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EL TALÓN DE AQUILES DE KIRCHNER: INFLACIÓN Y OPINIÓN PÚBLICA. |
Texto completo de la presentación realizada por Jorge Castro en la última reunión mensual del centro de reflexión para la acción política Segundo Centenario, en la que expuseron también Pascual Albanese
y Jorge Raventos |
Todo indica que el 0,4% de incremento del índice general de precios en el mes de febrero no marca una tendencia decreciente en el ritmo inflacionario. La información del INDEC contiene dos datos sumamente relevantes. El primero de ellos es que, en el mismo mes de febrero, con acuerdos de precios incluidos, el índice de precios mayoristas aumentó un 1,4%. El segundo es que, en ese mismo lapso, y a pesar de esos acuerdos de precios, la canasta básica alimentaria, que refleja con mayor nitidez los niveles de consumo de los sectores de menores ingresos, se incrementó en un 1,1%., más aún que en enero, cuando esa canasta básica de alimentos subió un 1%.
Estructuralmente, esta reaparición de la inflación como un dato que volvió para quedarse en la economía argentina es una consecuencia del efecto combinado de dos factores centrales. El primero de ellos es el progresivo ajuste de los precios relativos de vastos sectores de la economía, que quedaron notoriamente rezagados luego de la megadevaluación monetaria de enero de 2002. Hay que decir que ese reacomodamiento de precios dista de haber terminado. Más aún: recién comienza. Falta todavía algo fundamental: la inevitable adecuación del precio de los combustibles y de las tarifas de los servicios públicos.
El segundo factor inflacionario es un incremento de la demanda de bienes y servicios que no está acompañada por un correlativo aumento de la oferta. Esta mayor demanda es un resultado natural de la recuperación económica de los últimos tres años. En 2005, el producto bruto interno creció un 9,1%. Es el tercer año consecutivo de recuperación de la economía argentina, luego del colapso de diciembre de 2001.
Queda así atrás el ciclo iniciado con la recesión de 1999 (originada en la crisis financiera internacional del sudeste asiático, el default de Rusia en agosto de 1998 y la devaluación brasileña de enero de 1999), transformada luego en depresión estructural en el 2000 y el 2001, una depresión estructural que derivó en el posterior el derrumbe financiero de diciembre de ese año, seguido después por la cesación de pagos y la devaluación de enero del 2002, que a su vez fue acompañada en ese año por una caída del producto bruto interno del orden del 12%.
En los últimos tres años, el producto bruto interno de la Argentina creció alrededor de un 28 %. Este fenómeno responde básicamente a dos causas. La primera, de carácter endógeno, es lo que los economistas conocen como “efecto rebote”. Dicho efecto se registra en todos aquellos países que sufrieron cataclismos económicos de dimensiones semejantes al registrado en la Argentina de 2001. Así ocurrió con todos los países del sudeste asiático golpeados por la crisis internacional de 1997: Corea del Sur, Indonesia, Malasia, Tailandia, etc. Y también en Rusia luego del colapso de 1998.
La segunda causa de esta recuperación es el formidable ciclo de expansión de la economía mundial, cuyas dos locomotoras fundamentales son el constante incremento de productividad de la economía norteamericana y el espectacular crecimiento de la economía china, con su espectacular incidencia en los precios de los commodities de todo tipo, desde los agrícolas hasta los energéticos y minerales.
Lo cierto es que está ya virtualmente agotada la posibilidad de continuar una recuperación económica que esté basada, esencialmente, no en la reanudación del ciclo de inversión, sino en el empleo de la capacidad instalada del aparato productivo argentino. Salvo el sector automotriz, el conjunto de la industria argentina está trabajando cada vez más cerca del tope de su capacidad.
Existe hoy un consenso generalizado en que la prioridad es un drástico aumento de la inversión. Pero en este campo corresponde hacer algunas precisiones. La inversión bruta fija ascendió en el 2005 al 19,5% del producto bruto interno. Todas las estimaciones señalan que para sostener un ritmo de crecimiento sería necesario que ese porcentaje ascendiera, como mínimo, al 23% del producto bruto interno. Para dimensionar la cuestión, conviene acotar, por ejemplo, que la tasa de inversión bruta fija en China es del orden del 42% del producto bruto interno.
Pero más allá de los porcentajes, conviene fijar la vista más de cerca sobre las características de la inversión. El último informe económico mensual elaborado por la consultora Massot-Monteverde advierte que “sólo poco más de un tercio de las inversiones se dedica a activos reproductivos”. Agrega el informe que “en los dos tercios restantes predomina la construcción de viviendas, los equipos de telefonía e informática y los vehículos de transporte”. Advierte entonces que ” concretamente, esto significa que estamos descapitalizándonos, al no alcanzar a reponer la depreciación anual de los activos fijos de producción”.
En un interesante artículo publicado el martes pasado en el diario El Cronista por Juan Llach, hay una plena coincidencia con ese diagnóstico. Dice Llach: que “la inversión en la Argentina tiene importantes problemas de composición. Hay un sesgo pro-ladrillos y contrario a la más productiva inversión en maquinarias y equipos (no automotores). Pero los principales problemas son otros. Nos estamos comiendo capital y recursos, porque hay inversión neta negativa en la mayoría de los servicios públicos y se están reduciendo las reservas de petróleo y gas”. Y añade que “es casi nula la inversión en nuevas plantas de escala significativa y con sesgo exportador, justo las que son en teoría razón de ser principal del modelo del peso débil”.
En definitiva, es fácil deducir de lo que está diciendo Llach que si el producto bruto interno de la Argentina creció en los últimos tres años un 28%, el crecimiento del aparato productivo argentino, en ese mismo período, es igual a cero, o a bajo cero. Esto significa que el crecimiento económico de estos años, consecuencia del denominado “efecto rebote” postcrisis y de una coyuntura internacional extraordinariamente favorable, se materializó a través de la utilización intensiva del aparato productivo construido con la oleada de inversiones que atrajo el país a lo largo de la década del 90-
En el mencionado informe de Massot-Monteverde, se introduce también otro elemento digno de análisis. Afirma que “el éxodo de varias compañías multinacionales, especialmente en el rubro energético, y su reemplazo por grupos locales de escasa entidad en el sector o orientados inversiones de carácter financiero tendrá un serio impacto en la inversión bruta fija”. Explica que dichos grupos empresarios “carecen de las espaldas financieras para encarar el rubro de la infraestructura requerida”. Indica que, entonces, como consecuencia, “la incertidumbre energética detiene inversiones en sectores intensivos en el uso de energía”.
Consigna también este informe que “en el sector petrolero, se estima que sólo la décima parte de las inversiones previstas para este año se destinarán a la ampliación de de las disminuidas reservas”. Puntualiza que “el congelamiento de los precios internos, la elevadísima carga fiscal del sector- 45% del monto exportado sólo en concepto de retenciones- y la calificación de alto riesgo que merecen nuestras cuencas impiden aprovechar la suba mundial del crudo y desalientan la exportación”. Por eso, en el año 2005, la producción de petróleo cayó un 5% y la de gas un 1,4%. Esto sucede en una coyuntura internacional en que los precios del petróleo son los más altos de los últimos treinta años.
Cabe subrayar que, en un escenario internacional caracterizado por el drástico aumento del precio del petróleo, que no constituye un fenómeno pasajero sino una tendencia firme y de largo plazo, que responde a causas estructurales, principalmente el fenomenal crecimiento de la economía china, la caída de las reservas de la Argentina, por falta de inversión, es un error estratégico fundamental, de alto costo para el país en su funcionamiento internacional de largo plazo.
En este contexto, conviene hacer una segunda precisión. La Argentina es un país que históricamente tiene una baja propensión al ahorro. En la actualidad, la tasa de ahorro interno asciende aproximadamente al 25% del producto bruto interno. Es la más alta en muchísimo tiempo. Esto significa que el aumento de la inversión depende necesariamente un fuerte incremento de la inversión extranjera directa.
Tanto es así que, en el último informe difundido por la consultora Ecolatina, fundada nada menos que por el ex ministro de Economía Roberto Lavagna, tiene un título muy significativo, sobre todo por su autor intelectual. El título es: “La inversión precisa mayor presencia extranjera”. Allí se dice que “en un contexto de aumento de los costos empresarios y tendencia hacia la normalidad de la rentabilidad, y con un Estado que encuentra límites para elevar sus niveles de superávit, es marginal la capacidad de incremento del ahorro nacional”. En consecuencia, afirma la consultora de Lavagna, “para lograr un salto cuanti y cualitativo en los niveles de inversión, que sostengan el actual ritmo de expansión económica, resulta clave el rol de la inversión extranjera directa”.
Resulta extraordinariamente significativo que la consultora de Lavagna admita ahora que “los niveles actuales de inversión extranjera directa (IED) son aproximadamente la mitad del promedio del período 1994-2000”. En ese informe, se consigna “en el año 2004, la región sudamericana incrementó su inversión extranjera directa a 34.103 millones de dólares- lejos de los 53.173 millones de dólares de promedio de 1996-2000- pero la Argentina sólo captó el 5,2%, contra el 21,7% de los años 1996-2000”. Después de estas interesantes comparaciones entre la situación actual y la década del 90, que en este caso adquieren casi las características de una confesión, la consultora de Lavagna indica que “para dar el salto inversor será crucial revertir esta tendencia”.
Importa señalar que en el año 2004 la Argentina era en América Latina el cuarto receptor de inversiones extranjeras directas. Ya estaba atrás de Brasil, México y de Chile, que tiene un tercio de nuestra población. En el 2005, descendimos al quinto lugar, después de Colombia, un país sin duda importante, con una población equivalente a la de la Argentina, pero que desde hace más de medio siglo está desgarrado por una guerra civil.
Un reciente elevamiento internacional, realizado por la consultora Standar & Poors, establece que la Argentina es uno de los países del mundo que actualmente recibe menor cantidad de inversión extranjera directa. El año pasado, la inversión extranjera directa en la Argentina bajó un 22% en relación a los ya muy reducidos niveles del 2004. En efecto, en el 2005 la Argentina atrajo alrededor de 3.200 millones de dólares, contra 4.100 millones en el 2004. Esa cifra de 3.200 millones de dólares de inversión extranjera directa es una cifra apenas superior a la de países mucho más pequeños, como Eslovaquia y Chipre. Chile, por ejemplo, atrajo siete mil millones de dólares.
Este dato sobre la inversión extranjera directa es absolutamente relevante. En definitiva, en términos de mediano y largo plazo, habiendo llegado al tope del aprovechamiento de la capacidad instalada del aparato productivo y también al tope de la capacidad de ahorro interno para la canalización de nuevas inversiones productivas, la única forma de evitar una escalada inflacionaria, con sus tremendas consecuencias sociales, es a través de una política que apueste a un fuerte incremento de la inversión extranjera directa.
Según los cálculos de Llach, “la Argentina debe aumentar en 6.000 millones de dólares lo invertido en 2005”. Esto equivale a decir que la lucha contra la inflación requiere mucho más que los mecanismos transitorios de control de precios. Los controles de precios son como una olla a presión. Están destinados a saltar por los aires. Lo que la Argentina necesita es una estrategia orientada hacia la recuperación de la confianza internacional y a la reinserción del país en el escenario internacional. Lo menos que puede decirse es que no parecería ser ésta la orientación predominante en el gobierno de Néstor Kirchner. Por lo menos si se supone que el mundo es más grande que Venezuela y que no existe nada más absurdo y negativo para el interés nacional de la Argentina que un conflicto con Uruguay.….
Es recién dentro de este contexto global que podemos enfocar más directamente el tema de esta noche: “El talón de Aquiles de Kirchner: inflación y opinión pública”. La pregunta política de hoy, traducida en un lenguaje metafórico pero perfectamente entendible, podría formularse en los siguientes términos: “¿ Es Kirchner el Tigre de la Malasia?”.
Tres ejemplos sumamente ilustrativos:
1- EL CONFLICTO CON URUGUAY: Los vecinos de Gualeguaychú dictan el ritmo de la política exterior argentina. Jorge Asís habla de la “municipalización” de la política exterior. El gobierno uruguayo entiende que, desde un punto de vista estrictamente legal, el corte de los puentes internacionales para impedir el tránsito de personas y mercaderías constituye técnica y jurídicamente un bloqueo, esto es un acto de hostilidad. Comienza aquí algo parecido al juego del “gran bonete”. Las autoridades nacionales quieren que el gobernador Jorge Busti pague el “costo político” de la liberación del tránsito en los puentes internacionales. Busti quiere que el Poder Judicial sustituya al poder político en su obligación de cumplir y hacer cumplir la ley. A su vez, el Poder Judicial no quiere ser usado como sucedáneo de la debilidad del poder político frente a la presión de la opinión pública.
2- SANTA CRUZ: no fue la Cámara de Diputados, sino la pueblada de Las Heras ( una localidad de 14.000 habitantes) por la elevación del mínimo no imponible al impuesto a las ganancias, la razón que obliga al gobierno nacional a encarar una revisión de su política impositiva. En ese contexto, se produce nada menos que el asalto a la comisaría local y el asesinato del suboficial de policía Jorge Sayago. Para calmar a la opinión públioca de Santa Cruz, la respuesta política del gobierno es el nuevo anuncio de una repatriación una nueva parte de los fondos provinciales depositados en el exterior.
3- CIUDAD DE BUENOS AIRES: el juicio político y la destitución de Aníbal
Ibarra, ocurrida hoy, contesta a la pregunta sobre el poder de Kirchner. Los padres de Cromagnon torcieron la voluntad política del gobierno nacional y, a través de la acción directa, forzaron la decisión de la Legislatura porteña. En un diálogo privado entre Kirchner y un periodista de su confianza durante la semana de la suspensión de Ibarra, Kirchner dijo: “los padres de Cromagñon son capaces de terminar con mí gobierno. Yo con ellos no me meto”. De allí que la impresionante operación política de la Casa Rosada en defensa de Ibarra tuvo una característica muy especial: en un gobierno en que nadie hace nada sin previa orden presidencial, en este caso hablaron todos menos Kirchner, que tampoco quería pagar ningún costo político. Los padres de Cromañon habían amenazado convertirse en una nueva versión de las Madres de Plaza de Mayo, con rondas todos los jueves alrededor de la Pirámide de Mayo.
Estos tres hechos emblemáticos tienen una lectura política meridianamente clara. El 20 de diciembre, la caída de Fernando de la Rúa, es producto de la combinación entre un “cacerolazo” de la clase media porteña y una oleada de saqueos en el conurbano bonaerense. Allí empezó la “andinización” de la política argentina: la movilización callejera sustituye al golpe militar como instrumento para derribar gobiernos constitucionales. Es la nueva modalidad sudamericana de los “golpes civiles”, realizados dentro de la legalidad constitucional y no fuera de ella. Perú (Alberto Fujimori), Ecuador (Mahuad, Lucio Gutiérrez), Bolivia (Gonzalo Sánchez de Losada, Carlos Mesa), Paraguay (Cubas).
Con la renuncia de De la Rúa, reaparece la crónica fragilidad institucional argentina, cuya última expresión dramática había sido en 1989 con la renuncia anticipada de Raúl Alfonsín. Esa fragilidad institucional se había visto aminorada en la década del 90 por el liderazgo político de Carlos Menem, pero estaba siempre latente. El derrocamiento del gobierno de la Alianza ubicó a la Argentina más cerca de Ecuador, Perú y Bolivia, en algún sentido también de Venezuela, que de países como Chile y Uruguay. La caída de Adolfo Rodríguez Saá también surgió de un “cacerolazo” porteño, aunque de mucha menor cuantía, que incluyó un intento de asalto al edificio del Congreso Nacional. El anticipo de las elecciones presidenciales por parte de Eduardo Duhalde fue el resultado de los sangrientos incidentes registrados en una movilización en Puente Avellaneda, que provocaron la muerte de dos dirigentes piqueteros.
Kirchner sabe bien dónde le duele el zapato. Su principal problema no es hoy la oposición institucional, expresada por Mauricio Macri, Jorge Sobisch, Ricardo López Murphy o Elisa Carrió. Tampoco la disconformidad interna en el peronismo, tan extendida como silenciosa. El talón de Aquiles está en lo que metafórica podríamos definir como “la calle”, ese factor imponderable y azaroso, siempre capaz de suscitar una rápida mutación de las eternamente volubles preferencias de la opinión pública de la clase media de los grandes centros urbanos.
En este sentido, la combinación entre inflación, presión sindical, movilizaciones callejeras y cambios en la opinión pública constituye el verdadero talón de Aquiles del gobierno de Kirchner. En este sentido, conviene seguir de cerca el incremento de los índices de conflictividad laboral. Según un trabajo efectuado por el Centro de Estudios para la Nueva Mayoría, que preside Rosendo Fraga, en el año 2005 hubo 824 conflictos laborales. Fue la cifra más alta de los últimos quince años. En el año 2004, había habido 249 conflictos laborales. En el año 2003, hubo 122. Esto significa que, durante el último año, la conflictividad laboral más que se triplicó y que en los últimos dos años se multiplicó por siete. Ahora, en marzo, abril y mayo de 2006, la mayoría de las organizaciones sindicales tienen que encarar la renovación de sus convenios salariales.
Pero otro elemento muy importante, políticamente decisivo, que introduce este interesante informe del Centro de Estudios para la Nueva Mayoría es la afirmación de que “la protesta de todos los sectores se piqueteriza”. En efecto: es obvio que la actividad de las organizaciones piqueteros propiamente dichas, en su mayoría captados política y económicamente por el oficialismo, con dirigentes como Luis D’Elía ocupando cargos en el gobierno nacional, ha disminuido sensiblemente a lo largo del 2005. Sin embargo, el informe consigna que los cortes de rutas y de vías públicas en general a lo largo del año pasado, lejos de reducirse se incrementaron. Pasaron de 1181 en 2004 a 1199 en 2005.
Pero la diferencia importante no es cuantitativa sino cualitativa. Porque la diferencia estriba en que esos cortes ya no fueron realizados única y exclusivamente por grupos piqueteros. La acción directa es la forma natural de protesta de todos los actores sociales. Ya no sólo los piqueteros. Son vecinos de Gualeguaychú, que protestan contra la instalación de las fábricas papeleras en Fray Bentos . Son los padres de Cromañon. que lograron la destitución de Aníbal Ibarra. Son los trabajadores petroleros de Las Heras en Santa Cruz, que exigen la elevación del mínimo no imponible al impuesto a las ganancias. Son los pilotos de Aerolíneas Argentinas, que exigen aumento de sueldos. Son los empleados de la empresa Gándara en la ruta 2, que reclaman por sus salarios adeudados.
Los tiempos de esta escalada de conflictividad callejera, seguramente incentivada en un futuro cercano por los reclamos salariales, son tan impredecibles como la certeza absoluta de que, tarde o temprano, esa convergencia de factores de conflicto, que transitan al margen del tejido institucional y de los calendarios electorales, habrá de condensarse en un punto crítico, para generar un cambio de vientos en la política argentina. Hoy, 7 de marzo, la “andinización” política de la Argentina se reflejó en la ciudad de Buenos Aires.
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Jorge Castro , 14/03/2006 |
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