todo esto supone la plena reivindicación de un nacionalismo acendrado y cabal unido, como corresponde a la época, a una cultura de asociación en el pleno nacional, continental y global. La integración argentina al mundo no va en desmedro de su identidad nacional. Muy por el contrario, dicha integración está planteada a partir de la irrestricta afirmación de la identidad nacional, cultural y religiosa del pueblo argentino.
Una cosa es la globalización, concebida como marco estructural de la época, y como tal escenario que condiciona las diferentes alternativas políticas, y otra muy distinta es la ideología de la globalización, que es el neoliberalismo, expresión del predominio de los más poderosos.
En términos históricos, confundir a la globalización como hecho con el neoliberalismo como ideología, equivale a confundir al liberalismo como ideología con la Revolución Industrial, cuando la Revolución Industrial en Alemania la hizo Bismarck, y no el Partido Liberal británico.
La sociedad mundial que emerge tiene en la actualidad un sistema transnacional de poder que responde a una determinada relación de fuerzas. Como tal, está fundada en el predominio de los más poderosos. Por tal motivo, su eje principal es el poderío estadounidense. Puede afirmarse que así como la Revolución Industrial del siglo XVIII tuvo un sello británico, y con el tiempo se expandió a los países de Europa Occidental y a los Estados Unidos, la revolución tecnológica que impulsa el ingreso del mundo a la sociedad del conocimiento, tiene hoy un sello estadounidense.
En ese sentido, el desafío que se plantea para la Argentina y para todos los países de América Latina es el de la democratización de ese sistema de poder. Esto sólo es posible en la medida en que vayan surgiendo nuevos protagonistas de la política mundial, que adquieran condiciones de poder suficientes como para participar legítima y eficazmente en la formulación de las reglas de juego.
Porque no hay causa, por justa que sea, que adquiera relevancia en términos políticos, sin una estructura de poder capaz de sustentarla. No hay acción política sin construcción deliberada de poder y en el mundo de hoy, que es un mundo globalizado, la experiencia indica que la construcción de poder comienza y se juega en el plano internacional, empezando en el plano regional, como es el caso del MerCoSur, y siguiendo en el plano continental, en el que se inscribe ahora esta nueva perspectiva abierta por el ALCA.
Y como es imposible construir poder al margen de las tendencias fundamentales de una época determinada, esa estructura de poder sólo puede generarse a partir de una activa participación de nuestros países en el proceso de globalización económica, de revolución tecnológica y de integración política que caracteriza al mundo de hoy. Ese es el único camino históricamente viable para avanzar hacia lo que el Papa Juan Pablo II definiera como "globalización de la solidaridad".
6.- La Argentina hoy
Para la Argentina, en estas circunstancias históricas, construir poder en el plano mundial demanda ir adelante de los acontecimientos, prever el curso de las tendencias principales para actuar en consecuencia y desempeñar permanentemente un activo papel en la construcción de esta nueva sociedad mundial que emerge a escala planetaria.
Pero así como resulta imposible pensar políticamente a la Argentina sin referirse al contexto mundial,sería absolutamente ilusorio imaginar una estrategia de inserción internacional de la Argentina, empezando por el ALCA, que no esté basada en condiciones políticas sólidas, que permitan avanzar en la dirección de los nuevos vientos históricos.
Lo cierto es que, transcurridos quince meses desde la asunción del gobierno por Fernando De la Rúa, lo que en términos cronológicos constituye aproximadamente el treinta por ciento de su mandato constitucional, la Argentina no sólo no ha salido de la recesión, sino que la renuncia del Ministro de Economía, José Luis Machinea, puso de relieve la existencia de una situación próxima a una crisis de gobernabilidad de características semejantes a la que precedió al estallido hiperinflacionario de 1989.
En ese contexto, resulta inevitable hacer cinco observaciones:
1) El nuevo equipo económico tiene un diagnóstico realista de la situación y, en términos generales, una orientación básicamente correcta, limitada por los serios condicionamientos políticos que surgen de las crecientes contradicciones de la coalición gobernante
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2) La ofensiva lanzada desde sectores del oficialismo y de los medios de comunicación social contra Pedro Pou representa una seria amenaza contra la autonomía del Banco Central, que junto a la Ley de Convertibilidad es una de las dos instituciones económicas fundamentales en que se fundó la transformación estructural de la Argentina en la década del 90. En este punto tan delicado, que es de extrema importancia para el país, conviene tener muy en cuenta que, así como en la década del 80 la gobernabilidad tenía un carácter básicamente político institucional, referido a la consolidación de sistemas democráticos entonces incipientes, en las condiciones planteadas por la globalización de la economía mundial, la gobernabilidad tiene un carácter fundamentalmente fiscal y monetario.
3) Los rumores esparcidos en las últimas semanas en torno a supuestas propuestas de devaluación abierta o encubierta, incluidos los relacionados con la sustitución de la actual Ley de Convertibilidad por una pretendida "canasta de monedas", representan una amenaza letal contra la economía argentina. En las actuales condiciones internas y externas, devaluación monetaria es sinónimo de cesación de pagos, de desaparición de las fuentes de financiamiento internacionales y de la posibilidad de atraer nuevas inversiones extranjeras directas, que contribuyan a recuperar el camino del crecimiento económico, y de severa reducción del nivel de vida de todos los sectores de la población, en especial de la franja de menores ingresos.
4) Para salir de la recesión y retomar la senda del crecimiento económico, es absolutamente indispensable profundizar el camino iniciado hace diez años con la creación del MerCoSur y la sanción de la Ley de Convertibilidad, a través de la puesta en marcha de una estrategia política basada en la integración económica del continente americano, que implica la aceleración del ritmo de conformación del ALCA, y en la dolarización de la economía, mediante un Acuerdo de Unión Monetaria con el nuevo gobierno de los Estados Unidos.
5) No hay solución económica posible sin un poder político capaz de sustentarla. Por ello, ante todo y sobre todo, es necesario impulsar un amplio acuerdo de gobernabilidad, que permita la recomposición del poder político e implique el establecimiento de una tregua política y social para encarar conjuntamente la actual situación de emergencia y volver a colocar a la Argentina en el camino del crecimiento, única respuesta posible al enorme desafío social que todavía tenemos por delante.
Toda crisis encierra una oportunidad. La Argentina tiene otra vez una enorme oportunidad por delante. Aprovecharla o no depende de los argentinos.
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Jorge Castro , 03/06/2001 |
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