Cuando, quince días atrás, Felipe Solá congregó en Parque Norte a algunos centenares de cuadros peronistas bonaerenses y colectó la firma de algunas decenas de intendentes y legisladores de su provincia tras la consigna de “despegar” de la conducción duhaldista, generó ilusiones inclusive en sectores del PJ que no se sienten seducidos por su estilo hamletiano pero que, en última instancia, lo prefieren al sofocante aparato que minuciosamente administra Eduardo Duhalde. |
Aunque el peronismo es más aficionado al ingenio y las picardías del truco que a las arduas estrategias del ajedrez, nadie ignora allí la regla cuasi física que indica que un peón no puede jaquear al rey si no cuenta con el respaldo de una pieza más poderosa. Traducido, esto implica que tanto quienes fantasearon con el despegue de Solá (sin excluir al mismo gobernador) como quienes se sintieron amenazados por la jugada dieron por descontado que el desafío era apoyado desde la Casa Rosada. Varios encuentros, públicos y privados, del Presidente con el mandatario bonaerense dieron sustento a esa interpretación, reforzada por declaraciones de Solá y su círculo en las que se ubicaron como avanzadilla de una ofensiva kirchnerista sobre el distrito y como propagandistas de la candidatura senatorial de la señora Cristina Fernández de Kirchner, devaluadores de la postulación de la señora Hilda Martínez de Duhalde y censores del aparato justicialista bonaerense, descripto como expresión de la “vieja política”.
Eduardo Duhalde, jugando desde una estrategia defensiva de piezas negras, comprendió que había llegado, finalmente, la hora que sus halcones le anticipaban hace meses: era preciso hacer una cruda demostración de fuerza, destinada tanto a escarmentar la impertinencia de los peones como las aspiraciones del Rey Blanco. Fue una guerra relámpago, diseñada y ejecutada desde Lomas de Zamora: una declaración de mil quinientos cuadros de cada uno de los distritos bonaerenses (muchos de ellos, borrando con el codo su previa adhesión al despegue de Solá) y un movimiento en la Legislatura provincial que le quitó a Solá superpoderes análogos a los que el duhaldismo le concedió a nivel nacional a Néstor Kirchner. El gobernador se vió súbitamente privado de la atribución de disponer discrecionalmente de casi 2.000 millones de pesos, una cifra de obvia importancia en un año electoral. Los legisladores duhaldistas –con el apoyo de otros que no lo son-, le recordaron a Solá que no puede usar el presupuesto al capricho de su lapìcera.
Mirada desde una perspectiva institucional, la decisión de la Legislatura bonaerense es inobjetable: definir los objetivos del presupuesto (ley de leyes) es una atribución legislativa y Solá, sedicente adalid de la nueva política, sobreactúa y distorsiona la realidad cuando afirma que el ejercicio de sus funciones por parte del Legislativo es una amenaza institucional a la gobernabilidad. El asunto no es institucional, sino político: Solá llegó a la gobernación con los votos y la estructura organizativa del duhaldismo, que naturalmente se resiste a que le dé el esquinazo en una alianza con el gobierno nacional y emplea el poder que tiene. En este debate no hay, en términos institucionales, “buenos y malos”: hay pelea desnuda por el poder.
El duhaldismo es, por cierto, incoherente, cuando le permite a nivel nacional a Kirchner lo que le limita a Solá. Sucede, simplemente, que Duhalde protege prioritariamente su veterano poder sobre el distrito bonaerense y sólo discute a Kirchner –por el momento- cualquier intención de la Casa Rosada de intervenir en él agresivamente. La cruda advertencia a Solá –hijo político de la capacidad de maniobra electoral del aparato del PJ bonaerense- es, concurrentemente, un mensaje al Presidente: ¿no se encuentra él, acaso, en la Casa Rosada por el mismo artificio?
En Balcarce 50 el vertiginoso telegrama de Duhalde fue decodificado de inmediato: “No es asunto nuestro”, se apresuraron a dictarle a los cronistas los lenguaraces presidenciales. “Es una pelea de Solá con Duhalde”. El gobernador bonaerense habrá recordado de inmediato, si no ha perdido la memoria, las descripciones de Arturo Jauretche sobre el “Batallón de Empujadores Animémonos y Vayan”. El fue, y el batallón de empujadores no sólo miró para otro lado sino que le retiró el saludo o, como dicen los muchachos, lo dejó colgado del pincel. Solá, en ese sentido, ingresa en el panteón de víctimas de una modalidad – “la culpa la tuvo el otro”- en cuya lápida ya se inscriben los nombres de Gustavo Béliz y Rafael Bielsa (tras el blooper cubano, virtualmente retirado del gobierno: la próxima visita del jefe de gobierno español la organiza el jefe de gabinete, Alberto Fernández).
Kirchner ha tomado nota de que el aparato justicialista bonaerense, autor principal de su designación como presidente, no puede ser jaqueado con peones. ¿Tratará de hacerlo con la dama? Esa es una batalla ajedrecística apasionante cuya elucidación es uno de los misterios –no el único- que nos deparará este nuevo año, que ojalá pueda ser feliz para todos –todos- los argentinos.
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Jorge Raventos , 05/12/2005 |
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