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La Argentina en la crisis regional. |
Texto completo de la exposición realizada por Pascual Albanese en la última reunión mensual del centro de reflexión para la acción política Segundo Centenario, el 2 de julio en el Hotel Rochester, Esmeralda 546. El próximo encuentro tendrá lugar el martes 6 de agosto, a las 19 horas en el mismo lugar. |
El Cono Sur de América empieza a constituirse en el epicentro de la atención del mundo financiero internacional. A la gravedad de la crisis argentina, se suma ahora lo que sucede en Brasil y lo que está ocurriendo en Uruguay. Chile ha recibido algún coletazo y hasta en México se percibe cierta preocupación por el desarrollo de los acontecimientos sudamericanos.
Desde 1997, fecha de inicio de la última gran crisis financiera internacional, desatada en el sudeste asiática a partir de la devaluación en Tailandia, en junio de ese año, que se propagó luego por Corea del Sur, Indonesia y otros países del Asia Pacífico, no se registraba un fenómeno semejante. La pregunta que muchos se hacen es si en las entrañas mismas del MERCOSUR no estará incubándose la primera crisis financiera internacional del siglo XXI.
Conviene ir por partes. La crisis del sudeste asiático sirvió para poner de relieve ciertos aspectos relevantes, hasta entonces muy poco estudiados, de la realidad económica mundial en la era de la globalización. El más importante de todos es la constatación de que la aceleración del ritmo de la globalización del sistema productivo mundial agudiza hasta límites nunca vistos la competencia económica internacional. Todos los países del mundo participan de una ardua carrera de competitividad, en la que se juega su suerte.
El requisito indispensable para no quedar rezagados en esa carrera es el aumento constante de la productividad. Desde la década del 90, el liderazgo internacional en materia de incremento de la productividad pertenece decididamente a los Estados Unidos. Puede decirse que, en términos estructurales, la performance económica de todos los países que forman parte de esta economía global cada vez más ferozmente competitiva se mide en función de si la elevación de sus respectivos índices de productividad son o no similares a los aumentos de productividad que experimenta la economía norteamericana.
Los países que no logran incrementar sus niveles de productividad a la par de la economía estadounidense pagan ese retraso en términos de una pérdida de posicionamiento relativo en el concierto internacional. Eso es lo que ha sucedido en los últimos años incluso con la mayoría de los países de la Unión Europea y también con Japón.
Pero ese rezago estructural puede tener un segundo efecto, mucho más demoledor, que hasta ahora se ha manifestado solo en el mundo emergente. Cuando además de no lograr aumentos de productividad más o menos similares a los de la economía norteamericana, un país adolece de vulnerabilidad en sus flancos fiscales y monetarios ese retraso se transforma en crisis. Esa fue la razón de fondo de la crisis de los países del sudeste asiático y es también, en términos estrictamente económicos, la causa principal de la que padecen hoy Brasil y la Argentina. En cada caso, la cadena de mediaciones es distinta. Pero el origen de la crisis y sus consecuencias resultan bastante parecidos.
El efecto contagio
Una de las características centrales de la globalización es que tiende a diluir la antigua diferencia entre lo endógeno y lo exógeno en materia económica. El "afuera" y el "adentro" constituyen dos categorías en vías de desaparición, a medida que se acelera el ritmo de la integración económica mundial. De allí que el concepto de "contagio" tampoco sea el más apropiado para definir la verdadera naturaleza de la constante y creciente interacción entre los distintos sistemas económicos nacionales, convertidos hoy en "subsistemas" que actúan dentro del torrente mundial de la economía globalizada. Más adecuada que la noción de "contagio" resulta la noción de interactividad, de una continua interinfluencia.
Lo que ocurre en Brasil no es entonces consecuencia directa de lo que sucede en la Argentina. Sin embargo, existen dos importantes comunes denominadores. Uno, ya descrito, es de naturaleza básicamente económica. El otro, vinculado estrechamente al anterior pero que es imprescindible profundizar, es de carácter estrictamente político. Porque en este nuevo escenario internacional de la globalización el problema principal de todos los países emergentes es, siempre y en todos los casos, la capacidad del poder político de realizar a tiempo las reformas estructurales necesarias para la constante adecuación de sus sistemas económicos a esas brutales pero ineludibles exigencias de incremento permanente de sus índices de productividad.
En este sentido, las indudables chances de Lula de acceder, esta vez sí, a la presidencia de Brasil, en las elecciones que tendrán lugar en octubre próximo, constituyen un dato mayor en materia de incertidumbre política y económica en el horizonte de nuestro principal vecino y socio del MERCOSUR.
En las últimas tres elecciones presidenciales, Lula fue candidato y perdió. En todas esas oportunidades largó primero en las encuestas y luego fue derrotado. La primera vez ante el entonces oscuro gobernador del estado nordestino de Alagoas, Fernando Collor de Melo, las dos siguientes frente a Fernando Henrique Cardoso. En los tres casos, el trámite político de los meses previos a las campañas presidenciales brasileñas constituyó en los hechos una virtual "interna" de la coalición oficialista, de la que surgía nominada una candidatura unificada capaz de batir al fundador y líder del Partido de los Trabajadores - PT. Por eso, Cardoso suele decir que Lula es un "candidato de mayo", porque gana en mayo pero pierde en octubre...
La situación varió radicalmente a partir de la violenta fractura de la coalición oficialista impulsada por el veterano caudillo del Partido Frente Liberal - PFL -, el ex-gobernador del estado de Bahía Antonio Carlos Magallhaes, quien en febrero del año pasado rompió lanzas con el gobierno y acusó a Cardoso y a su Partido Social Democrático Brasileño - PSD - de haber alentado su desplazamiento de la presidencia del Senado.
Muy poco después, el líder nordestino tuvo que abandonar su banca senatorial ante una imputación por irregularidades en el ejercicio de su función, lanzada conjuntamente por sus antiguos aliados y por los legisladores del PT. A partir de entonces, el enfrentamiento entre los dos socios principales de la coalición oficialista hizo imposible el acuerdo alrededor de una candidatura común para las elecciones presidenciales.
En ese contexto, el PSDB de Cardoso jugó todas sus cartas en favor del reciente Ministro de Salud, José Serra. El PFL lanzó a la palestra la figura de Rosana Sarney, gobernadora del pequeño estado de Maranhão e hija del ex-presidente José Sarney, quien fue forzada a desistir de su postulación a raíz de un escándalo público originado en denuncias de presuntos actos de corrupción, cuya amplia divulgación periodística fue adjudicada por sus partidarios a los amigos de Cardoso y de Serra. A partir de entonces, el PFL descartó cualquier posibilidad de apoyo al candidato oficialista. Esa deserción del PFL pavimentó el camino para el avance de Lula.
El sistema político brasileño presentó siempre rasgos eminentemente elitistas y regionales. Históricamente, no hubo nunca verdaderamente partidos políticos de envergadura nacional, como en la Argentina pueden ser el peronismo y, por lo menos hasta ahora, el radicalismo. En cierta medida, el sistema político del Brasil puede compararse al que existía en la Argentina durante la era conservadora, previa al advenimiento del yrigoyenismo, cuando la distribución del poder estaba basada en distintas coaliciones de fuerzas provinciales, con epicentro en Córdoba y en la provincia de Buenos Aires.
En ese sentido, puede afirmarse que el PT constituye una novedad y una excepción a la regla. Es la única fuerza política forjada a partir de una base de sustentación eminentemente ideológica y dotada por ello de una estructura de cuadros con implantación en casi todo el país.
La distribución del poder en Brasil surge tradicionalmente del acuerdo entre las diferentes elites políticas regionales. De allí que el régimen constitucional brasileño tenga un carácter mixto, porque es semipresidencialista y semiparlamentario. El presidente es tradicionalmente el resultado de un acuerdo político interregional y el Congreso es el ámbito natural de negociación política entre esas influyentes elites de base local, entre las que el rol de San Pablo, por su enorme peso relativo, presenta características similares a las que en la Argentina tiene la provincia de Buenos Aires.
Durante el período de la denominada "república vieja", que imperó desde la abolición de la monarquía en 1989 hasta 1930, rigió el llamado "pacto del café con leche", que estipulaba la rotación en la presidencia entre una figura de San Pablo, centro de la poderosa industria del café, y otra de Minas Geraes, principal estado ganadero del país. La ruptura de ese acuerdo generó un vacío político que permitió el triunfo de la revolución del 30, que significó la irrupción del liderazgo político de Getulio Vargas, que se prolongó hasta su suicidio en 1954, y la incorporación de Rio Grande do Sul a la mesa de las grandes decisiones políticas.
Con las variaciones propias de la redistribución del poder regional, y la interrupción que supuso el régimen militar implantado entre 1964 y 1985, esta tendencia hacia el acuerdo entre esas poderosas elites políticas locales permaneció básicamente vigente hasta hoy. La coalición oficialista ahora desarticulada tenía como eje a dos fuerzas con un fuerte acento regional: el PSDB de Cardoso, principal expresión de la pujante burguesía paulista, y el PFL, representación política del tradicional nordeste brasileño.
Salvo un entendimiento de último momento entre las fuerzas de esa coalición, que en términos de Jorge Luis Borges no estaría fundado en el amor sino en el espanto, Lula tiene serias posibilidades de ganar. Las prevenciones que todavía suscita esa alternativa no parecen centrarse solamente en el aspecto ideológico o programático. El PT abandonó hace rato su pasado izquierdista y realizó un pronunciado giro ideológico hacia al socialdemocracia. Tanto es así que el candidato a la vicepresidencia de Lula es José Alencar, un importante empresario textil brasileño, quien encabeza el pequeño Partido Liberal.
Lo que sucede además es que, aún ganando, Lula estaría muy lejos de obtener mayoría en el Congreso. Quedaría entonces obligado a gobernar mediante compromisos parlamentarios constantemente sujetos a revisión con las distintas fracciones de las elites políticas regionales, que son las que predominan en el cuerpo legislativo.
Algo similar ocurrió ya en 1962, cuando la renuncia del paulista Janio Quadros llevó a la presidencia al riograndense Jango Goulart, líder del Partido Trabalhista Brasileño fundado por Vargas, quien para poder gobernar tuvo que acordar con el Parlamento la designación de un primer ministro, antes de ser derrocado por el golpe militar de 1964.
En esas condiciones de extremada fragilidad política, la cuestión no tiene que analizarse desde un prisma ideológico, sino desde las vastas implicancias regionales e internacionales que tiene la instalación de una perspectiva de incertidumbre acerca de la gobernabilidad del Brasil, que por su gigantesca dimensión constituye una de las diez economías más importantes del mundo.
Segunda Parte |
Pascual Albanese , 02/07/2002 |
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