DE CRISIS POLÍTICA A CRISIS DEL ESTADO NACIONAL

 


Texto de las exposiciones de Jorge Raventos , Pascual Albanese y Jorge Castro en la primera reunión mensual del ciclo 2003 del centro de reflexión para la acción política Segundo Centenario, llevada a cabo el día 3 de marzo de 2005
PASCUAL ALBANESE

Tal vez habría que empezar diciendo que en estos agitados dos meses de la vida nacional que se desarrollan, para decirlo en términos periodísticos, entre la tragedia de Cromagnon y el escándalo de Ezeiza, hay muy poco de casual, sino que más bien hay una línea de causalidad profunda que conviene entender para poder comprender también la lógica de los acontecimientos políticos en la Argentina. Estamos ante cuestiones que más allá de lo que tengan aparentemente de azarosas, tienen inequívocamente en ambos casos un carácter sistémico, una naturaleza sistémica.

En un momento en el que en el gobierno nacional y también en el gobierno de la ciudad de Buenos Aires, y por qué no decirlo también en gran parte de la opinión pública argentina, prevalecen las corrientes que podríamos caracterizar en términos muy genéricos como “progresistas” y en términos de política económica “estatistas”, fundadas en ambos casos hoy por hoy en el rechazo, casi podría considerarse visceral, a las reformas estructurales realizadas en la Argentina en la década del 90, conviene precisar que estas concepciones de naturaleza “progresista” y “estatista”, precisamente creen reivindicar el fortalecimiento del rol del Estado en la organización de la sociedad. Y si algo paradójicamente sobresale, tanto de la catástrofe de Cromañón como del escándalo de Ezeiza, es precisamente el nivel de desarticulación de la organización del Estado a la cual han llevado estas políticas que se vienen desarrollando con sus más y sus menos en los últimos años. Esto quiere decir que, en nombre de una visión “progresista” y en nombre de una política que tiende a la reivindicación del rol del Estado, se ha profundizado la crisis del Estado en la Argentin. Porque esta aleación de ineficiencia y corrupción amalgamadas que se manifiestan tanto en Cromañón como en Ezeiza, más allá de los adjetivos calificativos, desde el punto de vista de la raíz de los acontecimientos, es lo que supone precisamente la crisis profunda del Estado argentino, provocada por políticas que, paradójicamente, pregonan la reivindicación del rol del Estado.

Esto excede de lejos los temas puntuales de polémica en torno a los controles y a la falta de controles, a los inspectores municipales o a los inspectores de Aduana. Esto, en realidad, tiene que ver con una discusión y una cuestión mucho más de fondo, vinculada precisamente con, si cabe el término, el modelo de Argentina. Porque una de las cuestiones que se han puesto de manifiesto a partir de lo de Ezeiza y el episodio de Southern Winds es, con independencia de esta compañía aérea y de sus muy particulares características, la existencia de un gigantesco mecanismo de subsidios estatales a empresas privadas de transporte público desarrolladas desde la Secretaría de Transporte de la Nación a cargo de Ricardo Jaime, una persona que, como se señalaba al principio por Raventos, de íntima confianza del presidente Kirchner y que discrecionalmente subvenciona a empresas privadas de transporte público por cifras que superan holgadamente los 300 millones de dólares por año, volumen que ha generado, habida cuenta de los antecedentes históricos de la Argentina en la materia, la sospecha de la existencia de episodios de corrupción que pueden dejar absolutamente chicos a cualquiera de los cacareados anuncios y denuncias sobre temas de corrupción en la década del 90.

Lo cierto es que esos subsidios tampoco son una casualidad. La existencia de esos subsidios y de esa política tiene que ver específicamente con un modelo económico o con un intento de instauración de un modelo económico, que en la Argentina también ha tenido expresiones no tan lejanas. El punto de partida fue la creación del Ministerio de Infraestructura, que ha sido la primera innovación institucional del presidente Kirchner en relación a su antecesor el presidente Duhalde, cuando recrea est cartera y la entrega también a una de sus personas de mayor confianza como es el ministro Julio De Vido. Porque desde ese Ministerio de Infraestructura lo que se desarrolla como estrategia es precisamente una política que recuerda muy palmo a palmo aquello que en la década del 80 fue caracterizado, a veces elogiado y al final muy vituperado como “patria contratista”. Porque toda la estrategia que se desarrolla desde el Ministerio de Infraestructura, no solamente los subsidios a las empresas públicas, sino el tipo de negociación que se intenta plantear con las empresas públicas privatizadas, por ejemplo, con las cuales se pretende negociar un mecanismo que permite que el Estado se encargue de las futuras inversiones que se van a desarrollar a través de empresas contratistas independientes de las empresas privatizadas propiamente dichas, todo este mecanismo, reiteramos, lo que supone es de nuevo la puesta a punto de aquella Argentina que fue sepultada por la hiperinflación primero, antes que por Carlos Menem en julio de 1989.

En este planteo hay, por supuesto, como en todo planteo de este tipo, un punto vulnerable y es que la financiación no alcanza. Raventos decía con bastante claridad cuáles son las características que tiene el resultado de este “mega-canje 2” que acabamos de celebrar esta mañana en el Congreso Nacional. Lo cierto es que esta política de subsidios y esta política de inversión pública a través de subsidios a empresas privadas solamente tenía cierta viabilidad en tanto y en cuanto existiera superávit fiscal que generara esa posibilidad. A partir de este “mega canje 2”, ese superávit fiscal ha quedado comprometido obviamente en el pago de la deuda pública renegociada y desde ese punto también habría que decir que esta política de subsidios tiene, en términos de mediano y largo plazo, un alcance muy corto. Ojo: que tenga un alcance muy corto no quiere decir que no se ejecute y que sus efectos y consecuencias no estén a la vista y probablemente se pongan a la vista con mayor claridad en los próximos meses. Toda esta política, este revivir tardío de la década del 80, tiene mucho que ver con el deterioro progresivo del Estado, que después genera episodios como los de Cromañón o el escándalo de Ezeiza. Porque es el mecanismo de deterioro sistemático de la función, misiones, estructura, organización y, por último, financiación del Estado argentino.

Por eso es que en una circunstancia como ésta, paradójicamente, mal que le pese a los estatistas de hoy y a los “progresistas” de hoy, pasa a ser nuevamente una prioridad política la reconstrucción del Estado argentino, un Estado que ha sido sistemáticamente vaciado de significación y funciones en los últimos años, particularmente los últimos y cinco años. Esa reconstrucción del Estado, en un país que, como tantas veces nos explicara aquí mismo también nuestro amigo y compañero Jorge Castro, se caracteriza por un tejido institucional frágil, solamente es posible en tanto y en cuanto se reconstruya previamente un poder político sólido y, como también se desprende del análisis que nos acaba de hacer Castro, en las condiciones de la Argentina de hoy, un poder político sólido supone, en primer lugar, un poder político que esté fundado en un peronismo que haya vuelto a unificarse como un actor político capaz de garantizar la gobernabilidad de la Argentina. Este peronismo dividido de hoy no está en condiciones de garantizar ni la gobernabilidad ni la reconstrucción del Estado argentino. Desde ese punto de vista, habría que decir que entre la tragedia de Cromañón y el escándalo de Ezeiza ha habido en la Argentina un hecho político de enorme importancia que se ha generado dentro del peronismo y que ha sido el encuentro de San Luis entre Carlos Menem y Adolfo Rodríguez Saa. Porque ese encuentro y esa declaración emitida en conjunto el 25 de enero de este año marcn el primer signo de revitalización política del peronismo como movimiento y la primera propuesta concreta que tiende a la reconstitución del peronismo como un actor político unificado en la sociedad argentina.

En tanto y en cuanto este peronismo fragmentado no encuentre ese camino de reunificación política, es obvio que este camino de decadencia y de crisis iniciado hace unos año seguirá inevitablemente su curso. Importa señalar que esta tendencia dentro del peronismo a buscar sus mecanismos de reunificación, esto que Perón muchas veces se refirió como los “anticuerpos” del peronismo para frenar las tendencias hacia su disgregación, no se expresa solamente en estas corrientes que encabezan Carlos Menem o Adolfo Rodríguez Saa. El contenido de esa declaración de San Luis expresa probablemente el sentido, la orientación profunda, el sentir profundo de la inmensa mayoría del peronismo argentino.

Desde ese punto de vista, al empezar hoy, 1º de marzo, lo que se puede llamar el año político propiamente dicho, un año político que además tiene un calendario muy claro, que se define fundamentalmente en las elecciones legislativas de octubre de este año, conviene poner particularmente la atención en lo ocurrido anteayer en Santiago del Estero. Porque más allá de cualquier consideración de tipo partidista, lo cierto es que es este gobierno el que ha conseguido lo que casi cabría calificar como el milagro de que, por primera vez en 60 años, el peronismo pueda perder una elección en la provincia de las características de Santiago del Estero.

Pero en segundo lugar conviene repasar el hecho de que en esta elección, más allá de los contendientes que accidentalmente disputaron la gobernación, el gobierno central empleó una masa de recursos presupuestarios, que si se pudiera medir “per cápita” debe ser de las más elevadas desarrolladas en la historia argentina en materia de prebendas electorales sin que esa masa de recursos tuviera el resultado que sus impulsores pretendieron imprimirle. Y este detalle es absolutamente fundamental para tener en cuenta cual puede ser la previsión sobre la evolución del proceso político argentino en los próximos meses. Porque no nos engañemos: la imagen del presidente Kirchner en Santiago del Estero efectivamente es muy alta, no tan alta como lo es en la ciudad de Buenos Aires, pero es muy alta, pero eso no tiene absolutamente nada que ver con el desarrollo del proceso político particular de Santiago del Estero ni con la forma con que los santiagueños pretendieron resolver su cuestión y resistir un intento de manipulación política.

Importa destacar de Santiago del Estero que, aún en las provincias tradicionalmente más pobres de la Argentina, el mecanismo del clientelismo electoral ha resultado insuficiente para garantizar el triunfo del oficialismo. Tener en cuenta este detalle en este año electoral que empieza el 1º de marzo es una lección que todos nosotros debemos tener muy en cuenta para medir cuales son los pasos que en adelante tenemos que seguir.
Pascual Albanese , 04/04/2005

 

 

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