La deconstrucción del Mercosur

 


El gobierno de Néstor Kirchner deambula por los espacios de la política exterior con una brújula desquiciada; ese derrotero aísla paulatinamente a la Argentina, ya no sólo en el mundo en general, sino también en el más acotado escenario continental y aún en el vecindario del Cono Sur.
Basta recordar, por ejemplo, el destrato que se impuso a huéspedes presidenciales y a monarcas de países amigos, la organización de manifestaciones adversas a algunos mandatarios invitados a la Cumbre de las Américas realizada en Mar del Plata, el desaire al presidente de la Federación Rusa (plantado en el Aeropuerto de Moscú) para comprender por qué razones algunas personalidades (por caso, Jacques Chirac, Vladimir Putin o la presidenta de Finlandia) deciden eludir Buenos Aires en sus giras sudamericanas.
Si bien en la Casa Rosada se tiende a justificar con displicencia esos comportamientos y a descalificar las críticas como trivialidades, no pocos analistas consideran que esa hirsuta conducta oficial complementa una imagen de arbitrariedad e inseguridad que explica probablemente la escasa inversión extranjera que registra el país.

Esa manifestación de aislamiento se refuerza en los últimos meses con el conflicto abierto con la República Oriental del Uruguay y el virtual bloqueo al que el país hermano se ha visto sometido ante la pasividad del gobierno argentino.

Después de haber dejado pasar ocasiones e instancias institucionales que habilitaban al Estado Nacional a opinar sobre la instalación de las plantas pasteras en la banda oriental del río Uruguay, la Casa Rosada terminó alentando, en su momento por motivos electorales, la protesta alarmada de ciudadanos de Gualeguaychú que derivó en la toma de rutas y el bloqueo de pasos internacionales, actos que –más allá de la justicia que se pueda atribuir a los argumentos esgrimidos- son manifiestamente ilegales. Una vez montado en esa ola, el gobierno nacional no se atrevió a bajar de ella por temor a una reacción adversa de la opinión pública entrerriana. Y, en afán de obtener un rédito político interno, se vió empujado a un progresivo endurecimiento de su posición contra el gobierno uruguayo del frenteamplista Tabaré Vásquez. Primero ocurrieron algunas "mojadas de oreja" provocativas como las frases del ministro de Interior Aníbal Fernández, sugiriendo que el presidente uruguayo estaba limitado en su poder frente a las empresas papeleras instaladas en ese país. En rigor, como respondieron los voceros orientales, el Estado uruguayo no tenía reclamos que imponer a una empresa privada que cumplía con el orden jurídico mientras, en cambio, era el gobierno argentino el que no parecía poder (o querer) cumplir sus propias leyes en el territorio bajo su responsabilidad.

Más tarde, el propio Kirchner quiso enmendar la plana a las autoridades uruguayas mostrándose preocupado por "los problemas de salud de la población" del país vecino. La reacción oriental vino, primero, de boca del propio Vásquez: "Que Kirchner se ocupe de la salud de los argentinos". La exhortación del mandatario fue completada por otros voceros, que recordaron que las plantas papeleras instaladas en Argentina emplean tecnologías obsoletas que efectivamente son contaminantes y que el gobierno de Kirchner podía canalizar su preocupación ambientalista enmendando esa situación…o limpiando el Riachuelo.

Por detrás de ese intercambio de disparos verbales ocurrían algunas movidas diplomáticas. Uruguay solicitó que el Mercosur, a través de sus instrumentos institucionales, actuara en relación con el bloqueo que sufría efectivamente desde hace meses y que se extendía potencialmente al futuro considerando la pasividad de las autoridades argentinas. En ejercicio de la presidencia temporaria del bloque, Buenos Aires no puso a consideración el pedido uruguayo, alegando que el diferendo tiene carácter estrictamente bilateral y no debía involucrar a otras voces. Pese a lo cual Kirchner se reunió con los presidentes de Brasil y Venezuela con los que habló de la cuestión y volvió a comprometerse a llevar el tema a la Corte de La Haya a más tardar el 5 de mayo.

Aunque hasta ahora (a diferencia de la posición ambientalista de las asambleas entrerrianas) la Casa Rosada había declarado que no se oponía a la instalación de las papeleras y sólo reclamaba el control de sus efectos sobre el ambiente, el gobierno de Kirchner movió visiblemente sus piezas para obstaculizar el financiamiento de las obras uruguayas y, por ende, la consumación de las inversiones que el país vecino considera vitales para su economía. El diputado oficialista Jorge Argüello viajó a Washington para, según sus palabras, "embarrar la cancha" del financiamiento. Que esa conducta fuera desplegada por el ambientalismo entrerriano tenía su coherencia; al provenir del gobierno nacional que dice aprobar la construcción, la actitud revela una evidente dualidad.

La estrategia de utilizar el diferendo con Uruguay como instrumento de política interna se reforzó, por fin, con la convocatoria a un acto en el que el Presidente aspira a reunir en Gualeguaychú a todos los gobernadores. La idea es mostrar a Kirchner rodeado por el apoyo de autoridades de todas las provincias, incluyendo en ese ramillete a hombres del oficialismo y a gobernadores radicales, en una metáfora de la unidad nacional.

No deja de ser una ironía que una foto de esa naturaleza termine ilustrando la gestión de un gobierno que hizo de la confrontación el sinónimo de lo que los medios bautizaron como "estilo K".

De todos modos, las fotos no reemplazan la realidad.

La manifestación patriótica imaginada por el kirchnerismo como refirmación del liderazgo presidencial y aperitivo de la "plaza del sí" que preparan con prolijidad para el 25 de mayo y apuntando a la campaña reeleccionista quizás deje réditos al oficialismo en el plano interno, pero no puede sino agravar la situación con Uruguay y, por ende, avanzar en la deconstrucción del Mercosur. Y esto supone un gran retroceso para Argentina, cuya necesidad estratégica de inserción global tiene como piedra angular no el debilitamiento o la muerte del Mercosur, sino su fortalecimiento. No su deconstrucción, sino su reconstrucción para que llegue a ser lo que quiso ser: una plataforma eficiente para la apertura de la región al mundo.

En cuanto a los réditos internos de la maniobra, conviene no hacer cuentas anticipadas. Es probable que haya gobernadores que avisen en voz alta o con murmullos su ausencia (algunos peronistas porque no quieren ser sólo convocados para aplaudir hechos consumados del poder central, sino para discutir estrategias; otros, porque teniendo papeleras contaminantes en sus provincias temen que esta cruzada ambiental termina crucificando emprendimientos, inversiones y empleo en ellas). Es probable que inclusive los que canten el presente se estén preguntando si la Casa Rosada los llama para distribuir réditos probables o para repartir con ellos las pérdidas que ocasionen el aislamiento, la confrontación y hasta la resignación final a la erección y funcionamiento de las plantas papeleras.

Entretanto, el objetivo de la manifestación central – la del 25 en Plaza de Mayo- también se encuentra con un pronóstico dudoso. Para la misma fecha proyectan sus acciones de protesta los sectores productivos del campo (la cadena de la carne), las que al parecer se concretarían con la forma de asambleas en plazas públicas de distintos lugares del país, como la que un mes atrás reunión unas diez mil personas en Trenque Lauquen. Los productores han dejado un margen para dar tiempo al gobierno a cumplir con sus principales demandas: reabrir la exportación de carne y reducir el kilaje exigido para la faena de animales. Los movimientos de una y otra parte pueden determinar que la plaza del sí en la ciudad de Buenos Aires sea respondida por varias "plazas del no" en la Argentina interior. Hay más de una deconstrucción posible
Jorge Raventos , 05/01/2006

 

 

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