LA ARGENTINA EN LA NUEVA ERA MUNDIAL

La agenda de los valores: Ratzinger y Bush

 


Texto completo de las exposiciones realizadas por Jorge Raventos, Pascual Albanese y Jorge Castro en la reunión del centro de reflexión para la acción política Segundo Centenario realizada el pasado martes 3 de mayo en la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES), calle Paraguay 1239, primer piso
PASCUAL ALBANESE

Arturo Jauretche solía recomendar a los argentinos que, para no equivocarse había que leer “La Prensa”. Jauretche se refería al diario “La Prensa” en esa época y lo que quería decir era que, para no equivocarse, había que ver qué era lo que decía “La Prensa” para pensar y decir lo contrario. Es probable que en el año 2005, en la Argentina de hoy, si uno tuviera que busca una analogía con el pensamiento de Jauretche habría que decir que, para no equivocarse, habría que leer “Página 12”. Sé que es duro leer “Página 12”. Hasta es probable que fuera más entretenido leer “La Prensa” hace unos cuantos años. Por eso es que habría que recomendar una dosis un poco más homeopática: ya no la lectura de Página 12, pero sí, por lo menos, la lectura de las columnas dominicales de Horacio Verbitsky.

Digo esto porque el domingo 24 de abril, apenas cinco días después de la finalización del reciente Cónclave Cardenalicio, hay un párrafo de una nota de Verbitsky vinculada con la sucesión de Juan Pablo II y la elección del Cardenal Ratzinger como Benedicto XVI. Decía Verbitsky el 24 de abril pasado: “La designación del Cardenal Angelo Sodano como Secretario de Estado del Vaticano y la del obispo argentino Leonardo Sandri como sustituto ( habría que decir en ambos casos, aclaro, la confirmación, porque no fue designación de ambos) están entre las peores noticias que pudo recibir el país”. Y agrega: “Solo la elección de Jorge Bergoglio hubiera producido un cuadro más complicado. En cualquier caso –dice Verbitsky-, el foco de atención del hipotético Papa Bergoglio hubiera sido la Argentina, así como el de Karol Wojtila fue Polonia, lo cual hubiera creado un serio problema de gobernabilidad”.

Yo los invitaría a meditar treinta segundos acerca de la profundidad que encierra esta definición de Horacio Verbitsky para entender un poco el sentido de por qué en la noche de hoy nos hemos atrevido a considerar el tema que en conjunto estamos abordando.

Habría que decir que, tal vez a diferencia de lo que piensa Verbitsky, es probable que si de “mala noticia” se trata para Horacio Verbitsky y de buena noticia para la Argentina, probablemente ninguna mejor, o peor según la óptica, que la elección de Benedicto XVI como sucesor de Juan Pablo II. Pero estas afirmaciones muy claras de Verbitsky, y que en realidad habría que tomar muy en serio habida cuenta de su papel de ideólogo de un sector importante del gobierno,van más o menos de la mano de algunas afirmaciones que duraron horas, porque la realidad es muy dinámica, del canciller argentino Rafael Bielsa, quuen manifestó más o menos por ahí, por esos días, ya no me acuerdo la fecha exacta, que el gobierno argentino “esperaba”, esto fue antes de lo que Verbitsky es escribiera lo que escribió, “esperaba” repito, las designaciones que el nuevo Papa hiciera en lo que podría llamarse la estructura del Vaticano, antes de emitir algo así como una opinión acerca de las características del nuevo papado.

Verbitsky, como escribió su colukmna dominical después de lo que había dicho Bielsa, ya tomó esas designaciones de Benedicto XVI como “lo peor” que se podía esperar, tanto por parte de él como seguramente por parte del canciller Bielsa y del presidente Néstor Kirchner. Porque además, más o menos por los mismos días, la prensa argentina daba a conocer la existencia de una carta que en realidad no era de fines de abril sino que era del 30 de marzo y que el entonces cardenal Ratzinger habría enviado al Vicario Castrense, a monseñor Antonio Baseotto, a raíz precisamente del conflicto, que todos ustedes conocen, suscitado entre el gobierno argentino y el Estado Vaticano.

No se trata de ninguna manera de restarle méritos a Verbitsky y lo decimos muy en serio, porque importa tomar su pensamiento como un pensamiento influyente en el gobierno argentino de hoy. Por eso es que, así como es recomendable la lectura de esta columna dominical del 24 de abril, sería útil, si no fuera mucho más larga, la lectura de un libro que él publicó en el mes de febrero de este año, justamente ahora hace dos meses, “El silencio”, y que está destinado precisamente a marcar desde su perspectiva la supuesta complicidad entre la Iglesia Católica argentina, incluido el cardenal Bergoglio, con el régimen militar.

Es importante destacar este hecho de la simultaneidad porque se da la publicación de este libro “El silencio” prácticamente al mismo tiempo con el inicio del conflicto que se genera en torno a la carta de monseñor Baseotto al Ministro de Salud Pública, Ginés González García, carta, bueno es reiterarlo, no fue pública por parte de monseñor Baseotto, sino que fue publicitada y sí fue pública por González García y el gobierno argentino, lo cual denota a las claras la intencionalidad política con que el gobierno presentó esta situación, que es exactamente la intencionalidad política que persigue el libro “El silencio” de Horacio Verbitsky.

Es obvio que el entredicho, por así llamarlo, entre el gobierno argentino y la Iglesia Católica no empezó en febrero. El libro de Verbitsky, en realidad, viene a ser parte de una confrontación, una de las tantas confrontaciones que habría que decir que el gobierno de Néstor Kirchner inició desde hace dos años, más específicamente desde su asunción el 25 de mayo del 2003. No hace falta ahora hacer con ustedes un “racconto” de la cantidad de episodios de distinto nivel que marcaron ese estado de confrontación constante entre el gobierno y la Iglesia Católica, pero simplemente habría que citar, sin entrar mucho en detalles, lo que supuso la discusión sobre el tema de las “uniones civiles” en la Ciudad de Buenos Aires, también en la Ciudad de Buenos Aires la polémica desatada en torno a la denominada Ley de Educación Sexual, el conflicto suscitado en torno a la exposición del pintor León Ferrari en el Centro Cultural recoleta ( todo esto a nivel de la ciudad de Buenos Aires) y, en otro plano, por ejemplo, el cruce del presidente Kirchner con el Arzobispo de La Plata, monseñor Aguer, entre otros cruces con distintos obispos del interior de la República Argentina, como el titular del Equipo de Pastoral Social, monseñor Carmelo Giaquinta.

Es por eso que no debería ser motivo de extrañeza, ni de escándalo, la ausencia del presidente Kirchner en las exequias de Juan Pablo II. Es algo que está dentro de la lógica de las cosas, está dentro de las estrategias políticas del gobierno, está dentro del proyecto ideológico de los sectores que acompañan al gobierno. Por eso, en realidad, lo único que a veces puede maravillar de todo eso es un nivel de coherencia que puede hasta darse de bruces con la realidad. Por eso es que en esta confrontación permanente desatada entre el gobierno de Kirchner y la Iglesia Católica, la persona de Esteban Caselli, cuya importancia y mérito no se trata acá ni de discutir ni de negar, ni de promover, ni de subestimar, se convierte en una metáfora, que es la metáfora de la década del 90. Porque lo que sobresale como diferencia en la relación entre el Estado argentino y la Iglesia Católica en el gobierno de Kirchner y en el gobierno de Carlos Menem es precisamente la existencia, durante el gobierno de Menem, de una sólida alianza de valores planteada entre el gobierno argentino y el Vaticano, cuya expresión más firme y más sólida, aunque de ninguna manera la única, fue la defensa del derecho a la vida desarrollada por el Estado argentino en todos los fueros internacionales. Una defensa habría que decir a capa y espada, en situaciones en las cuales la inmensa mayoría de los gobiernos manejaban posiciones distintas y donde la posición de la Argentina solamente coincidía básicamente con la posición del Estado del Vaticano y, hay que decirlo, la de algunos países islámicos.

Esta coincidencia que se dio en la década del 90 entre el gobierno argentino y el Vaticano en torno a una agenda de valores comunes, viene a cuento también para mencionar una coincidencia estratégica muy anterior, y hay que decirlo históricamente mucho más importante, que fue la que se produjo entre octubre de 1978, fecha de la elección de Juan Pablo II como sucesor de Juan Pablo I, y enero de 1981, fecha de la asunción de Ronald Reagan como presidente de los Estados Unidos, cuando el Vaticano por un lado y la Casa Blanca por el otro comienzan a desarrollar una política común que tiene como objetivo principal la derrota del comunismo soviético y que produce en menos de diez años años la caída del Muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética.

Hay un libro de Bob Woorward, uno de los dos periodistas del Washington Post que desataron el caso Watergate, que narra con bastante detalle las características de la vinculación entre el Vaticano y Washington, a principios de la década del 80. Cuenta cómo Ronald Reagan designa a William Casey, un irlandés católico, al frente de la CIA, cómo uno de los primeros viajes internacionales de Casey fue justamente a Roma a entrevistarse con Juan Pablo II y cómo en ese momento empieza a desarrollarse lo que después podemos llamar el “Operativo Solidaridad” en Polonia que es el comienzo del fin del bloque socialista.

Es decir que hace veinticinco años se producía una coincidencia estratégica que cambió el mundo, una coincidencia que asociaba a la principal autoridad o liderazgo espiritual de la Tierra, el Papa, con la potencia económica, tecnológica y militar más importante del mundo, Estados Unidos. Esto se daba en un contexto en el cual ( década del 80 en Estados Unidos) se producían los primeros síntomas de un renacimiento religioso, profundizado en los años posteriores, que actuaba precisamente como una reacción cultural frente a la tendencia cultural, generada también dentro de Estados Unidos en la década de los 60, que era, por así decirlo, la “era de la marihuana”. Ese renacimiento religioso funcionó entonces como una suerte de giro en la cultura predominante en los Estados Unidos en las décadas del 60 y el 70, un giro que se expresa después en Reagan y lo que se ha dado en llamar la “revolución conservadora”.

Esa convergencia estratégica fue la que produjo la caída de la Unión Soviética y, volviendo a la Argentina y a la década del 90, esa caída de la Unión Soviética fue la que abrió el espacio en el cual se desarrollaron las reformas estructurales que Carlos Menem lideró políticamente en la Argentina en la década del 90. Veinticinco años después de aquella coincidencia, con algunos meses de distancia por cierto, entre la elección de Juan Pablo II como sucesor de Juan Pablo I y el triunfo de Ronald Reagan en las elecciones norteamericanas que fueron en noviembre del 80, se produce también otra convergencia muy importante, a la cual probablemente no se le ha prestado todavía la suficiente atención. En noviembre del año pasado es reelecto George W. Bush como presidente de los Estados Unidos, en una elección en la cual el tema de los valores es absolutamente decisivo en lo que hace a la inclinación del electorado norteamericano. Meses después, el cardenal Ratzinger es elegido como sucesor de Juan Pablo II.

Habría que decir que acá hay también una enorme coincidencia en torno a una agenda de valores. Hay que señalar también que, contra lo que el pensamiento “progresista” suele derramar, el pueblo norteamericano es uno de los pueblos más religiosos del planeta, lo cual no quiere decir por supuesto que sea católico. Acaba de salir, y esto sí se los recomiendo, no como el libro de Verbitsky, un libro de Guy Sorman, titulado “Made in USA”. Consigna que un 97% de los norteamericanos dice creer en Dios, lo que es una proporción infinitamente superior, aclaro, a la que en las encuestas aparece en los países europeos y en otros países del mundo. Agrega que un 60% de los norteamericanos considera que la religión ocupa un lugar central en su vida personal, lo mismo, una proporción infinitamente superior a la de muchas otras partes del mundo, sobre todo católicas. En tercer lugar, destaca que un 40% de los norteamericanos concurre a una ceremonia religiosa una vez por semana, también una proporción muy superior al promedio mundial.

Por último, indica y habría que agregar que en Estados Unidos hay un templo por cada 800 habitantes. Esto conviene tenerlo en cuenta para poder comprender hasta qué punto la reelección de George W. Bush, fundada en una agenda de valores, converge con la elección de Joseph Ratzinger como Benedicto XVI, en el comienzo de lo que nosotros, audazmente tal vez, nos animamos a caracterizar como el comienzo de una nueva era histórica en el mundo y también en la Argentina.

Raventos hacía referencia a cómo, en el denominado pensamiento “progresista”, lo efímero y lo instantáneo muchas veces ocultaban las tendencias profundas de la realidad. Hay un conocido autor norteamericano que se llama John Naisbitt, que es el autor de varios trabajos sobre las llamadas “Megatendencias”, en los que analiza periódicamente, las grandes tendencias estructurales de la sociedad norteamericana. Naisbitt hace una distinción, y creo que en este caso particularmente oportuna, entre las “modas” y las “tendencias”: Naisbitt señala que las modas fluyen de arriba hacia abajo y que las tendencias, en cambio, crecen desde abajo hacia arriba. Es probable que estemos en el comienzo de una nueva tendencia mundial.
Jorge Raventos, Pascual Albanese, Jorge Castro , 12/05/2005

 

 

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