Patético y peripatético .

 


La nueva política no cesa.
Un dimitente emblemático, Carlos Chacho Alvarez, volvió por sus fueros en la última semana, reincorporado al escenario por iniciativa de Néstor Kirchner como coordinador de un Mercosur que ahora incorpora (sin voto todavía, pero con caudalosa voz) la presencia del venezolano Hugo Chávez.
Otro renunciante, Eduardo Lorenzo Borocotó (abandonó la fuerza con la que obtuvo su cargo de diputado para contribuir y ser contribuido en la cruzada oficialista) juró en el Congreso. ¿Había jurado en el macrismo?
Patético: (delgriego páthos, pasión
y también sentimiento)…que
suscita tristeza y compasión

Peripatético: del griego
peripatikós, que procede de
peripatèô: (yo paseo),
compuesto por la partícula
peri (alrededor)
y patèô (voy, camino)

La misma Cámara que consideró transparentes los títulos de Borocotó impugnó, por iniciativa del kirchnerista Miguel Bonasso (uno de los organizadores de la contracumbre marplatense) los títulos de Luis Patti, impidiéndole a éste (cuya candidatura no había recibido observación legal alguna) que accediera a la banca que le asignaron decenas de miles de votos bonaerenses.

Pero el numerito estelar de la semana lo protagonizó el gobierno a través del ex canciller y cabeza de la lista porteña de diputados oficialistas, Rafael Bielsa.

El doctor Bielsa llegó al ministerio de Relaciones Exteriores gracias a Aníbal Ibarra. En el año 2003, el presidente Kirchner quiso allanarle el camino a la reelección de Ibarra como jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Contaba para ello con el consejo de su jefe de gabinete, Alberto Fernández, comprometido afectiva, política y, digamos, organizativamente con el ibarrismo y empeñado en suceder a su protegido Aníbal cuando éste concluyera su mandato, en el año 2007. Para facilitarle las cosas a Ibarra, que tenía en Mauricio Macri a un fuerte competidor, el gobierno le entregó sendos ministerios a dos hombres que también se postulaban por entonces a la jefatura de gobierno capitalina: Gustavo Béliz y Bielsa. Este, que en algún momento había sonado como candidato a la cartera de Justicia, aterrizó en la Cancillería para hacerle a Béliz un espacio en el otro ministerio.

Bielsa se enamoró de la Cancillería, un lugar desde el cual podía estrechar la mano de tanta gente importante del mundo y fotografiarse con ella. Amante de la poesía (un sentimiento que se ignora si es correspondido), pudo hablar de versos con su colega francés De Villepin y hasta escribirle algunos a Fidel Castro. Debió soportar, sin embargo, algunas crueles mortificaciones de su Jefe: no sólo tuvo que desbaratar su ilusión de lograr que la médica cubana Hilda Molina, confinada en su propio país, viajara a la Argentina donde la espera su familia, sino que debió pagar ese atrevimiento, que ofendió a Castro e irritó a Kirchner, con la cabeza de su mano derecha. Vió expropiados por la Casa Rosada fragmentos centrales de la política exterior, fue vigilado por su número dos, el vicecanciller que le nombraron –Jorge Taiana-, que aguardaba paciente el momento de sucederlo. Fue alejado del cargo con la excusa de que se necesitaba una figura como la suya (Kirchner no ignora el uso del halago) para que el oficialismo triunfara electoralmente en la Capital Federal… y salió tercero. Fue durante la campaña donde su amor por las palabras lo llevó a jurar enfáticamente que no renunciaría a la banca que seguramente ganaría. Para su desdicha, repitió el juramento cada vez que le acercaron un micrófono: “Sería una indignidad, una estafa. Yo no soy un estafador”.

Pero reunció. A principios de semana, anunció junto al Jefe de Gabinete que no sería diputado porque el Presidente lo consideraba indispensable (ya se ha dicho que el Presidente sabe con qué bueyes ara) como nuevo embajador ante Francia y él había aceptado esa encomienda. En verdad, las relaciones con París están complicadas (el presidente Chirac anunció que visitará en marzo Brasil y Chile, pero no Argentina, actitud en la que sin duda pesa la presión que condujo a la empresa Suez a abandonar el negocio de las obras sanitarias), pero resulta paradójico que se encargara de mejorarlas a quien había conducido formalmente las relaciones exteriores durante dos años. Kirchner, por otra parte, condenaba a Bielsa a subordinarse ahora no al Presidente, sino al Taiana que había sido su subordinado y vigía de la Casa Rosada en la Cancillería.

Teatral en el gesto y la palabra, Bielsa no se limitó a aceptar, sino que argumentó extensamente, explicando al público y al clero que consideraba su deber militante ir a París, y que en función de esa altísima responsabilidad dejaría su banca. Más tarde relató que esa tarde caminó cien cuadras hasta su casa y que el 80 por ciento de las personas con las que habló en ese periplo lo felicitaron y alentaron por su decisión de cumplir con la misión que le daba el Presidente. Después tuvo que oir otras expresiones, que llegaban desde la opinión pública y se expresaban en llamadas a las radios; esas voces no coincidían precisamente con las que él había escuchado durante su paseo de diez kilómetros.

Si Rafael Bielsa pasa a la historia, el miércoles 7 de diciembre de 2005 será probablemente recordado como el Día de la Segunda Renuncia o del Arrepentimiento Definitivo. El ex canciller volvió a caminar por las calles de Buenos Aires, y -como dijo a la prensa- “la voz de los vecinos” le hizo comprender que había cometido un error y lo había sumido en -como corresponde a una figura de su perfil- “un dilema moral”. Su deber – arguyó – era cumplir con la orden presidencial, pero “la ciudadanía privilegia la credibilidad de la palabra pública”, de modo que ahora (se supone que para cumplir con ese mandato) renunciaba a renunciar a la banca y sería diputado en vez de embajador. La diplomacia francesa, que (a contramano de los usos y costumbres) había recibido por los diarios la noticia de que Bielsa reemplazaría al respetado Archibaldo Lanús, se enteraba ahora del mismo modo de que eso no ocurriría.

Más allá de la curiosa situación de quien resuelve un “·dilema moral” contrariando lo que él mismo considera su deber, habrá que desear que, ya diputado, cada vez que debe tomar una decisión comprometida y puesto que él ha optado por ese método de pesquisa, Bielsa elija bien el recorrido de sus caminatas, de modo de escuchar correctamente “la voz del pueblo”.

Después de su segunda, mortificada renuncia, el ex canciller, fugaz candidato a embajador y ahora cuasi diputado, fue golpeado con dureza por el oficialismo: la agencia de noticias estatal Telam registró meticulosamente los agrios comentarios empinados voceros, vocacionalmente dispuestos a decir lo que Kirchner quiere hacer saber. Deslizaron, además, que aquello que Bielsa llamaba “misión encomendada por el Presidente” (ir a París) había sido, en realidad, un pedido del propio Bielsa datado a principios de noviembre. Los amigos del doble renunciante replican (con discreción por temor a represalias) que eso es falso y sólo tiende a desacreditar a Bielsa. Aunque hay que admitir que el propio ex canciller hizo bastante por cumplir esa tarea, tal vez en este punto acierten. Ellos agregan que la idea de que el ex canciller ocupara la embajada de la Avenida Foch fue de Alberto Fernández, que el jefe de gabinete le “vendió” la ocurrencia al Presidente, quizás presentándola como iniciativa de Bielsa. Lo atribuyen al deseo de Fernández de mantenerlo lejos del escenario porteño, donde el jefe de gabinete quiere manejar los hilos del oficialismo con poca o ninguna competencia. Si esos eran sus planes para sacarlo de la cancha a Bielsa, la realidad ha superado sus expectativas. Dios escribe derecho en renglones torcidos.

En cualquier caso, las patéticas (y peripatéticas) peripecias que la nueva política deparó esta semana han dejado una nueva herida en la relación del gobierno con la opinión pública, en especial con la veleidosa, volcánica opinión pública porteña. Ese desgaste no es gratuito, particularmente en el contexto del reverdecer inflacionario, un fenómeno rebelde a las voces de mando y un euforizante del sentimiento social cuyos efectos pueden ser cataclísmicos.
Jorga Raventos , 12/12/2005

 

 

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