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La mayor emisión de la historia. |
El lanzamiento del euro en el primer día de este año fue un paso más hacia la naciente sociedad mundial. Ninguna de las doce naciones europeas que lo utilizan - todas ellas con una fuerte identidad cultural - cree que su introducción significó una pérdida de soberanía. |
Los cajeros automáticos de doce países europeos comenzaron a entregar billetes denominados en euros el 1° de enero de 2002. Para el próximo 28 de febrero, dejarán de circular doce signos monetarios, uno de ellos, el dracma griego, con más de dos milenios de existencia. Cincuenta mil millones de monedas y quince mil millones de billetes en euros constituyen, indudablemente, la mayor emisión monetaria de la historia.
El camino para llegar a esta meta estuvo plagado de enfrentamientos, prolongados períodos de parálisis e, incluso, de dos intentos fallidos previos de sincronización monetaria. Todos los procesos de integración económica que están en marcha en el planeta también dan, en muchas ocasiones, frutos de sabor amargo, junto con las mieles de incrementar el comercio intra y extra zonas y, por ende, aumentar las respectivas producciones nacionales.
Una lección que debería recogerse en esta parte del Cono Sur sudamericano, en la que los talibanes aislacionistas no vacilan en disparar contra el MerCoSur ante la menor diferencia un una sola posición arancelaria. Si nos acercamos al ALCA con ese espíritu, solo ejerceremos, una vez más, ese costoso derecho aislacionista de permanecer en el borde del camino, pagando el pesado impuesto de quienes no saben reconocer las tendencias que moldean los tiempos en que viven.
Racconto
Curiosamente, esta nueva moneda (que es el resultado más reciente del esfuerzo de integración europea, liderado por las democracias de Alemania y Francia desde hace más de medio siglo) encuentra su primer antecedente en el más cruel autoritarismo: Según la memoria de "The Wall Street Journal", la primera mención de un Banco Central europeo está en unos detallados documentos de 1940 del Ministerio de Economía del Tercer Reich.
Los principales medios de comunicación del planeta abordaron el lanzamiento del euro desde distintos enfoques. Una de las visiones más estratégicas es la que desplegó, precisamente TWSJ, que remarcó que las principales decisiones en el camino hacia una moneda única sólo fueron posibles cuando Alemania otorgaba su aprobación. Un hecho comprensible desde varios ángulos:
* Alemania había padecido la peor hiperinflación de toda Europa entre las dos Guerras Mundiales.
* En consecuencia, es la nación que más valoraba la estabilidad monetaria y el marco fue, de hecho, el molde en que se volcó la vocación de integración monetaria de los demás socios de la Unión Europea.
* La fortaleza del marco residía no sólo en el mayor peso relativo del PBI alemán, una vez que completó su reconstrucción: El Bundesbank (el banco central de Alemania) fue, desde su nacimiento, el más independiente de toda Europa.
Las exigencias del Bundesbank se plasmaron en el euro: En la nueva unidad monetaria europea no habría lugar para situaciones confusas a mitad de camino, ni ambigüedades políticas en las que pudiera disolverse dónde residiría la autoridad monetaria europea. Todo el poder debía residir en una sola institución, sin que hubiera lugar siquiera para el asomo de una duda acerca de quien marcaba el rumbo monetario, fuera la Unión Europea, sus países miembros o algún limbo intermedio, conforme a fluctuantes coyunturas.
El Banco Central Europeo independiente diseñado en el Tratado de Maastrich, en 1991, es una réplica del Bundesbank, focalizado en un solo objetivo: Mantener baja la inflación. Para lograrlo, fue necesario "sintonizar" los déficits en el gasto público y las dimensiones del endeudamiento nacional en todas las naciones que quisieran adherir a la moneda única.
El camino hacia la moneda única no fue para nada fácil e incluso pudo haber terminado en un fracaso total. Los sueños de los franceses Jean Monnet (quien propuso en 1961 una Unión Europea de Reservas Monetarias) y Jacques Delors (el ex presidente de la Comisión Europea que en 1988 hizo suyo un memorandum del ministro de Relaciones Exteriores alemán Hans-Dietrich Genscher para el establecimiento de una moneda única), o el ex Primer Ministro de Luxemburgo Pierre Werner (quien en 1969 propuso formar una comisión para estudiar la unión monetaria), pudieron haber quedado a la vera del camino para siempre.
De hecho, la primera "serpiente monetaria" que estableció bandas de fluctuación entre las monedas europeas que la integraban, fue abandonada por Gran Bretaña, Francia e Italia ante el brutal schock del incremento de los precios del petróleo en la década de los años 70.
Más tarde renació a través del Sistema Monetario Europeo, que diseño un prototipo del euro, la virtual Unidad Monetaria Europea (European Currency Unit - ECU) que era, de hecho, una "canasta" ponderada de las distintas monedas nacionales. El ecu también tuvo que esquivar las fuertes fluctuaciones monetarias de la década de los 80.
No es de extrañar que la caída del Muro de Berlín en 1989 - y la inmediata reunificación alemana - fueran el nuevo impacto movilizador que llevó a los líderes europeos a sentarse en la mesa de Maastricht. En 1991, de nuevo los alemanes marcaron el ritmo, hasta en el nombre. Los franceses impulsaban el mantenimiento del nombre ecu, pero los alemanes lo vetaron ya que no había sido - precisamente - un modelo de estabilidad y, además, poseía resonancias que no eran de su agrado: ecus eran el nombre de unas monedas medievales y Eku, también, una tradicional marca de cerveza alemana.
La elección del presidente del naciente Banco Central Europeo también fue una batalla: Mientras que la mayoría suponía la continuidad del holandés Win Duisenberg - titular del antecesor Instituto Monetario Europeo, sostenido por el entonces canciller alemán Kohl -, pero, a finales de 1997, el Jefe de Estado francés Jacques Chirac candidateó a Jean-Claude Trichet, gobernador del banco central francés.
La salomónica solución, que requirió meses de negociaciones y que culminó en un almuerzo de doce horas de duración de los líderes europeos en Bruselas, consistió en compartir el primer período de ocho años entre ambos candidatos: Duisenberg firmó que, en vista de su edad - y sólo "por su propia voluntad" - no cumpliría el mandato completo.
Una moneda no hace una economía
El Banco Central Europeo, como el Bundesbank, reside en Frankfurt. Allí, en agosto pasado, fueron presentados los nuevos billetes y monedas del euro, en el solemne escenario de la Frankfurt Opera House.
Win Duisenberg no pudo contenerse: "Se supone que los banqueros centrales no expresan emociones ni tienen sueños. Perdónenme si hoy hago una excepción. Este es un momento en que el flujo de la historia está presente".
Más allá de las emociones del banquero holandés, una sola moneda no significa una sola economía. Los 300 millones de europeos que viven en las doce naciones que ya usan el euro continúan viviendo en doce economías diferentes. Una moneda no hace una economía.
Entre las principales diferencias que generan costos injustificados frente a la integración pueden detallarse:
- La existencia de distintos marcos regulatorios entre los países miembros, sea en la prestación de los servicios públicos y en el establecimiento de los estándares industriales como en la de los mercados de títulos valores (con la excepción de Euronext, una alianza entre las bolsas de Bélgica, Francia y Holanda).
- Las diversas formas de otorgamiento de contratos y sistemas de compras oficiales que emplean cada uno de los gobiernos.
- La fragmentación del sistema financiero, que aún rechaza las fusiones bancarias que atraviesan las fronteras en las economías mayores de Alemania, Francia, Italia y España.
- La subsistencia de diferentes esquemas impositivos en cada una de las jurisdicciones nacionales.
- Las dificultades que mantienen las normas laborales para el movimiento de recursos humanos de un país a otro.
Pero los europeos mantienen el optimismo y el sentido del rumbo. Es cierto que llevan años sin poder ponerse de acuerdo en cuántas patas debe tener un enchufe eléctrico, pero en la última cumbre de Laeken los 15 países que forman la Unión Europea decidieron encargar a Giscard d'Estaing la redacción de una ambiciosa Constitución de Europa.
Sin que motive demasiada sorpresa, quien también manifestó su confianza en el euro fue el ministro de Finanzas de la República Popular de China Xiang Huaicheng, quien anunció que el gigante asiático utilizará más euros en la integración de sus formidables reservas monetarias de 208.000 millones de dólares estadounidenses, las segundas más grandes del mundo después de las de Japón.
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Luis Candurra , 15/01/2002 |
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