Revolución Política para profundizar la democracia Documento del Centro de Reflexión para la Acción Política Segundo Centenario difundido en agosto de 1996, incluido en "Revolución Política en la Argentina Globalizada", Catálogos Editora, Buenos Aires, 1997 Aún antes de las elecciones porteñas del 30 de junio pasado, del desplazamiento de Domingo Cavallo del Ministerio de Economía y del paro convocado por la CGT, era ya perceptible en la sociedad argentina el incremento de los índices de disconformidad y de frustración, patentizados en la creciente preocupación pública por la falta de respuesta a la problemática del desempleo y de la corrupción, agravada por la pérdida de rumbo y la falta de ritmo en la acción del gobierno nacional. En ese contexto, era cada vez más palpable un resquebrajamientc en la amplia apoyatura social que a partir de 1989 acompañó, detrás de un fuerte liderazgo político, ratificado en las distintas instancias electorales que se sucedieron desde entonces, a un proyecto de cambio que apuntaba a dejar atrás a la Argentina de la hiperinflación y a construir una estructura económica moderna, competitiva y abierta a la inversión, de activa integración al mundo y articulada en el gran proyecto regional del MerCoSur. Resultaba evidente que entre ese liderazgo político, reiteradamente avalado en las urnas, y esa coalición social espontánea que lo respaldó, faltaba la mediación política de una fuerza organizada que se identificara claramente con los cambios en marcha, asumiera la necesidad de los cambios pendientes, que fuera capa. de ir más allá de la descripción de los logros obtenidos y extendiera su acción al plano de la cultura, los valores y los nuevos paradigmas que vinculan al nuevo sistema económico en construcción con el pasado, el presente y el porvenir de la Argentina y de sus fuerzas populares. Entre el liderazgo y el bloque social que lo apoyaba, faltaba un "partido de la transformación". Una hipótesis verificada por la experiencia de los viajes que hemos realizado por el interior del país, y afianzada por el contacto establecido con personas de los más, diversos ámbitos de nuestro quehacer político, económico, empresario, gremial y cultural, constata la existencia de una convicción ampliamente extendida acerca del retraso de importantes sectores de la clase política en relación a la comprensión del sentido y de las consecuencias de las transformaciones estructurales operadas en la Argentina desde julio de 1989, reforzada a partir de la sanción de la Ley de Convertibilidad en 1991 y relegitimadas políticamente por el consenso popular reflejado en las elecciones presidenciales del 14 de mayo de 1995. Esta percepción es corroborada unánimemente por los sondeos de opinión, que informan sobre el creciente desprestigio de la clase política como tal, sin mayores diferencias entre oficialismo y oposición, y de instituciones republicanas como el Congreso y el Poder Judicial. De allí que los mayores éxitos políticos de los últimos años hayan tenido por protagonistas a personalidades visualizadas por la opinión pública como ajenas a los aparatos partidarios. Este fenómeno tiene ya el carácter de una tendencia que merece una adecuada interpretación política y social: superada airosamente la situación de emergencia nacida del colapso hiperinflacionario de 1989, que obligó a colocar a la estabilidad y la recuperación de la economía como prioridad a veces excluyente, afianzado el nuevo sistema económico y notoriamente potenciada la inserción de la Argentina en el nuevo escenario internacional signado por la globalización a través principalmente del MerCoSur (alianza estratégica con Brasil y con Chile), emerge hoy en los diversos estratos de la sociedad argentina la necesidad de una Revolución Política, basada en la profundización de la democracia instaurada en 1983, como condición indispensable para encarar las soluciones apropiadas para las demandas sociales pendientes, cuya insatisfacción generó la sensación de desánimo colectivo que padecemos. Este nuevo horizonte político no es producto de un simple voluntarismo o de un mero afán ético o ideológico desvinculado de la realidad social. Muy por el contrario, encuentra su raíz en la naturaleza del sistema económico vigente. En las condiciones actualmente imperantes en el mundo, la competitividad internacional de las naciones, requisito insustituible para su prosperidad, tiene un carácter "sistémico". No se compite únicamente a través de indicadores económicos positivos o de estructuras empresarias eficientes. Una economía globalizada exige permanentemente la atracción de nuevas inversiones para acelerar el crecimiento, la incorporación de las tecnologías de última generación, la ampliación de las exportaciones y la modernización del aparato productivo, única alternativa real para atenuar los rigores del desempleo y combatir el flagelo de la pobreza y de la marginalidad. Pero en este campo la competencia no se da únicamente entre empresas, sino también entre países, es decir entre sistemas integrales de organización y de decisión. Hoy más que nunca, la distinción entre política y economía puede ser válida en el terreno del análisis pero jamás en el de la realidad. Tanto como los datos macroeconómicos, adquieren también importancia económica los parámetros relacionados con la educación, las condiciones de vida, la seguridad, el medio ambiente, la transparencia administrativa, la organización judicial y los niveles de corrupción. En una palabra, cobran mayor valor económico la calidad de los bienes públicos y la solidez de los sistemas político-institucionales. Si no damos una clara respuesta afirmativa a este requerimiento, corremos el peligro de limitarnos a padecer las indudables restricciones que impone la realidad de una economía mundialmente globalizada sin poder aprovechar, en cambio, la inmensa ampliación del campo de posibilidades que esta nueva situación abre para el crecimiento de la Argentina, y para su reubicación en el escenario internacional, fortalecida por la expansión del MERCOSUR y su integración con Chile, concebidos no sólo como un importante espacio económico sino también como el esbozo de un actor político regional que empieza a tener voz y voto en el esquema de poder de la sociedad planetaria. En ese contexto, sólo un profundo cambio en la naturaleza y el modo de funcionamiento del sistema político, nos permitirá avanzar hacia las nuevas prioridades en la agenda de la transformación nacional: la reformulación del Estado para satisfacer las nuevas demandas de la sociedad, las políticas activas en materia social, la reorganización de la Justicia y de los mecanismos de seguridad, la transformación del sistema de salud, el avance en la adecuación de las políticas educativas, la reforma militar, la modificación del actual régimen tributario, el combate a fondo contra la evasión fiscal y el lavado de dinero y la lucha frontal contra la corrupción en todos los órdenes de la actividad nacional. La revolución de la información, signo cualitativamente distintivo de la época que vivimos, promueve la creciente horizontalización de los mecanismos de decisión en todos los ámbitos y tiene entonces vastas implicancias políticas. Es desde el mayor protagonismo de la sociedad civil como debe abordarse el desafío de la necesaria transformación del sistema político. Una democracia plena exige que la opinión pública suba al escenario. La reflexión y la acción políticas de aquellos que, desde los más variados ámbitos de la sociedad, asumen el compromiso con esta nueva etapa de cambios hará posible abrir las compuertas a la participación popular. La Argentina del Segundo Centenario, concebida como una nación pujante y orgullosa de su destino nacional, se construye a través de la preservación del rumbo estratégico iniciado en 1989 y de un amplio protagonismo político del pueblo argentino, mediante un ejercicio cada vez más activo y directo de la democracia, por encima de los viejos aparatos partidarios, cada día más alejadas de las expectativas de la gente y de las exigencias de la realidad. Un programa de acción inmediata consiste en abordar la implementación concreta de los mecanismos de democracia directa y semidirecta (referendum, iniciativa popular, consulta popular, etc.), incorporados en la reforma constitucional de 1994, tanto a nivel nacional como provincial y municipal, la reforma del sistema electoral que elimine el sistema de las "listas sábana", la instauración de las elecciones internas abiertas en los partidos políticos, la sanción de una legislación que regule y fiscalice la financiación de la actividad partidaria, la reglamentación legal del juicio por jurados contemplado por la Constitución Nacional, la elección popular de los fiscales y todas las demás herramientas que puedan contribuir al oxigenamiento del sistema democrático. El desafío de la hora reside en recrear, con el aporte enriquecedor de nuevos actores políticos, la vasta alianza social que, bajo el liderazgo de Carlos Menem, motorizó el proceso de cambio puesto en marcha hace siete años, sobre la base insustituible de la gran corriente popular expresada por el peronismo, en su carácter de encarnación de las expectativas de los sectores más postergados y más humildes de nuestra Patria, que reconocen su identidad en el recuerdo de la obra de Perón y de Eva Perón. Esa amplia coalición social, de la que también forman parte importantes factores de poder, así como una ancha franja de la ciudadanía independiente y de corrientes de muy diversas extracciones político-partidarias, debe abrirse incluso a la participación de algunos sectores enrolados en la oposición pero que empiezan a comprender que no hay futuro posible para la Argentina fuera del marco de los cambios de fondo ocurridos desde 1989 y que su visión crítica sobre la realidad actual, centrada en las falencias en materia social y en el tema de la corrupción, sólo adquiere viabilidad política dentro de un proyecto que afirme la continuidad y superación de lo realizado hasta hoy. La dirigencia política argentina, en primer lugar la justicialista, afronta hoy una opción ineludible: aferrarse al mantenimiento de estructuras caducas y de una práctica clientelística que murió para siempre o sumar sus esfuerzos a la empresa de refundar la política en su dimensión superior e intransferible de síntesis de las expectativas y las aspiraciones del conjunto de la sociedad. Ningún cambio histórico se desarrolla linealmente, sin aciertos y errores, marchas y contramarchas. El caso argentino no es la excepción a esa regla. Las crisis políticas son en algunas situaciones, y ésta parece ser una de ellas, la única forma posible para seguir adelante en el camino de la transformación. Mejor que limitarse a temerlas, resulta preferible entonces estar munidos de la lucidez y de la voluntad política necesarias para prever su irrupción, comprender su verdadera naturaleza, saber distinguir nítidamente en cada circunstancia lo esencial de lo accesorio y estar así preparados para afrontarlas como desafío y aprovecharlas como oportunidad. PASCUAL ALBANESE - MARIO BAIZAN - JORGE BOLIVAR - JORGE CASTRO - LUIS JALFEN - ENRIQUE N'HAUX - JORGE RAVENTOS. El Rol de la Oposición política Documento del Centro de Reflexión para la Acción Política Segundo Centenario de mayo de 1997, incluído en "Revolución Política en la Argentina Globalizada", Catálogos Editora, Buenos Aires, 1997 La característica central del mundo contemporáneo, signado por las formidables innovaciones tecnológicas, la globalización de los sistemas productivos y la vertiginosa revolución de la información, es el absoluto predominio internacional de un sistema de poder que conjuga el afianzamiento del sistema democrático con la vigencia de la economía de mercado, extendida a nivel planetario a partir de la desaparición del antiguo bloque socialista. Dicha combinación, consolidada luego de la finalización de la Segunda Guerra Mundial en los países que configuraron la tríada del capitalismo avanzado (Estados Unidos, Europa Occidental y Japón), se extiende ahora como una mancha de aceite y alcanza hoy a casi todos los países de América Latina. La Argentina no escapa a esa tendencia mundial. La recuperación de la democracia en 1983 y el nuevo sistema económico construido a partir de 1989, a pesar de todos sus defectos e imperfecciones, nos colocan, por primera vez en muchas décadas, frente a una problemática acorde con la altura de los tiempos. Esa comprobación fáctica establece un piso al análisis y a la acción política. Con sus más y sus menos, la agenda básica de la Argentina de fin de siglo coincide en sus grandes rasgos con los problemas, los riesgos, los desafíos y las posibilidades que afronta hoy la Humanidad en su conjunto, sacudida por una fase de enormes transformaciones que destruye certidumbres ideológicas que hasta hace pocos años se tenían por inmutables. Este punto de partida permite entender por qué, así como luego de 1983 ninguna alternativa política válida en la Argentina podía concebirse sino a partir del carácter irreversible del régimen democrático instaurado con la asunción de Raúl Alfonsín, después de 1989 ninguna opción real sobre el futuro nacional puede desprenderse de la condición también irreversible del nuevo sistema económico instaurado por el gobierno de Carlos Menem. Una transformación irreversible El hecho de que la Argentina tenga un nuevo sistema económico, después del desborde hiperinflacionario de 1989-91, no se reduce a que exista hoy una política económica distinta de otra. Porque, además de una respuesta casi desesperada a la emergencia generada por el colapso hiperinflacionario, dicho giro representó simultáneamente una drástica y hasta brutal adecuación a las duras exigencias planteadas por la reestructuración del sistema capitalista mundial. No es entonces que haya sido sólo otra política económica, que podría incluso concebirse como un mero paréntesis obligado por circunstancias excepcionales. Lo que hay, en el fondo, es otra etapa histórica. Esto significa que la dimensión económica, expresada básicamente en la Ley de Covertibilidad, la privatización de las antiguas empresas estatales, el equilibrio presupuestario, la apertura de la economía, el aliento a las inversiones extranjeras directas y la puesta en marcha del MerCoSur, no juega aquí como un factor entre otros, sino como el marco estructural de un nuevo punto de partida para toda la sociedad argentina. Algo semejante a lo que ocurrió en 1983 con el retorno de la democracia. La importancia política que adquiere la instalación de este nuevo sistema económico, en la Argentina y en el mundo, es que fija un marco de posibilidades objetivas que torna posibles, o imposibles, a las diversas opciones políticas. Más que buenas o malas, la primera clasificación pasa entonces por viables o inviables. En otros términos, el nuevo sistema económico, tanto nacional como internacional, establece el marco de posibilidades para que una alternativa política pueda ser una opción de poder o quede limitada a un simple ejercicio intelectual, utópico en el más preciso sentido del término, porque no tiene "topos", o sea que carece de un lugar donde pararse en la tierra de la acción verdadera. Por lo tanto, para toda oposición política, igual que para cualquier gobierno, es inevitable el reconocimiento de que ese punto de partida económico constituya una "ratio" última de posibilidad o imposibilidad, esto es de viabilidad o inviabilidad, de sus propuestas alternativas. De eso depende que pueda erigirse verdaderamente en una alternativa real o limitarse a cumplir un rol simplemente testimonial. La tradición política argentina En nuestro caso específico, la Argentina cuenta con la ventaja de disponer, dentro de su sistema político, de un sistema de partidos relativamente sólidos: el radicalismo tiene más de cien años de historia, el peronismo más de cincuenta. Los dos están unidos a períodos históricos fundacionales de la vida nacional. Están anclados en sólidas apoyaturas sociales. Su pertenencia a ambos conlleva un hondo contenido emocional, producto de arraigadas tradiciones. La lealtad partidaria es la base de su método de construcción y acción política. El vigoroso surgimiento del FREPASO como nueva alternativa de oposición enriquece el cuadro de alternativas y plantea un fuerte desafío a la tradicional supremacía del radicalismo en la ancha franja de la clase media argentina. No implica empero, al menos todavía, una modificación profunda, definitiva e irreversible de este panorama. El FREPASO debe aún demostrar, ante sí mismo y ante la sociedad argentina, que es capaz de trascender la particular coyuntura que posibilitó su vertiginoso ascenso, iniciado en la Capital Federal, y extender su proyección hasta erigirse en una fuerza de envergadura verdaderamente nacional, con presencia efectiva en todas las provincias argentinas. De esta manera, demostrará también que su aparición, de la mano de dos dirigentes políticos que han exhibido una alta capacidad de liderazgo, como "Chacho" Alvarez y Graciela Fernández Meijide, es la de una fuerza innovadora que llegó para quedarse en la escena nacional y que no seguirá la suerte de otros fenómenos transitorios que, como en su momento el Partido Intransigente, la UCeDe o el MODIN, amagaron transformarse en competidores del peronismo y el radicalismo. Mientras tanto, su presencia activa y vivificante, que abre un espacio propicio para la inserción de expresiones disidentes de las dos grandes fuerzas tradicionales y de una franja de la militancia política de izquierda, no alcanza para romper el bipartidismo histórico de la política argentina, aunque implica sí que, en ese esquema bipartidista, la UCR debe ahora compartir su espacio con un eventual aliado y peligroso competidor. La circunstancia de que la Argentina, al igual que Chile y Uruguay, cuente con fuerzas políticas de profundo arraigo histórico y probada capacidad organizativa constituye una ventaja cualitativa de nuestro sistema político, en relación al de otros países latinoamericanos, inclusive Brasil. Pero esa fuerza adicional se debilita cuando uno de esos partidos desconoce o no acepta los cambios operados por nuevas condiciones estructurales en la Argentina y/o en el mundo. En esas situaciones, se colocan fuera del marco de posibilidades que brinda la época. En vez de ser opciones de poder, son entonces expresión de una política testimonial. Aunque buena parte de las críticas que realicen sean válidas, se manifiestan como testimonios más socio-culturales que específicamente políticos. Rara vez pueden convertirse en simientes de una nueva etapa de gobierno. En 1945, ante la aparición del peronismo, la UCR no supo calibrar en profundidad la significación de las nuevas demandas políticas y sociales que planteaban los profundos cambios estructurales registrados en la sociedad argentina a partir de la industrialización iniciada en la década del 30, en el marco de las modificaciones registradas en esa época en el sistema económico mundial. Perdió allí aquella mayoría electoral que la acompañaba casi invariablemente desde 1916. Aún después de 1955, el grueso del radicalismo tradicional persistió en la incomprensión de ese fenómeno social, razón que posibilitó en 1958 el triunfo de la variante heterodoxa encarnada por Arturo Frondizi. En 1983, frente a la descomposición del régimen militar, acelerada por la derrota en la guerra de Malvinas, el peronismo tampoco supo adecuarse a las nuevas expectativas y prioridades generadas por la restauración democrática y esa inadaptación fue castigada en las urnas, que consagraron a Raúl Alfonsín. Fue necesario entonces una grave crisis interna y un profundo proceso de renovación metodológica y dirigencial para que en 1987, una vez revalidadas sus credenciales de credibilidad democrática, lograse recuperar aquella mayoría perdida y retenerla ininterrumpidamente durante una década. Ambos ejemplos revelan qué sucede cuando alguno de los "partidos históricos", que son más movimientos que partidos, permanece al margen de la comprensión del curso principal de los acontecimientos en una época determinada. Pero si el radicalismo a partir de 1945 y el peronismo en 1983 pagaron con su derrota el precio político de su inadaptación a la época, fue mayor en ambos casos el precio que debió pagar el sistema político en su conjunto, cuyo carácter bipartidista se veía cercenado por su condición de "rengo". La oposición en un mundo globalizado En las actuales circunstancias de la Argentina, para la oposición política no debería tener mayor sentido o importancia la discusión sobre si estar a favor o en contra de la globalización. Como dijera Felipe González, insospechable de neoconservadorismo, sería como "estar hoy a favor o en contra del descubrimiento de América". Porque la globalización no es una política entre otras, sino que es ante todo un hecho, una fase del desarrollo mundial del sistema capitalista, en una etapa plagada de dificultades, desigualdades, diferencias, oportunidades y desafíos. Lo que sí marca la globalización es la frontera entre dos etapas históricas distintas. Quedar afuera de una nueva época histórica no es sinónimo de dejar de existir, pero sí supone perder relevancia a la hora de actuar. En términos políticos, sólo tiene relevancia práctica lo que es parte de esa nueva etapa histórica. Los últimos doscientos años de historia del encumbramiento y el ocaso de los imperios y de las naciones no son más que el espejo de esta afirmación, que es la base del conocimiento histórico propiamente dicho. Lo que ocurra con los partidos de la oposición, principalmente con la UCR y el FREPASO, no es sólo una cuestión "interna" de dichas fuerzas políticas. Es también un tema fundamental para el país en su conjunto, que atraviesa en la década del 90 una situación de cambios caracterizada por tres elementos básicos que condicionan de manera distinta el espacio de lo político. El primer elemento es la presencia irreversible del régimen democrático. Desaparecida la alternativa militar como opción de poder, la Argentina ha completado la etapa de consolidación democrática iniciada en 1983. El sistema democrático argentino adolece hoy de múltiples imperfecciones, derivadas de lo que podría definirse como una baja densidad institucional, pero configura ya un hecho históricamente irreversible. El segundo elemento básico es el fenómeno de la expansión generalizada de los medios de comunicación: el aspecto de la revolución tecnológica y de la globalización que aparece más directamente asociado a la práctica política y a la vida cotidiana de los argentinos es la aparición local de la sociedad global en materia de información. Por último, el tercer elemento, es la comprobación fáctica de que la sociedad argentina, en materia de expectativas de hábitos culturales y de consumo, se ha ido tornando también parte paulatinamente de esta sociedad global, con una fuerza creciente cuya magnitud es comparable con la que impulsó el afianzamiento del sistema democrático. La conjunción de estos tres elementos fundamentales convierte en inviable cualquier visión de cimentar la gobernabilidad de una sociedad recientemente compleja, cada vez más insertada económicamente en el escenario regional y mundial y que experimenta con extraordinaria intensidad la revolución tecnológica de las comunicaciones, sobre la única base de los criterios tradicionales y primarios de gobierno y oposición. No es que esa dicotomía haya dejado de existir, pero resulta pobre o insuficiente en relación a los nuevos desafíos que plantea la realidad. Tampoco es posible pensar la dinámica política de una sociedad de notable complejidad, como las que están emergiendo luego del fin de la Guerra Fría, en los términos clásicos de la dicotomía entre el Estado y la sociedad civil. La importancia cada vez mayor del rol de la sociedad civil, que asume crecientes responsabilidades políticas, en cuerpos sociales que absorben grandes cambios tecnológicos y se insertan en un mundo fuertemente globalizado, obliga a que la conducción del Estado deba concebirse más en el impulso y la coordinación de que en la imposición de programas partidarios. El valor del sistema político De allí que, en esas condiciones, las tareas de conducción del Estado no puedan circunscribirse a la órbita de acción de un gobierno sino que deben abarcar a la totalidad de un sistema político remozado. No ya como un deber ser, sino como un hecho verificable y verificado. Los países que no pueden alcanzar este nivel de los tiempos se empobrecen y disminuyen sus aspiraciones conjuntas de progreso. Así aparece, en su simpleza pero también en su valor, la significación que adquiere hoy un sistema político, que naturalmente incluye al gobierno y al Estado pero que esencialmente es lo que une el mundo de las decisiones tecno-económicas y socio-culturales con la esfera de las decisiones político-sistemáticas. No hay ya un mundo compartimentado, integrado por individuos o núcleos de poder aislados, por importantes que puedan ser, en los estratos dirigentes de la sociedad política ni de la sociedad civil. Este cuerpo de decisiones, una red que atraviesa por igual lo público y lo privado, configura una noción más rica y menos maniquea que la visión tradicional sobre el Estado y la sociedad civil. En realidad, este pensamiento estaba ya insinuado en el siglo pasado por Hegel y fue desarrollado en este siglo por teóricos de la altura de Max Weber y Antonio Gramsci. Es la idea de que la cultura que identifica y une a los pueblos es una vincularidad social, es decir, un sistema de instituciones donde lo orgánico se conquista y expresa simultáneamente con el ámbito de lo simbólico. La gobernabilidad de un cuerpo social dotado de estas características peculiares que distinguen a la Argentina de hoy sólo puede encararse en plenitud desde un sistema político y bajo el lema de que ningún sistema político puede tener un grado de complejidad menor al de la riqueza y la diversidad de la sociedad a la que pretende encauzar. Si tiene menor complejidad, estará en retraso con su época y habrá inevitablemente crisis políticas. Desde esta perspectiva, la tarea fundamental de la Argentina de hoy es la edificación gradual de un sistema político que esté a la altura de los cambios nacionales e internacionales registrados en la década del 90. En esa construcción, la oposición política tiene un rol central e indelegable que cumplir. Peronismo y sistema político El carácter decisivo de ese papel de la oposición política en la edificación del sistema político surge de la forma, que podríamos llamar "cibernética", con que funciona en los sistemas actuales el juego de las mayorías absolutas y relativas, y de las primeras y segundas minorías, en el marco global de la gobernabilidad de la sociedad en su conjunto y, en particular, de su esfera económica. En el caso específicamente argentino, hay empero un segundo factor que justifica la importancia que adquiere en este aspecto el rol de la oposición política y que proviene de las características especiales del peronismo, un gran movimiento popular impulsado por una iniciativa lanzada originariamente desde el aparato del Estado, para resolver la crisis de legitimidad del régimen castrense surgido del golpe militar del 4 de junio de 1943, sumido en un contexto de aislamiento interno e internacional, y que en ese camino puso en marcha un vasto proceso de transformación social iniciado con la gesta del 17 de octubre de 1945. Como todo movimiento histórico de envergadura, a su manera sucedió también con el radicalismo, el peronismo se define esencialmente en su momento fundacional. Allí reside el corazón de su cultura, una cultura de poder y, por lo tanto, con una extraordinaria capacidad para ejercerlo y conservarlo en el tiempo, con un realismo absoluto en estas cuestiones, ya que su naturaleza no es en absoluto ideológica. El resultado de esta singularidad del peronismo es que, cuando no tiene frente a sí a una oposición política que sea verdaderamente una opción de gobierno, tiende a desdoblarse y a constituirse, a la vez, en oficialismo y oposición. Esa tendencia responde a su naturaleza más profunda, ya que esa característica no ideológica hace que convivan en su seno expresiones de casi todas las corrientes y sectores de la sociedad. Símbolo trágico de dicha realidad fueron los enfrentamientos internos que lo desangraron durante el período 1973-76, que crearon las condiciones propicias para la interrupción del orden constitucional y dejaron una huella traumática en la memoria social argentina que, siete años después, contribuyó significativamente a su derrota electoral de 1983. En rigor de verdad, toda la historia del peronismo, a lo largo de cincuenta años, muestra que, tanto en el gobierno como en el llano, aún en etapas de proscripciones y persecuciones, siempre alcanzó protagonismo en la esfera última de las decisiones, sea por acción propia o por la imposibilidad de consolidar situaciones en que apareciera negada su presencia. En una época en que la sociedad argentina vivía desgarrada, en un estado latente de guerra civil, inducido por la ausencia de legitimidad de las instituciones políticas, sin un sistema político capaz de actuar eficazmente como mediador de sus múltiples conflictos, esa peculiaridad del peronismo, ese carácter extraordinariamente abarcativo de las contradicciones sociales, pareció funcional y hasta "natural". Pero en una sociedad que ha consolidado su sistema democrático, el mantenimiento a ultranza de esa condición abarcadora, que va más allá de su verdadera representatividad social, se torna en un factor cada vez más anómalo, que debilita la relativa homogeneidad que requiere una fuerza política con responsabilidad de gobierno. El aporte histórico de la UCR Es necesario entonces para el sistema político argentino, para el país en su conjunto, y aún para el propio peronismo, para que no extienda sus propias contradicciones internas al resto de la sociedad, la existencia de una oposición política sólida, dotada de efectiva capacidad de respuesta, es decir con aptitud para elaborar alternativas de gobierno acordes con la dinámica de los tiempos. Aparece aquí con toda nitidez el papel insoslayable de un elemento central de la política argentina, un factor también típicamente nacional y profundamente ligado a nuestra historia, como es la Unión Cívica Radical. Igualmente heredero de un gran movimiento histórico, en este caso el yrigoyenismo, el radicalismo mostró siempre en primer plano un aspecto muy vinculado con sus orígenes y con su centenaria trayectoria: su permanente preocupación institucional, un valor permanente que debe rescatarse y ponderarse como una cuestión de creciente importancia en la Argentina de los últimos años de la década del 90. El radicalismo, a diferencia del peronismo, se hizo absolutamente desde el llano, para alcanzar finalmente la cima del gobierno después de una larga travesía del desierto, de más de un cuarto de siglo, iniciada en 1890 y que concluyó en 1916. Desde el llano el radicalismo insistió, una y otra vez, en la necesidad de legitimar verdaderas instituciones políticas. Su programa fundacional fue precisamente el cumplimiento de la Constitución de 1853, la búsqueda del reencuentro entre la legalidad de las instituciones republicanas consagradas en nuestra Carta Magna con la legitimidad que sólo podía provenir de la libertad de sufragio. Muchos años después, cuando en 1983 Raúl Alfonsín insistía en recordar la vitalidad del preámbulo constitucional en un país desquiciado institucionalmente, más allá de las bromas que originara esa recurrencia para muchos incomprensible no hacia otra cosa que volver a marcar a fuego ese sentido fundacional del radicalismo, esa épica republicana que en esas especiales circunstancias de la vida nacional coincidía con las expectativas más inmediatas del conjunto de la sociedad argentina. La cuestión institucional El hecho de que la cuestión institucional haya sido y sea genética en el radicalismo tiene particular relevancia en la Argentina de hoy. En las condiciones actualmente imperantes en el mundo, la competitividad internacional de las naciones, requisito insustituible para su prosperidad, tiene un carácter fuertemente "sistémico". No se compite únicamente a través de indicadores económicos positivos o de estructuras empresarias eficientes. Una economía globalizada exige permanentemente la atracción de nuevas inversiones para acelerar el crecimiento, la incorporación de las tecnologías de última generación, la ampliación de las exportaciones y la modernización del aparato productivo, única forma para atenuar los rigores del desempleo y combatir el flagelo de la pobreza y la marginalidad. Pero en este campo la competencia no se da únicamente entre empresas, sino también entre países, es decir entre sistemas integrales de organización y de decisión. Hoy más que nunca, la distinción entre política y economía puede ser válida en el terreno del análisis pero jamás en el de la realidad. Tanto como los datos macroeconómicos, adquieren también importancia los parámetros relacionados con la educación, las condiciones de vida, la seguridad pública, la transparencia administrativa, la organización judicial y los niveles de corrupción. En una palabra, cobran mayor valor económico la calidad de los bienes públicos y la solidez de los sistemas político-institucionales. Si no damos una clara respuesta afirmativa a este requerimiento, corremos el peligro de limitarnos a padecer las indudables restricciones que impone la realidad de una economía globalizada sin poder aprovechar, en cambio, la inmensa ampliación del campo de posibilidades que esta nueva situación abre para la Argentina y para su reubicación en el escenario internacional, fortalecida por la expansión del MerCoSur y su integración con Chile, concebidos no sólo como un importante espacio económico sino también como el esbozo de un actor político regional que empieza a tener voz y voto en el esquema de poder de la sociedad planetaria. Sería tan necio desconocer la enorme capacidad de transformación demostrada históricamente por el peronismo, tanto en el período 1945-55 como en la etapa iniciada en 1989, como negar la necesidad y trascendencia del aporte de la oposición política, y en especial del radicalismo, a la hora de encarar el indispensable mejoramiento de la calidad institucional de nuestro sistema democrático, tarea que demanda una verdadera Revolución Política basada en la profundización de la democracia restaurada en 1983. Asumir los cambios El problema principal que deben superar el radicalismo y el resto de la oposición política, empezando por el FREPASO, es que la materialización de ese aporte a la recreación de las instituciones públicas argentinas, desde el Poder Judicial hasta las fuerzas de seguridad, requiere necesariamente asimilar los elementos esenciales de las transformaciones operadas en la Argentina en estos ocho años. En tal sentido, resulta fundamental para la oposición política argentina asimilar la experiencia chilena: la Concertación Democrática, la coalición oficialista que integran la democracia cristiana y el Partido Socialista, debe gran parte de su éxito al hecho de haber asumido, desde antes de ganar las elecciones que la llevaron al gobierno, las enormes transformaciones registradas en la economía trasandina durante el régimen de Augusto Pinochet. Algo similar sucede con el laborismo británico: el nuevo liderazgo de Tony Blair pudo desafiar con posibilidades de éxito al conservadorismo inglés a partir de que logró que su partido asimilara como un dato irreversible de la realidad los profundos cambios económicos impulsados por los conservadores en los últimos dieciocho años, desde la asunción de Margaret Thatcher. De no asimilar esta realidad, esa conciencia institucional que distingue al radicalismo y a toda la oposición política argentina se convierte en una crítica externa, más cerca de una ética de las costumbres, del gobierno y de la dirigencia justicialista, y no en una práctica política enderezada a modificar la realidad, por lo que pierde valor para el funcionamiento global del sistema democrático. Este desafío que afrontan el radicalismo y la oposición política es crucial para la Argentina que viene. Conviene aquí subrayar algunos elementos básicos que ayudan a disipar confusiones y facilitar el camino. Como el radicalismo es en realidad un gran movimiento histórico devenido partido político, no tiene un programa económico fijo e inmutable. Los movimientos históricos son hijos de su épocas, no de ideologías transhistóricas. Baste recordar que las presidencias de Yrigoyen, consagradas básicamente al cumplimiento de su programa de reparación democrática, no significaron la implantación de un proyecto económico antagónico con el instaurado por Roca y la generación del 80. Aún durante el mismo gobierno de Raúl Alfonsín, se sucedieron en el Ministerio de Economía gestiones tan diferenciadas como las de Bernardo Grinspun y Juan Sourrouille. Por encima de los juicios de valor que puedan merecer el plan austral y los intentos de privatización de Entel y Aerolíneas Argentinas encarados por Rodolfo Terragno desde el Ministerio de Obras y Servicios Públicos, hay que destacar la voluntad política de Alfonsín, conceptualizada en su recordado discurso de Parque Norte, de impulsar una adaptación del radicalismo a las exigencias de los tiempos. Además de ese ensayo de reubicación del radicalismo en el plano económico, hay también un cambio políticamente trascendente en la vida argentina de estos años que cabe asignar a Alfonsín: el contenido de la reforma constitucional de 1994. Más allá de la polémica, desatada en su momento, vinculada con la posibilidad de la reelección presidencial, una discusión ya bizantina si se tiene en cuenta el resultado de las posteriores elecciones del 14 de mayo de 1995. El acuerdo simbolizado "Pacto de Olivos" reveló la existencia y las posibilidades de la negociación política, una herramienta central que distingue a los países pacificados y políticamente organizados de los que no los son. Revalidó la noción de que en un sistema democrático no hay enemigos sino adversarios. Hay conflictos y negociaciones que preceden a nuevos conflictos y negociaciones. No hay más guerras en la política argentina. Tal la esencia del sistema político embrionariamente esbozado en 1972 por Perón y Balbín, en los tiempos de "La Hora del Pueblo", continuado tímidamente en 1982 con la Asamblea Multipartidaria en los estertores del último régimen militar y reflotado durante el gobierno de Alfonsín, luego del triunfo de la "renovación" en la "interna" justicialista, cuando el radicalismo y el peronismo de Antonio Cafiero estuvieron a punto de acordar una reforma constitucional de contenido básicamente idéntico al acordado en 1994. La consecuencia de ese acto de lucidez estratégica, no suficientemente comprendido en su momento, fue una Constitución que terminó con una larga historia de ilegitimidades y que fue votada por todo el espectro político argentino, desde el Frente Grande de "Chacho" Alvarez y Graciela Fernández Meijide hasta el MODIN de Aldo Rico. Otra vez la Constitución como programa El nuevo texto constitucional de 1994, muchas de cuyas innovaciones aguardan todavía su correspondiente reglamentación legislativa, introdujo cambios de singular importancia para la consolidación del sistema democrático argentino. La creación del Consejo de la Magistratura y la modificación del mecanismo del juicio político a los magistrados, base para una reorganización profunda del Poder Judicial; la institucionalización en la órbita parlamentaria de organismos de control como la Auditoría General de la Nación, confiada constitucionalmente a un representante de la principal oposición, y de la Defensoría del Pueblo; la incorporación de mecanismos de democracia directa y semidirecta como la iniciativa popular y de la consulta popular; la creación de la Jefatura de Gabinete con la exigencia de aval y posibilidad de remoción parlamentaria; el requisito del acuerdo de los dos tercios del Senado para la designación del titular del Ministerio Público; la introducción de la "cláusula ética" para el ejercicio de la función pública; la autonomía municipal para la ciudad de Buenos Aires y la elección popular de su intendente; la habilitación del mecanismo de la regionalización para el mejor desenvolvimiento económico del interior y la facultad conferida a las provincias para celebrar tratados económicos internacionales "bases ambas de un federalismo real" constituyen en sí mismo todo un programa básico para la tarea histórica pendiente de profundización de la democracia, así como la Carta Magna de 1853 configuró durante décadas programa para la organización de la República. En este aspecto y más allá de los cuestionamientos metodológicos y las críticas suscitadas por la competencia política, Alfonsín y la UCR exhibieron una doble virtud: la preocupación por la problemática institucional, genética en el radicalismo, y la legitimación del arma de la negociación política como herramienta inherente al sistema democrático. El alto costo electoral que Alfonsín y el radicalismo pagaron por este acuerdo, reflejado en los comicios presidenciales de mayo del 95, ya pertenece al pasado. En cambio los beneficios, no sólo para la UCR sino para la democracia argentina, corresponden al futuro. Una agenda de consenso nacional Afianzadas las transformaciones económicas, el inevitable traslado de las prioridades de la agenda pública hacia los ejes político-institucionales lleva a otra necesidad: la búsqueda de un amplio consenso nacional en torno a las exigencias de la reorganización del Poder Judicial, la reestructuración de las fuerzas de seguridad, el mejoramiento de las políticas educativas, la remodelación del sistema de salud, la formulación de las políticas sociales y las demás cuestiones inherentes a la reconversión de las instituciones públicas argentinas. En definitiva, el punto central de esa agenda es una verdadera refundación del Estado, basada en criterios radicalmente distintos a los imperantes hasta 1989 y encarada en estrecha sintonía con el fortalecimiento de la sociedad civil, expresada hoy en la creciente importancia de la opinión pública, motorizada por la explosión informativa que genera la revolución de las comunicaciones, y en el notable desarrollo alcanzado por el amplísimo espectro de las organizaciones no gubernamentales, expresión del ascenso y el protagonismo de la sociedad civil en la esfera de las decisiones. A diferencia de la etapa de emergencia económica de los últimos años, que requería una fuerte concentración de poder y una voluntad política firmemente orientada en la resolución de una problemática dramática por sus dimensiones pero relativamente simple en el diagnóstico, la Argentina que viene, abocada a la refundación del Estado y a la reformulación de la totalidad de su sistema de instituciones públicas, tendrá que abordar y resolver una muy variada gama de asignaturas pendientes, en una acción mucho menos dramática por su contexto pero bastante más compleja en su formulación y en los caminos a recorrer, que excede las posibilidades aisladas de cualquier fuerza política de la oposición, sea la UCR o el FREPASO, y aún del propio peronismo. De allí que resulte absolutamente natural que el tema de las posibles alianzas o coaliciones ingrese vigorosamente en el escenario político. La Argentina que viene tendrá más que ver con la concertación que con la confrontación. Por eso, la oposición política deberá esmerarse en la formulación de una alternativa que vaya más allá del "antimenemismo", que puede ser más o menos útil como slogan electoral pero jamás para construir una opción de poder. La diferencia entre la crítica periodística y la oposición política es que la primera no se propone gobernar. Creer que con una prédica "antimenemista" alcanza para gobernar la Argentina en los tiempos de su Segundo Centenario sería tan ingenuo como suponer que la recreación de la mitología justicialista contra la "Unión Democrática" de 1945 podría bastarle al peronismo para retener el poder en 1999. La consolidación de la democracia, reinstalada para siempre en 1983, y de la estabilidad económica, lograda a partir de 1989, hacen que el porvenir político argentino esté cada vez más lejos de quienes finquen su éxito en la desjerarquización del adversario, con el que después tendrían que acordar en infinidad de oportunidades para poder gobernar, y cada vez más cerca de los que confíen en la tantas veces exhibida madurez de nuestro pueblo y apuesten a generar consenso a partir de sus propias definiciones en relación a la forma de asumir los grandes desafíos del futuro. HACIA LA ARGENTINA DEL SEGUNDO CENTENARIO* Documento fundacional del Centro de Reflexión para la Acción Política Segundo Centenario difundido en diciembre de 1995, incluido en el libro "Revolución Política en la Argentina Globalizada", Catálogos Editora, Buenos Aires, 1997 * La agonía de Francia respondía a algo más que a causas objetivas. Era sobre todo producto de la impotencia de su pueblo por creer en algo que en definitiva es falta de grandeza. La grandeza es un camino hacia lo que no se conoce. La guía la esperanza. ¡Qué bien marchan las cosas cuando los franceses creen en Francia! . (Palabras del general Charles De Gaulle a André Malraux en su diálogo final rescatado en "La hoguera de las encinas" ). En un mundo caracterizado por la vertiginosa aceleración de los tiempos históricos, el siglo XXI ya comenzó, con el fin de la guerra fría y la desaparición de la Unión Soviética. En ese contexto, el proceso de transformación que protagoniza la Argentina desde julio de 1989 afronta hoy nuevos desafíos. El segundo mandato constitucional del Presidente Menem, cuya reelección el 14 de mayo de 1995 simbolizó la ratificación de la voluntad de los argentinos de no perder el tren de la historia, constituye la oportunidad para avanzar decididamente en el camino iniciado, profundizando los cambios estructurales que se operan hoy en la sociedad argentina. No se trata entonces de repetir lo ya realizado, ni de limitarse a consolidar los logros de los últimos seis años, ni siquiera de conformarse con corregir los errores cometidos. Muy por el contrario. Es hora de pensar y de actuar en grande: los avances registrados en estos años son apenas el piso a partir del cual la Argentina debe edificar un futuro venturoso, en un marco de justicia y dignidad para todos sus habitantes. A partir de 1983 hemos recuperado para siempre nuestro sistema institucional, dejando atrás décadas de enfrentamientos y hasta de guerra civil. Desde 1989 hemos conseguido consolidar un sistema económico acorde con los tiempos que corren, que ya ha empezado a dar sus primeros frutos en materia de estabilidad y de crecimiento. Toca ahora defender esas conquistas, que son de todos los argentinos, y proyectarlas con firmeza hacia el porvenir. Como a fines del siglo pasado, estamos atravesando una etapa de formidables cambios económicos y de reinserción en un sistema internacional signado hoy por el impacto de la revolución tecnológica y el fenómeno de la globalización. Si perseveramos en este rumbo estratégico, con las adecuaciones que impongan las circunstancias, la celebración de nuestro Segundo Centenario nos encontrará, como ocurriera con el Primer Centenario en 1910, en el pelotón de vanguardia de las naciones. En esta nueva etapa política, la segunda reforma del Estado tiene que convertirse en una herramienta eficiente para empezar a dar respuesta a las verdaderas asignaturas pendientes de este proceso de cambio. No queremos un Estado inerte, sino un Estado fuerte y eficaz, que pueda cumplir sus misiones indelegables en materia de salud, educación, justicia, seguridad y defensa, fiscalizar adecuadamente el funcionamiento de los servicios públicos confiados a la gestión privada y asumir las tareas vinculadas con la preservación del medio ambiente y de lucha frontal contra el narcotráfico en todas sus manifestaciones, objetivos ambos definidos hoy como prioritarios por el conjunto de la comunidad internacional. Sólo en estas condiciones podrá afrontarse con éxito la lucha contra el desempleo, la pobreza y la marginalidad social, prioridad insoslayable en la construcción de una sociedad mas justa. La integración argentina en el nuevo escenario mundial, que exige una economía cada vez más abierta y altamente competitiva, tiene que estar acompañada por una revalorización de nuestra identidad y de nuestra cultura nacional. Somos un país que siente tener un mensaje propio que trasmitir y una misión singular en el concierto universal de las naciones. La sociedad planetaria debe escuchar la voz de la Argentina. La vigencia de la democracia y del Estado de Derecho no puede ceñirse sólo al pleno respeto de las garantías constitucionales. Las circunstancias exigen que, en el marco de la ley, la Argentina encare una verdadera y profunda Revolución Política en todos los órdenes de la actividad nacional, que se traduzca en una revalidación del principio de legitimidad y de transparencia en la vida de todas sus instituciones políticas y sociales, en el incremento de la participación de la sociedad en el plano de las decisiones, en la superación de la actual crisis de representatividad, en el mejoramiento de los sistemas electorales, en la implementación de los mecanismos de consulta popular directa establecidos en la reforma constitucional de 1994 y, por sobre todo, en el protagonismo de la gente por encima de las trenzas y aparatos tradicionales, cuyos intereses actúan como factor de resistencia al cambio y limitan el libre ejercicio de la voluntad soberana del pueblo. Esa Revolución Política, fundada en la consolidación de la democracia. que en 1983 llegó para quedarse para siempre en la Argentina, es en definitiva la única alternativa idónea para eliminar las causas estructurales de la corrupción, ya que garantizará la más amplia transparencia en el funcionamiento de los tres poderes del Estado y en todo el amplio espectro de las instituciones publicas y privadas. La consecución de todos estos objetivos, comunes a la inmensa mayoría de los argentinos, requiere reasumir un mandato que amalgama las mejores tradiciones políticas de nuestra historia. La conjunción de los ideales de progreso encarnados en el liberalismo revolucionario de Roca y la generación del 80, de democracia política, concretados por Yrigoyen en 1916, y de justicia social hechos realidad por Perón en 1945, configuran los elementos básicos de una nueva síntesis histórica que, más allá de antiguos rótulos ideológicos y militancias partidarias, puede alumbrar la construcción de la Argentina del Segundo Centenario, con una Nación en marcha y un pueblo orgulloso de su destino. Bajo la advocación de este objetivo del Segundo Centenario, hemos constituido este centro de reflexión para la acción política. Procuramos generar un lugar de encuentro que promueva alternativas originales, explore nuevos horizontes para el pensamiento, aliente la creatividad en la elaboración de propuestas innovadoras y estimule la búsqueda de soluciones para la problemática argentina de hoy, con una visión a la vez nacional y universalista. Más allá de los rótulos y de las legítimas adscripciones, impulsamos la unidad transversal entre los iguales, se encuentren donde se encuentren, ya que entendemos que en esta construcción del porvenir común lo importante no es de dónde venimos sino hacia dónde vamos. Porque en la misión que nos convoca la única coincidencia inexcusable es una actitud común de inquebrantable fe y de profunda confianza en el destino de la Argentina como Nación. PASCUAL ALBANESE - MARIO BAIZAN - JORGE BOLIVAR - JORGE CASTRO - LUIS JALFEN - ENRIQUE N'HAUX - JORGE RAVENTOS Peronismo y Transformación Documento del Centro de Reflexión para la Acción Política Segundo Centenario, presentado por Pascual Albanese el 3 de diciembre de 1996. Incluido en "Revolución Política en la Argentina Globalizada", Catálogos Editora, Buenos Aires, 1997 Introducción Este documento de trabajo, intrínsecamente polémico, intenta responder a las preguntas y cuestionamientos de muchos dirigentes y cuadros políticos del peronismo, en relación con el sentido y la proyección histórica del proceso de transformación iniciado en la Argentina en julio de 1989, bajo el liderazgo político de Carlos Menem. Al escribirlo, recordamos con frecuencia aquel inolvidable Manual de Zonceras Argentinas de Arturo Jauretche, que demistificaba los lugares comunes que prevalecían entonces en la intelligentzia argentina, como producto de la asimilación acrítica de ciertos moldes ideológicos tradicionales, de origen principalmente europeo, que impedían repensar la realidad nacional con una óptica propiamente argentina. La construcción de la Argentina del Segundo Centenario, concebida como una nación pujante y orgullosa de su destino, requiere que el peronismo, en su condición de movimiento popular más importante de la historia de América Latina y de principal sujeto político de los grandes cambios operados a partir de 1989, se ponga a la altura de los nuevos desafíos políticos y sociales que se plantea hoy la sociedad argentina. Con este trabajo iniciamos una serie de documentos en los que sucesivamente abordaremos: El rol de la oposición política: UCR y FREPASO; El porvenir de la izquierda y El papel de las fuerzas de centro-derecha. La política de Menem traiciona la esencia ideológica del Peronismo Perón sostenía que "la política nacional es un capítulo de la política internacional". En todo momento de su trayectoria, tuvo muy en cuenta el análisis de la vinculación entre la situación argentina y la realidad mundial. El peronismo nació históricamente en el marco de la bipolaridad impuesta a partir de los acuerdos de Yalta, cuando los Estados Unidos y la Unión Soviética compartían y disputaban la hegemonía en el planeta. Ese esquema bipolar duró casi medio siglo. En ese sentido, Menem expresa la necesaria adecuación del peronismo a una nueva era internacional, iniciada en la década del 90 y signada políticamente por el fin de la guerra fría y por la globalización de la economía mundial. Ya en 1974, en su "Modelo Argentino", Perón anunciaba que "la sociedad mundial se orienta hacia un universalismo que, a pocas décadas del presente, nos puede conducir a formas integradas, tanto en el orden económico como en el político". Y agregaba: " El itinerario es inexorable, y tenemos que prepararnos para recorrerlo. Y, aunque ello parezca contradictorio, tal evento nos exige desarrollar desde un profundo nacionalismo cultural como única manera de fortificar el ser nacional para preservarlo con individualidad propia en las etapas que se avecinan". En 1945, Perón había tenido que ubicarse y ubicar a la Argentina en el orden internacional surgido en Yalta. Menem, en cambio, tuvo que reinsertar a la Argentina en el mundo de la post-guerra fría, iniciado en 1989 con la caída del muro de Berlín y en 1991 con la desintegración de la Unión Soviética. En tal sentido, y siguiendo aquello de que "la única verdad es la realidad", impulsó lo que él mismo definió como un "giro copernicano", esto es un viraje estratégico para reubicar al país en el escenario planetario de la década del 90. El envío de naves argentinas al Golfo Pérsico, a principios de 1990, simbolizó internacionalmente dicho viraje con la contundencia de los hechos. Ni en Perón ni en Menem prevalecieron en esas decisiones los esquemas ideológicos. En todo caso, predominó la certeza de que, como enseñaba Perón, "el hombre no hace la historia", sino que "simplemente debe contentarse con ir creando las monturas necesarias para cabalgar su evolución". En su propuesta sobre el "Modelo Argentino", el mismo Perón señalaba, hace veintidós años: "Tengamos en cuenta el ejemplo que nos muestra el mundo, en el que está ganando terreno la idea de que el bienestar de los pueblos está por encima de las concepciones políticas dogmáticas". En "Conducción Política ", Perón ya había advertido que "las doctrinas no son eternas sino en sus grandes principios; por eso mismo es imprescindible ir adaptándolas a la evolución de los tiempos, al progreso de la Humanidad y a las necesidades de nuestro pueblo. Y ello influye fuertemente en la propia doctrina, porque en verdad lo que hoy nos parece incontrovertible e indiscutible, quizás dentro de unos pocos arios resulte una cosa totalmente fuera de lugar, fuera de tiempo e inapropiada para nuestras circunstancias".En esa misma obra, formula una advertencia que parece escrita para hoy: "una doctrina que hoy vivimos como excelente puede resultar un anacronismo dentro de pocos años, a fuerza de no evolucionar y no adaptarse a las nuevas necesidades". La política argentina está totalmente subordinada a los dictados de Estados Unidos En las nuevas condiciones internacionales de la década del 90, el alineamiento estratégico con los Estados Unidos, afianzado en su condición de primera potencia económica y militar del planeta, constituía una prioridad insoslayable para otorgar a la Argentina un pasaporte político de credibilidad externa que posibilitara la inserción de nuestra economía en el contexto mundial de la globalización. En una recordada conferencia en la Escuela Superior de Guerra en 1953, Perón reformuló los principios básicos de la política exterior argentina a partir de una definición básica: "Hay que tener la política de la fuerza que se tiene o la fuerza que se necesita para sustentar una política. Nosotros no tenemos lo segundo y, en consecuencia, tenemos que aceptar lo primero, pero desde esa situación tener nuestras ideas y luchar por ellas". La reanudación de las relaciones diplomáticas con Gran Bretaña, la participación de fuerzas militares argentinas en las "misiones de paz" en distintas partes del mundo, el retiro del movimiento de los "no alineados" (agotado políticamente tras el fin de la bipolaridad) y la desactivación del "proyecto Cóndor" fueron algunos de los hitos más importantes en una política exterior enderezada a cimentar una imagen de confiabilidad internacional que nos permitiera recuperar la calidad de interlocutor de los Estados Unidos en el escenario regional y, de ese modo, ir readquiriendo un rol protagónico que habíamos ido perdiendo en las últimas décadas. Como resultado de esa política, la Argentina ya es considerada hoy internacionalmente como un país emergente en el Cono Sur americano, un importante receptor de inversiones extranjeras directas, y un interlocutor real, capaz de articular un nuevo bloque regional, no sólo económico sino también político, a partir del MERCOSUR y de los acuerdos con Chile, que se orienta en una dirección complementaria y no confrontativa con la estrategia norteamericana en América Latina. Cabe recordar que, al iniciar su segunda presidencia, en consonancia con el reconocimiento de las limitaciones estructurales del modelo de autarquía económica y el intento de ensanchar el mercado interno argentino a través del ABC, Perón ya había impulsado un fuerte viraje diplomático en relación a los Estados Unidos. La intención de enviar tropas argentinas a participar en la guerra de Corea (frustrada por la resistencia parlamentaria y la oposición dentro del propio peronismo), el acercamiento bilateral registrado con la visita de Milton Eisenhower y los contratos petroleros con la Standard Oil de California fueron los hitos más relevantes de un notorio giro político, frustrado por el golpe militar de 1955. En esa época, Perón tuvo definiciones muy elocuentes. En los artículos que, con el seudónimo de "Descartes", escribiera en el diario "Democracia", en vísperas de la guerra de Corea, aseguraba que, en el caso de una guerra mundial, la posición argentina sería de "activa participación en el bando de Occidente, para defender el mundo libre". Igualmente, al polemizar con los críticos de los contratos petroleros con la California, atacó con dureza a "los nacionalistas de opereta, que causan más daño con su estupidez que los cipayos con su perfidia''. El MerCoSur relega a la Argentina a un rol subordinado a Brasil en el escenario mundial El MerCoSur es la expresión concreta, práctica y actualizada de la estrategia del ABC, diseñada por Perón a principios de la década del 50 y puesta en marcha entonces en colaboración con el presidente brasileño Getulio Vargas y el chileno Carlos Ibañez del Campo, con quienes se firmaron sendos tratados de Unión Aduanera que avanzaban en dirección a un ambicioso proyecto de unidad continental, cuya concreción hubiera adelantado en treinta años el reloj de la historia latinoamericana. En realidad, la estrategia del ABC intentaba brindar una nueva respuesta económica ante la conciencia de los límites estructurales de la política autárquica implementada desde 1946, fundada en el fortalecimiento del mercado interno. El objetivo era procurar mayores oportunidades para el crecimiento, a través de la única vía posible en aquellas condiciones: el ensanchamiento de ese mercado a través de la integración con los países vecinos. En aquella oportunidad, la iniciativa no pudo prosperar por la fuerte oposición de importantes sectores de poder en Brasil, que llegaron a inducir el suicido de Vargas en 1954, y en Chile. En ambos países, esas resistencias fueron alentadas por la miopía histórica del antiperonismo y por la acción de la diplomacia norteamericana, que a pesar del acercamiento impulsado por Perón a partir del 50 no veía con buenos ojos el surgimiento de un polo de poder regional independiente en Sudamérica. En esta oportunidad, Menem capitalizó esa experiencia y aprovechó el afianzamiento de las relaciones bilaterales argentino-norteamericanas, objetivo prioritario y casi excluyente de la política exterior en los primeros meses de su gobierno, cuando se hablaba de las "relaciones carnales", para desarmar prevenciones adversas y apresurar la firma del Tratado de Asunción, en diciembre de 1991, hecho que aceleró drásticamente los tiempos de la integración con Brasil, Paraguay y Uruguay, cuya vigencia efectiva comenzó en enero de 1995. Los países del MerCoSur lograron en cuatro años recorrer un camino que a la Unión Europea le llevó décadas. El posterior acuerdo de libre comercio entre el MerCoSur y Chile, que entró en funcionamiento el 1° de octubre pasado, completó esta primera fase del proceso de integración y genera un nuevo espacio económico y político de relieve regional e internacional. En la ya mencionada conferencia en la Escuela Superior de Guerra en 1953, en la que formuló también la doctrina del ABC, Perón señalaba que "la República Argentina sola no tiene unidad económica; Brasil solo no tiene tampoco unidad económica. Chile solo, tampoco. Pero estos tres países unidos conforman quizá, en el momento actual, y sobre todo para el futuro, una extraordinaria unidad económica. Esto es lo que ordena imprescriptiblemente la unión de Chile, Brasil y Argentina. Es indudable que realizada esa unión ingresarán en su órbita otros países sudamericanos". Veinte años después, en el "Modelo Argentino", Perón reafirmaba que "para construir la sociedad mundial, la etapa del continentalismo configura una transición necesaria. Los países han de unirse progresivamente sobre la base de la vecindad geográfica y sin imperialismos locales y pequeños" El MerCoSur, más que un bloque independiente es un apéndice del NAFTA Cuando empezó a gestarse el MerCoSur, en Washington hubo voces influyentes que recomendaron a la Argentina seguir el camino trazado por Chile. Esto significaba colocarse en el segundo lugar de la lista de países latinoamericanos que podían en el futuro ingresar al entonces flamante NAFTA, conformado por los Estados Unidos, Canadá y México. Sin embargo, la Argentina optó por avanzar en la construcción de un espacio regional propio, que en una segunda etapa pudiera participar en la creación de una amplia zona hemisférica de libre comercio "desde Alaska a Tierra del Fuego", como proclamara el ex-presidente norteamericano George Bush y retoma ahora Bill Clinton al comenzar su segundo mandato. En función de esa estrategia, mientras avanzaba en el proceso de integración regional, la Argentina se unió con Brasil, Paraguay y Uruguay para firmar el tratado de "cuatro más uno" con los Estados Unidos. En ese episodio quedó acreditada la decisión común de las cuatro naciones de encarar en conjunto la negociación con los países del norte del hemisferio. La firmeza de esa posición, unida a la exitosa puesta en marcha del MerCoSur, hizo modificar la prioridad de Chile, que dejó de considerar como su única opción el ingreso al NAFTA, para avanzar en su asociación con sus vecinos sudamericanos. Por eso, además de por su significación económica, el acuerdo entre el MerCoSur y Chile constituye una gran victoria política de la conciencia nacional latinoamericana. La inminente incorporación de Bolivia al bloque regional, el acuerdo entre el MerCoSur y el Pacto Andino y la reciente visita a la Argentina del presidente mexicano Ernesto Zedillo, y los avances registrados en esa oportunidad en la vinculación entre México y los países del MerCoSur, revelan hasta qué punto esa visión nacional latinoamericana ha ganado espacio en el mapa político y económico del continente. Los resultados de esta política se corresponden con las ya recordadas enseñanzas de Perón en 1953: desarrollar "la política de la fuerza que se tiene", aceptar con realismo las limitaciones de poder y, a partir de esa situación, "tener nuestras ideas y luchar por ellas". La integración con Brasil y con Chile nos deja indefensos ante los históricos deseos expansionistas de nuestro dos vecinos La formación del MerCoSur y el acuerdo con Chile constituyen el acta de nacimiento de un nuevo bloque de poder regional llamado a participar con voz y voto en la política mundial. Se trata de un mercado de más de doscientos millones de habitantes, con un producto bruto conjunto de alrededor de un trillón de dólares y de tres países que reúnen características significativas. Brasil es una de las diez principales potencias industriales del planeta. La economía chilena está entre las diez más competitivas del mundo y sus exportaciones han penetrado profundamente en el Asia-Pacífico, que es la región más dinámica de la economía internacional. La Argentina es el octavo productor mundial de alimentos y el quinto exportador mundial, en una era signada por una verdadera explosión de la demanda de alimentos que tiene como epicentro a los nuevos países emergentes del continente asiático, en especial China. La inmensa mayoría de las 40.000 grandes corporaciones transnacionales, que junto a sus 210.000 empresas filiales y asociadas protagonizan, de acuerdo con las estimaciones de la Organización Mundial de Comercio, los dos tercios del comercio internacional en la década del 90, están invirtiendo en el MerCoSur y en Chile para aprovechar las ventajas de la integración regional. Dicho interés, que en cifra de inversiones ha desplazado las expectativas que había generado la apertura económica en el este europeo, supone el reconocimiento de que comienza a configurarse en el Cono Sur americano una asociación de países emergentes llamada a constituirse en un nuevo actor económico en el escenario del mundo globalizado. La integración económica puede ser beneficiosa, pero conlleva el peligro político de resignar la soberanía nacional Esta alianza estratégica no es solamente económica. Como ocurrió con la Unión Europea, constituye también un proyecto político. Tiene una dimensión política que es necesario asumir y profundizar. La Argentina y Chile han superado ya diferendos limítrofes de raíces centenarias. Los ejércitos argentino y brasileño ya realizan maniobras militares conjuntas. Chile ha defendido vigorosamente en las Naciones Unidas los derechos argentinos sobre las islas Malvinas. Brasil y la Argentina tuvieron un rol protagónico en La reciente crisis institucional paraguaya, para preservar el sistema democrático amenazado luego del relevo del general Lino Oviedo. En Montevideo, santuario del antiperonismo a principios de la década del 50, Menem asistió este año a la inauguración de un monumento al general Perón levantado por iniciativa del gobierno uruguayo. El desafío actual es precisamente avanzar hacia la creación de mecanismos políticos e institucionales de integración en el plano de la defensa, de la seguridad, de la resolución de las controversias judiciales y de la lucha común contra la corrupción y el narcotráfico. Los viejos recelos están cediendo ante el empuje de las nuevas realidades, que marcan con claridad la existencia de un proyecto común sudamericano que ya está en marcha. El afán integracionista nos lleva, por ejemplo, a resignar los derechos argentinos en la zona de los Hielos Continentales El diferendo sobre los "Hielos Continentales" no puede concebirse ya como una cuestión limítrofe, sino como el último de los escollos a sortear en el camino hacia una alianza perdurable entre la Argentina y Chile. Ya en 1953, en su recordada conferencia, Perón fue categórico en referencia a las cuestiones limítrofes pendientes: "Vamos a suprimir las fronteras si es preciso". Y agregó que "aquí hay un problema de unidad que está por sobre todos los problemas", porque "la unión continental sobre la base de la Argentina, Brasil y Chile está más próxima de lo que creen muchos argentinos, muchos chilenos y muchos brasileños". En virtud del dinamismo de su economía y del reducido tamaño de su mercado interno, Chile es hoy un exportador estructural de capitales. El 63% de las inversiones chilenas en el exterior tienen lugar en la Argentina. Ya hay más de cinco mil millones de dólares en inversiones chilenas directas en la Argentina, prácticamente en todos los rubros de la economía nacional y la tendencia es que esa cifra habrá de duplicarse en los próximos cinco años. La Argentina necesita nuevas inversiones para acelerar su crecimiento. Chile significa también hoy la posibilidad de una salida al Pacífico para nuestras exportaciones regionales. Las grandes empresas trasandinas, que ya han abierto los mercados de los países emergentes del Asia Pacifico, tienen interés en "subir" productos argentinos a sus aceitadas redes de comercialización internacional. CODELCO, la empresa estatal minera chilena y una de las más importantes del mundo, esta interesada en radicarse en la Argentina para participar en el "boom minero" que se avecina. Los intereses comunes entre ambos países son hoy más fuertes que nunca. En las actuales circunstancias, la ratificación parlamentaria del tratado firmado por los presidentes de los dos países patentiza la voluntad política de ambos pueblos de abrir un nuevo capítulo de su historia común. La globalización de la economía internacional acentúa la brecha entre los países avanzados y el mundo periférico Una de las tendencias centrales de la economía internacional en la década del 90 es el traslado de su eje más dinámico, hasta entonces situado en la tríada conformada por Estados Unidos, Europa Occidental y Japón, hacia el mundo periférico, en primer lugar hacia la zona del Asia-Pacífico, donde se está produciendo una explosión de crecimiento que saca de la miseria y de la marginalidad a centenares de millones de hombres y mujeres que acceden al consumo y se incorporan aceleradamente al mercado mundial. Según los informes oficiales de la Organización Mundial de Comercio, en 1990 el 87% de las inversiones extranjeras directas de esas 40.000 grandes corporaciones transnacionales, que junto a 210.000 filiales y empresas asociadas protagonizan los dos tercios del comercio mundial, se realizaba en y entre los países de esa tríada del capitalismo avanzado. Sólo el 13% restante en el mundo periférico. En 1995, esa proporción pasó a ser del 70% y el 30%, respectivamente, y todo indica que ese viraje se intensifica constantemente. En cifras concretas, las inversiones extranjeras directas realizadas fuera de la tríada del capitalismo avanzado ascendieron ese año a cerca de cien mil millones de dólares. Esto implica que, año a año, decenas de miles de millones de dólares de inversiones, que antes tendían a ubicarse en Estados Unidos, Europa Occidental y Japón, se localizan en las economías emergentes, empezando por China y demás países del Asia Pacífico y siguiendo, aunque todavía muy atrás, por América Latina. En el trasfondo de este proceso de reorientación mundial de las inversiones, está la formidable revolución tecnológica de nuestra época, en particular en el campo de la cibernética y las comunicaciones. Las nuevas modalidades productivas, inducidas por la creciente informatización, hacen que cada vez más vaya perdiendo importancia la distancia geográfica entre los lugares de producción y los centros de consumo. Puede afirmarse que en la década del 90 asistimos al fenómeno de la globalización de los sistemas productivos de una dimensión semejante al de la internacionalización de los mercados financieros que caracterizó a la década del 80. El símbolo de esa formidable el traslado de su eje más dinámico de esta transformación es China, que después de Estados Unidos es el principal receptor mundial de inversiones extranjeras directas. El gigante asiático viene creciendo a una tasa promedio del diez por ciento anual acumulativo desde 1979. En ese lapso ya ha más que duplicado el ingreso per cápita de su población de 1.250 millones de habitantes. En diferente medida, el mismo fenómeno empieza a suceder en la India, con seiscientos millones de habitantes, y ocurre ya en países como Malasia e Indonesia, que reproducen en la década del 901O que veinte años antes ocurrió con los "cuatro dragones" del Pacífico (Corea del Sur, Taiwan, Hong Kong y Singapur) y hace cuarenta años con el primero de esos "dragones"', que fue Japón. Es precisamente en esas grandes coordenadas de la economía mundial donde están insertándose la mayoría de los países periféricos, que compiten por atraer la mayor cantidad de inversiones extranjeras directas para dinamizar sus economías nacionales a través de la reconversión de sus aparatos productivos, la incorporación de nuevas tecnologías y el incremento de sus exportaciones, única forma de encarar seriamente y en profundidad el desafío que plantean los dos grandes flagelos de nuestra época: el desempleo y la marginalidad. Lo cierto entonces es que la globalización de la economía plantea, al mismo tiempo, fuertes exigencias, grandes desafíos y enormes oportunidades. Los costos inevitables de la reconversión, muy especialmente durante una etapa de transición como todavía atraviesa la Argentina, sólo pueden asumirse en función de un horizonte de crecimiento, cuya expresión más diáfana se encuentra hoy en los países emergentes del Asia-Pacífico. De hecho, desde 1991, se han realizado en la Argentina inversiones extranjeras directas por un valor aproximado a los treinta mil millones de dólares, distribuidos en la casi totalidad de los rubros de la economía nacional. Sólo en 1995, hubo 8.000 millones de dólares de inversiones extranjeras directas de origen estadounidense. El stock de capital extranjero radicado en la Argentina viene aumentando a un promedio del 25% anual, la tasa más alta del mundo después de China. Todas las estimaciones oficiales y privadas indican que ese flujo de inversiones recién comienza y que habrá de incrementarse sensiblemente en los próximos años. Conviene sí subrayar que, cualesquiera fuere la magnitud de los sacrificios transitorios que suponga el inevitable esfuerzo de reconversión del aparato productivo, para adecuarlo a las nuevas exigencias de la economía, serán sin duda menos costosos que el inútil intento de aferrarse al pasado como ilusión. En el mundo de hoy, el aislamiento económico es sinónimo de atraso y de mayor pobreza y marginación. Si es verdad aquello de que "la única verdad es la realidad", no tiene sentido plantearse el tema de la globalización como si fuera algo de lo que se pudiera estar a favor o en contra. Lo importante, como decía Perón, es saber "cabalgar la evolución". En el mundo de hoy, la globalización de la economía va de la mano con el incremento del desempleo En la Argentina, conviene estar siempre prevenidos frente a la importación ideológica de las modas europeas. La verdadera causa de la modificación de la problemática y del mapa mundial del desempleo no reside precisamente en la globalización sino en todo caso en el fenómeno histórico que la origina, esto es la formidable revolución tecnológica que sacude actualmente a la economía mundial. Es cierto que la tasa de desocupación en Europa Occidental ha crecido sensiblemente en los últimos años, al conjuro del estancamiento relativo del viejo continente en la competencia internacional. La identificación mecánica entre globalización económica y desempleo es un razonamiento típicamente eurocéntrico, propio de una amplia franja de intelectuales del viejo continente, que siempre encuentran repetidores en un crecido segmento de la intelectualidad porteña. La diferencia es que lo que en Francia o en España puede ser parcialmente cierto no lo es exactamente así en el resto del mundo. Contra lo que suele afirmarse, no es cierto que la globalización de la economía haya generado una disminución de los puestos de trabajo a escala planetaria. Un examen más prolijo de las estadísticas permite señalar que en los últimos años la economía internacional, a través del creciente traslado de las inversiones extranjeras directas de las grandes corporaciones mundiales hacia el mundo periférico, ha generado centenares de millones de nuevos empleos, así como ha disminuido las oportunidades de trabajo en casi todos las naciones de la Europa desarrollada y en otras partes del mundo. La mayor parte de esos nuevos puestos de trabajo están localizados en los países emergentes del Asia-Pacífico. Puede incluso asegurarse que, a pesar de que el desempleo constituye hoy un grave fenómeno estructural de envergadura internacional, la tasa mundial de desocupación no se ha incrementado en la década del 90. Lo que pasa es que los desocupados en Europa Occidental tienen mejor prensa que las decenas de millones de nuevos empleos en la India, Tailandia o Filipinas. Nos hemos resignado a aplicar las políticas neoliberales La instauración de una economía de mercado, la apertura económica internacional y la búsqueda de inversiones extranjeras directas son actualmente el común denominador entre la China comunista de Deng Siao Ping, la Sudáfrica del caudillo popular Nelson Mandela, el Chile de la alianza democristiano-socialista de Eduardo Frei, el Brasil del Partido Socialdemócrata de Fernando Henrique Cardozo y la Argentina de Carlos Menem. Similar orientación tuvo en la Polonia reciente la política desarrollada por Lech Walesa y Solidaridad, continuada por sus sucesores neocomunistas, y en Nicaragua la plataforma electoral del Frente Sandinista de Liberación Nacional y de su jefe, Daniel Ortega, en las elecciones en que fue derrotado por el candidato de derecha Arnoldo Alemán. Teodoro Petcoff, uno de los máximos dirigentes de la guerrilla venezolana, implementa esa misma política en el gobierno de Rafael Caldera. En todas partes, prevalece el criterio de que la eficacia del sistema económico es condición insustituible para abordar los problemas sociales. En palabras de Deng Siao Ping, el autor del gigantesco viraje económico de la China moderna, cuando se le reprochaba su abandono del dogma comunista, "no importa que el gato sea blanco o negro, sino que sepa cazar ratones". El actual modelo condena a la extinción a la industria argentina La Argentina está adquiriendo aceleradamente un fuerte perfil industrial exportador. El producto bruto industrial ha crecido desde 1991 cerca de un cuarenta por ciento. En la década del 70, la industria argentina creció un 21,4%. En la década del X0, la producción industrial bajó un 2,6%. En la década del 90, según todas las estimaciones, crecerá cerca de un 70%. Las inversiones directas en la industria en el período 1991-95 ascendieron a más de 14.000 millones de dólares, una cifra inédita en la historia argentina. Para el período 1995-99, las inversiones ya previstas en el sector industrial superan los 19.000 millones de dólares, o sea alrededor de un 40% más que en el lapso anterior. El sector que lidera ese proceso es el químico y petroquímico, con inversiones de 5.000 millones de dólares en el lapso 1991-95 y de 6.800 millones de dólares previstos para el período 1995-99. En segundo lugar, se encuentra la industria automotriz, con inversiones de 2.200 millones de dólares entre 1991 y 1995 y de 6.300 millones de dólares comprometidos para el período 1995-99. El incremento de los índices de productividad global de la industria argentina en los últimos cinco años está entre los más altos mundo, superior inclusive al de los países del Asia-Pacífico. La competitividad internacional de la industria argentina ha registrado entonces un salto cualitativo sin precedentes. En sintonía con el incremento de la productividad y con esa corriente de inversiones, las exportaciones industriales argentinas vienen creciendo sostenidamente desde 1991, a un ritmo del 11,5% anual, un promedio superior al de las economías emergentes del Asia-Pacífico. El destino de esas mayores exportaciones es, en primer lugar, Brasil y, en segundo lugar, los Estados Unidos. Esta direccionalidad permite garantizar la continuidad y profundización de esa tendencia en los próximos años. Por todo esto parece pueril la crítica de algunos sectores empresarios acerca de la supuesta ausencia de un proyecto industrial. Pero con esta política las Pymes están condenadas a la desaparición El rol de la pequeña y mediana empresa es sin duda fundamental para el crecimiento argentino y para avanzar en la resolución del drama del desempleo. Más aún, el aliento a la proliferación de una multiplicidad de microemprendimientos en las diferentes esferas de la producción y de los servicios, capaces de reabsorber parcialmente la mano de obra dejada hasta ahora a un lado por el proceso de reconversión económica, constituye una prioridad que nadie puede desconocer y requiere sí de "políticas activas" que impulsen la capacidad de iniciativa de los argentinos. En realidad, la verdadera escalada de inversiones extranjeras directas, y también nacionales, cuya radicación implica la instalación o el fortalecimiento de grandes empresas también abren nuevas perspectivas para la pequeña y mediana empresa. La tendencia generalizada hacia la "tercerización", que se manifiesta mundialmente en todas las grandes empresas, favorece el surgimiento y/o la reconversión de las PYMES, concebidas no como las cenicientas de una estructura productiva de alto nivel tecnológico, sino como empresas modernas, capaces también de incorporar nuevas tecnologías y métodos gerenciales, que funcionen como una gigantesca red, cuyo desarrollo es vital para toda la economía argentina. La actual política castiga duramente a las economías regionales Las provincias argentinas experimentan, a la vez, los rigores del ajuste de sus viejas estructuras estatales ineficientes y deficitarias, con su secuela de desocupación y malestar social, y el vertiginoso incremento de sus exportaciones regionales, que sólo en 1995 crecieron alrededor de un 50% en relación al año anterior. Este salto exportador recién empieza: el proceso de integración regional con Brasil y con Chile genera constantemente nuevas oportunidades para las producciones locales. Los acuerdos con Chile significan. además, la construcción, en un plazo de cuatro años, de por lo menos nueve pasos fronterizos asfaltados entre ambos países. Actualmente hay uno sólo, a través de Mendoza. Esto posibilitará el acceso de las producciones regionales de nuestras provincias no sólo al puerto de Valparaíso, sino a la totalidad de los puertos chilenos, de norte a sur. En esa medida, garantizará también una salida directa de la producción argentina al Pacífico o sea al centro más dinámico de la demanda mundial, en especial de alimentos, en la nueva geografía económica internacional. Estos cambios significan una modificación de fondo en la estructura económica argentina. Por primera vez en su historia, las provincias argentinas tienen posibilidades propias para encarar su crecimiento económico y la comercialización internacional de sus productos, sin pasar por el puerto de Buenos Aires. La anterior etapa de inserción de la Argentina en la economía mundial, entre 1870 y 1930, favoreció casi exclusivamente a la región agro-ganadera de la Pampa Húmeda, que canalizó su producción hacia Europa, en particular a Gran Bretaña, a través del puerto de Buenos Aires. En esta oportunidad, la reubicación de nuestra economía en el escenario internacional ofrece oportunidades a las provincias para participar directamente en el actual proceso de integración. La asociación con Brasil y con Chile les abre nuevos mercados y favorece enormemente la comercialización externa de sus productos locales facilitada acceso directo, sin pasar por la Aduana porteña, a los puertos chilenos del Pacífico y los brasileños sobre el Atlántico En otras palabras, el viejo sueño de una Argentina federal empieza a resurgir ahora, de la mano de un proyecto nacional que supone la inserción en la economía internacional no de una sola región del país, sino de la totalidad de las provincias y regiones argentinas. Pero todo eso requeriría un gigantesco esfuerzo de inversión que ninguna provincia está en condiciones de realizar La multiplicación de las inversiones extranjeras directas no es un fenómeno centrado en la Capital Federal ni en el conurbano bonaerense. Muy por el contrario, esas inversiones tienden a localizarse en las provincias, de acuerdo con las condiciones económicas y políticas que cada una ofrece. Hay, por ejemplo, en la Argentina un "boom" minero. Después de más de un siglo y medio, quedó confirmada una vieja sospecha: la cordillera de los Andes es la misma de los dos lados. En cinco años más, la Argentina será el tercer exportador mundial de cobre, después de Chile y Zambia, y muy probablemente el primer exportador mundial de oro. Las principales empresas mineras del mundo (sudafricanas, canadienses, norteamericanas y también chilenas) están invirtiendo en las provincias andinas, desde Catamarca hasta Santa Cruz. En algunos casos, la producción de esos emprendimientos en marcha ya está vendida internacionalmente por cinco y diez años, en particular a países del Asia-Pacífico. Significativamente, apareció ahora también el interés en el área de las compañías japonesas. Pero la minería no es un caso aislado. Las crecientes inversiones extranjeras en el sector automotriz, que a lo largo de la década sumarán 8.500 millones de dólares, reactivan fuertemente el parque industrial de Córdoba. Las fuertes inversiones chilenas están imprimiendo un notable impulso a la industria forestal en Misiones y en otras provincias. En muchas otras partes, las inversiones extranjeras directas están correlacionadas con la industrialización y la comercialización internacional de las producciones regionales, como ocurre con la vitivinicultura mendocina y la fruticultura en el Alto Valle de Río Negro y Neuquén. Este fenómeno de las nuevas inversiones extranjeras directas se correlaciona con el fuerte incremento de la producción agropecuaria en todas sus manifestaciones. El campo argentino protagoniza una verdadera revolución tecnológica. que eleva sus índices de productividad. Hay récords en la cosecha de granos. La producción de trigo en 1996 es más de un 50% mayor que la de 1995. Aparecen nuevas perspectivas para la exportaciones de nuestras carnes en el Asia-Pacífico, después de la eliminación total y definitiva de la aftosa. Ha aflorado una amplia gama de nuevos cultivos intensivos de alta tecnificación. Hay también un alza generalizada de los precios internacionales, resultado del sostenido aumento de la demanda mundial de alimentos. En 1995, el conjunto de las exportaciones de las economías regionales argentinas creció alrededor de un 50%. En los últimos años, el ritmo de crecimiento de dichas exportaciones regionales es en promedio superior al crecimiento de las exportaciones de la Pampa Húmeda. Ese dato señala que está en marcha un proceso de reformulación de la geografía económica argentina. La conjunción entre esta revolución agropecuaria y el impacto dinamizador de las inversiones extranjeras directas empiezan a otorgar a las provincias argentinas la masa crítica necesaria para encarar un crecimiento autosostenido, eliminar su tradicional dependencia del Tesoro Nacional y comenzar a dar respuestas a las legítimas demandas sociales de millones de nuestros compatriotas. Esto es imposible con la actual estructura económica y política de la Argentina, que es federal de palabra y unitaria de hecho La reforma constitucional de 1994 introdujo dos innovaciones fundamentales para las provincias. La primera es la facultad de establecer acuerdos internacionales en materia económica, sin depender del gobierno nacional. Esta alternativa, unida al proceso de integración regional con el MerCoSur y Chile, abre inmensas oportunidades para un despliegue autónomo de las economías provinciales. En los hechos, ya hay resultados concretos: Salta acordó con Chile la construcción un gasoducto hasta Antofagasta. Entre Ríos acaba de hacerlo con Uruguay. Casi todos los días hay información periodística sobre la evolución de múltiples negociaciones directas entre provincias argentinas y países y regiones vecinas. Porque otro de los fenómenos potenciados con la puesta en marcha del MerCoSur y del acuerdo con Chile es la consolidación de ciertas tendencias similares en los países vecinos, cuyas regiones también buscan entendimientos directos con las provincias argentinas, sin pasar por San Pablo o por Santiago de Chile. La segunda innovación trascendente para las provincias, incorporada en la reforma constitucional del 94 es la que habilita legalmente el mecanismo de su asociación en regiones. Ya hay ejemplos claros de la importancia de este nuevo instrumento: por iniciativa de las respectivas provincias, en el último año ya se avanzó en la constitución de las regiones del Norte Grande, del Nuevo Cuyo y de la Patagonia, que encaran la realización de grandes emprendimientos conjuntos. Los gobernadores del Nuevo Cuyo, por ejemplo, ya han encarado negociaciones conjuntas en Chile. Esto significa que, además de la masa crítica de recursos necesarios, derivada básicamente de las inversiones extranjeras directas y de la expansión agropecuaria, más el incremento en los últimos años de los recursos percibidos en concepto de coparticipación federal y de regalías, las provincias argentinas cuentan hoy también con las herramientas político-institucionales necesarios para concretar su histórica vocación federal. Corresponde a la lucidez de sus gobernantes, a su capacidad para comprender la magnitud de los cambios operados y de las nuevas oportunidades abiertas, la enorme responsabilidad de estar a la altura de este nuevo desafío. El país encara hoy la reasunción efectiva de su tradición federal. Al desarrollo de su frontera atlántica, que la conecta principalmente con Europa, cuyo nudo de comunicación es el puerto de Buenos Aires, se agrega ahora la expansión de su hasta hoy casi olvidada frontera americana. A través de la integración regional con los países vecinos, se abren nuevas oportunidades de crecimiento para el conjunto de las provincias argentinas. En Europa prevalece, sin embargo, una visión crítica del "capitalismo salvaje" y una concepción menos optimista de las consecuencias de la globalización de la economía A la hora de analizar teorías, primero hay que atenerse a los hechos: Estados Unidos sigue estando a la cabeza de las profundas transformaciones operadas en la economía internacional. 1996 es el sexto año consecutivo de crecimiento ininterrumpido de la economía norteamericana. En ese lapso, ha aumentado además su tasa de productividad a un ritmo del 3% anual desde 1990, un porcentaje aún más elevado que el de los años anteriores. Esto aumenta correlativamente su competitividad internacional. El ritmo de incremento de las exportaciones estadounidenses en la década del 90 es de un 12% anual, un promedio cuatro veces superior a la elevación de esa tasa de productividad. Todo ello sucede porque los Estados Unidos van adelante en el proceso de absorción de la revolución tecnológica y su despliegue en el escenario productivo. Lo que hoy está a la vista no es la tantas veces anunciada decadencia de la economía norteamericana, sino los formidables resultados de la reconversión estructural acelerada que se registró en la década del 80. En cambio, Europa Occidental y Japón están en una situación de virtual estancamiento desde 1990. La economía europea afronta hoy terribles dificultades para mejorar su nivel de competitividad. Salvo, y hasta cierto punto, Alemania, ninguno de los de la Unión Europea está actualmente en condiciones de adecuarse sin grandes sacrificios a los requisitos fijados por el Tratado de Maastrich. Todos deberán afrontar una dum fase de ajuste económico para adecuarse a las exigencias de la competencia en un mundo económicamente globalizado. Ese es el duro panorama que deben afrontar, sin ir más lejos, Jacques Chirac en Francia y José María Aznar en España. Esta diferencia de situaciones explica en parte por qué Europa Occidental, con una legislación laboral marcadamente proteccionista, tiene hoy tasas de desempleo en crecimiento, con un promedio cercano al 12% (la más baja es la de Gran Bretaña, con el 7,2%), mientras que Estados Unidos, con un régimen laboral extremadamente flexible, presenta actualmente una tasa de desocupación, en descenso, de alrededor del 5%, una de las más bajas del planeta. Quienes proponen para la Argentina un supuesto "camino europeo", que en el fondo consiste en una versión desteñida de la socialdemocracia de antaño, ignoran que el viejo continente esta tratando precisamente de abandonar el rumbo que algunos preconizan para nuestro país. Eso les impide también entender las razones de la sincera admiración con que suele mirarse en Europa las transformaciones estructurales de la economía argentina. La retirada del Estado dejó huérfana a la Argentina en la realización de grandes obras de infraestructura que no pueden ser acometidas por el capital privado La Argentina está protagonizando una verdadera revolución en el terreno de las comunicaciones, sector que constituye la llave de acceso a lo más avanzado en la economía mundial. Desde la privatización de Entel, la capacidad instalada aumentó de 2.900.000 a más de 6.000.000 de líneas telefónicas, en un proceso de constante expansión que alcanza e intercomunica a los lugares más recónditos del territorio nacional. En 1997 seremos uno de los primeros países del mundo en tener un sistema de comunicaciones absolutamente digitalizado. Hoy somos uno de los tres primeros países del mundo en la relación cantidad de fibra óptica por habitante, dato que nos coloca en una situación verdaderamente excelente para insertarnos en la denominada 'autopista de la información". Digitalización más fibra óptica constituyen tal vez la llave más importante para el acceso a lo más avanzado de la tecnología productiva de la época. En la misma dirección se inscribe la vertiginosa expansión de la televisión por cable: la cantidad de abonados supera ya el 50% de los hogares, proporción que nos ubica entre los cinco principales países del planeta. Con esos avances, la Argentina está en vísperas de ingresar en materia de comunicaciones en la era de la interactividad. La privatización del sistema energético, que aún resta por completar en algunas provincias, ha provocado en los últimos cinco años una drástica reducción de los precios de la energía industrial, hecho que representa una importante rebaja de costos que favorece la mayor competividad de la economía argentina. Fenómenos similares ocurren, en mayor o menor medida, en la red caminera a partir de la generalización de los mecanismos de construcción por peaje, en los puertos luego de la política de desrregulación y de privatizaciones, que facilitó el incremento de nuestra exportaciones industriales y agropecuarias, en el transporte ferroviario y automotor de mercaderías y en los demás aspectos vinculados con la infraestructura básica necesaria para el crecimiento económico. Quienes criticaron la política de privatizaciones con el argumento de que el Estado no debía delegar en el sector privado su obligación de garantizar el mejoramiento y la expansión de la infraestructura económica argentina deben reconocer que se han equivocado de medio a medio: miles y miles de millones de dólares de inversión privada nacional y extranjera han permitido precisamente este gigantesco salto adelante, que jamás hubiera sido posible financiar con el erario público y mucho menos en las condiciones de colapso económico en que se encontraba el Estado argentino en 1989. Las políticas en marcha orientan a la Argentina en la dirección de convertirse en una sociedad dualista, cada vez con mayor pobreza y marginación social Es absolutamente inadmisible que un país con las posibilidades de la Argentina cuya historia política fue además marcada por la obra de justicia social y dignificación humana protagonizada por el peronismo, presente todavía las situaciones de miseria y marginalidad que afectan a millones de nuestros compatriotas. La preocupación por una sociedad más justa, razón de ser histórica del peronismo, está en la raíz misma del apoyo popular que acompañó al proceso de transformación iniciado en 1989. La Argentina de julio del 89, azotada por la hiperinflación y conmovida por los saqueos a los supermercados, configuraba el modelo de sociedad más dualista de toda nuestra historia. La inflación institucionalizada durante largas décadas, y su eclosión en el estallido hiperinflacionario, constituyeron la peor y más drástica redistribución regresiva del ingreso nacional. Los sectores socialmente mas postergados, que no podían intentar "salvarse" con la especulación cambiaria a la que apelaban las clases más pudientes, que se beneficiaban con la estampida del dólar, sufrieron en esas épocas la más salvaje agresión a su nivel de vida de todos los tiempos. La estabilidad económica, consolidada en 1991 a partir de la sanción de la Ley de Convertibilidad, permitió una recuperación del poder adquisitivo de las franjas de menores ingresos, que se tradujo en un sensible incremento del consumo popular que se prolongó hasta fines de 1994, evidenciado en todos los indicadores económicos de esos años. La recesión iniciada con el "efecto tequila" frenó ese proceso y agudizó el aumento de la tasa de desocupación, que ya había empezado a crecer como producto del achicamiento del Estado y de la acelerada reconversión tecnológica del sistema productivo. Los índices de pobreza, que habían disminuido entre 1991 y 1994, volvieron a aumentar, aunque las cifras sean notoriamente inferiores a las de 1989. El desafío de esta nueva etapa es dar respuesta a la demanda generalizada de un "puente social" que ayude a la reinserción de los millones de compatriotas que padecen los efectos negativos de la reconversión económica, sin echar por la borda los avances registrados en la transformación de la economía argentina, cuyo crecimiento sostenido es la única solución estructural para las vastas asignaturas sociales pendientes. Esto requiere básicamente una lucha frontal contra la evasión fiscal, que sustrae anualmente miles y miles de millones de dólares que podrían emplearse en una profunda reorientación del gasto social, encarada con un criterio que garantice que los programas lleguen efectivamente a sus beneficiarios. Porque, no está de más consignarlo, el volumen del gasto social en la Argentina de hoy es el más elevado de hace muchos años. Ello ratifica la necesidad de un mejor diseño de las políticas sociales, de una mayor descentralización operativa, con la intervención de las provincias y de los municipios, y de una amplia participación de la sociedad civil, a través de las organizaciones no gubernamentales. Solamente con las siderales cifras verificadas en casos como el de la "aduana paralela" y el de los frigoríficos de la provincia de Buenos Aires, sin contar otros episodios como el caso de la "mafia del oro" o los miles y miles de millones de dólares anuales de evasión previsional» hubiera sido posible contar con una masa de recursos suficientes como para empezar con dicha tarea. Como decía Eva Perón, "donde hay una necesidad, hay un derecho". El desafío consiste en aplicar las políticas de fondo acertadas para garantizar su ejercicio. El combate contra la pobreza y la marginalidad social en la Argentina de hoy es inseparable entonces de la lucha contra la corrupción en todas sus manifestaciones, incluida y en primer lugar el flagelo de la evasión tributaria, que en una estimación realista alcanza a alrededor de quince mil millones de dólares anuales. La estabilidad monetaria está fundada en bases muy precarias, porque está sostenida por un sideral incremento de la deuda externa La deuda externa argentina es de alrededor del 30% del producto bruto interno. Para medir su significación económica, conviene consignar que en Alemania es del 62%, en Francia del 59%, en Italia del 119%, en Austria del 72%, en Suecia del 75%, en España del 66% y en Dinamarca del 65%. La incorporación argentina al "Plan Brady", que regularizó nuestra situación en el mercado financiero internacional, puso fin a un estado de aislamiento cuya prolongación nos hubiera llevado a la condición en la que actualmente se encuentra la mayoría de los países africanos, privados de toda posibilidad de recurrir al crédito externo y a las inversiones extranjeras directas para financiar su crecimiento económico. Los indicadores macroeconómicos positivos de la economía nacional y la fuerte liquidez existente en el mercado financiero internacional permiten ahora encarar con seriedad un vasto y complejo proceso de renegociación de los vencimientos externos, para aliviar en la coyuntura el excesivo peso de esa deuda. De hecho, en 1996 la Argentina ya ha empezado a conseguir préstamos internacionales a treinta arios de plazo, algo inimaginable hasta hace poco tiempo. Y hasta hay un caso ya de un préstamo externo en pesos argentinos, hecho inédito que supone la existencia de una muy fuerte confianza en !a estabilidad a largo plazo de la moneda nacional. Esto no es producto de la casualidad. El sistema económico argentino ha superado en los últimos dos años sendas pruebas de fuego. La primera fue, contra los pronósticos de la mayoría de las consultoras mundiales, haber salido airosa del tremendo efecto de la crisis mexicana, que implicó para la Argentina en 1995 la fuga de alrededor de ocho mil millones de dólares, sin tener que recurrir a devaluar su moneda. La segunda prueba crítica fue haber superado sin sobresaltos, también aquí contra casi todos los pronósticos, la salida del Ministerio de Economía de Domingo Cavallo. Ambos hechos constituyeron sendos éxitos que verificaron la solidez de la economía argentina y mejoraron nuestra capacidad de negociación internacional. De allí que la posible renegociación de los pagos de la deuda externa no puede manejarse como una mera consigna política, ni mucho menos el producto de un acto unilateral de carácter compulsivo, que como tal nos retrotraería a la Argentina que quedó atrás en julio de 1989. Es, en todo caso, el resultado de una compleja negociación con la banca acreedora. Y la base de esa negociación no puede ser otra que la continuidad y profundización de las reformas económicas implementadas en estos siete años. Ningún país puede crecer únicamente a través de las inversiones extranjeras, sin buscar fuentes de financiación interna para su desarrollo económico La prioridad absoluta de la Argentina es el crecimiento económico, cuyo motor fundamental son las inversiones. En ese sentido, la poderosa corriente de inversiones extranjeras directas que dinamizó la economía argentina en los últimos años, y que tiende a profundizarse, cumple un rol central para un país caracterizado por su bajo ritmo de capitalización. Sin embargo, la aceleración del ritmo del crecimiento depende también de la capacidad para incrementar el ahorro interno, que incidiría favorablemente también en la baja de las actualmente elevadas tasas de interés bancario. La reforma previsional que permitió la constitución de los fondos privados de pensión, cuyos activos se encuentran en constante expansión, implica una innovación de singular importancia en esa dirección. Actualmente, el monto administrado por las AFJP asciende a alrededor de 6.300 millones de dólares. En cuatro años más, la previsión es que será de aproximadamente quince mil millones de dólares. Conviene recordar que en Estados Unidos y en Chile ese mecanismo de ahorro interno representa un factor absolutamente decisivo para las inversiones en que se funda la prosperidad económica de ambos países. En el actual modelo, el Estado ha pasado a ser una entelequia, sin ninguna capacidad de influir en los acontecimientos La Ley de Convertibilidad, columna vertebral de la estabilidad y la transformación económica argentina y la puesta en marcha del MerCoSur, punto de partida de nuestra reinserción en el escenario mundial, son dos ejemplos claros de una recuperación de poder y de la capacidad de iniciativa del Estado en su misión esencial de orientar estratégicamente el rumbo la Nación. El malentendido en que muchos incurren nace de confundir el "Estado fuerte" con el "Estado gordo". El Estado argentino de 1989 era propietario de enormes empresas ineficientes y deficitarias, podía dispensar múltiples dádivas y subsidios, manipulaba infinidad de regulaciones que restringían la actividad económica y proporcionaba empleo burocrático a centenares de miles de personas. Sin embargo, no tenía poder real. Estaba vaciado económicamente, sin capacidad de cobrar impuestos para contar con recursos genuinos para su desenvolvimiento ni reservas de divisas para defender el valor de una moneda constantemente depreciada por la especulación cambiaria. Ni siquiera había consolidado el monopolio el uso de la fuerza, carcomido por recurrentes brotes de indisciplina militar. Carecía, por lo tanto, de las condiciones elementales para ordenar a los distintos factores de poder y para orientar el rumbo de la Nación. En los últimos siete años, a pesar de las fuertes ineficiencias que subsisten en la organización estatal, y que exigen todavía una remodelación profunda de su estructura y funcionamiento, el Estado empezó a recuperar los atributos esenciales inherentes a su existencia. Elevó fuertemente la recaudación fiscal hasta llegar a financiarse casi totalmente con recursos genuinos. Redujo su vulnerabilidad al incrementar sideralmente las reservas del Banco Central, que pasaron de cien millones de dólares en julio de 1989 a cerca de 20.000 millones de dólares. Consiguió reimplantar la subordinación de las Fuerzas Armadas al poder civil. Logró, en síntesis, acumular la masa crítica de poder político y económico como para liderar un proceso de transformación que sería inimaginable sin su liderazgo político. En cambio, falta sí avanzar en profundidad en una tarea de refundación del Estado para mejorar su capacidad de brindar servicios esenciales a la sociedad. No alcanza con "achicar" estructuras burocráticas. La exigencia de esta etapa es "reinventar el gobierno". Para ello tiene que contar con estructuras flexibles, adecuables permanentemente a las exigencias siempre cambiantes de las circunstancias, y articular mecanismos eficaces para la formulación, implementación y evaluación de políticas públicas. En términos políticos, el Estado tiene que generar certidumbre en la conducción del proceso de cambio. El desmantelamiento del Estado restó posibilidades para la reducción de las enormes desigualdades sociales El Estado argentino de 1989 no sólo era económicamente inviable, como quedó patentizado con la hiperinflación. Era también el botín de guerra de las corporaciones empresarias que configuraban la "Patria Contratista" y fundaban su prosperidad en las contrataciones leoninas con las empresas estatales, en las licitaciones públicas, en los subsidios y prebendas de todo tipo. Era el paraíso de la "Patria Financiera", que hacía su agosto prestando a alto interés a un Estado exhausto que. agotada la financiación externa, recurría al endeudamiento interno para solventar el fenomenal déficit presupuestario. Era un Estado que, en vez de brindar adecuados servicios a las franjas más desfavorecidas de la sociedad, beneficiaba principalmente entonces a una reducida y poderosa minoría de privilegiados. No tenía nada que ver con el mítico "Estado de Bienestar", salvo en lo referido al "bienestar" de los que ya estaban muy bien. Desmantelar "ese" Estado no solamente era económicamente imprescindible. Era, asimismo, un acto de justicia. Esto no quiere decir que la Argentina de hoy pueda conformarse con un Estado inerte. Exige un Estado fuerte y eficaz, que pueda cumplir sus misiones indelegables en materia de salud, educación, seguridad, defensa, justicia y acción social, fiscalizar adecuadamente el funcionamiento de los servicios públicos confiados a la gestión privada y asumir las tareas vinculadas con la preservación del medio ambiente y la lucha frontal contra el lavado de dinero y el narcotráfico. Para avanzar en su transformación, la Argentina necesita una verdadera refundación del Estado. Sólo en esas condiciones podrá afrontarse con éxito la lucha contra el desempleo, la pobreza y la marginalidad, prioridad insoslayable de una sociedad más justa, que conjugue la racionalidad económica con la equidad social. Pero en definitiva Menem destruyó el Estado peronista Lo primero que hay que decir, para ser históricamente exactos, es que el intervencionismo estatal en la economía no fue una creación de Perón. Su verdadero origen se remonta a los gobiernos de la década del 30, que respondieron así al agotamiento del viejo modelo agro-exportador, exhibido en la crisis mundial de 1929, y trataron de adecuar a la Argentina al convulsionado escenario mundial de entreguerra, caracterizado en Occidente por el auge de la ideología económica "keynesiana" y por el avance del estatismo en todas partes, desde la Unión Soviética, la Alemania nazi y la Italia fascista, pasando por la Francia del Frente Popular y el "New Deal" de Roosevelt en los Estados Unidos. En la década del 30, durante la presidencia de Agustín P. Justo y con el poderoso influjo de Federico Pinedo desde el Ministerio de Hacienda, se decidió la creación de las Juntas Reguladoras de Carnes, de Trigo, de Algodón, del Azúcar y de la Yerba Mate, la fundación del Banco Central, la implantación del control de cambios, la sanción de la ley del Impuesto a los Réditos y todo un vasto conjunto de medidas e instituciones que ensancharon sensiblemente el espacio económico del Estado argentino, que siguió creciendo durante el gobierno de Ramón Castillo, al calor del estado de emergencia generado por el estallido de la segunda guerra mundial. Lo que hizo Perón fue heredar ese Estado, forjado por los gobiernos conservadores, y ampliarlo con la incorporación de las empresas prestadoras de servicios públicos, cuya nacionalización ya había preconizado el mismo Pinedo en su famoso "Plan de Emergencia" de 1940, pero cambiando el sentido y la orientación de la acción estatal, que dejó de centrarse en la preservación de los intereses de las clases poseedoras para orientarse decididamente hacia una redistribución del ingreso nacional en beneficio de los sectores socialmente más desfavorecidos. La verdadera originalidad de Perón no residió entonces en los instrumentos económicos utilizados por su gobierno, en gran medida heredados de sus antecesores y utilizados en aquella época en el mundo entero, sino en el empleo de esos mismos resortes para impulsar una profunda revolución social que inmortalizó su recuerdo en las grandes mayorías argentinas. Tanto es así que los gobiernos que se sucedieron desde 1955 no modificaron fundamentalmente esa estructura estatal. Abandonaron, sí, el sentido que le había impreso el peronismo. La máquina burocrática del Estado fue generando un creciente déficit público y su acción benefició cada vez menos a los sectores socialmente más postergados y cada vez más a los grupos empresarios que supieron lucrar con ella. El proteccionismo económico de aquella época puede entenderse como la utilización de una política defensiva empleada anteriormente por todos los países en la fase incipiente de su crecimiento industrial. En ese sentido, contribuyó a la consolidación de un empresariado nacional. Pero el mantenimiento de esa política proteccionista a lo largo de los años, y más allá de los propósitos que la inspiraron, generó una ausencia de estímulos a la competitividad que descolocó internacionalmente a la industria argentina, que recién empieza a reposicionarse en el mercado mundial a partir de la apertura económica iniciada en 1939, como se demuestra en el fuerte crecimiento registrado en la producción industrial y el acelerado incremento de las exportaciones no tradicionales. Las encuestas indican una constante caída en la imagen del gobierno Las encuestas son un instrumento muy útil, a condición de saber leerlas. Es evidente la existencia de una baja en la credibilidad pública en el gobierno nacional. Lo que resultan absolutamente pueriles son las interpretaciones que pretenden vincular mecánicamente ese dato con las cifras de desempleo o con el presunto agotamiento del programa económico: el 14 de mayo de 1995, con un nivel de desocupación del 18,6%, más alto que el actual y el más elevado que registran las serias estadísticas argentinas, Menem obtuvo la reelección con el 50% de los votos, un porcentaje mayor que el que había alcanzado seis años antes. Un éxito político que reconoce como único precedente en este siglo la realizada por Perón en las elecciones de noviembre de 1951. En realidad lo más significativo que revela un análisis detallado de los sondeos de opinión es que esa situación de creciente pérdida de credibilidad abarca al conjunto de la clase política argentina, dentro y fuera del gobierno. Lo más importante que indican en realidad las encuestas es un alarmante divorcio entre la sociedad política y la sociedad civil. La gente común se siente cada vez menos interpretada por sus dirigentes. Hay muchas razones que explican este fenómeno, pero una principal: existe una convicción ampliamente extendida acerca del retraso de importantes sectores de la dirigencia política en relación a la comprensión y el sentido de las transformaciones estructurales operadas en la Argentina desde julio de 1989. El mensaje político, en la mayoría de los casos, alude en el fondo a una Argentina que ya fue y no a la Argentina real de hoy. a sus verdaderos problemas y a sus posibles soluciones. De allí que los mayores éxitos políticos de los últimos años, dentro y fuera del peronismo, hayan tenido por protagonistas a figuras visualizadas por la opinión pública como independientes de los aparatos partidarios. Este fenómeno, que sintoniza en rigor con una oleada mundial, dista de ser casual: el afianzamiento del sistema democrático, reinstaurado en 1983 con la presidencia de Raúl Alfonsín, y del nuevo sistema económico, implantado a partir de 1989 y consolidado con la Ley de Convertibilidad en 1991, el afianzamiento de la estabilidad, los profundos cambios operados en los más diversos aspectos de la realidad nacional y los poderosos efectos de la revolución de la información, característica central de nuestra época, generan entre otras consecuencias una modificación de las expectativas de la sociedad, mayores niveles de exigencia y una fuerte demanda de transparencia en la vida política. Una opinión pública como la argentina, de alto nivel cultural, puesta hoy en estrecho contacto con el mundo, se siente cada vez menos contenida y expresada por los estilos políticos tradicionales. Todo esto explica por qué, en los más diversos estratos de la sociedad argentina, emerge hoy la necesidad de una Revolución Política, basada en la profundización de la democracia reinstaurada en 1983, como condición indispensable para restablecer la confianza en las instituciones públicas y encarar las soluciones apropiadas a los múltiples desafíos pendientes. cuya insatisfacción generó una sensación de desánimo colectivo. Hay que recrear la política para ponerla en sintonía con la sociedad y volver a colocarla en su verdadero y trascendente lugar de síntesis de las expectativas comunitarias. La política se hace cada vez más al margen de la gente La reforma constitucional de 1994 incorpora expresamente !os mecanismos de democracia directa y semidirecta, cuya utilización intensifica la participación del pueblo en las decisiones y fortalece la legitimidad del sistema político. El referendum, la iniciativa popular y la consulta popular constituyen instrumentos revolucionarios, cuya utilización puede contribuir decisivamente al desarrollo de la Revolución Política necesaria para recrear y profundizar la democracia argentina. A nivel nacional, resulta indispensable que el Parlamento sancione rápidamente la reglamentación legal correspondiente, para que esos nuevos mecanismos adquieran vigencia operativa. Pero no se trata de esperar sentados, sino de exigir que el Congreso Nacional cumpla con su obligación. Por otra parte, numerosas constituciones provinciales y cartas orgánicas municipales ya establecieron la vigencia efectiva de los mecanismos de democracia directa y semidirecta. En Mar del Plata, un intendente radical recurrió a la consulta popular para que la población aprobara un aumento impositivo para financiar un plan de obras predeterminado. Esto significa que ya mismo, especialmente a nivel local, es posible avanzar en el camino de la profundización de la democracia, que cierre la brecha abierta entre el sistema político y la sociedad. Porque los problemas de la democracia se resuelven con más democracia. Las trenzas partidarias impiden la participación popular La reivindicación de la legitimidad de la acción política exige una oxigenación de la vida partidaria. El predominio de los aparatos tradicionales y de las viejas prácticas clientelísticas agudiza el desprestigio de la "clase política" y el descreimiento de la gente en las dirigencias partidarias. Esto no se soluciona con un simple recambio de figuras, sino con una reforma de fondo en el actual sistema político, que fortalezca su legitimidad democrática. La modificación de la legislación electoral, para sustituir al desacreditado mecanismo de las "listas sábana", y la instauración de las "internas abiertas" para la nominación de los candidatos a cargos electivos, tanto a nivel nacional como provincial y municipal, constituyen dos herramientas fundamentales para represtigiar la política en base a una mayor participación popular, a las que habría que añadir una nueva ley de financiación de los partidos políticos, que mejore la transparencia del sistema y reduzca así los márgenes de corrupción. La dirigencia política argentina debe terminar de asumir que los aparatos partidarios y los viejos estilos clientelísticos tienen cada vez menos cabida en la sociedad. En rigor de verdad, este fenómeno se manifiesta con creciente intensidad desde la restauración democrática en el surgimiento de los grandes liderazgos políticos. En 1983, la candidatura de Alfonsín se impuso desde afuera hacia adentro de la estructura del radicalismo. Con mucha mayor claridad, el triunfo de Menem en las elecciones internas del justicialismo en julio de 1988 fue una victoria lograda a expensas del conjunto del aparato partidario. Pero los partidos no son la gente Perón se cansó de repetir que "lo mejor que tenemos es el pueblo". Por ello. en la Argentina el signo distintivo de la consolidación del sistema democrático es el fortalecimiento de la sociedad civil. En esta nueva era económica, cultural y política, es cada vez más reducido el espacio de los aparatos estatales. En cambio, es mayor el rol de las múltiples expresiones que configuran el complejo y polifacético tejido de la sociedad. De allí la importancia que en todos los órdenes de la vida pública adquieren lo que en el léxico oficial de las Naciones Unidas son las "organizaciones no gubernamentales", aquéllas que Perón bautizara muchos años antes como las "organizaciones libres del pueblo". pilares de la "comunidad organizada". En realidad, esas "ONG" podrían ya empezar a definirse como "organizaciones neogubernamentales": su acción está concebida cada vez más como supletoria del Estado. Conforman lo que hoy suele denominarse el "Tercer Sector", para diferenciarlo del estatal y del económico privado, con una esfera de responsabilidad cada vez más amplia, en la que se canaliza una inmensa energía social, que se aprecia en la superficie política. El Estado y los partidos políticos deben adecuarse a esa realidad. Esto implica abrir un diálogo permanente con la sociedad civil, que facilite la participación de las organizaciones sociales en la resolución de los problemas cotidianos, para canalizar positivamente la enorme energía creadora que existe en nuestro pueblo, a menudo sofocada por las burocracias estatales y partidarias. Pero las organizaciones sociales en la época que vivimos no son algo estático. Cambian continuamente, junto con la sociedad y sus nuevos desafíos. Nada tienen que ver con la vieja imagen de la Argentina corporativa. Expresan movimientos sociales surgidos al calor de una problemática nueva. A veces nacen incluso con un objetivo puntual y específico y desaparecen con su cumplimiento. De allí que la noción de "comunidad organizada", tan cara a la historia del peronismo, no evoque hoy a un sistema fijo y predeterminado de instituciones sociales, establecido e inmutable, característico de la Edad Media o de la propia sociedad industrial. La "comunidad organizada" del siglo XXI, en el mundo que el pensador norteamericano Alvin Toffler definió como de la "tercera ola", constituye un concepto eminentemente dinámico, abierto permantemente al cambio de las expectativas y de las formas organizativas de una sociedad en constante ebullición, cada vez más exigente y mejor informada, que concibe a la democracia no como una simple forma de representación política, sino como un mecanismo de participación y de autogobierno popular. Esta nueva realidad se expresa en todos los planos, pero tiene sus manifestaciones mas concretas y cotidianas en los niveles locales, donde existe mayor proximidad entre el ciudadano y la cosa pública. En ese sentido, un fenómeno de singular trascendencia política y social es la revalorización generalizada del rol de los municipios y la importancia creciente que adquiere en las preocupaciones populares la problemática de las ciudades. Una de las consecuencias de la tendencia a la globalización es, paradójicamente, el ensanchamiento del espacio de acción de las unidades política y socialmente más pequeñas, en las que se puede manifestar con mayor tuerza el protagonismo social. La política de Menem propicia la destrucción del sindicalismo, que es la columna vertebral del Movimiento Peronista No es un secreto para nadie que entre los signos distintivos de la nueva realidad mundial figura una crisis de las estructuras sindicales, que en todas partes buscan afanosamente una reformulación que les permita afrontar los nuevos desafíos sociales que plantea la economía globalizada y el nacimiento de la sociedad postindustrial. Es natural entonces que dicha crisis sea aún más hondamente perceptible en la Argentina, en la que la experiencia del peronismo posibilitó la consolidación de una de las organizaciones sindicales más sólidas del planeta. Más aún cuando el movimiento obrero debe avanzar en esa reformulación bajo un gobierno peronista comprometido en una vasta empresa de transformación y modernización económica ajena a sus pautas programáticas tradicionales. Cabe decir, sin embargo, que no es la primera vez que el sindicalismo peronista tiene que protagonizar una dura etapa de readecuación política ante las sucesivas etapas de la historia del justicialismo. En 1946, apenas asumido Perón, la decisión de disolver el Partido Laborista, para integrarse en el flamante Partido Peronista, marcó un punto de conflicto con un sector de la dirigencia gremial, encabezado por Cipriano Reyes, uno de los artífices organizativos del 17 de octubre, que prefería mantener su independencia política. Esa colisión, que terminó con Reyes en la cárcel, tuvo su coletazo, poco tiempo después, con el reemplazo de Luis Gay. otro importante dirigente laborista, en la secretaría general de la CGT. A partir de entonces, Perón consolidó su control sobre el aparato sindical hasta 1955 y los trabajadores argentinos tuvieron la "edad de oro" de su historia. En ese marco, conviene empero recordar los reacomodamientos que estaban en ciernes durante la segunda presidencia de Perón. El Segundo Plan Quinquenal implicaba ya una mayor preocupación por la racionalidad económica. La gestión de Alfredo Gómez Morales supuso un fuerte énfasis en la búsqueda del equilibrio fiscal. El gobierno peronista empezaba a alentar la radicación de inversiones extranjeras. En línea con este nuevo rumbo económico, las fuertes discusiones suscitadas en el famoso Congreso de la Productividad, en abril de 1955, giraban precisamente en torno a la necesidad de adecuar ciertos aspectos de la legislación laboral a los requerimientos de la realidad económica. Durante el prolongado período de proscripción del peronismo, las estructuras sindicales, obligadas a negociar con los gobierno de turno, tanto civiles como militares, también chocaron en diversas ocasiones con Perón. El surgimiento del "vandorismo" fue la más diáfana expresión de esas contradicciones. En 1975, en tiempos del célebre "rodrigazo", entraron asimismo en franca confrontación con Isabel Perón, cuando se intentó anular los aumentos salariales establecidos en los convenios colectivos de trabajo. Sin embargo, esos conflictos no nublaron lo esencial: desde 1955, el sindicalismo fue sin duda la "columna vertebral" del peronismo, la estructura organizativa que, en las prolongadas épocas de proscripción, le permitió sobrevivir intacto a su largo ostracismo político. Desde 1989, el aparato sindical debió adecuarse a una situación política y económicamente novedosa. Políticamente, porque el liderazgo de Menem tenía mayor ascendiente sobre las bases obreras que el conjunto de la dirigencia gremial, restando a ésta capacidad de presión sobre el gobierno. Económicamente, porque el viraje hacia las privatizaciones y la economía de mercado alteró las bases estructurales sobre las que asentaba históricamente el poder sindical en la Argentina. En estos términos, el desafío que afronta hoy la dirigencia sindical reside en la imperiosa necesidad de readecuar su perspectiva, su estructura y su metodología de acción a las nuevas exigencias del sistema económico, que entre otras cosas demanda una modernización de la legislación laboral, que facilite una mayor contratación de personal y apunte hacia la descentralización de los mecanismos de negociación colectiva, y una profunda reorganización del sistema de las obras sociales gremiales, en beneficio de los trabajadores. La participación gremial en la implementación de los Programas de Propiedad Participada aplicados en las empresas públicas privatizadas, en las Administradoras de Fondos de Jubilaciones y Pensiones, en las Aseguradoras de Riesgos de Trabajo, y en algunos casos en las propias privatizaciones, como ocurrió por ejemplo en el sector eléctrico y en la tercerización de algunas actividades que desarrollaba YPF, revela la existencia de signos. aunque parciales y contradictorios, de una voluntad política de asociarse al proceso de transformación en marcha. La rica experiencia histórica del sindicalismo peronista, que ya probó su capacidad de adaptación a las circunstancias más adversas, permite asegurar que esta vez también sabrá encontrar el camino para renovarse y brindar su aporte indispensable a la lucha común por una sociedad más justa. Para ello, debe empezar por abandonar una actitud defensiva, temerosa ante el cambio, y asumir una estrategia ofensiva, de inserción activa en el nuevo curso de la historia. Esta adscripción de la Argentina al proceso de globalización afecta hasta la propia conservación de nuestra identidad nacional La integración argentina en el nuevo escenario mundial, que exige una economía cada vez más abierta y altamente competitiva, tiene que estar acompañada por una revalorización de nuestra identidad y nuestra cultura nacional. Somos un país que siente tener un mensaje propio y una misión singular en el concierto universal de las naciones. La sociedad planetaria debe escuchar la voz de la Argentina. Esto implica también que la Argentina tiene que saber hacer escuchar su voz. La reafirmación de las tradiciones históricas de nuestro pueblo, la profundización de un pensamiento propio, creativo y original, libre de los estereotipos europeizantes. Una visión que sea profundamente nacional y a la vez universalista, y el desarrollo de fuertes industrias culturales, capaces de competir exitosamente en el escenario latinoamericano. continental y mundial, constituyen los requisitos básicos para esa presencia activa de nuestro país en el escenario internacional del siglo XXI. En el "Modelo Argentino", en 1974, Perón decía que "estamos en la aurora de un nuevo renacimiento, pero seríamos muy ingenuos si confiáramos en que tal renacimiento resultara un producto espontáneo de la historia del mundo". Y agregaba: "el universalismo constituye un horizonte que ya se vislumbra y no hay contradicción alguna en afirmar que la posibilidad de sumarnos a esta etapa naciente descansa en la exigencia de ser más argentinos que nunca. El desarraigo anula al hombre y lo convierte en indefinido habitante de un universo ajeno". Ya a comienzos de este siglo, Nietzsche invitaba a los hombres a tener en cuenta el ejemplo de los árboles, que "cuanto más crecen, más hunden sus raíces en la tierra". También se pierde la identidad peronista cuando Menem se junta con Alsogaray o se abraza con el Almirante Rojas Una de las consecuencias cultural y socialmente más importantes de los cambios registrados en los últimos años es la superación de las antiguas antinomias que desgarraron a la Argentina. Por primera vez en su historia, el país no aparece dividido en bandos irreconciliables. La antinomia entre civiles y militares, que recorrió la Argentina desde 1930, o la opción peronismo-antiperonismo, ya pertenecen definitivamente al pasado. Esto no es resultado de la casualidad. Es imposible superar décadas de desencuentros, de dolor y de sangre sin medidas excepcionales para alcanzar la pacificación nacional y fijar un nuevo punto de partida. Así sucedió en todos los países del mundo que debieron superar situaciones de guerra civil. El indulto a los máximos responsables de la "guerra sucia", decretado por un presidente que había estado cinco años preso durante el pasado régimen militar, simbolizó la reinserción definitiva de las Fuerzas Armadas en el sistema democrático reinstaurado en 1983. Resulta políticamente ingenua la posición de quienes critican a Menem por el indulto y a la vez aplauden el aplastamiento de la rebelión carapintada de diciembre de 1990, o la autocrítica militar formulada públicamente por el general Martín Balza en 1995, sin comprender que son en realidad distintas caras de una misma moneda. Recién a partir de entonces, y después de sesenta años, pudo garantizarse la absoluta subordinación de las Fuerzas Armadas al poder político, rota con el golpe militar de septiembre de 1930. El polémico abrazo entre Menem y el almirante Isaac Rojas no puede tampoco desvincularse de la repatriación de los restos de Juan Manuel de Rosas, postergada durante más de un siglo, de la decisión de imponer el nombre de Perón al Regimiento de Infantería de Montaña de Bariloche o de la presencia de una delegación oficial del Ejército Argentino en el acto de inauguración de un monumento en memoria del general Juan José Valle. La Argentina empieza a tener, ahora sí, una sola historia, sin réprobos y elegidos En rigor de verdad, eso fue lo que intentó Perón en 1972, cuando se abrazó con Ricardo Balbín y archivó la frase de que "para un peronista no puede haber nada mejor que otro peronistas", para sustituirla por el mandato de que "para un argentino no debe haber nada mejor que otro argentino". Nada se ha hecho por amortiguar el inmenso costo social de la reconversión productiva El tránsito entre las viejas y las nuevas formas productivas y tecnológicas genera siempre e inevitablemente un doloroso proceso de reacomodamiento. Es obvio que el Estado no puede permanecer indiferente a la realidad de centenares de miles de hombres y mujeres que sufren el drama de la desocupación. Entre el pasado y el futuro, existe una larga etapa de transición. Para afrontarla, es necesaria la implementación de políticas especiales, y hasta de emergencia social, que puedan paliar los efectos más negativos de la coyuntura y, sobre todo, crear las condiciones estructurales para la superación definitiva del problema. La acción social frente a la emergencia tiene que desligarse de las antiguas concepciones del clientelismo político y del paternalismo estatal. La eliminación de la burocracia asistencialista, que reduce la eficacia del gasto social, debe venir de la mano de una vasta estrategia de descentralización, a nivel de las regiones, las provincias y principalmente los municipios, y de la activa participación de las organizaciones comunitarias que articulan el voluntariado social. Pero además de paliativos, se necesita una respuesta de fondo a la problemática de la desocupación A mediano y largo plazo, la única respuesta posible al desempleo pasa por la necesaria calificación de los recursos humanos para adecuarla a las crecientes exigencias de un sistema económico signado por la incesante incorporación de nuevas tecnologías. El principal instrumento para ello es la educación, formal e informal. La recapacitación laboral, el reciclaje y la formación profesional constituyen herramientas insustituibles para el mejoramiento del capital humano, factor esencial en una economía cada vez más sofisticada y compleja. La vinculación entre el sistema educativo y el mundo laboral es una necesidad imperiosa y creciente en todas partes del mundo. La formidable revolución tecnológica que sacude hoy el planeta significa el advenimiento de lo que se da en llamar la "sociedad del conocimiento o de la información". En esta nueva era, la educación tiende a convertirse en el mayor y mejor instrumento disponible para la justicia social, porque es la única herramienta idónea para avanzar hacia una sociedad basada en la igualdad de oportunidades. Cabría decir que en la Argentina de la década del 90 el constante perfeccionamiento en el terreno educacional tiene una significación social tan trascendente y revolucionaria como tuvo la legislación laboral en la década del 40. Por su historia, la Argentina está en mucho mejores condiciones para afrontar este desafío que los demás países latinoamericanos. Una alta tasa de alfabetización, una elevada matriculación en la enseñanza secundaria, un crecido porcentaje de la población que cursa estudios terciarios y universitarios, una activa vida cultural y un elevado acceso a la información, fuertemente incentivado en todo el país a partir de la acelerada expansión de la televisión por cable, configuran una base suficientemente sólida como para plantearse metas mas ambiciosas. A partir de esa base, hay que avanzar sin demora. Algo se ha progresado en estos últimos años, pero es necesario intensificar el esfuerzo, mejorar el empleo de los recursos económicos disponibles y explorar nuevas alternativas creativas y originales- que ayuden a mejorar continuamente la calidad de la educación, tanto formal como informal, y asociarla estrechamente con el nuevo perfil de la demanda laboral, porque allí está la llave del porvenir. Nadie cree hoy en la justicia La reorganización del Poder Judicial, para restablecer su imagen de confiabilidad ante la opinión pública interna y externa, es una necesidad política y económica. Política porque es una de las expresiones más nítidas de la demanda de transparencia de la sociedad argentina, particularmente sensibilizada con el tema de la corrupción. Económica porque surge de los grandes cambios operados en los últimos años: la vigencia de una economía de mercado en acelerada expansión supone, entre otras consecuencias, una multiplicación de las transacciones privadas en todos los órdenes y un mayor nivel de exigencia sobre la calidad de la administración de justicia. El afianzamiento de la seguridad jurídica no es sólo una condición fundamental para la profundización de la corriente de inversiones extranjeras directas que garantiza el crecimiento sostenido de la economía nacional. Representa también un elemento fundamental en la calificación de la tasa "riesgo país", que define las tasas de interés de los préstamos internacionales a la Argentina, que incide a su vez en la tasa de interés bancaria local, cuyo elevado nivel configura actualmente una de las más serias restricciones para las pequeñas y medianas empresas, cuya superación tendría un efecto directo en la reducción del desempleo. La sanción de la ley que reglamenta la integración y el funcionamiento del Consejo de la Magistratura, creado por la reforma constitucional de 1994, constituye un paso trascendente en esa dirección, por cuanto mejora el sistema de selección de los magistrados y configura un ámbito institucionalmente más idóneo para la sustanciación del mecanismo del juicio político. La modificación del régimen legal que regula el funcionamiento del Ministerio Publico y garantiza la independencia de su desenvolvimiento es otro hecho muy significativo. Ambas innovaciones deben constituirse en el punto de partida de una vasta tarea de oxigenación del Poder Judicial. La extensión del mecanismo procesal del juicio oral y público, la posible implementación del juicio por jurados, establecido en la Constitución de 1853 y jamás puesto en práctica, y la alternativa de la elección popular de los fiscales, tal cual sucede en países como Estados Unidos, podrían contribuir también a incrementar la transparencia en la administración de justicia y, en esa medida, a consolidar la indispensable confianza de la sociedad en las instituciones públicas. Es imposible hacer nada serio en la Argentina con estos niveles de corrupción La cuestión de la corrupción no puede ser analizada desde la óptica pequeña de la disputa político-electoral, en la que se buscan culpables pero no soluciones. Es necesario concebirla como uno de los problemas centrales de América Latina en la década del 90. Ello supone visualizarla no sólo desde un punto de vista ético, sino también desde una perspectiva estratégica, tanto política como económica. Es cierto que todo indica que en la Argentina el nivel de corrupción ha descendido en los últimos años, en particular en función de la privatización de las empresas públicas y la desrregulación de la economía. Pero también hay que tener en cuenta las nuevas exigencias que plantean los profundos cambios estructurales ocurridos en estos siete anos: los requerimientos de transparencia que impone la vigencia de una economía de mercado, más el ejercicio pleno de la libertad de prensa en esta época signada por la revolución de la información, convierten en decididamente intolerables para la opinión pública mecanismos y episodios que antes tal vez podían pasar inadvertidos. La demanda ética es una de las prioridades fundamentales que plantea en esta etapa la sociedad argentina. Cuando el funcionamiento del nuevo sistema económico convierte en visible lo que antes estaba oculto y la reconversión del aparato productivo obliga a grandes sacrificios a una ancha franja de la población, la corrupción pasa a ser visualizada como una de las expresiones más nítidas del privilegio y de la justicia social. Al mismo tiempo, la globalización de la economía hace que el tema de la corrupción deje ser un asunto meramente local para transformarse en un problema que trasciende las fronteras nacionales. El fenómeno del delito transnacional y el crecimiento de las prácticas y organizaciones delictivas internacionales, cuya máxima expresión es el narcotráfico, ha modificado sustancialmente la percepción del problema. Obvio resulta recordar el manifiesto interés de los Estados Unidos por la eliminación de prácticas corruptas en la relación entre las grandes corporaciones mundiales y los países receptores de inversiones extranjeras directas. En la óptica norteamericana, dichas prácticas suelen debilitar la competitividad de las empresas estadounidenses, fuertemente limitadas por su propia legislación interna, ante sus rivales europeas, menos rígidas en esta materia. Esta conjunción de razones internas y externas transforma a la lucha contra la corrupción en un punto central de la agenda política latinoamericana. La convención internacional firmada recientemente en Caracas, que establece compromisos concretos de los países del hemisferio para enfrentar conjuntamente ese desafío, cuyo texto aguarda todavía su ratificación por el Parlamento argentino, constituye un punto de partida. En términos operativos, las circunstancias exigen abordar la problemática de la corrupción como una cuestión "sistémica", que requiere entonces respuestas políticas y, sobre todo, institucionales. En la Argentina, tanto a nivel nacional como en las provincias y los municipios, este esfuerzo demanda básicamente dos cosas. En primer lugar, el fortalecimiento de los organismos de control, reforzados en su independencia y sus atribuciones por la reforma constitucional de 1994. Como decía Perón, "los hombres son buenos, pero suelen ser mejores si se los vigila". En segundo término, la puesta en marcha de una amplia y profunda reforma judicial, que elimine para siempre la sensación de impunidad y el clima de sospecha generalizada. A pesar de todos los sacrificios realizados, la Argentina sigue atrasada en el nivel de competitividad internacional En las condiciones actualmente imperantes en el mundo, la competitividad internacional de las naciones, requisito imprescindible para su prosperidad, tiene un carácter estructural o "sistémico". No se compite únicamente a través de indicadores económicos positivos o de estructuras empresarias eficientes. Una economía globalizada exige permanentemente la atracción de nuevas inversiones para acelerar el proceso de crecimiento, la incorporación de tecnologías de última generación, la ampliación de las exportaciones y la modernización del aparato productivo. Esa es la única alternativa real para atenuar los costos sociales de la transición y combatir el flagelo del desempleo, la pobreza y la marginalidad. Pero en este campo la competencia no se da únicamente entre empresas, sino también entre países, es decir entre sistemas integrales de organización y de decisión. Hoy más que nunca, la distinción entre política y economía puede ser válida en el terreno del análisis, pero jamás en el de la realidad. Tanto como los datos macroeconómicos adquieren también importancia económica los parámetros relacionados con la educación, las condiciones de vida, la seguridad, el medio ambiente, la transparencia administrativa, la organización judicial y los niveles de corrupción. En una palabra, cobra mayor valor económico la calidad de los bienes públicos y la solidez de los sistemas político-institucionales. Si no damos una clara respuesta afirmativa a este requerimiento, corremos el peligro de limitarnos a padecer las indudables restricciones que impone la realidad de una economía mundialmente globalizada sin poder aprovechar, en cambio la inmensa ampliación del campo de posibilidades que esta nueva situación abre para el crecimiento de la Argentina y para su reubicación en el escenario internacional. Llegó la hora de terminar con esta alianza con el liberalismo y el "establishment" para volver al verdadero peronismo El verdadero desafío de la hora reside en recrear, con el aporte enriquecedor de nuevos actores políticos, la vasta alianza social que, bajo el liderazgo de Menem, motorizó el proceso de cambio puesto en marcha hace siete años, sobre la base insustituible de la gran corriente popular expresada por el peronismo, en su carácter de encarnación de las expectativas de los sectores más postergados y más humildes de nuestra Patria, que reconocen su identidad en el recuerdo de la obra de Perón y de Eva Perón. Esa amplia coalición social, de la que también forman parte importantes factores de poder, así como una ancha franja de la ciudadanía independiente y de corrientes de muy diversas extracciones político-partidarias, debe abrirse incluso a la participación de algunos sectores enrolados hoy en la oposición, pero que pueden llegar a entender que no hay futuro posible para la Argentina fuera del marco de los cambios de fondo ocurridos desde 1989 y que su visión crítica sobre la realidad actual, centrada en las falencias en materia social y en el tema de la corrupción, sólo adquiere viabilidad política dentro de un proyecto que afirme la continuidad y superación de lo realizado hasta hoy. El triunfo de este modelo implica la desaparición del peronismo El peronismo debe ponerse una vez más a la altura de su propia obra. Por segunda vez en su historia está protagonizando una revolución. La primera que la revolución social realizada por Perón a partir de 1945. La segunda es la gigantesca transformación operada en la argentina con el liderazgo de Menem. Lo que importa ahora es asumir en profundidad, sin ningún complejo de culpa, los cambios realizados en estos siete años y avanzar en la senda de las asignaturas pendientes. Ni ilusionarse con un mítico retorno al pasado ni resignarse tampoco a un mero conformismo carente de propuestas para el futuro. Superada definitivamente la emergencia económica originada en el colapso hiperinflacionario de 1989, el nuevo desafío reside en el salto cualitativo que significa orientar el pensamiento y la acción hacia la construcción de la Argentina del Segundo Centenario. Este nuevo salto cualitativo tiene una dimensión comparable a las dos grandes transformaciones internas que sucesivamente protagonizó el peronismo en los últimos años, siempre en consonancia con las nuevas exigencias de la realidad nacional e internacional. La primera, después de la derrota electoral de 1983, fue la experiencia de la renovación, que simbolizó el abrazo definitivo entre el peronismo y el sistema democrático y desterró los residuos de autoritarismo político, que alejaban al peronismo de las expectativas del conjunto de la sociedad argentina La segunda gran transformación, surgida a partir de los logros de aquella etapa, fue el viraje impuesto por el gobierno de Menem, que implicó la reconciliación entre el peronismo y la economía de mercado y la adecuación del marco doctrinario del justicialismo al mundo de la post guerra fría. Esta tercera transformación, cuyo punto de partida son los formidables avances de las dos anteriores, supone la asunción de los nuevos desafíos políticos y sociales planteados por los cambios ya realizados en el camino de la construcción de la Argentina del Segundo Centenario, concebida como una Nación pujante orgullosa de su destino. Todo este planteo lleva a la justificación de un sistema económico absolutamente inhumano, que frustra cualquier posibilidad de realización personal y comunitaria En el fondo, hay sólo dos formas básicas posibles para ver lo que sucede en el mundo en estos años. Una establece, esencialmente, que la revolución tecnológica es destructora de empleos, está acompañada por un daño ecológico irreparable y habrá que sumarle una explosión demográfica de extraordinaria envergadura. Según esa visión, la convergencia de estos tres factores, que probablemente ocurriría a mediados del siglo XXI, hará que el mundo atraviese la catástrofe más grave de la historia humana. La otra visión sostiene que el extraordinario salto de productividad de la economía mundial, impulsado por la revolución tecnológica, y la ampliación del fenómeno de la globalización del mundo entero, comenzando por las gigantescas masas populares del Asia-Pacífico, han ampliado el marco de las posibilidades en la historia del hombre. El mundo que vivimos es un mundo lleno de conflictos, de inequidades, de injusticias, de marginalidades y exclusiones, pero el punto de partida para enfrentar esos vastos problemas es cualitativamente superior al de cualquiera otra etapa de la historia del hombre. Estamos en vísperas de un "Nuevo Renacimiento", como profetizara Perón en 1974 en el "Modelo Argentino". Como el anterior Renacimiento, es conflictivo, anárquico, violento, pero al mismo tiempo es un redescubrimiento de las extraordinarias posibilidades que están en la historia y están en el ser humano. Esta segunda visión está basada en la confianza en el futuro, en la búsqueda de lo nuevo y lo distinto, de reconocimiento que el mundo va hacia la afirmación de las singularidades y las diferencias, y no a la homogeneización reductiva. En 1950, André Malraux decía: "Hacia fin de siglo emergerá una nueva civilización que a diferencia de la que termina, basada en el industrialismo, va a tener que encontrar un sustento metafísico parta fundar una nueva forma de vida". PASCUAL ALBANESE - MARIO BAIZAN - JORGE BOLIVAR - JORGE CASTRO - LUIS JALFEN - ENRIQUE N'HAUX - JORGE RAVENTOS Documentos de Segundo Centenario El rol de la oposición política - Mayo de 1997 Después de 1989, ninguna opción real sobre el futuro nacional puede desprenderse de la condición irreversible del nuevo sistema económico instaurado por el gobierno de Carlos Menem, que es el marco estructural de un nuevo punto de partida para toda la sociedad argentina. Las fuerzas de la oposición política se debilita cuando desconoce o no acepta los cambios realizados. Se colocan fuera del marco de posibilidades que brinda la época y, en vez de ser opciones de poder, son expresión de una política testimonial. Afianzadas las transformaciones económicas, el inevitable traslado de las prioridades de la agenda pública hacia los ejes político-institucionales lleva a otra necesidad: la búsqueda de un amplio consenso nacional en torno a las exigencias de la reorganización del Poder Judicial, la reestructuración de las fuerzas de seguridad, el mejoramiento de las políticas educativas, la remodelación del sistema de salud y la formulación de las políticas sociales. Texto completo Peronismo y Transformación - Diciembre de 1996 Perón sostenía que "la política nacional es un capítulo de la política internacional". En ese sentido, Menem expresa la necesaria adecuación del peronismo a una nueva era internacional, signada por el fin de la Guerra Fría y por la globalización de la economía. El desafío de esta nueva etapa es dar respuesta a la demanda generalizada de un "puente social" que ayude a la reinserción de los millones de compatriotas que padecen los efectos negativos de la reconversión económica. La educación se ha convertido en el mayor y mejor instrumento disponible para la justicia social. A su vez, la integración argentina en el nuevo escenario mundial, que exige una economía cada vez más abierta y altamente competitiva, tiene que estar acompañada por una revalorización de nuestra identidad y nuestra cultura nacional. Para estas tareas, el peronismo debe ponerse, una vez más, a la altura de su propia obra. Texto completo Revolución Política para profundizar la democracia - Agosto de 1996 En todo el país se constata la existencia de una convicción ampliamente extendida acerca del retraso de importantes sectores de la clase política en relación a la comprensión del sentido y de las consecuencias de las transformaciones estructurales operadas en la Argentina desde julio de 1989 y relegitimadas políticamente por el consenso popular reflejado en las elecciones presidenciales de 1995. Hoy más que nunca, la distinción entre política y economía puede ser válida en el terreno del análisis pero jamás en el de la realidad. Sólo un profundo cambio en la naturaleza y el modo de funcionamiento del sistema político nos permitirá avanzar hacia las nuevas prioridades en la agenda de la transformación nacional. Es desde el mayor protagonismo de la sociedad civil como debe abordarse el desafío de la necesaria transformación del sistema político. Una democracia plena exige que la opinión pública suba al escenario. Texto completo Hacia la Argentina del Segundo Centenario - Diciembre de 1995 No se trata de consolidar los logros de los últimos seis años, ni siquiera de conformarse con corregir los errores cometidos. Es hora de pensar y de actuar en grande: los avances registrados son apenas el piso del cual la Argentina debe edificar un futuro venturoso, en un marco de justicia y dignidad para todos sus habitantes. Si perseveramos en este rumbo estratégico, con las adecuaciones que impongan las circunstancias, la celebración de nuestro Segundo Centenario nos encontrará, como ocurriera con el Primer Centenario en 1910, en el pelotón de vanguardia de las naciones. Para ello, impulsamos la unidad transversal entre los iguales, se encuentren donde se encuentren, ya que entendemos que en esta construcción del porvenir común lo importante no es de dónde venimos sino hacia dónde vamos. Texto completo CUANDO LO IMPORTANTE SE VUELVE URGENTE. por Pascual Albanese Una de las características propias de las crisis de gobernabilidad es que terminan con la clásica dicotomía entre lo urgente y lo importante: lo importante pasa a ser urgente y sólo es urgente aquello que resulta verdaderamente importante. En las actuales condiciones, las elecciones de octubre no pueden brindar una respuesta adecuada a la crisis política. Al contrario, pueden incluso agravarlas. No puede haber una estrategia acertada sin un diagnóstico correcto. La convocatoria a una Asamblea Constituyente precedida por un acuerdo político sobre el contenido de una reforma institucional centrada en la refundación del Estado puede convertirse en la respuesta legítima a una crisis de gobernabilidad que muy probablemente habrá de acelerarse en los próximos meses. Texto completo CUANDO LO IMPORTANTE SE VUELVE URGENTE. por Pascual Albanese Una de las características propias de las crisis de gobernabilidad es que terminan con la clásica dicotomía entre lo urgente y lo importante, ese tradicional eufemismo político que suele emplearse para impulsar paliativos circunstanciales y dilatar la asunción de responsabilidades frente a los problemas de fondo. En estas situaciones críticas, lo importante pasa a ser urgente y sólo es urgente aquello que resulta verdaderamente importante. De allí que, en estas circunstancias de crisis, el pensamiento político esté obligado a nutrirse del pensamiento estratégico. No hay ninguna decisión eficaz sin una previa definición de un rumbo que oriente la acción en términos de mediano y largo plazo. La única forma eficaz de influir sobre los acontecimientos del presente es a partir de una visión de futuro, que en la actual época histórica no puede sino tener un carácter nacional y mundial. No puede haber una estrategia acertada sin un diagnóstico correcto. Por eso, la primer pregunta que es imprescindible responder en estos casos no es la de "qué hay que hacer", sino la "de qué se trata", o sea cuál es el problema. Porque para encontrar una solución adecuada, lo primero siempre es identificar claramente la naturaleza del problema que es necesario afrontar. Esta crisis de gobernabilidad que afronta el país tiene características distintas pero dimensiones semejantes a la que padecimos en julio de 1989. Con una diferencia: en el 89, el colapso hiperinflacionario y el estallido social ocurrieron cuando ya había un presidente electo. Esta vez, faltan todavía más de dos años para la expiración del actual período presidencial. Sin embargo, detrás de esta situación de emergencia hay algo más que la explosiva combinación entre la incapacidad de un gobierno, las falencias de la coalición oficialista y la ausencia en la oposición de una auténtica alternativa de poder. Hay en la Argentina de hoy una contradicción fundamental, que exige ser resuelta. Por un lado, existe un conjunto de nuevas instituciones económicas, surgidas de las reformas estructurales realizadas en la década del 90. Por el otro, sobrevive un viejo sistema de instituciones políticas, previo a esa transformación, cuya parálisis y anquilosamiento constituye el principal obstáculo que se interpone en el camino de la Argentina. Un nuevo pacto constitucional Esta contradicción demanda un cambio institucional de fondo. El punto neurálgico reside en la modificación de la naturaleza del pacto constitucional que establece la relación entre el Estado Nacional y las provincias. Para ello, hay que reinventar el Estado. El Estado Nacional tiene que quedar circunscripto a aquellas responsabilidades que le resultan absolutamente indelegables. Todas las demás atribuciones corresponde transferirlas integralmente a las regiones, las provincias y los municipios. De este modo, será posible el total desmantelamiento de las actuales estructuras burocráticas, a través de la implementación del mecanismo del presupuesto "base cero". Esto exige, ante todo y sobre todo, una drástica descentralización política, que requiere una transferencia de poder desde arriba hacia abajo en toda la pirámide institucional. Ello significa un amplio traslado de responsabilidades, acompañadas naturalmente por los correspondientes recursos, desde el Estado Nacional hacia las regiones, hacia las provincias, hacia los municipios y, sobre todo, hacia las propias organizaciones sociales. El principio rector de este cambio institucional es la profundización de la democracia, restaurada para siempre en la Argentina a partir de diciembre de 1983. Es necesario colocar lo más cerca posible de la base de la pirámide institucional el poder de decisión sobre los asuntos concernientes a cada localidad y a cada actor social. Porque para encontrar solución a un problema determinado, cualquiera sea el problema de que se trate, en particular en el área de la educación, de la seguridad, de la justicia, de la salud pública y de la acción social, lo mejor es colocar la capacidad de decisión lo más cerca posible de ese problema. Pero no hay descentralización política efectiva sin autonomía tributaria. Para ello, hace falta una reforma impositiva integral, que incluya al actual régimen de coparticipación federal. Las provincias y los municipios tienen que recuperar facultades tributarias que han delegado en el Estado Nacional. La implantación de un auténtico federalismo fiscal permite extender el principio de la responsabilidad fiscal a la totalidad de las jurisdicciones políticas del país, que se harán cargo en plenitud de la financiación de su propio gasto público. La responsabilidad política del gasto quedará entonces indisolublemente unida a la de la recaudación en todos los niveles del Estado. Dentro este nuevo contexto, corresponde encarar en profundidad el indispensable redimensionamiento integral del sistema político en todos sus niveles, que supone entre otras cosas la reducción del actual número de senadores y de diputados nacionales, de legisladores provinciales y de concejales municipales. Con un nuevo pacto tributario Ese y no otro es el punto de partida para el establecimiento de un Nuevo Pacto Tributario entre el Estado y la sociedad, condición imprescindible para enfrentar y resolver el gravísimo problema de la evasión fiscal y previsional. En ese sentido, la iniciativa planteada por el gobierno de la provincia de Córdoba, ratificada en la consulta popular efectuada el domingo 22 de julio pasado, constituye un ejemplo aleccionador. Porque la única manera de cortar este auténtico nudo gordiano que constituye el ahora llamado "gasto político" es a través de una reforma constitucional que impulse la transformación del conjunto de instituciones públicas de la Argentina, de modo de reconciliar el principio inalienable de representatividad democrática con la exigencia ineludible de eficacia en el mecanismo de decisiones. Demás está decir que una iniciativa de semejante trascendencia demanda un fuerte consenso político. Pero hay que advertir también que las crisis son en algunas ocasiones, y ésta parece ser una de ellas, la única forma posible de avanzar en la edificación de los consensos necesarios para las transformaciones indispensables. El rol del liderazgo político consiste en orientar este actual consenso, surgido de la necesidad, para que no se agote en la recurrente adopción de respuestas coyunturales, cada vez más costosas y más efímeras, frente una emergencia cuya gravedad aumenta dramáticamente semana tras semana. Es necesario encaminar políticamente ese consenso hacia las soluciones de fondo De allí que la construcción de un amplio consenso político en torno a una reforma simultánea de la Constitución Nacional y de las constituciones provinciales, para reformular el conjunto del sistema institucional del país, sea ahora una prioridad insoslayable en la nueva agenda pública de la Argentina. En las actuales condiciones, las elecciones de octubre no pueden brindar una respuesta adecuada a la crisis política. Al contrario, pueden incluso agravarla. En cambio, la convocatoria a una asamblea constituyente, precedida por un acuerdo político sobre el contenido de una reforma institucional centrada en la refundación del Estado, puede convertirse en la respuesta legítima a una crisis de gobernabilidad que muy probablemente habrá de acelerarse en los próximos meses.