La crisis social: Desafío y respuesta. (Tercera Parte)

 

Texto de la exposición de Pascual Albanese en la reunión del centro de reflexión política Segundo Centenario, el día 3 de septiembre de 2002.
Un plan de emergencia social

Como decía Keynes, "a largo plazo estamos todos muertos". La política social tiene que encarar ya mismo el "aquí y ahora". Por eso, la primera prioridad de esa Red Nacional de Solidaridad Social no puede ser otra que la de enfrentar y resolver el problema del hambre, fuertemente instalado en la Argentina a partir de la devaluación monetaria de enero pasado.

Aquí entra a jugar la segunda de esas fortalezas estructurales del país a las que nos referíamos al principio de esta exposición: la fenomenal capacidad productiva del complejo agroalimentario argentino. En la actualidad, la Argentina produce alimentos suficientes para alrededor de trescientos millones de personas. Esto quiere decir que con sólo el 3 % de la actual capacidad productiva de la cadena agroalimentaria, alcanza y sobra para resolver las carencias alimenticias de esos casi nueve millones de compatriotas sumergidos en el estado de indigencia.

Meses atrás, las organizaciones representativas del sector agropecuario elevaron a la Mesa para el Diálogo Social convocada por el Episcopado una propuesta concreta que implicaba la donación voluntaria de una parte de la producción para un plan alimentario, que se canalizaría a través de la intervención de Cáritas y de las organizaciones no gubernamentales. Lamentablemente, la reimplantación de las retenciones a las exportaciones agropecuarias dispuesta por el gobierno y la falta de voluntad política exhibida por las autoridades competentes hicieron naufragar una iniciativa que resulta imprescindible retomar.

A pesar de ello, existen actualmente diversas iniciativas particulares en ese sentido, que es necesario mejorar y expandir. La más importante es la que ya puso en marcha la Asociación Argentina para la Siembra Directa - AAPRESID -, encabezada por Víctor Trucco, en coordinación con la Liga de Amas de Casa y un conjunto de organizaciones no gubernamentales, que configura una acabada demostración de las posibilidades que abre una activa cooperación entre esas dos fortalezas estructurales que son la potencialidad productiva de la cadena agroalimentaria y la capacidad creadora y solidaria de las organizaciones sociales argentinas.

No puede haber hambre en el país de los alimentos. La convergencia entre la irrenunciable iniciativa política del Estado, la capacidad productiva del sector agroalimentario y el amplio despliegue de las organizaciones sociales permite generar las condiciones necesarias para que, en un plazo máximo de noventa días, no exista hambre en ningún hogar argentino. En esta tarea, es importante contar también con la activa participación de las Fuerzas Armadas, cuyos efectivos y estructura logística pueden brindar una colaboración muy efectiva para el éxito de esta campaña de emergencia.

Pero no se trata de limitarse a esa imprescindible acción de corto plazo, sin la cual, como diría Keynes, no vale la pena pensar más allá, porque estaríamos todos muertos. Es necesario aprovechar también esa gigantesca potencialidad de la Argentina en materia agroalimentaria para impulsar y multiplicar nuevos emprendimientos empresarios que ayuden al autoabastecimiento alimentario de los sectores más carenciados, les permitan generar un pequeño excedente económico y, al mismo tiempo, contribuyan a incrementar la producción y la capacidad exportadora.

En ese sentido, adquiere singular importancia la inmediata revitalización y reformulación del "Plan Huerta", destinado a la autoproducción de alimentos en gran escala, que en la década del 90 permitió la creación de alrededor de 400.000 huertas familiares, comunitarias y escolares que proveían de alimentos frescos a cerca de dos millones de personas, otra de las tantas iniciativas del peronismo abandonadas luego por el gobierno de la Alianza.

Más aún: las ventajas comparativas que tiene la Argentina en materia de producción de frutas y hortalizas, unida a la amplia disponibilidad de tierras aptas para su cultivo, permiten plantear un ambicioso plan de colonización, que implique la creación de innumerables centros urbano-rurales, provistos de una infraestructura básica y diseminados en toda la superficie del país, a través de la instalación de pequeñas unidades productivas de tipo familiar, utilizando para ello en primer lugar las vastas superficies de tierras fiscales disponibles, en segundo término con la habilitación legal de contratos entre propietarios y colonos con cláusulas similares al "leasing" y, por último, con aquellas tierras que pasen a ser cultivables en el futuro, mediante la realización de obras públicas que ensanchen la frontera agropecuaria argentina.

Esta nueva gran epopeya colonizadora, de características diferentes pero de dimensiones semejantes a la que llevó adelante el país a partir de la presidencia de Julio Argentino Roca, representa un instrumento muy importante para encarar la resolución estructural de los gravísimos desequilibrios demográficos que padece la Argentina, un tercio de cuya población está concentrada en una superficie mucho menor al uno por ciento del territorio nacional, con el enorme impacto negativo que ese desequilibrio produce en términos sociales, en la calidad de vida de la población, y en términos productivos, en la sustentabilidad económica de muchas provincias.

No se trata entonces sólo de resolver rápidamente el problema del hambre. Hay que utilizar también esas mismas fortalezas estratégicas, que son la capacidad para la producción agroalimentaria y la organización comunitaria, para producir nuevos cambios de fondo en la estructura económica y social de la Argentina.


Cuarta Parte
Pascual Albanese , 03/09/2002

 

 

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