Inflación y arrebatos.

 


Al ritmo en que se despliega durante el primer trimestre de 2005, la inflación amenaza alcanzar una cifra de dos dígitos durante el año. Durante enero y febrero el promedio de incremento de los precios superó el 1 por ciento mensual y marzo ya promete un alza análoga. En rigor, los aumentos en aquellos rubros que afectan directamente los consumos de los sectores más expuestos han sido superiores a la media: carnes, verduras, harinas y artículos escolares han subido por encima del 4 por ciento.
Todos los problemas complejos
tienen una solución simple.
Que es falsa.

Umberto Eco


Un reciente estudio de la Escuela de Dirección y Negocios de la Universidad Austral analizó el comportamiento de los consumidores pertenecientes a los sectores que se encuentran por debajo de la línea de pobreza (14,6 millones de personas) o inmediatamente encima de ella. En total ellos representan un 70 por ciento de los hogares y las tres cuartas partes de la población.

Para ese vasto segmento, los gastos vinculados a alimentos, transporte y educación se llevan entre el 50 y el 75 por ciento del presupuesto familiar; en los niveles más sumergidos, por debajo de la línea de indigencia, donde se encuentran 6 millones de personas, el porcentaje de incidencia de esos gastos alcanza el 100 por ciento. La inflación es más alta para los más pobres que, por otra parte, raramente acceden, por motivos de lejanía, a los grandes supermercados y centros de comercialización, cuyos precios y ofertas constituyen la principal base informativa de las estadísticas oficiales.

El gobierno actúa como motor y socio del proceso inflacionario. Su deliberada política de mantener artificialmente depreciado el peso (la moneda del salario, las jubilaciones y las changas) y la compra constante de dólares para mantener su cotización alrededor de los 3 pesos, sostiene precios altos y estimula las tendencias al alza con el aumento del circulante. El IVA y los impuestos indirectos que el Estado recauda crecen junto con los precios y constituyen un componente fundamental de los mismos.

En tales circunstancias, parece natural que se intensifique la acción sindical destinada a actualizar los sueldos. Sucede, sin embargo, que los aumentos salariales –que incidirán en alguna medida sobre los costos de las empresas y terminarán volcados sobre los precios- no llegan a más del 50 por ciento de la población, que obtiene sus ingresos en el sector informal de la economía: allí sí se sienten los aumentos de precios.

La inflación excita una situación social explosiva. Si casi 5 de cada 10 argentinos son pobres, ese porcentaje se eleva en la franja de los jóvenes. Más de cinco millones y medio (6 de cada 10) están ubicados por debajo de la línea de la pobreza y, de ellos, un 15 por ciento no estudia ni trabaja. El deterioro de la situación juvenil se intensificó con la devaluación del año 2002: en 1999 los indicadores marcaban que sólo 3 de cada 10 jóvenes (la mitad del porcentaje que hoy registran los estudios de la Dirección Nacional de la Juventud) tenían alguna necesidad básica insatisfecha.

Un año electoral

Con un año electoral por delante, el gobierno teme una avanzada inflacionaria, pero no parece dispuesto a aplicar las medicinas adecuadas para frenarla (permitir la caída del dólar, reducir impuestos como el IVA). En cambio, ha elegido una vía confrontativa y demagógica para exhibir su preocupación con la inflamada convocatoria a un boicot a la empresa Shell, que decidió elevar el precio de sus combustibles. El llamado presidencial fue veloz pero no espontáneamente acompañado por movilizaciones piqueteros, bloqueos a plantas y estaciones de la firma petrolera y pegatina de affiches suscriptos por fuerzas kirchneristas. El incremento decidido por Shell (que, pese a las movilizaciones dirigidas y la amenaza oficial de sanciones, fue imitado el viernes por Esso y Sol) ocurrió en el marco de un alza internacional del precio del petróleo, que en la última semana rozó los records históricos.

El mercado de los combustibles en la Argentina no es monopólico y Shell sólo cubre un 20 por ciento de la oferta (sumando Esso y Sol, se llega a un tercio), de modo que el propio mercado cuenta con instrumentos para balancearse; habida cuenta de que las dos mayores empresas, Repsol YPF y Petrobras, anunciaron que no aumentarían los consumidores estaban en condiciones de orientar sus compras sin la sobreactuación del Presidente y la organización del acoso piquetero, medidas que generan inquietud tanto entre potenciales inversores externos como entre las empresas que ya están en el país, temerosas de que sus actividades puedan ser sacudidas por los relámpagos de la ira oficial o agitaciones callejeras. Aunque determinadas por otras causas, todavía están frescas las imágenes de los escarches violentos sufridos por los supermercados Coto, destinados a forzar decisiones empresarios referidas al encuadramiento sindical de una parte de sus trabajadores.

Que las manifestaciones contra Shell recibieron instrucciones desde el gobierno es indudable y quedó certificado el sábado por el matutino oficialista Página 12. Según ese diario, el viernes al mediodía “el secretario general de la Presidencia, Oscar Parrilla, llamó a las organizaciones sociales. Paren los escarches y vayan retirándose”, les indicó. A esa altura, el gobierno tenía claro que el método elegido era censurado por la opinión pública.

El domingo 6 de marzo por la tarde, el presidente boliviano Carlos Mesa, a quien las encuestas de opinión pública le asignan un respaldo de más del 60 por ciento, presentó su renuncia en una maniobra extrema por frenar la ingobernabilidad creciente de su país, jaqueado por bloqueos, piquetes y todo tipo de desafíos a la autoridad e incluso a la integridad del Estado. Particularmente, Mesa intentaba resistir las acciones piqueteros del líder cocalero Evo Morales y la política de aislamiento internacional que éste procura orientar.

Néstor Kirchner –un presidente que también cuenta con un 60 por ciento de imagen positiva en sus encuestas- manifestó su respaldo a Mesa. Irónicamente, unos días después, el mandatario argentino ensayaba una política más próxima a los métodos y orientaciones de Morales que a los de su colega boliviano.

Ante la inopinada reacción contra Shell, hubo análisis que quisieron leer la actitud presidencial en clave electoral. Kirchner, sugerían, está “construyendo el enemigo” para buscar desde ese posicionamiento un fácil acompañamiento de sectores de la sociedad.

Otros imaginaron una maniobra diversionista, destinada a sofocar las brasas vivas del escándalo de las narcovalijas, que sigue afectando al gobierno. Hubo otros que transparentaron algunas sospechas de sectores empresariales. Jorge Oviedo, columnista de La Nación, señaló el viernes 11, por ejemplo, que en esos medios se analizó que “podría haber otras motivaciones en la actitud presidencial. Recordaron que Shell evaluó durante un tiempo abandonar la Argentina y vender parte de sus activos a la venezolana Pdvsa, pero finalmente desistió.El presidente venezolano Hugo Chávez dijo en su última visita a la Argentina que quería que la petrolera de su país comprara la red de estaciones de servicio de la anglo-holandesa. Algunos empresarios creían ayer que Kirchner podría estar ahora alentando esa operación, empujando a Shell fuera del país para que le venda sus activos a Pdvsa.”

En cualquier caso, los arrebatos presidenciales ayudan poco y nada a resolver el problema de la inflación y contribuyen, en cambio, a perturbar la etapa de negociaciones que se abrió después de que el gobierno considerara concluido el canje de la deuda.

Kirchner declaró a principios de la semana que termina que aspira a que las elecciones de octubre sean “un plebiscito sobre su modelo”. Su principal objetivo reside en llegar en buenas condiciones a ese desafío: faltan siete meses que estarán signados por la inflación, la puja distributiva y los problemas energéticos, entre otras dificultades. En esa misma entrevista, concedida a un programa de cable, pidió fuera de cámaras que lo interrogaran sobre la situación de la provincia de Buenos Aires. Quería hablar del tema y empleó su respuesta para cuestionar “las prácticas de la vieja política” (una metáfora para referirse al duhaldismo) y hasta volvió a abrir la puerta a la posibilidad de que su esposa sea candidata a senadora en ese distrito. Esas cautelosas definiciones, que entrañan un respaldo al gobernador Felipe Solá, quizás formen parte de la operación plebiscitaria que busca; o de la famosa “construcción del enemigo”.

La Shell, la derecha, Menem, Rodríguez Saa, el duhaldismo, el FMI, para citar solo algunas, serían otras tantas corporizaciones de ese enemigo que sueña con enfrentar en octubre.

A Kirchner, hombre de arrebatos, le apasiona jugar a todo o nada.
Jorge Raventos , 12/03/2005

 

 

Inicio Arriba