Lo que vendrá.

 


El doctor Néstor Kirchner lució muy enojado el último día de septiembre al hablar en uno de sus habituales actos de campaña, esta vez en Córdoba. Se sabe que los signos de enojo no son raros en el Presidente, pero esta vez la crispación del primer mandatario tenía un motivo plausible: un día antes, el Poder Ejecutivo había sufrido una sonora derrota en la Cámara de Diputados, un revés que anticipa, quizás, las dificultades que el gobierno deberá atravesar de ahora en adelante, independientemente de los probables resultados de la elección del 23 de octubre.
En rigor, el Poder Ejecutivo se había habituado a tener un Congreso totalmente dependiente de la Casa Rosada: las cámaras le concedieron reiteradamente poderes especiales, le cedieron el manejo del Presupuesto y su modificación a gusto, admitieron la abundancia de decretos de necesidad y urgencia y continuaron eludiendo la reglamentación de esa práctica, reclamada por la Constitución.

Ocurre, sin embargo, que la coalición de hecho que llevó al Presidente al elevado cargo que ocupa (cuyo ingrediente más numeroso fue el justicialismo bonaerense) voló en las últimas semanas por los aires como producto de “la madre de todas las batallas” lanzada por el kirchnerismo contra el peronismo de la provincia de Buenos Aires. Las alusiones cinematográficas a Don Corleone disparadas por la primera dama contra Eduardo Duhalde, la guerrilla bacteriológica contra el mismo blanco a cargo de aliados del oficialismo como los piqueteros de Luis D’Elía, el desplazamiento del bonaerense José María Díaz Bancalari de la jefatura del bloque de diputados (una bancada que él siempre condujo con fidelidad a Balcarce 50), la proclamada intención de apartar a otro bonaerense, Eduardo Camaño, de la presidencia de la cámara baja han sido otros tantos bombardeos presidenciales sobre las condiciones que le habían garantizado durante meses la obediencia legislativa. La ruptura de la alianza de gobierno tiene sus consecuencias. Y estas crispan al doctor Kirchner.

En rigor, la decisión de los diputados de llevar al recinto el proyecto sobre postergación de ejecuciones hipotecarias cuya aprobación irritó al Ejecutivo fue otra consecuencia del estilo presidencial. Los diputados ya habían llegado a un proyecto consensuado con el ministerio de Economía, que habría evitado al gobierno el mal trago de una derrota. Pero ese consenso fue tronchado por orden del Presidente, quien quiso evitar (en función de sus posicionamientos electorales) un acuerdo con la amplia red legislativa en cuyo centro se ubicaba el justicialismo de rito duhaldista. Después de quebrar el consenso, el Presidente se quejó amargamente de lo que llamó “aprietes” legislativos y, acto seguido, anunció el envío al Senado de un proyecto de ley que coincide puntualmente con el consenso que él mismo había encomendado romper.

Los hechos tienen su propia lógica: el doctor Kirchner se ha lanzado a acumular poder propio y reclama más obediencia que acuerdos. Se propone conseguir en los comicios del 23 –y así lo declara en sus discursos- un amplio número de legisladores “que no lo condicione”: es decir, que sea incondicional. Quiere un Congreso obediente que no le reclame negociaciones. Esa es su estrategia de acumulación de poder.

Las fuerzas que se sienten amenazadas por esa acumulación de poder de estilo duramente confrontativo se inclinan, más bien, por una estrategia de mayor equilibrio de poderes, de control de gestión más que de sumisión. Los resultados del comicio cambiarán poco ese conflicto de estrategias: el gobierno, así sume legisladores con el grado deseado de incondicionalidad, difícilmente consiga controlar mayorías permanentes que le aseguren la obediencia legislativa que obtuvo en los dos primeros años. Habrá que ver si la existencia de esos controles y contrapesos legislativos inducen al Presidente a la negociación y búsqueda de acuerdos que él dice aborrecer, o si, por el contrario, ellos exacerban su modo confrontativo.

Esa actitud de intransigencia formal no sólo se pone en práctica en relación con otras fuerzas políticas o legislativas: el doctor Kirchner viene insistiendo verbalmente en su rechazo a nuevos acuerdos con el Fondo Monetario Internacional (ello, pese a que el propio ministro de Economía deslizó en Washington que las negociaciones se iniciaría inmediatamente después de las elecciones). Asimismo, el presidente tumbó un acuerdo meticulosamente trabajado entre la cancillería y el Vaticano para darle una salida diplomática al conflicto objetivo desencadenado con la intención presidencial de dictar unilateralmente el destino episcopal de monseñor Baseotto. Como ese acuerdo no satisfacía el deseo presidencial de un inmediato retiro del obispo de la capellanía castrense (posición que, de hecho, mantiene), las conversaciones con el Vaticano fueron dejadas de lado.

Montado sobre el viento de cola que empuja la economía, basado principalmente en factores ajenos a las decisiones locales (la combinación de bajas tasas internacionales de interés y de incremento sostenido del valor de los commodities, que favorecen esas exportaciones argentinas) el presidente considera que tiene reservas suficientes de fuerza como para imponer su voluntad a quienes le piden negociación o le reclaman acuerdos. Lo que vendrá tiene el color de la confrontación creciente
Joege Raventos , 03/10/2005

 

 

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