La supremacía norteamericana en perspectiva. (Tercera Parte)

 

Dos profesores del Departamento de Gobierno del Dartmouth College establecen las características del actual sistema mundial de poder y sus consecuencias en el escenario de la política global.
Política unipolar en su forma habitual

La conclusión de que el equilibrio no está entre las cartas puede golpear a algunos como cuestionable, a la luz del desfile de ostensibles combinaciones diplomáticas anti Estados Unidos en los años recientes: la "troika europea" de Francia, Alemania y Rusia; la "relación especial" entre Alemania y Rusia; el "triángulo estratégico" de Rusia, China e India; la "asociación estratégica" entre China y Rusia, etc. Pero una mirada cercana a cualquiera de estos arreglos revela su retórica en oposición a un carácter sustancial. El equilibrio real involucra costos económicos y políticos reales, de los cuales ni Rusia, ni China ni cualquier otra potencia mayor han mostrado ninguna voluntad de soportar.

La forma más confiable para el equilibrio de poder es el incremento en el despliegue de defensa. Sin embargo, desde 1995 el gasto militar de la mayoría de las grandes potencias ha estado declinando en relación al PBI y, en la mayoría de los casos, también en términos absolutos. Como máximo, estas coaliciones opositoras pueden ocasionalmente tener éxito en la frustración de iniciativas políticas de Estados Unidos cuando los costos esperados por hacerlo se mantengan convenientemente bajos. Al mismo tiempo, Beijing, Moscú y los otros han demostrado una voluntad para cooperar con Estados Unidos periódicamente sobre cuestiones estratégicas y, especialmente, en el terreno económico. Esta tendencia hacia un comportamiento de "furgón de cola" fue la norma antes del 11 de Septiembre y sólo se ha transformado en más pronunciada desde entonces.

Considere la "asociación estratégica" chino-rusa, la más prominente instancia de aparente equilibrio a la fecha. La fácil réplica a la retórica sobrealimentada acerca de un "eje" Moscú-Beijing debería incluir el señalamiento de cómo fracasó para demorar, mucho menos parar, la disparada geopolítica del presidente Vladimir Putin hacia Washington con posterioridad a los ataques del 11 de Septiembre. En ningún momento la asociación encaró algún compromiso costoso o coordinación política contra Washington que hubiera arriesgado una genuina confrontación. La piedra fundamental de la asociación - la venta de armas de Rusia a China - refleja una simetría de debilidades más que un potencial de fortalezas combinadas. Las ventas reemplazan parcialmente el atraso de China en tecnología militar, mientras ayudan a demorar la declinación de las industrias de defensa de Rusia. La mayoría de las armas en cuestión son legados de los esfuerzos en I & D del complejo militar-industrial soviético y, dado el insignificante presupuesto de I & D de Moscú hoy, pocos de esos sistemas permanecerán competitivos con los análogos de Estados Unidos o la OTAN.

Aun cuando los dos vecinos firmaron acuerdos cooperativos, profundas sospechas continuaron plagando su relación, los lazos económicos entre ellos permanecen anémicos e improbables de crecer dramáticamente, y ambos estaban altamente dependientes de flujos de capital y tecnología que solamente pueden venir de Occidente. Los líderes rusos y chinos destacan su deseo de un mundo con una influencia reducida de Estados Unidos no porque éste sea un objetivo hacia el cual hayan comenzado a moverse actualmente, sino porque es un principio general en el que pueden acordar.

La retórica del equilibrio es obviamente el reflejo parcial de sentimiento genuino. El mundo encuentra injusto, no democrático, irritante, y algunas veces directamente atemorizante, que haya tanto poder concentrado en un solo estado, especialmente cuando Estados Unidos va por su propio camino agresivamente. Pero dado el peso y la prominencia del poder de Estados Unidos en el escenario mundial, algún incomodidad entre otros países es inevitable, no importa que haga Washington. Los gobiernos extranjeros frecuentemente marchan contra lo que ellos consideran como una intromisión excesiva de Estados Unidos en sus asuntos. Pero expectativas desmesuradas acerca de lo que Estados Unidos puede hacer para resolver problemas globales (tales como el conflicto israelí-palestino) pueden también llevar a la frustración por los supuestos bajos compromisos de Estados Unidos. Menos la abdicación de su poder, nada que los Estados Unidos hiciera resolvería completamente el problema.

La política local y regional también contribuye a la retórica del equilibrio, aunque no a su sustancia. Hasta líderes no demagógicos enfrentan incentivos para actuar sobre el resentimiento antinorteamericano para sus audiencias internas. Y la matemática simple dicta hoy la necesidad de más cooperación regional que anteriormente, mucha de la cual puede tomar un tinte antinorteamericano. El sistema internacional decimonónico presentaba seis a ocho polos entre aproximadamente 30 estados. En los comienzos de la Guerra Fría había dos polos, pero el número de estados se había duplicado a más de 70. Hoy hay un polo en un sistema en el cual la población se ha triplicado a cerca de 200. Como resultado, inevitablemente mucha actividad tendrá lugar a nivel regional, y puede a menudo estar en los intereses de las partes involucradas emplear la retórica del equilibrio como un punto de encuentro para estimular la cooperación, aun si no es el principal conductor de sus acciones.

Sin embargo, manipulaciones de este tipo poseen el potencial de volverse en contra, reforzando la percepción de que los países en cuestión son demasiado débiles para actuar individualmente, algo que puede tener consecuencias dañinas, localmente y en el exterior. De esta forma, otros poderes tienen que encontrar una manera de recordarle a Washington que tienen algún otro lugar al que dirigirse, pero sin hablar por lo bajo de sus capacidades propias y sin excluir acuerdos bilaterales prometedores con los Estados Unidos. El resultado - una búsqueda de equilibrio grande en retórica pero débil en sustancia - es la política en su forma habitual en un mundo unipolar.


¿Entonces qué?

La primera y más importante consecuencia práctica de la unipolaridad de Estados Unidos es notable por su ausencia: la falta de una rivalidad hegemónica. Durante la Guerra Fría los Estados Unidos enfrentaron a una superpotencia militar con el potencial de conquistar todos los centros de poder industrial de Europa y Asia. Para prevenir ese resultado catastrófico, los Estados Unidos comprometieron durante décadas entre el 5 y el 14 por ciento de su PBI en gastos de defensa y mantuvieron un extenso disuasor nuclear que puso un premio sobre la credibilidad de sus compromisos. Principalmente para mantener una reputación de resolución, 85.000 norteamericanos perdieron sus vidas en dos guerras en Asia, mientras que los presidentes de Estados Unidos se involucraron repetidas veces en políticas con cursos de acción cercanos a la catástrofe, que corrieron el riesgo de una escalada de destrucción termonuclear global.

Hoy los costos y los peligros de la Guerra Fría se han desvanecido en la historia, pero es necesario mantenerlos en el recuerdo en el momento de juzgar ajustadamente la unipolaridad. Durante las décadas por venir, parece que ningún estado combinará los recursos, la geografía y las tasas de crecimiento necesarios para montar un desafío hegemónico en esa escala, un desarrollo sorprendente. Los monarcas pueden generalmente ser enterrados sin comodidad, pero Norteamérica no.

Alguno puede cuestionar el valor de estar en la cima de un sistema unipolar si esto significa servir como columna de alumbrado a los descontentos del mundo. Después de todo, cuando había una Unión Soviética la perforaba el impacto del enojo de Osama bin Laden, y sólo después de su colapso él giró su foco hacia Estados Unidos (un indicador del final de la bipolaridad que fue ignorado en su momento, pero que aparece mayor en la visión en retrospectiva). Pero el terrorismo ha sido un problema perenne en la historia y la multipolaridad no salvó a los líderes de varias grandes potencias del asesinato a manos de anarquistas al inicio del siglo XX. De hecho, un retroceso hacia la multipolaridad sería actualmente el peor de todos los mundos para los Estados Unidos. En tal escenario, continuaría liderando el grupo y serviría como punto focal para el resentimiento y el disgusto de los actores estatales y no estatales, pero tendría menos zanahorias y garrotes para usar en el tratamiento de las situaciones. Las amenazas perdurarían, pero la posibilidad de acción coordinada y efectiva contra ellas se reduciría.

La segunda consecuencia práctica de importancia de la unipolaridad es la libertad única que ofrece a los hacedores de políticas norteamericanos. Muchos tomadores de decisiones trabajan bajo sentimientos de restricción y todos los participantes en los debates de políticas defienden sus cursos de acción preferidos apuntando a las terribles consecuencias que resultarían si su consejo no es aceptado. Pero las fuentes de la fortaleza norteamericana son tan variadas y tan duraderas que la política exterior de Estados Unidos hoy opera en el reino de la elección más que en el de la necesidad, en un grado mayor que ninguna otra potencia en la historia moderna. Sea que los participantes la logren o no, esta nueva libertad de elección ha transformado el debate acerca de cuál debería ser el rol de Estados Unidos en el mundo.

Históricamente, las principales fuerzas que presionaban a los estados poderosos hacia la restricción y la magnanimidad han sido los límites de su fortaleza y el temor a la sobreexpansión y el equilibrio. Las grandes potencias típicamente chequeaban sus ambiciones y las referían a otros no porque quisieran, sino porque tenían que ganar la cooperación que necesitaban para sobrevivir y prosperar. No es entonces una sorpresa que hoy los campeones de la moderación norteamericana y la benevolencia internacional enfatizan las restricciones sobre el poder norteamericano en vez de la falta de ellas. El científico político Joseph Nye, por ejemplo, insiste que "[el término] unipolaridad conduce a error porque exagera el grado en el que Estados Unidos es capaz de conseguir los resultados que quiere en algunas dimensiones de la política mundial. El poder norteamericano es menos efectivo de lo que podría parecer primero". Y él previene que si los Estados Unidos "maneja sus poderes duros en una manera arrogante y unilateral", entonces otros podrían ser provocados para formar una coalición equilibradora.

Estos argumentos no son persuasivos, sin embargo, porque fracasan en reconocer la verdadera naturaleza del actual sistema internacional. Los Estados Unidos no pueden ser atemorizados hacia la sumisión por advertencias de ineficacia o un potencial equilibrio. Los aislacionistas y los unilateralistas activos ven esta situación claramente y sus opositores internos también lo necesitan. Ahora, y por el futuro previsible, los Estados Unidos tendrán inmensos recursos de poder con los que pueden liderar, conducir por la fuerza o atraer a otros a hacer sus apuestas sobre una base caso por caso.

Pero sólo porque los Estados Unidos son lo bastante poderosos para actuar sin poner mucho cuidado no significa que debería hacerlo. ¿Por qué no? Porque puede tener los medios para cosechar las ganancias más grandes que eventualmente vendrán de la magnanimidad. Aparte de unos pocos casos en unas pocas áreas de ocurrencia, ignorar las preocupaciones de los otros evita complicaciones hoy al costo de problemas más serios mañana. El unilateralismo puede producir resultados en el corto plazo, pero es apto para reducir la reserva de ayuda voluntaria de otros países que Estados Unidos puede conducir en el camino y, de esta forma, al final la vida se hace más difícil en vez de más fácil. La unipolaridad hace posible ser el matón global, pero también ofrece a Estados Unidos el lujo de ser capaz de mirar más allá de sus necesidades inmediatas hacia sus propios intereses de largo plazo y los del mundo.

Cuarta Parte
Stephen G. Brooks y William C. Wohlforth , 26/07/2002

 

 

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