Argentina 2002 en el contexto mundial.

 

Texto de la conferencia de Jorge Castro en la Legislatura de la provincia de Córdoba, el 31 de mayo de 2002.
La historia universal es pródiga en arrepentimientos pero escasa en confesiones. La excepción más importante a esa regla fue sin duda la disolución de la Unión Soviética en diciembre de 1991. La dirigencia comunista dio entonces oficialmente por perdida la competencia por la supremacía mundial que libraba desde hacía cuarenta y cinco años con los Estados Unidos. Y lo hizo hasta el punto de declarar oficialmente su autodisolución. Fue el primer ejemplo histórico de una superpotencia que se retiraba del escenario internacional con su poderío militar intacto, sin que hubiera mediado ya no una guerra sino un simple intercambio de disparos con su principal contrincante.

Once años después, el presidente norteamericano George W. Bush acaba de suscribir en Moscú un acuerdo de desarme nuclear extraordinariamente trascendente con su colega ruso Vladimir Putin. Inmediatamente después, Rusia firmó un acuerdo de asociación con la Organización del Tratado del Atlántico Norte - OTAN. La consecuencia estratégica de estos dos hechos es la plena reinserción de Rusia en la estructura de poder mundial surgida del fin de la guerra fría.

En ese sentido, Rusia sigue el camino que recorrió Alemania con Konrad Adenauer después de la segunda guerra mundial, a través precisamente de su integración a la OTAN en 1949. Putin demuestra que el tardío pero correcto diagnóstico de la dirigencia soviética de 1991 abrió la senda para la elaboración de una estrategia acertada que posibilitó la reaparición de Rusia como un auténtico actor político global.

Rusia, que ya era parte del Grupo de los 8 al lado de los siete países económicamente más importantes del planeta, emerge ahora como un firme aliado de los Estados Unidos en lo que constituye la prioridad absoluta de la política exterior de la administración republicana de Washington: la construcción de un nuevo sistema de seguridad global. Una prioridad que en el Cono Sur de América tiene su epicentro en Colombia, en cuyas elecciones presidenciales acaba de obtener una victoria abrumadora Álvaro Uribe, un candidato independiente que basó su campaña en la adopción de una "línea dura" en el enfrentamiento contra la guerrilla más antigua y mejor pertrechada de la historia latinoamericana.

Este cambio en el posicionamiento internacional de Rusia resulta todavía más significativo si se tiene en cuenta que la moratoria unilateral de la deuda externa rusa de agosto de 1998 fue uno de los hitos culminantes de la prolongada crisis financiera internacional iniciada en el sudeste asiático en junio de 1997, que impactó seriamente en la Argentina con especial fuerza luego de la devaluación de la moneda brasileña, ocurrida en enero de 1999.

Estados Unidos convierte en socio a quien fuera su máximo contendiente internacional durante varias décadas. Con esa determinación, tomada unilateralmente, ratifica la condición de país-eje del sistema de poder mundial que adquirió en la década del 90.

La explicación de ese rol norteamericano acaba de inducir otro de esos extraños arrepentimientos seguidos de confesiones. En un notable rasgo de honestidad intelectual, el historiador británico Paul Kennedy, autor de un famoso libro "Auge y Caída de las Grandes Potencias", cuya tesis central era el pronóstico acerca de la inexorable decadencia del poderío estadounidense, termina de refutar públicamente su propia teoría.

En un artículo publicado en la revista "NPQ", Kennedy revisa el actual balance de poder internacional. Recuerda que Estados Unidos tiene casi el cuarenta por ciento del presupuesto mundial en materia de defensa. Afirma que "nada ha existido como esta disparidad de poder: nada". Agrega: "He vuelto a todas las comparaciones de gastos de defensa y estadísticas de personal militar que cubren los pasados cinco siglos y que había compilado para mi libro y ninguna otra nación se acerca a Estados Unidos".

El historiador inglés subraya: "La 'pax britannica' fue barata. El imperio de Carlomagno era solo europeo occidental en su alcance. El Imperio Romano era más vasto, pero había otro imperio en Persia y uno aún más grande en China. No hay así comparación posible".

Kennedy explica que esa abrumadora supremacía militar no es la causa, sino más bien una consecuencia del liderazgo norteamericano, cuya auténtica raíz es de carácter económico, tecnológico y cultural: "Un 45 % de todo el tráfico de Internet se produce en este único país. Un 75% de los más recientemente laureados con el Premio Nobel en las ciencias, la economía y la medicina investigan y residen en los Estados Unidos. Un grupo de doce o quince universidades de investigación se han colocado - a través de vasto financiamiento - en una nueva superliga de universidades mundiales dejando a todas las otras - la Sorbona, Tokio, Munich, Oxford, Cambridge - mordiendo el polvo, especialmente en las ciencias experimentales".

En este poco frecuente ejercicio de autocrítica intelectual, Kennedy se aproxima al análisis encarado desde la izquierda por Tony Negri, el legendario ideólogo de las "Brigadas Rojas" italianas, y el académico norteamericano Michael Hardt, quienes en su libro "Imperio" examinan las diferencias sustanciales que existen entre el rol internacional que desempeña actualmente Estados Unidos y los antiguos conceptos sobre el "imperialismo".

Negri y Hardt sostienen que no estamos frente a la aparición de una superpotencia, sino ante la irrupción de un nuevo sistema político y económico de carácter mundial. Se trata de un enfoque algo similar a la visión expresada hace treinta años en la Argentina por Perón cuando pronosticaba el advenimiento de la era histórica del universalismo.

La existencia de este "sistema mundial" fue la constatación que sacudió al presidente Duhalde en su reciente viaje a Europa, cuando los gobiernos de España e Italia, los dos países del viejo continente más vinculados cultural y estructuralmente a la Argentina, le reiteraron la exigencia formulada por el Departamento del Tesoro norteamericano de un rápido acuerdo con el Fondo Monetario Internacional.

En otro arrepentimiento acompañado de confesión, semejante a escala local al protagonizado por Mijail Gorbachov en 1991 y más recientemente por Paul Kennedy, el primer mandatario argentino pudo verificar que, según sus palabras, "el mundo está más globalizado de lo que pensaba".

La conclusión de este razonamiento, que cae por su propio peso, es que la Argentina, cuya crisis reside básicamente en una pérdida de rumbo, está obligada a buscar ya mismo su reinserción en ese sistema mundial - como lo hizo la Rusia de Putin - a partir de la recreación del acuerdo estratégico con los Estados Unidos, forjado en los hechos a través de la participación en la guerra del Golfo en 1990, alianza que constituyó la base de sustentación internacional de las reformas estructurales realizadas durante aquellos años.


El liderazgo norteamericano

Hoy más que nunca parece tener vigencia una definición acuñada por Alexis de Tocqueville en su libro "La democracia en América", en 1834: "No es que los Estados Unidos sean el futuro del mundo. Lo que ocurre es que Estados Unidos es el lugar donde el futuro del mundo llega primero". Estados Unidos es hoy el país-eje del actual sistema de poder internacional, en el punto y momento en que la evolución de los acontecimientos revela, por primera vez en la historia del hombre, el surgimiento de una verdadera sociedad mundial.

El secreto de esa condición de liderazgo es que Estados Unidos ha sido y es el motor principal de la revolución tecnológica de nuestro tiempo, que es la base estructural de la globalización de la economía mundial, particularmente en el terreno decisivo de las telecomunicaciones y la informática. Si la primera revolución industrial tuvo en su origen, en el siglo XVIII, un sello británico, para después propagarse al resto del mundo, la sociedad de la información, que aparece hoy a escala planetaria, tiene una clara y nítida impronta estadounidense.

En términos económicos, Estados Unidos representan un 23 % del producto bruto mundial. Casi una cuarta parte de lo que se produce en todo el mundo se produce en los Estados Unidos. El producto bruto interno norteamericano es mayor que la suma del producto bruto interno de Japón, Alemania, Francia y Gran Bretaña, que son los cuatro países que le siguen en poderío económico.

La explicación básica de esa diferencia creciente entre Estados Unidos y sus competidores reside en la capacidad exhibida por la economía norteamericana para absorber y desplegar rápidamente, a través de la totalidad de su aparato productivo, los constantes adelantos de las nuevas tecnologías de la información. En el año 2000, el cincuenta por ciento de la inversión total en los Estados Unidos estuvo concentrada en las nuevas tecnologías.

Esa supremacía tecnológica repercute fuertemente en el sostenido incremento de los índices de productividad. A lo largo de la década del 90, pero muy especialmente a partir de 1997, en coincidencia con la difusión masiva del fenómeno de Internet, la economía norteamericana alcanza índices cada vez más elevados de incremento de productividad.

El resultado de todo esto es que la reciente, y ahora superada, desaceleración sufrida por la economía estadounidense fue la más leve y corta de las cuatro desaceleraciones que experimentó desde la segunda guerra mundial. Con un dato todavía más novedoso: a diferencia de esos cuatro anteriores procesos de desaceleración económica, ésta es la primera vez que una desaceleración de ese tipo no estuvo acompañada por una reducción en los índices de aumento de la productividad. Muy por el contrario, los índices de productividad de la economía norteamericana aumentaron aún durante este breve período de desaceleración.

En el primer trimestre de este año, la productividad de la economía norteamericana creció un 8,6 % en relación al mismo período del año anterior. Durante ese lapso, las empresas estadounidenses lograron aumentar fuertemente su producción, un 6,5 %, reduciendo la cantidad de horas de trabajo en un 1,9 %. Es el mayor alza de productividad registrada en los últimos diecinueve años.

En un reciente y excelente libro, "La Galaxia Internet", Manuel Castells explica con precisión la naturaleza de este fenómeno propio de la nueva economía de la información. La conclusión más importante de este análisis es que en Estados Unidos la denominada "nueva economía" ya no es un sector de la economía, que va sustituyendo progresivamente a la economía tradicional. Ese proceso de sustitución ya fue virtualmente completado en los últimos años. Lo que mundialmente todavía puede considerarse entonces como la "nueva economía", en Estados Unidos es simplemente "la" economía.

Pero ese liderazgo tecnológico no solamente representó una verdadera revolución de productividad en materia económica. Implicó también un salto cualitativo en el terreno de la superioridad militar norteamericana, que alcanza hoy niveles asombrosos. El presupuesto de defensa de los Estados Unidos supera largamente a la suma de todos los presupuestos de defensa de los demás países de la OTAN. Y es mayor que la suma de los 14 que le siguen en orden de importancia. Pero a ese dato cuantitativo hay que agregarle un dato cualitativo: en términos tecnológicos, la diferencia es aún mucho más abrumadora. Puede afirmarse que nunca antes en la historia universal existió un ejemplo de supremacía militar mundial tan contundente como la que ostenta hoy Estados Unidos.

Castells explica cómo la campaña militar norteamericana en Afganistán revela la aparición de un nuevo pensamiento estratégico en Estados Unidos, que define como "teoría del enjambre". Implica la aplicación en el campo de batalla de todas las innovaciones tecnológicas propias de la sociedad del conocimiento. En la nueva terminología del Pentágono, es "la guerra basada en redes". Es la "blitzkrieg" de la era de la información.

Segunda Parte
Jorge Castro , 31/05/2002

 

 

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