EL NUEVO ESCENARIO POLÍTICO.

 


Texto completo de las exposiciones realizadas por Jorge Raventos, Jorge Castro y Pascual Albanese en la reunión del centro de reflexión para la acción política Segundo Centenario realizada el pasado martes 1ª de noviembre en la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES), calle Paraguay 1239, primer piso
JORGE CASTRO

En estos 30 meses que lleva de gobierno Néstor Kirchner ha tenido un solo objetivo, mostrando una extraordinaria capacidad de concentración. Ese objetivo ha sido construir el poder político que las urnas le habían negado en las elecciones del 27 de abril del 2003. Con esa prioridad excluyente, llegó a las elecciones del 23 de octubre. Pasado el comicio tiene lo que tiene, pero hay algo que ya no puede postergar más, que es la tarea de gobernar la Argentina.

Conviene agregar que tan importante como ese objetivo monomaníaco ha sido la estrategia con que ha buscado su realización. Esta es una estrategia de confrontación, de enfrentamiento, de polarización, de fragmentación. Ahora, en esta segunda y última fase de su actual mandato constitucional, Kirchner enfrenta tres problemas fundamentales, estrechamente vinculados entre sí. El primero es la sustentabilidad del crecimiento económico argentino. El segundo es la aparición generalizada de reivindicaciones salariales como cuestión central en la agenda política y social del país. Y, en tercer lugar, está la reinserción internacional de la Argentina.

El común denominador entre estos tres temas básicos es el virtual agotamiento de la etapa de fuerte recuperación económica experimentada en los últimos tres años, que se fundó casi exclusivamente en la plena utilización de la capacidad ociosa del aparato productivo. La brecha entre producto bruto real y el producto bruto potencial de la Argentina en el primer trimestre del año 2002 fue del 22% del producto bruto. Esa brecha entre el crecimiento potencial y el crecimiento real está virtualmente cerrada. En efecto, los indicadores señalan que la capacidad instalada de la industria argentina está siendo aprovechada en un promedio general del 75% o, lo que es lo mismo, en los niveles semejantes a los de la etapa previa a la crisis.

Sin embargo, este dato de la virtual utilización completa, plena, de la capacidad instalada de la industria argentina es un dato engañoso si se hace sólo un análisis de tipo cualitativo. Porque este 75% de utilización de la capacidad instalada de la industria argentina está fundamentalmente influido por el hecho cuantitativo de que la industria automotriz argentina todavía trabaja al 47% de su capacidad instalada. Esto significa que existen, sobre todo en sectores productores de insumos críticos para la actividad económica, un nivel de utilización de la capacidad instalada que ya está más de un 90% del tota. Por lo tanto, de no registrarse un importante incremento de la tasa de inversión, la tendencia estructural de la economía argentina conduce inevitablemente a una situación de amesetamiento económico.

Conviene agregar dos datos para comprender el significado del hecho de que la capacidad instalada utilizada en la Argentina ya está prácticamente completa. El primero es éste: la economía argentina creció en tres años alrededor del 26%. La tasa de crecimiento ha sido de un promedio del 9%. Si se le suma a ese crecimiento del producto bruto del 26%, el saldo de la balanza comercia, y se lo agrega al crecimiento del producto bruto, el aumento en la demanda agregada es del 30% del PBI.

Sin embargo, lo verdaderamente notable es que en un país donde el producto bruto interno ha crecido un 26% en tres y donde la demanda agregada se ha expandido más de un 30%, en ese mismo período la capacidad instalada de la industria que ha crecido con esa magnitud es cero. Esto es: en el transcurso de estos tres años, la capacidad instalada de la industria argentina es exactamente la misma que existía antes del comienzo de la crisis.

El segundo elemento que conviene tomar en cuenta para ubicar el significado y sentido de este crecimiento extraordinario que la economía del país ha tenido en tres años es el siguiente: así como la capacidad instalada creció cero, mientras el producto bruto interno crecía 26%, en este mismo período el incremento de la productividad no sólo no ha crecido sino que es negativo: cero de incremento de la capacidad instalada, cero de incremento de la productividad o. lo que es lo mismo, productividad negativa, mientras que el producto bruto crecía 26%. El resultado es que, a pesar del aumento significativo de la tasa de inversión, el año pasado ha crecido el 30% y este año va a crecer un porcentaje semejante, hay que tomar en cuenta que el punto de partida del incremento de la tasa de inversión de la economía argentina en los últimos tres fue la tasa de inversión de la economía argentina en el primer y segundo trimestre del año 2002, que fue de apenas un 12% del producto bruto interno. Este año está en el orden del 19%, 20% del producto bruto interno.

Si se mide la tasa de inversión de la Argentina, no en relación al producto bruto interno, sino en valores constantes, dólares, según la capacidad de compra que tiene esa tasa de inversión de bienes de equipo y bienes de capital, en ese caso la tasa de inversión de la Argentina no llega al 18%, o lo que es lo mismo, la actual tasa de inversión doméstica de la economía argentina alcanza solo para mantener el stock de capital ya existente. Esto significa que, en lo esencial, la economía argentina sigue funcionando con el aparato productivo de la década del 90.

Pero existe un agravante. Si se examina más de cerca la composición de la tasa de inversión de la economía argentina, se advierte lo siguiente: un tercio de esa tasa de inversión está focalizada en la industria de la construcción, que tiene por cierto un fuerte impacto en la creación de empleo, pero que no influye en modo alguno en la ampliación de la capacidad instalada.

Por otra parte, esa inversión en la industria de la construcción ha crecido en virtud de la convergencia de dos factores muy particulares. El primero es la utilización de la compra o de la construcción de inmuebles por los particulares como instrumento de ahorro. Porque los argentinos no ahorran en el sistema financiero. El segundo de esos factores es que hay una tendencia mundial generalizada hacia la inversión inmobiliaria como resultado de la hiperliquidez mundial existente en este momento. El stock financiero internacional es hoy el más amplio, el más líquido, el de mayor intensidad de toda la historia del capital en el mundo.

Es en este contexto que aparece que la tasa de inversión en bienes de capital continúa todavía en niveles notablemente bajos. Hay un segundo elemento cualitativo digno de tenerse en cuenta en el análisis de la composición de la tasa de inversión en la Argentina: salvo las inversiones vinculadas con el complejo agroalimentario, que tiene una dinámica obviamente vinculada en forma directa a la evolución del mercado mundial de alimentos, en acelerada expansión, la gran mayoría de las inversiones en estos últimos tres años han sido realizadas principalmente por la pequeña y mediana empresa, favorecidas por el proceso de sustitución de importaciones inducido por la devaluación. Un tipo de cambio 3 a 1 que es el actual, 3 pesos por dólar, en términos prácticos significa una gigantesca restricción del mercado interno. Es lo mismo que si la Argentina tuviera un nivel tarifario que alcanzara como promedio 40% y llegara a picos del 200%.

Pero un dato mayor en este sentido es que las grandes empresas, tanto nacionales como internacionales, que son acá y en todas partes del mundo los grandes protagonistas de los proyectos significativos de inversión, no están suficientemente presentes todavía en esta materia. Más aún, un cuadro significativo es ver lo siguiente: ¿qué hacen las transnacionales radicadas en la Argentina?. Excluyendo al sector de las empresas públicas de servicios privatizados, es muy interesante es ver qué ocurre con esas empresas transnacionales, ante todo las de tipo industrial. Conviene ubicar qué sucede con la inversión que realizan estas transnacionales en el momento actual y la que realizaban en la década del 90. Aparece entonces que la tasa de reinversión realizada por las empresas transnacionales radicadas en la Argentina en la década del 90 era del orden del 30 y del 40%. En el momento actual, esas grandes transnacionales, a pesar de que muchas de ellas tienen una extraordinaria rentabilidad, la tasa de reinversión de sus ganancias es cero o negativa.

La mayoría de los especialistas estima imprescindible que los niveles de inversión superen el 23%, 24% del producto bruto interno para poder ampliar efectivamente de manera sustentable, en el mediano y largo plazo, la capacidad productiva argentina. Este año la inversión está en el orden del 19% del producto bruto interno, menor si se mide, no la relación con el producto bruto interno, sino la capacidad de compra efectiva en términos de dólares que esa tasa de inversión tiene en relación a bienes de equipo y bienes de capital.

Según las previsiones contenidas en el proyecto del presupuesto nacional para el próximo ejercicio 2006, el nivel de inversión entonces va a ser de 21.5% del producto bruto interno. Lo que ocurre es que es imprescindible que esa tasa de inversión esté orientada esencialmente a la adquisición de bienes de capital en lo que técnicamente se denomina el hundimiento de capital de mediano y largo plazo, que éste es el núcleo del proceso de inversión. Es aquí donde reside el principal desafío económico. Porque, a diferencia de lo que ocurrió hasta ahora, ya no es posible mantener un ritmo adecuado en el crecimiento económico en función de la utilización de la capacidad instalada sobre la base de las inversiones realizadas en la Argentina a lo largo de la década del 90.

El segundo gran desafío que aguarda al gobierno de Kirchner a partir de estas elecciones es la cuestión salarial. Los niveles de actividad económica han vuelto a ser los de 1998, antes de la crisis, pero los niveles salariales están entre 25 y 30% por debajo de lo que eran entonces, con una diferencia central, como sucede en toda la economía argentina entre la economía formal y la economía informal. En la economía informal, la relación con los ingresos salariales que tenían en la época de la convertibilidad, presenta una diferencia, hacia abajo, de aproximadamente el 40%.

En síntesis, hay conciencia en este momento de que la distribución de la riqueza en la Argentina, por algún motivo estructural, es mucho más desigual que antes de que tuviera lugar la devaluación que se produjo en diciembre del 2001. La razón es básicamente la siguiente: a partir de entonces se instaló un nuevo modelo económico, denominado “modelo productivo”, cuya característica central es dólar alto y salarios bajos. La consecuencia es que, habiéndose recuperado la actividad económica a los niveles previos a la crisis, ahora los trabajadores, con enorme sentido común, reclaman, tanto en el sector público como en el privado, recuperar los niveles salariales de la década del 90.

Todos ustedes tienen presente alguno de los conflictos recientes y actuales. Los trabajadores de la pesca en Mar del Plata, los camioneros, los judiciales, los docentes universitarios, los petroleros, la salud, incluso el auto acuartelamiento de las policías provinciales, el más significativo el de la provincia de Santa Cruz. Pareciera, en síntesis, que hay un nuevo escenario en materia salarial que llegó para quedarse y que puede caracterizarse como reaparición en gran escala de la puja distributiva por el ingreso nacional.

Hay un detalle adicional que conviene tenerlo presente: la reaparición del fantasma de la inflación actúa en este terreno como un factor doblemente revulsivo. Porque, por un lado, azuza, empuja, las demandas salariales pero al mismo tiempo tiende a espiralizar los aumentos de precios. ¿Qué sucede con la tasa de inflación de la Argentina?. Ante todo, conviene ubicar el tema es en relación al mundo, porque siempre y en todos los casos hay que ubicar los fenómenos de la Argentina en el contexto mundial. Lo que sucede en el mundo es lo siguiente: la tasa de inflación mundial es del 2%, la tasa de inflación de América Latina del 4,5%, la tasa de inflación de la Argentina del 12%. Hay tres países en el mundo en el momento actual que tienen una inflación de dos dígitos: Rusia, Venezuela y la Argentina.

El tercero de los grandes desafíos pendientes en la tarea de gobernar que ahora tiene que encarar ineludiblemente el gobierno del presidente Kirchner es la reinserción internacional de la Argentina. En el mundo de hoy, ningún país puede crecer sostenidamente en el aislamiento. En la era de la globalización, todas las experiencias exitosas de crecimiento de los países emergentes están asociadas a una mayor integración en la economía mundial. El caso paradigmático obvio, notorio, es China, que tiene una relación comercio internacional-producto bruto interno del 75%.

Pero en América Latina un caso semejante es Chile, que tiene la economía más abierta de toda la región y tiene ahora trece acuerdos de libre comercio con todas las regiones del mundo, incluyendo un acuerdo de libre comercio con la Unión Europea y otro con los Estados Unidos y acaba de informar este fin de semana Ignacio Walker, Ministro de Relaciones Exteriores de Chile, que acaba de ser cerrado el acuerdo de libre comercio con la República Popular Chin. Es el primer acuerdo de libre comercio de la República Popular China con un país latinoamericano, es el primer acuerdo de libre comercio de la República Popular China con un país de Occidente.

En síntesis, en el mundo de hoy no es una cuestión ideológica o una afirmación ideológica, sino la constatación de un hecho, la evidencia de que para que un país crezca sostenidamente debe formar parte de las grandes corrientes de comercio y de inversión que caracterizan a esta etapa de la economía mundial en su fase de globalización.

Ahora, ¿qué sucede en este aspecto con la Argentina?. Las inversiones extranjeras directas en la Argentina en el momento actual, en proporción al tamaño de la economía del país son casi insignificantes. Hoy, en materia de inversiones extranjeras directas, la Argentina con 38 millones de habitantes es el cuarto país de América Latina, muy por atrás de Brasil, de México pero también muy por atrás de Chile que tiene 17 millones de habitantes.

Conviene recordar, simplemente como... un pasatiempo, que no fue así en la década del 90. Por ejemplo, en 1997 en proporción al tamaño de su economía y de su población la Argentina, fue el país que recibió la mayor inversión extranjera directa de todo el mundo. En ese período, el 32% de la inversión extranjera directa que venía a América Latina iba Brasil, el 15% a la Argentina o, lo que es igual, por cada 2 millones de dólares de inversión extranjera directa que recibía Brasil, la Argentina recibía un millón de dólares. Pero Brasil tiene 174 millones de habitantes, la Argentina tiene 38. Proporcionalmente a su población y a su producto, la inversión extranjera directa que recibía la Argentina era entonces muy superior a la de Brasil.

La Argentina ha perdido relevancia internacional. En las actuales circunstancias históricas, adquiere más vigencia que nunca esa afirmación de Perón, realizada en su libro “La hora de los Pueblos”, cuando señalaba que “...en el mundo de hoy la política puramente nacional es una cosa casi de provincias. Hoy todo es política internacional que se juzga y se juega adentro o afuera de los países”. Esto significa en síntesis que un país no puede definir un proyecto nacional sin una visión del contexto mundial. Esto, notoriamente, es una noción que en la Argentina de hoy brilla por su ausencia.

Esta política exterior de largo plazo, de carácter estratégico basado en un diagnóstico acertado de las corrientes y de las tendencias mundiales, tiene que tener especialmente en cuenta lo que sucede en el escenario regional. En este terreno, ocurren novedades de extrema importancia. En vísperas de la Cumbre de las Américas, las Américas en Mar del Plata, en la que entre otros temas se debaten precisamente la cuestión del ALCA, Chile ha anunciado su acuerdo de libre comercio con China. Y mientras Chile anuncia su acuerdo de libre comercio con China, e ingresa ya en su segundo año de un acuerdo de libre comercio de carácter bilateral con los Estados Unidos, además de que tiene en su tercer año un acuerdo de libre comercio bilateral con la Unión Europea.

Al mismo tiempo que eso sucede con Chile, la profundización de la crisis política de Bolivia ha vuelto a colocar al país del Altiplano al borde de la desintegración nacional. Quizás, al menos metafóricamente, ambos hechos, el acuerdo Chile-China, la desintegración acelerada boliviana, constituyen un paradigma de la disyuntiva que hoy enfrenta América del Sur. Por un lado, la integración en las grandes corrientes de comercio y de inversión de la economía mundial. Por el otro, el aislamiento externo, el atraso económico, el incremento de la miseria y de la marginalidad social.

Chile no es sólo el país sudamericano que en el último cuarto de siglo lidera incuestionablemente el crecimiento económico regional. En 22 años de historia reciente, Chile ha tenido 18 años de crecimiento económico continuado. Es también el único que en los últimos años logró reducir efectivamente los índices de pobreza y muestra una mejora generalizada de todos los índices sociales. Estos logros son el resultado de una estrategia exitosa de inserción internacional mantenida a lo largo de tres décadas por gobiernos de distintos signos, tanto civiles como militares, a tal punto que, en materia de apertura económica internacional, es muy difícil encontrar diferencias significativas entre la política del presidente socialista Ricardo Lagos, embajador en la Unión Soviética de Salvador Allende, con el iniciado hace 30 años el régimen del general Augusto Pinochet.

Mientras tanto, la crisis política de Bolivia, que es el país más pobre de América del Sur, comenzó con el derrocamiento del presidente constitucional Gonzalo Sánchez de Losada, cuyo factor detonante fue la movilización masiva de tipo insurreccional de una amplia y heterogénea coalición de fuerzas opuesta a la firma de un acuerdo de exportación de gas con Estados Unidos, que sería transportado a través de los puertos chilenos.

De allí que, al margen de sus características ideológicas, el conflicto político boliviano tenga una inequívoca dimensión regional. En las calles de Santa Cruz este fin de semana, tras la suspensión de las elecciones previstas para el 4 de diciembre, comenzó a firmarse un petitorio en el que se reclama la convocatoria de la consulta popular para sancionar no ya la reclamada autonomía departamental sino lisa y llanamente la separación e independencia de Santa Cruz del estado boliviano.

Bolivia y Chile configuran entonces las dos opciones estratégicas de América del Sur: el aislamiento externo o la inserción internacional. Todos los países de la región están obligados a definir su rumbo estratégico en este contexto mundial, cada vez más integrado por la globalización económica. La Argentina no es una excepción. El Centro de Economía Internacional de la Cancillería acaba de publicar un informe en el que consigna textualmente: “el tamaño del mercado de oportunidades de Argentina en el ALCA asciende a 78 mil millones de dólares, el volumen total de las exportaciones argentinas es de 36 mil millones de dólares”. Mientras tanto, la negociación del ALCA está paralizada.

Estados Unidos avanza a través de acuerdos bilaterales con los países de la región. Después del NAFTA, en el que incorporó a Canadá y a México, ha firmado un acuerdo de libre comercio con Chile, después acaba de firmar en el 2005 el acuerdo de libre comercio con los países de Centroamérica, más la República Dominicana menos Panamá. Avanza este año la negociación, que espera concluir incluso antes de terminar el 2005, con los acuerdos de libre comercio bilateral con Colombia, Perú y Ecuador. En los últimos meses, notoriamente, el Paraguay busca negociar un acuerdo de libre comercio con los Estados Unidos.

En definitiva, lo que resta para la confirmación del ALCA, ya sea vía multilateral o bilateral, son Brasil y la Argentina. Y en el empresariado brasileño, comenzando por el sector agroalimentario, pero no sólo reducido a él, se multiplican las voces que advierten que los tratados que Estados Unidos está firmando en el continente tienden a perjudicar a las actuales exportaciones brasileñas dirigidas al mercado norteamericano, que corren el peligro de ser desplazadas por competidores favorecidos con arancel cero.

Tres precisiones finales. En el mundo de hoy, una política de aislamiento no necesita una declaración expresa. Una política de aislamiento se practica eficientemente vía omisión. La integración en el mundo, en cambio, requiere una enorme dosis de audacia y de decisión política. Segunda precisión: la integración es una tendencia estructural de la economía mundial en su fase de globalización, pero no representa en modo alguno la obligación inexcusable para los distintos países. En términos prácticos, la integración en el mundo es “tómela o déjela”. La tercera es que, en materia de economía y de política exterior, se puede hacer prácticamente cualquier cosa. Lo que no se puede hacer. Lamentablemente, es evitar las consecuencias. Es notorio que el homicidio no está prohibido en la Argentina. Cualquiera está en su derecho de recurrir al homicidio en caso de necesidad o gusto. El Código Penal no lo prohibe. Lo único que hace es sancionarlo. Todo en el mundo de las realidades es un mundo de acciones prácticas. Por lo tanto, la cuestión fundamental es la referida a las consecuencias.

En lo inmediato, la búsqueda deliberada y sistemática de un protagonismo político que le permita a la Argentina superar su actual situación de aislamiento e irrelevancia, en la que está sumida desde hace cinco años, le exige eliminar ante todo los conflictos secundarios. Esto implica, por ejemplo, terminar con la controversia con Uruguay sobre el tema de las papeleras, con Chile en relación al aprovisionamiento del gas y, por último, abandonar el estilo tan profundamente argentino de la confrontación retórica, que en la gran mayoría de los casos, como indica la experiencia de estos últimos dos años y medio, no es otra cosa más que el preámbulo para un publicitado retroceso disimulado y vergonzante.

Si estos tres desafíos que enfrenta el gobierno de Kirchner no encuentran una respuesta efectiva, el país corre el riesgo de deslizarse otra vez por la pendiente de la crisis en una región que está recorrida por el hilo rojo de la ingobernabilidad, al que no resulta ajeno ahora Brasil donde el presidente Lula enfrenta hoy una nueva y poderosa embestida.
Jorge Castro , 01/11/2005

 

 

Inicio Arriba